UNA PELÍCULA TÓPICA PERO AUTÉNTICA. Fuerte Apache
La película es muy elemental y previsible en su guión, pero no por ello es una película fallida. Es más bien una ópera prima correcta, que huye con acierto de la pedantería, y que hace un esfuerzo por acercarse dignamente a un asunto muy difícil de abordar. La formación periodística del director le posibilita dar al film un aire documental que refuerza su autenticidad.
Fuerte Apache habla de Toni Darder, un hombre que recupera su marchita vocación educadora gracias a su relación con Tarik, un marroquí de catorce años que acaba de ingresar en el Centro de Menores Can Jordá de Barcelona donde él trabaja. Aunque la trama no se diferencia mucho de las películas escolares o carcelarias tipo Rebelión en las Aulas, la novedad de Fuerte Apache estriba en abordar la problemática de los centros públicos de menores. Funcionarios que van y vienen, interinidades, incapacidad de frenar el descontrol en los centros... en definitiva, la dificultad de que esos centros cumplan su misión educativa.
En ese sentido, la tesis clave de Fuerte Apache es correcta. Sustancialmente, lo que necesitan los chicos tutelados es lo que les ha faltado siempre: que alguien les quiera. Cuando tienen ese amor entran en la rampa de la reconstrucción; tardarán más o menos en despegar, pero ya están en la pista. Este es el caso de Tarik, pero no de su hermano Ahmed. Y es que la diferencia estriba en el uso de la libertad de cada uno. No de la libertad para equivocarse, sino de la libertad para mirar a quien te quiere y volver a empezar. Por eso los penúltimos planos del film en el espigón del puerto son sin duda los más verdaderos de toda la historia.
Si nos centramos en el personaje de Toni, la película nos habla de segundas oportunidades, de la posibilidad de retomar el sentido del trabajo a cualquier edad. Sin embargo, este es el aspecto más pobre de la historia, ya que inevitablemente descansa sobre un cierto voluntarismo de tono amargo. Un film mucho más auténtico que El laberinto del Fauno, pero ya sabemos que no es la autenticidad lo que se valora al dar premios.
Juan Orellana
Libertad Digital, suplemento Iglesia, 1 de febrero de 2007
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