El tablero libanés
En Líbano se está desarrollando un pulso de implicaciones gravísimas tanto para el país de los cedros como para el conjunto de la región. Por tercer día consecutivo, y coincidiendo con la llegada a Beirut de un mediador de la Liga Árabe, decenas de miles de simpatizantes de Hezbolá se han manifestado en la capital pidiendo la dimisión del Gobierno democrático y prooccidental de Fuad Siniora. El objetivo declarado de los integristas chiíes, apoyados por Teherán y Damasco, es derribar a un Gabinete compuesto en su mayoría por políticos antisirios de partidos suníes, cristianos y drusos, llegado al poder tras la revuelta popular que siguió al asesinato el año pasado del ex primer ministro Rafik Hariri y la subsiguiente retirada siria de Líbano tras décadas de dominación.
Esta estrategia de la tensión, que acerca a Líbano a una situación de preguerra civil como la asoladora entre 1975 y 1990, comenzó después de lo que Hezbolá llama su "victoria divina" sobre Israel, el verano pasado. Los resultados devastadores de la invasión polarizaron absolutamente el rompecabezas confesional del país entre suníes y chiíes, cada uno con sus aliados cristianos respectivos. La eficacia de los milicianos de Hezbolá, tanto en el campo de batalla como en la posterior reconstrucción, ha reforzado enormemente las pretensiones de su carismático líder Nasralá de dirigir el país por delegación. Para Hezbolá, Líbano debe ser un bastión de resistencia antioccidental, no una isla cosmopolita en el tenebroso mar de Oriente Próximo. Y no cabe un Gobierno que ha tenido la osadía de aprobar la formación de un tribunal internacional bajo auspicios de la ONU para juzgar a los prominentes sirios y libaneses sospechosos del asesinato de Hariri. La retirada de sus seis ministros del Gabinete de coalición, debilitado aún más tras el asesinato el mes pasado del líder cristiano Pierre Gemayel, permite a los poderosos integristas chiíes acusar demagógicamente al primer ministro de no representar al credo mayoritario del país.
Fuad Siniora, apoyado nominalmente por las potencias occidentales, con EE UU a la cabeza, y por varios Gobiernos árabes, asegura que resistirá las presiones. Pero eso no es fácil en el disgregado y débil Líbano de hoy, donde la crisis está inextricablemente mezclada con decisivas influencias regionales. Que la estrategia de Hezbolá sea de momento pacífica no disminuye su perversidad desestabilizadora en un país todavía en carne viva por la reciente guerra contra Israel. Lo que comenzó siendo una disputa política al uso se aproxima así aceleradamente a la línea sin retorno de un nuevo enfrentamiento sectario.
Editorial de El País, 4 de diciembre de 2006
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