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Medio siglo de una revolución que pudo cambiar el mundo

Medio siglo de una revolución que pudo cambiar el mundo

La muerte de Stalin en 1953 abrió la espita del reformismo en los países del Este. En Budapest "se lo creyeron" demasiado y el Pacto de Varsovia intervino. ¿Y si alguien les hubiese apoyado?

 

La caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética ¿pudieron suceder treinta años antes? Aventurarlo es hacer historia-ficción, pero ocasión la hubo. Fue la insurrección húngara de octubre de 1956, sofocada a sangre y fuego por las tropas soviéticas sin que los países occidentales moviesen un dedo. La ONU creó una comisión sobre el caso y emitió un informe, por supuesto, pero casi un año después de que 2.500 personas regasen de sangre las calles de Budapest, y 250.000 húngaros más emprendiesen el camino del exilio.

 

Lo cuentan Ricardo Martín de la Guardia, Guillermo Á. Pérez Sánchez e István Szilágyi en una obra extraordinariamente documentada, La Batalla de Budapest (Actas), uno de los escasos estudios sobre la materia que pueden encontrarse en la bibliografía española, y que aprovecha material descubierto en los archivos soviéticos tras el final del comunismo. Casi a la vez que Polonia, Hungría "interpretó mal" los nuevos vientos que parecían soplar en Moscú a la muerte de Stalin en 1953, así como la disolución de la Kominform en abril de 1956. De hecho, fue Kruschov, supuesto reformista, quien en un agitado comité del Politburó del PCUS más partidario se mostró de la intervención del recientemente creado Pacto de Varsovia.

 

Y es que ante el fracaso del reformismo, el pueblo húngaro, fundamentalmente la juventud estudiante y obrera criada en el comunismo (y no "nostálgicos" de la libertad de pre-guerra), se echó a la calle, convertida, en lenguaje del Partido, de "revisionista" en "contrarrevolucionaria". Entonces sonaron los disparos de los tanques rusos.

 

Fue una revolución que pudo cambiar el mundo... pero pese a los llamamientos de los insurrectos a Occidente, nadie quiso ponerla en marcha.

 

Pocos años después de tales dramáticos acontecimientos escribió Rafael Gambra, catedrático de Filosofía, El silencio de Dios (Ciudadela), su libro más conocido, que cuantas veces se reedita desde entonces, se agota. Justo por su valor de permanencia. Aunque el texto está empapado de la catolicidad que caracteriza el pensamiento su autor, el título no debe llamar a engaño: no estamos ante una obra de religión, sino de sociología política. En torno a las imágenes y a la historia de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, y de Ciudadela -otra de las grandes obras del escritor y aviador francés-, Gambra expone, con un lenguaje bello e intenso, la importancia de la tradición y el arraigo en la vida del hombre en sociedad.

 

El rito se convierte así en el bálsamo que cierra las heridas que dejan en el alma el espacio y el tiempo. La repetición cíclica, la costumbre, dan sentido y continuidad a la existencia, y en última instancia crean el fervor que distingue a la comunidad humana de la organización mecánica de un hormiguero. Contra esa unión del pasado con el presente y con el futuro se levanta el insensato, que entiende la libertad como un partir de cero cada día. No es que Gambra se oponga a ello, es que lo considera imposible por incompatible con la naturaleza humana y, por tanto, una utopía más.

 

Hemos mencionado la palabra utopía. En nombre de una utopía, la socialista, han existido en Occidente (en Europa o América) grupos terroristas dispuestos a matar por implantarla. Hoy son residuales, y la misma ETA, que sigue siendo marxista-leninista, asesina más por nacionalista que por comunista. Quienes matan hoy en el mundo son otro tipo de terroristas, los yihadistas. Y en Palestina lo hace de manera particular una organización, Hamás, que para mayor desgracia ganó las elecciones de enero de 2006. Matthew Levitt acaba de publicar en español su obra al respecto: Hamás. Política, beneficencia y terrorismo al servicio de la yihad (Belacqva).

 

El autor es un especialista en Oriente Próximo que ha trabajado en el servicio de Inteligencia del Departamento del Tesoro norteamericano, y ha prestado también su colaboración al FBI. Para esta obra, que resume años de investigación, ha dispuesto de fuentes muy herméticas, abiertas exclusivamente para él.

 

Estamos ante un trabajo casi definitivo sobre la naturaleza del terrorismo palestino, pues aunque Hamás sólo es una parte de él, y relativamente moderna (finales de los 80), constituye ahora mismo la mayor preocupación para los expertos, precisamente por su poder. Levitt demuestra con contundencia en estas páginas que en Hamás no hay ramas separadas, sino que sus labores asistenciales (su gancho en Europa, de donde les llega cuantiosa ayuda económica) o su actividad política forman una unidad con la comisión de atentados. Y advierte de que, si bien Hamás sólo atenta en Israel, o en Gaza y Cisjordania, podría sacar su actividad terrorista a otros lugares si llegase a verla imposible, o poco rentable políticamente, en los territorios citados. Ya se han detectado, explica, contactos con Al Qaeda porque esta organización intentaría suplir sus bajas en Afganistán o Irak con miembros de Hamás.

 

En fin, "el que avisa no es traidor". O tal vez alguien piense que Levitt es un "pájaro de mal agüero". Cualquiera de las dos expresiones con que le califiquemos es inmediatamente entendida por todos. Son frases hechas que forman parte del habla común, y figuran entre varios miles más en el Diccionario de fraseología española (Abada) que acaban de dar a la imprenta Jesús Cantera Ortiz de Urbina (uno de los grandes paremiólogos de nuestro país) y Pedro Gomis Blanco.

 

La gran riqueza expresiva de la lengua castellana queda aquí reflejada a través de locuciones, idiotismos y modismos que empleamos con mayor frecuencia de lo que parece, y cuyo significado casi siempre conocemos, pero también depara sorpresas. Es apasionante asimismo conocer el origen de las que provienen de referencias clásicas o hechos históricos olvidados.

 

En fin, que no nos estrujamos más el magín, y confiando en que no hayan sido estos párrafos como las coplas de Calaínos ni hayamos echado la pulga tras la oreja de nadie, prometemos mudar de bisiesto en lo sucesivo. Y si no, que lo pague el culo del fraile.

 

(Y si no han entendido... ya saben cómo remediarlo.)

 

Carmelo López-Arias

El Semanal Digital, 4 de mayo de 2007

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