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Sin tregua

Sin tregua

Digámoslo de una vez: aquí los únicos que han defendido auténticamente el "diálogo" han sido los que se han opuesto al "diálogo con ETA". Resulta llamativo cómo se han enredado las cosas. Ha sido una operación a la vez cínica y sentimental. Primero, se ha vaciado la palabra "diálogo" de contenido; después, se ha tomado esa palabra ya vacía y se la ha cargado de connotaciones sentimentales. La rentabilidad era inmediata: el que se oponía a comerse el pastel era tachado de insensible. No se entraba a discutir o razonar. Tan sólo se alzaban los ojos al cielo (póngasele la cara de Sopena al angelito) y se exclamaba: "¿Pero cómo se puede estar contra el diálogo?". (Obsérvese con qué frecuencia se ha utilizado la frase así: eludiendo el "con ETA" final.)

Era inútil argumentar a esas alturas que "dialogar" con un interlocutor que esgrime una pistola y que se ha ganado su voz asesinando, no es que sea deseable o indeseable, es que es imposible. Conceptualmente imposible. Es decir: no se puede dialogar con él, si respetamos lo que la palabra "diálogo" significa. De ahí que quienes han defendido "el diálogo con ETA" en realidad estaban entrando a saco en la palabra "diálogo", subvirtiéndola y expoliándola; mientras que los que se oponían estaban defendiendo y preservando, de hecho, su integridad. Sangrante paradoja: aquellos que, según los angelitos, estaban ominosamente "contra el diálogo" eran en realidad los únicos que lo defendían y lo preservaban. (Por supuesto, pasaban por ser los malos de la película.)

Resulta interesante comprobar cómo de los tres términos en juego, "hablar", "negociar" y "dialogar", ha sido este último el más usado. Obviamente, porque era el que mejor se prestaba a esa estratagema sentimental. Era el término más digno, más prestigioso: el único cuyo estricto ejercicio requería que, en realidad, ya estuviese resuelto el problema. Los otros, en cambio, no. Con un terrorista no se puede dialogar, pero sí que se puede hablar y negociar. Eludo aquí el debate de si es ético, legal o conveniente, y hasta qué límite puede hacerse sin pervertir el estado de derecho: tan sólo indico que es conceptualmente posible. ¿Por qué entonces ha sido preferido el otro? Porque "hablar", tan aséptico, y "negociar", tan áspero, no valen para el exhibicionismo sentimental. Tratemos de modificar la exclamación del angelito Sopena (mirada al cielo): "¿Pero cómo se puede estar contra la negociación?". No funciona.

Lo sórdido (¡y cansado!) del zapaterismo es ese perpetuo envoltorio sentimental concebido para la segregación de los que no tragan. La operación siempre es la misma: algo que es discutible y está sujeto a debate, es hurtado del terreno racional y trasladado urgentemente al sentimental. Los críticos pasan entonces a ser individuos sin corazón. Donde pudo apreciarse más nítidamente este mecanismo fue en el folklórico espectáculo de las rosas blancas, aquellas "rosas blancas por la paz" que unas actrices repartieron el año pasado en las puertas del Congreso. Algo sujeto a debate, como era la política concreta de un Gobierno, quedaba convertido en tótem sentimental por el simple procedimiento de adosarlo a algo no sujeto a debate (y con connotaciones blindadamente positivas) como unas "rosas blancas", que además llevaban el refuerzo acrítico de la palabra "paz". Quedaba así constituido un artefacto no sólo embarazoso, sino también siniestro. Embarazoso porque su ofrecimiento suponía un puro chantaje emocional: ¿quién podía renunciar a coger la rosa? Y siniestro porque constituía nada menos que una estrella de David al contrario: quien no cogía la rosa quedaba signado como indeseable, como judío (en un contexto que, entre risitas y lirismos, era simbólicamente nazi).

Aquellas actrices, y las autodenominadas gentes de la cultura en general, son la encarnación perfecta del espíritu zapaterista. Entre los intelectuales orgánicos rechina demasiado el servilismo: son, propiamente, tecnócratas del intelecto al servicio de quien manda, gente fría en el fondo. Pero entre las gentes de la cultura sí pueden apreciarse los elementos sentimentales, porque en verdad se lo creen y no se reprimen a la hora de manifestarlo a flor de piel. Son por ello la auténtica avanzadilla de este Gobierno sentimental. La escalofriante reacción que han tenido después del atentado, cargando las tintas más contra el PP que contra ETA, es sumamente reveladora de lo que se cuece en sus cabecitas. Por supuesto, no están a favor del crimen... pero, por decirlo crudamente: perciben al PP como más enemigo de sus ilusiones que ETA. ETA, de hecho, forma parte de las ilusiones de las gentes de la cultura, y también de la de los angelitos. No la actual ETA asesina, sino la hipotética (¡la ilusoria!) ETA que deje las armas. ETA forma parte de las ilusiones de las gentes de la cultura y de los angelitos en tanto banda de asesinos que un día (¡ilusorio!) dejarán las armas y, por tanto, dejarán de ser asesinos, con lo que quedará demostrado que el hombre es bueno por naturaleza y todos seremos felices (comiendo no perdices, sino gaviotas). El PP, en cambio, se opone a ese sueño: considera que no hay ilusión posible con ETA, y que lo que hay que hacer con los asesinos es perseguirlos y encarcelarlos. Para las gentes de la cultura y los angelitos es más ilusionante una ETA que asesine pero que un día deje de asesinar (una ETA con la que, en suma, puede "dialogarse"), que un PP que diga que una ETA que asesina será asesina para siempre y que no se puede "dialogar" con ella.

Una vez más ha sido el bueno de Bernardo Atxaga el que se ha pronunciado de un modo más sintomático a este respecto. Después del atentado le dijo a Juan Cruz la ya famosa frase: "Esa presencia de los muertos convertía en feo, muy feo, el paisaje que se abría delante..." Si el atentado era lo feo, ¿qué era entonces lo bonito? ¡El diálogo! ¡El "diálogo con ETA" era justamente lo bonito! Lo bonito era saltarse la realidad. De hecho, el tétrico "cordón sanitario" contra el PP que enarbolaba el otro día Federido Luppi (en el momento más atorrante de su vida) no es más que un cordón sanitario contra la realidad. Esa incómoda realidad (¡sin tregua!) en la que resulta imposible dialogar con asesinos."

 

JOSE ANTONIO MONTANO

http://joseantoniomontano.blogspot.com/ y publicado en Basta Ya

 

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