Entre genio femenino y verdadero feminismo. Entrevista a la autora del libro «La mujer en una dimensión»
--En su libro acusa a ciertas corrientes feministas de haber distorsionado la condición natural de la mujer. ¿Nos explica por qué y cómo se habría producido esta distorsión?
--Nucci: Yo acuso a un feminismo de élite de haberse apropiado de las justas instancias de las mujeres para llevarlas a apoyar la construcción de una cultura «antagonista». Es una instrumentalización ideológica cuyas raíces se pueden encontrar en el siglo XIX, pero en los años noventa encontró una desembocadura y una cobertura en la teoría «de género», una reformulación de la antropología de la que la mayor parte de las mujeres no sentía necesidad.
--Usted sostiene que estas formas de reivindicación están relacionadas con la desestructuración de la familia por una parte y con las políticas demográficas y de reducción de nacimientos por otra.
--Nucci: El género impone un concepto de igualdad que en realidad lleva a la uniformidad, y se traduce por tanto en un debilitamiento de las pertenencias y las identidades que forman la familia. Son pasos que resultan visibles en concreto si se sigue el desarrollo de las conferencias y de las convenciones de la ONU. La Conferencia de El Cairo de 1994 debía ocuparse de «población» pero vio una masiva participación feminista dedicada a reivindicar los propios «derechos reproductivos», entendidos como el derecho a no tener hijos.
Al año siguiente, las mismas componentes actuaron en la Conferencia de la Mujer en Pekín para oficializar, con hábiles estrategias de organización del «consenso» la redefinición de la palabra «género». Es una conquista del territorio cultural, palmo a palmo, que luego revierte en la cultura mundial, a través de un sistema piramidal de entes y organismos, gubernamentales y no gubernamentales, que se remontan a la ONU, que han asumido todos una componente educativa, y de los que la mayor parte de nosotros no sospecha ni siquiera su existencia.
--Entre las corrientes culturales que usted indica como decisivas en esta desestructuración de las identidades, está el ecofeminismo, que usted considera como un intento de favorecer formas de panteísmo neopagano. ¿Puede decirnos algo al respecto?
--Nucci: La alianza entre feminismo y ecologismo se formalizó en la Conferencia Mundial de Río de Janeiro sobre Ambiente y Desarrollo de 1992. Estaban presentes decenas de delegaciones feministas, que lograron insertar en los documentos finales abundantes referencias a la condición de la mujer. De este modo, desde esta conferencia que por primera vez expresó una visión del mundo biocéntrica, el hombre ha ido poniéndose cada vez más al mismo nivel que la flora y la fauna, mientras que a la mujer ha sido dado el papel de guardiana de la naturaleza, con la que tendría en común la capacidad de dar la vida y la suerte de víctima de la sociedad patriarcal.
La paradoja es que es justo el ecologismo que confluye en el panteísmo New Age, y que tiene por sacerdotisas a las mujeres dedicadas a las filosofías orientales, el que ha difundido la cultura que quiere hoy que todo sea «natural» y «holístico», desde las patatas hasta la educación. Pero cuando se trata de la fisiología natural de la mujer, todo medio es lícito y oportuno para desincorporar de ella la maternidad y manipularla con medios artificiales
Estas teorías se han injertado en el terreno ya preparado por una parte de la teología feminista, que en sus formas más extremas ha dado lugar a formaciones neopaganas, y que tanto ha contribuido al vaciamiento de los conventos estadounidenses a partir de finales de los años sesenta.
--En un capítulo de su libro usted sostiene que la Iglesia no rechaza en conjunto todo el feminismo sino que hace un discernimiento bien preciso. ¿Qué quiere decir?
--Nucci: Mientras que en la cultura «de la acusación» en la que vivimos hoy las diversidades son exaltadas para contraponerlas, la Iglesia ve en las diferencias algo que lleva a la relación. Es lo que escribía Benedicto XVI en su «Carta a los obispos sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo», publicada en 2004, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sobre las huellas de los escritos del Papa Karol Wojtyla, también la «Carta a los obispos» ponía de manifiesto el hecho de que existen valores y un «genio» distintamente femeninos. Pero desde cuando Pablo escribió «no hay ya ni hombre ni mujer» (Gal 3,27-28), la Iglesia siempre ha afirmado la paridad entre los sexos, depurada de la rivalidad.
La historia y los documentos están para atestiguar además que no es ni siquiera verdad que celebre a la mujer sólo si es mujer o madre. El solo hecho, en fin, de que para la Iglesia el modelo de perfección para todos, varones y féminas, sea una mujer, María de Nazaret, debería ser prueba suficiente de que el catolicismo está a favor de la mujer por definición. Por suerte, si el léxico antagonista pliega todo a la tesis de la opresión patriarcal, hoy son mayoría, aunque no hagan ruido, las teorías feministas que valorizan en la mujer justo esta gran propensión a la relacionalida.
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