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Presidente salvado…

Presidente salvado…

La opinión dominante respecto a los resultados de las elecciones norteamericanas sostiene que la extraordinaria victoria de los demócratas se debe a la reacción de los americanos frente a la política del presidente Bush en Iraq y al modo en que su administración ha gestionado la guerra. Y es cierto, pero conviene subrayar que eso no significa que el pueblo americano se haya vuelto pacifista de repente, idénticos a los que desde el principio se opusieron al conflicto. No es verdad que el pueblo haya empezado a temer las consecuencias que la guerra al terrorismo pueda comportar. Lo que ha cambiado es que mucha gente ha perdido su fe en la capacidad del presidente Bush para guiar a la nación en esta misión.

Los americanos han perdido su fe al empezar a sospechar que las razones del presidente para justificar la guerra no eran razones reales ni creíbles. Muchos americanos creían que la guerra estaba justificada como respuesta a lo sucedido el 11 de septiembre de 2001, no tanto por la implicación directa de Iraq en los ataques terroristas, sino por la presunta posesión por parte del régimen de Sadam Hussein de armas de destrucción masiva que se podrían poner a disposición de los movimientos terroristas. Aparte de esto, el presidente ha defendido la guerra apelando al sentido patriótico y moral de la misión, característico del imaginario americano.

El frente republicano, dividido

Cuando se descubrió que muchos expertos de dentro y fuera de la administración ponían en duda la existencia de tales armas, cuando el pueblo iraquí no reaccionó como estaba previsto a la intervención americana, cuando los cadáveres de los soldados comenzaron a regresar a casa, empezó a menguar la voluntad de hacer cualquier cosa con tal de proteger y promover la libertad o el estilo de vida americano (tan frecuentemente considerado inseparable del estilo de vida cristiano).

Pero el presidente no intentó motivar a la gente para que continuara aceptando los sacrificios necesarios para obtener un resultado similar. Desde el 11-S en adelante, todo lo que se le ha pedido al pueblo americano ha sido que consumiera lo suficiente como para mantener fuerte la economía. Y así ha surgido la pregunta entre cada vez más colaboradores del presidente: ¿cuál es la verdadera razón que nos ha puesto en guerra?, ¿quiénes aconsejaron al presidente que hiciera algo que está llevando al mundo a donde lo está llevando?

La base evangélica de la coalición republicana sigue apoyando convencida la guerra y a la administración Bush porque el presidente ha sabido unir el conflicto armado con el sentido moral de la América evangélica, amenazada por la agenda social de los activistas del Partido Demócrata con argumentos como el aborto, la investigación con embriones, la eutanasia y el matrimonio homosexual.

Pero también este apoyo se ha empezado a debilitar cuando han salido a la luz las pruebas de la hipocresía del Partido Republicano al intentar defender los “valores americanos”. Así como el del resto de la coalición republicana, que ha empezado a dividirse sobre cuestiones como la inmigración o el déficit, asuntos sobre los que los conservadores tradicionales nunca estuvieron de acuerdo con el stablishment republicano clásico.

Parecía que el partido sólo podía contar con el argumento del miedo a que los demócratas se hicieran con el control del gobierno. Su último mensaje fue: ¿Queréis a Nancy Pelosi (una demócrata ultraliberal de San Francisco) como presidenta del Congreso? Los resultados electorales dieron la respuesta: sí. Y no porque los americanos estén de acuerdo con la agencia social de Pelosi, sino porque la victoria de los adversarios obligará a la administración Bush a repensar su estrategia política de guerra y a ser honesta con el pueblo americano.

Catolicismo casi Pelosi

En esta situación, los demócratas han jugado sus cartas a la perfección. Sólo tenían que dejar que la administración republicana se destruyera sola y silenciar las políticas que espantan al pueblo americano. De hecho, en las zonas donde los republicanos han sido desbancados por los demócratas, los mismos votantes (donde se ofrecía esta posibilidad) han rechazado las propuestas (como la legalización del matrimonio homosexual) identificadas con el Partido Demócrata.

Mientras tanto, Mrs. Pelosi iba de gira elegantemente vestida y recordando a todos que ella es una católica italiana. Muchos de los nuevos electos demócratas son mucho más conservadores que ella, por lo que la nueva presidenta tendrá que seguir recitando su parte si quiere mantener a su partido unido en el Congreso.

En Pensilvania, Robert Casey, otro demócrata católico, ganó al republicano Rick Santorum, un importante líder pro-vida. Al padre de Casey, que fue en el pasado gobernador del Estado, precisamente por su discurso pro-vida, se le prohibió intervenir en la convención del Partido Demócrata de la que hace 16 años salió Bill Clinton como candidato. También su hijo es del ala pro-vida, pero esto no le ha impedido convertirse en el candidato de los demócratas para ganar las elecciones.

Será interesante ver si los demócratas aprenden de este ejemplo y se abren hacia las posiciones de los católicos pro-vida, tal como hacen sus propios candidatos (si es que Casey resulta ser finalmente un pro-vida, obviamente). La coalición republicana está herida de gravedad, quizá de muerte, desde las últimas elecciones, pero la demócrata debe aún demostrar si sabe sobrevivir al parto.

Lorenzo Albacete

Páginas Digital, 14 de diciembre de 2006

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