Un fruto amargo del relativismo
Mons. García Gasco llama la atención sobre el hecho de que las cifras no paran de aumentar, y eso a pesar de la entrada en vigor de la ley de violencia de género, y de las millonarias campañas de sensibilización y educación que la administración lanza al respecto. En 2006 han sido 68 las mujeres que asesinadas por sus parejas, ocho más que en 2005, y a pesar de todo, el ministro Caldera dice que la aplicación de la ley está siendo un éxito. Él sabrá por qué lo dice, pero los números cantan, y ya era hora de que algún personaje de la administración (en este caso ha sido la directora general de la Mujer) reconociera que el problema de fondo no se cura con legislaciones, aunque éstas sean necesarias, especialmente si están marcadas por la sensatez y no por la ideología.
Lo que está fracasando no es tanto una ley (cuyos efectos todavía están por ver) sino todo un planteamiento cultural de fondo, que elude afrontar las raíces profundas de esta lacra. Más aún, que ha creado una serie de mitos y espantajos contra los que se dirige toda la artillería, mientras aumenta el clima moral y cultural que alimenta trágicamente la estadística.
Los terminales progresistas repiten sin cesar que es el machismo incrustado en la mentalidad hispánica, de inequívoca raíz judeocristiana, el responsable de esta violencia. El topicazo suena bien, pero se desmorona en cuanto se piensa un poquito. Primero, ¿no quedamos en que la benéfica secularización está borrando todo rasgo cristiano de la mentalidad social? Entonces, ¿cómo se explica que las cifras de la violencia contra la mujer se disparen precisamente en el periodo de la más agresiva secularización? Segundo, las estadísticas revelan que los países con índices más terribles en este campo (dentro de la UE) son precisamente Suecia y Gran Bretaña, donde supuestamente se experimentan ya los saludables beneficios de una secularización casi total, y donde la agenda feminista se ha podido desarrollar sin ningún freno.
La línea maestra del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz nos da la clave para salir de este laberinto. El relativismo no es compañero de la paz, como nos vende toda la propaganda retro-progresista, sino su enemigo de fondo. Allí donde ha desaparecido la conciencia clara del valor sagrado de toda vida humana, sea cual sea su circunstancia, es normal que se dispare la violencia, también en el hogar. Allí donde las relaciones afectivas han quedado desvinculadas de un juicio de valor sobre la persona y sólo responden al instinto, es natural que desemboquen en pretensión de dominio y violencia; allí donde la sexualidad ha sido desarraigada de su matriz humana integral, es lógico que derive en agresividad y en maltrato.
En el fondo, asistimos a los amargos frutos de la de-construcción llevada a cabo por toda la cultura del post-sesentayocho, y la famosa “liberación” se ha revelado como una hidra que devora a sus hijos. Por cierto, algo de esto decía el famoso y polémico Directorio de Pastoral Familiar de los obispos españoles, que en su día fue brutalmente escarnecido por los mismos políticos y medios de comunicación que ahora se lamentan de su fracaso en la lucha contra la violencia doméstica.
El arzobispo García Gasco concluye que es precisa una recomposición moral de la familia basada en el amor estable y la fidelidad, y advierte que la violencia familiar sólo se puede combatir con la ética que nace de esa experiencia. Tiene toda la razón, pero no serán las campañas del gobierno, ni las series televisivas en la cresta de la ola, ni los mensajes cargados de moralina e ideología los que remedien esta gran herida de nuestra sociedad. Una sociedad, no lo olvidemos, en la que el hombre y la mujer ya no saben con frecuencia qué significan las palabras “yo” y “tú”.
José Luis Restán
Páginas Digital, 4 de enero de 2007
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