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Ni pacifista ni neocon

Ni pacifista ni neocon El cuarto aniversario del comienzo de la guerra de Iraq resucita –en realidad nunca han muerto- dos “Españas obligatorias”. Una de ellas es la que el sábado se manifestó en Madrid bajo banderas republicanas.

Si alguien se opuso al comienzo de una guerra que, como profetizó Juan Pablo II, ha tenido consecuencias imprevisibles, debe estar orgulloso de la retirada de las tropas de Iraq decidida por Zapatero tras el mayor atentado que ha sufrido España; debe hacer alarde de un entreguismo simplista que reclame la ilegalización del PP; debe considerar a Bush una plaga; debe estar empeñado en demostrar que el valor de la tradición occidental es algo muy subjetivo; debe sentirse acomplejado por un eurocentrismo prepotente y, por eso, debe apostar por un multiculturalismo relativista. Tiene que ser, también, un apóstol de la ideología de género y del indigenismo.

Tan es así que cuando a José Ignacio del Burgo, diputado de UPN integrado en el Grupo Popular, se le ocurre asegurar que hay que hacer autocrítica porque Aznar estuviese en la foto de las Azores se produce un cataclismo. La legislatura de Zapatero, para quien no quiere ser encasillado en un pacifismo violento, ha convertido en una extraña hazaña reconocer que no había armas de destrucción masiva y que la guerra ha sido una mala idea ejecutada con torpeza e ineficacia.

 

Ser consciente de las debilidades e incoherencias de la España pacifista no necesariamente implica, como parecen exigir algunos, asumir la otra España “obligatoria”, la España “neocon” (diminutivo de neoconservadores, término acuñado en Estados Unidos para describir a un grupo de intelectuales con pasado troskista que en el plano cultural abogan por retomar la objetividad de unos valores que la izquierda niega y que en política internacional -siguiendo las tesis de autores como Robert Kagan en su libro Poder y Debilidad - apuestan por el intervensionismo para defender el mundo occidental).

 

Rafael Bardají ha explicado Qué piensan los “neocon” españoles en un libro de homónimo título recientemente editado por Ciudadela. En realidad la obra no explica todo lo que piensan los neocon españoles, pero sí lo que piensan algunos muy influyentes que se dedican a la política internacional. Es razonable asumir, como dicen los neocon, que tras los atentados del 11-S y del 11-M estamos en una guerra, pero hay mucho que decir sobre la naturaleza de esta guerra y sobre la conveniencia de que “la disuasión haya agotado su eficacia (...) y que sólo quede como herramienta válida la anticipación y la prevención”. ¿Por qué reconocer la amenaza del terrorismo internacional obliga a considerar obligatoria la guerra preventiva?

 

Otro ejemplo. Es razonable reconocer que el islamismo radical pretende desestabilizar la civilización occidental, pero de ahí no se deduce necesariamente que el choque de civilizaciones sea inevitable, que el diálogo entre religiones y culturas no tenga sentido o que sea inútil promover una relación con el islam basada en la razón (como la que defendió Benedicto XVI en Ratisbona). Ése seguramente es el único camino para favorecer la integración de los musulmanes en una Europa realmente laica, pero no laicista. Una cosa es defender la justa existencia del Estado de Israel; otra, absolutizar su papel en la lucha contra el terrorismo internacional; una tercera, no asumir nunca posibles errores y estrategias que haya podido cometer (aunque sean tan evidentes como los de reciente guerra del Líbano); y una cuarta, considerar antijudío al que haga la más mínima crítica.

 

Y si nos quedamos en casa y hablamos de enseñanza, tres cuarto de lo mismo. Es cierto que los planes de estudio son un desastre, que los chicos no reconocen ninguna autoridad y que no hay cultura del esfuerzo. Pero el orden no es condición suficiente para hacer frente a la crisis educativa. Para afirmar los valores que cierta izquierda radical niega, no basta la afirmación de una verdad objetiva. Las relaciones internacionales están hechas de historia y no sólo de ideas; la educación es imposible sin un maestro que haga significativa y existencialmente atractiva el valor de una tradición y de unos conocimientos.

 

Fernando de Haro

Páginas Digital, 21 de marzo de 2007

 

 

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