El mito de la exclusión
La exclusión es un soberbio hallazgo del terrorismo intelectual de la izquierda. Este vocablo contiene todas las amalgamas. Un excluido, en la perspectiva del pensamiento único, es el que no ha podido aprovecharse del desarrollo económico. Por deslizamiento del sentido, el pensamiento único ha retomado este término para designar a toda minoría cuya especificidad se suponga escarnecida, a toda categoría social marginada.
Con una aceptación tan borrosa y entendida de esta manera, un excluido es toda persona que no disfruta de un estatuto común por causa de la fatalidad, la ley o un fallo personal: individuos homeless, presos, toxicómanos, enfermos de Sida, inmigrantes clandestinos... Una vez más, la semántica no es inocente. Por analogía, exclusión evoca otras palabras: discriminación, segregación, en consecuencia, racismo. El mito de la exclusión permite así acusar de racismo no importa a quien ni importa que.
Sin embargo, toda vida social está fundada sobre pertenencias que determinan legítimamente algunas inclusiones y, al contrario, algunas exclusiones. Religión, nación, familia, propiedad, empresa, asociación: muchas comunidades excluyen a los que no son miembros sin que eso comporte injusticia o violencia. Por regla general, el señor Rodríguez excluye que su mujer se acueste con el señor Martínez ¿se trata de racismo en el caso del señor Rodríguez?
El pensamiento único, el pensamiento soixante-huitard afirma que toda exclusión es racista. La libertad de ir y venir debe ser concedida a todos. España no es más que un área geográfica: no pertenece a nadie en particular. Todas las culturas tienen la misma legitimidad y toda medida destinada a controlar los flujos migratorios es considerada como procedente de un reflejo xenófobo o racista.
La acusación no es inocente: en el imaginario contemporáneo, la palabra racismo vehicula una carga repulsiva proporcional al horror de los crímenes nazis, crímenes cometidos en nombre de una doctrina racista. El antirracismo funciona en consecuencia como trampa, a partir de una amalgama: toda restricción a la inmigración es considerada racista y, en consecuencia, susceptible de desembocar en cualquier cosa análoga al racismo y como el universo del pensamiento único no conoce más alternativa, cualquiera que no se adhiera al antirracismo prueba con ello que es un racista.
El relativismo es una ideología dominante y “políticamente correcta” que considera que no hay porqué enseñar a los recién llegados la cultura española pues todas son equivalentes y de lo que se trata es de construir una sociedad multiétnica y multicultural. El drama ocurre cuando los niños de estas inmigraciones llegan a la adolescencia. Para cualquier país, para cualquier cultura, existe un umbral de tolerancia más allá del cual comienzan los conflictos, y fue Hassan II en 1989 quien lo afirmó no la derecha “rancia” y “racista” europea.
La cuestión no es saber si uno es negro o blanco, sino saber a que cultura se pertenece, a que costumbres sociales y políticas se obedece y esas leyes son determinadas por la nación. Sin papeles... una expresión tal implica que el clandestino debe recibir los papeles. La simple perspectiva de aplicar la ley y conducir a la frontera a cualquiera que no posea permiso de residencia, es considerada abominable, abyecta, monstruosa por la progresía más “caritativa”.
En Marzo de 2004 la izquierda “ganó” las elecciones y el gobierno radicalsocialista procedió a una regularización masiva de los sin papeles y aprobó nuevas leyes que han facilitado la entrada caótica y en oleadas sucesivas de inmigrantes de toda laya y condición en España por tierra, mar y aire. La nación empieza a convertirse en el teatro de una fragmentación del cuerpo social sobre base étnica, cultural y religiosa, donde el racismo antiárabe y su doble mimético, el racismo antiespañol, comienzan a organizar la vida social. Pero las consecuencias no alcanzan a los “intelectuales orgánicos” del mester de progresía ni a los insensatos políticos que aprueban las leyes. Ellos están, en otra parte, a cubierto, atrincherados en sus canonjías, no padecen las nefastas consecuencias de esas demagógicas decisiones. Y la gente, aguantando mecha...
Dr. LUIS SÁNCHEZ DE MOVELLÁN DE LA RIVA
Doctor en Derecho. Profesor en la USP-CEU
Análisis Digital, 15 de marzo de 2007
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