MEMORIA DEL TERROR SOVIÉTICO. El hombre que eligió la esclavitud
(Para Rosana). Mi primer recuerdo de Valentín González proviene de las Convulsiones de España de Indalecio Prieto, otro testimonio que convendría "redescubrir, reeditar y repensar". Allí se denuncia, por boca de el Campesino, la maniobra de los agentes soviéticos para sacar al socialista del Gobierno. No dudaron entonces en sacrificar tanto Teruel como al legendario combatiente comunista, quien ya en esas fechas había dado muestras de rebeldía contra los enviados de Stalin.
Las referencias épicas al Campesino en la bibliografía sobre la Guerra Civil y las enigmáticas menciones a su rebelión contra Líster durante su exilio en la URSS proporcionan a su biografía un aire de acertijo que reclama ser resuelto. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué las fotografías de este simpático barbudo de jersey grueso y rostro afilado iban siempre acompañadas de una arcana mención a su posterior ruptura con el PCE?
El interés histórico y literario despertado por el Campesino es el tema del prólogo de Federico Jiménez Losantos a esta reedición de Vida y muerte en la URSS (1950). Entre otras cosas, FJL revela su propia fascinación por el personaje, de quien Solzhenitsyn había hecho mención en Archipiélgago Gulag y cuya leyenda habría inspirado una novela a un preso político. La introducción subraya, además, el misterio que rodea a algunos capítulos de la vida de Valentín González.
En tal contexto, la narración de los diez años que este comunista pasó en la Unión Soviética, su paso por la Lubianka, el Gulag y los horrores que describe sorprenderán a quien se acerque por primera vez a una obra de denuncia del terror soviético. Incluso cabría preguntarse si todo lo aquí relatado es cierto. Sin embargo, basta un somero repaso a las investigaciones publicadas en las últimas décadas, y reseñadas en la primera parte de El libro negro del comunismo (1997), para darse cuenta de que el Campesino no exageró. Y si a esto le sumamos las obras de Solzhenitsyn, Robert Conquest y Robert Service, redescubiertas para el gran público gracias al magistral Koba el Temible (2003) de Martin Amis, el veredicto no puede ser otro que la confirmación de la veracidad de todo lo denunciado por Valentín González, que por otra parte ya se anunciaba en el profético Mi viaje a la Rusia soviética (1921) del socialista Fernando de los Ríos.
No sólo en Europa, también en los EEUU se produjo una sorprendente labor de ocultación de las miserias del "socialismo real", por parte de compañeros de viaje y palomas troyanas. También allá hubo un Proceso Kravchenko, el protagonizado por la revista The Nation, a la sazón dirigida por el republicano español Álvarez del Vayo, contra su antiguo editor artístico, Clement Greenberg, tras denunciar éste el sesgo prosoviético de la publicación. Mientras tanto, y a pocos metros de distancia, Commentary, la revista editada por el American Jewish Committee, denunciaba las atrocidades bolcheviques en unos conmovedores y epatantes textos hoy tristemente olvidados.
A estos y otros acontecimientos parece aludir el Campesino cuando clama, en el párrafo final de sus memorias, contra los escépticos, cuya actitud equivale, "de hecho, a una complicidad, porque el Kremlin y su quinta columna lo explotan hábilmente para enmascarar su política, desencadenar sus agresiones y preparar su dominación mundial".
Nada de lo contado por el Campesino es nuevo. Con la excepción del barojiano relato de sus infructuosos intentos de huida de la URSS a través de la frontera con Irán, todo había sido destapado por otros. Sin embargo, para el neófito en bolchevismo estas memorias constituyen una valiosísima aproximación a algunos de los más terribles mecanismos del terror rojo; entre ellos, los célebres lavados de cerebro llevados a cabo en la Lubianka, la atmósfera de delación y espionaje a que la temible NKVD sometió al pueblo ruso y la auténtica ley de la jungla imperante en la Unión Soviética, una sociedad de castas en la que el bandidismo fue para muchos el único recurso para sobrevivir. Y, subyacente a estos y otros asuntos, como el genocidio en el Báltico, Ucrania y el Cáucaso, y el Gulag y sus "¡veintitrés millones de esclavos!", el frío y despasionado rigor burocrático con que todo esto se llevó a cabo, algo que incluso hoy en día muchos confunden con un supuesto "alto rendimiento" del sistema político soviético.
Asimismo, el énfasis de el Campesino en la situación de sumisión de la mujer, obligada a menudo a recurrir a la prostitución como medio de subsistencia, derriba uno de los últimos mitos sobre el bolchevismo, que con tanta pericia manejan en la actualidad las plañideras del Muro de Berlín.
El lector familiarizado con la literatura sobre el bolchevismo encontrará, además de todo esto, ilustrativas y clarificadoras alusiones a los métodos usados por la Komintern y la Kominform para asegurarse la sumisión de los partidos comunistas a sus dictados. A este respecto, la entrevista de Indro Montanelli, realizada en el refugio parisino de Valentín González en 1950, y de la que se desprende la misma fascinación ambivalente que el Campesino ha suscitado en tantos, es otro acierto de la presente edición. En ella Gorkin, el transcriptor de los recuerdos de Valentín González, expresa su temor a que su amigo pudiera ser objeto de represalias por parte de los soviéticos, a lo que el héroe comunista replica: "Pero si los rusos vienen a luchar contra Francia o Italia o Alemania, yo estaré aquí con un automático en las manos".
Afortunadamente, no hizo falta que ni él ni nadie empuñaran los fusiles contra los soviéticos en las calles de Roma o París. El imperio soviético se derrumbó, a pesar de los cien años que Javier Tusell y otros le habían augurado, y tras de sí dejó uno de los mayores desastres humanos y ecológicos de la historia. Nunca antes el ser humano había sido capaz de destruir tanto en tan poco tiempo.
Es por esto que el esfuerzo de memoria histórica de Ciudadela es un eficaz antídoto contra la paradoja del sabio que no dice lo que sabe y el necio que no sabe lo que dice. Tal vez algún día veamos el mundo como es, y no como somos nosotros.
Por ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.
VALENTÍN GONZÁLEZ (EL CAMPESINO): YO ESCOGÍ LA ESCLAVITUD. Ciudadela, Madrid, 2006, 240 páginas. Prólogo de FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS.
Libertad Digital, suplemento Libros, 22 de diciembre de 2006
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