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La Alianza de las Civilizaciones, ¿coartada del negacionismo turco del genocidio armenio?

La Alianza de las Civilizaciones, ¿coartada del negacionismo turco del genocidio armenio? Alianza de las Civilizaciones y Memoria Histórica. Dos conceptos, hoy día, muy vinculados a la figura de su impulsor José Luis Rodríguez Zapatero; aunque no siempre sea capaz de asociarlos entre sí, ni de desarrollarlos con todas sus implicaciones. ¿Ejemplos? Nos referiremos, en esta ocasión, a uno de los episodios más vergonzosos de la Historia de la humanidad: el genocidio armenio.

El de Armenia es un pueblo casi desconocido en España. Sin embargo nos une una pertenencia común: las raíces cristianas. Armenia fue la primera nación cristiana, antes, incluso, que la propia Roma. Experimentó, a lo largo de sus más de dos mil años de vida, avatares históricos y cambios territoriales tremendos. Pero fue en el siglo XX cuando pudo desaparecer por completo; víctima del primer genocidio moderno. Ya había sufrido con anterioridad persecuciones y matanzas terribles; especialmente cuando el Imperio Otomano se debilitaba. Así sucedió en 1880, en 1896 cuando fueron asesinados 300.000 armenios bajo el sultanato de Abdul Hamid II, y en 1908 al ser masacrados 30.000 de ellos en la ciudad de Adaná.

Pero es en 1915 cuando se materializa la implacable tentativa de eliminación total de la población armenia residente en los territorios integrantes de la actual Turquía. En febrero de ese año, unos 60.000 reclutas armenios del ejército turco fueron fusilados. A continuación, todos los varones armenios con edades comprendidas entre los 15 y 45 años fueron enrolados por el ejército, explotándoseles hasta la muerte. Y el 24 de abril, 600 líderes de la comunidad armenia fueron detenidos en Estambul y ejecutados. Desde entonces, esta fecha figura en el calendario de la diáspora armenia, indeleblemente, en un ejercicio de memoria histórica y de reconocimiento al sufrimiento de sus antepasados. Pero los genocidas no se detuvieron ahí. El resto de la población armenia -niños, mujeres y ancianos- fue desalojada de sus localidades y organizada en las llamadas “marchas de la muerte” encaminadas hacia el desierto de Siria y el mar Negro; muriendo por hambre, sed y malos tratos en su inmensa mayoría. Aún, a finales de la Primera Guerra Mundial, unos 300.000 armenios fueron masacrados en el Cáucaso turco. Y de 1920 hasta 1923 se perpetraron las últimas matanzas. Además, a lo largo de todos esos terribles años, muchas mujeres y niños fueron raptados y violados; el patrimonio personal y cultural del pueblo armenio fue destruido; su riqueza, expropiada… Y todo ello, ante la pasividad internacional, limitándose las potencias europeas a poco más que a la emisión de advertencias nominales y a algunas investigaciones.

De los dos millones de armenios que vivían en Anatolia en 1914, una vez finalizadas las diversas oleadas genocidas apenas sobrevivía una cuarta parte; en su mayor parte refugiados en Líbano, Francia, Argentina… y en la pequeñísima y sometida Armenia soviética.

Los responsables de este exterminio sistemático fueron los “Jóvenes Turcos”, militares nacionalistas que iniciaron una eficaz campaña de limpieza étnica, base del proyecto de una Turquía nacionalista, laica y moderna, elaborado por sus dirigentes Mehmet Tallat, Ismael Enver y Ahmed Jemal.

Además de los armenios, unos 300.000 asirios -también cristianos- fueron masacrados, y los griegos residentes en Anatolia occidental –más de millón y medio- fueron expulsados a resultas del conflicto griego-turco desarrollado al término de la Gran Guerra. Así, en la Anatolia de primeros del siglo XX algo más de un 30% de su población era cristiana. En la actualidad no llega, ni de lejos, a un 1%.

El solo hecho de afirmar, en Turquía, la existencia de este genocidio está perseguido penalmente. Sus diversos gobiernos nunca lo han reconocido; pese a la existencia de cientos de fotografías y numerosísimos testimonios de diplomáticos extranjeros, misioneros, militares alemanes (entonces aliados), supervivientes, etc.

No parece, ciertamente, un buen aval para Recep Tayyip Erdogan; adalid, junto a nuestro Rodríguez Zapatero, de esa Alianza de las Civilizaciones que explota los enfermizos complejos de inferioridad y culpabilidad de Occidente.

Los políticos turcos actuales no están legitimados, en absoluto, para hablar de libertad religiosa, respeto a las minorías, integración social y política, etc.; al menos en tanto esos objetivos no sean realidad en su propio territorio. Pero, además, sigue pendiente su incalculable deuda de reconocimiento y compensación al pueblo armenio. Jamás han admitido semejante crimen contra la humanidad. Y si alguien se atreve en Turquía a plantear la cuestión, recuérdese el caso del Premio Nobel de Literatura de este año, el turco Orhan Pamuk, quien ha sido objeto de feroces ataques a causa de su crítica al negacionismo nacionalista turco, exiliándose al extranjero en 2005.

Así, al inmovilismo de los militares turcos, firmes herederos de armas de quienes protagonizaron ese crimen contra la humanidad, se le suma el pujante islamismo en el poder; nada proclive a admitir un ejercicio real de la libertad religiosa. Eso sí: a Europa y por la Alianza de las Civilizaciones.

En Francia, donde reside una comunidad de origen armenio que suma más de medio millón de personas, su parlamento adoptó el 29 de enero de 2001, y por unanimidad, una ley en la que se reconocía la realidad histórica del genocidio armenio. Y el 12 de octubre de 2006 aprobó, el mismo día en que se concedía el Nobel a Pamuk, una proposición de ley presentada por la oposición socialista que pretende convertir en delito su negación; estando pendiente de tramitación en el Senado, donde todavía puede ser bloqueada.

 

El primer ministro turco, Erdogan, reaccionó ante lo anterior advirtiendo –según recogió la prensa- que “intentar convertir una mentira histórica en una ley dañará a la Unión Europea”. Y algunos políticos europeos, aunque por mtivaciones muy distintas, caso del comisario europeo para la Ampliación, Oli Rehn, y la ministra francesa delegada para el Comercio Exterior, Christine Lagarde, advirtieron de los posibles perjuicios económicos de una medida como la citada.

A José Luis Rodríguez Zapatero, tan exquisito vigilante de su peculiar concepción de la Memoria Histórica en España, le vendría muy bien aplicar un poco de su propia medicina cuando diseña el futuro de la humanidad. Su buenismo, acomplejado y vacío, parece teñido progresivamente de prejuicio antirreligioso e ignorancia histórica. ¿O, acaso, de cobardía y/o incoherencia?

Por Fernando José Vaquero Oroquieta

Páginas Digital, 21 de noviembre de 2006

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