Representación política y no territorial, imprudentes
Los "catalanistas" del PSC, en torno a Castells y a Obiols, añorantes de Pasqual Maragall, quieren marcar sus distancias con el PSOE, y piden ya un Grupo propio en el Congreso de los Diputados. Tienen, ellos sí, el número necesario de diputados electos, que son cinco, pero el camino que se está abriendo lleva hacia un cambio político de gran calado. Antes de dar un paso más sería bueno que los políticos tuviesen la valentía de analizar sus propuestas y de explicar a la gente las consecuencias.
Todo esto empezó como una broma, un capricho o, si se quiere, un imposible, cuando mi presidente Miguel Sanz habló de la posibilidad de que mi partido, UPN, tuviese voz propia en el Congreso de los Diputados en Madrid. El acuerdo de asociación de UPN al PP, de hecho, prevé que los diputados y senadores que el partido navarro elija en su circunscripción sean miembros de los respectivos Grupos Populares en las Cortes. Algo lógico por razones de tamaño, que se extiende por la misma lógica al Parlamento Europeo ¿O no es lógico?
Las funciones de las Cámaras
Antes aún del acuerdo entre PP y UPN –un pacto que en su momento fue querido sobre todo por Juan Cruz Alli, antes de provocar su escisión- es razonable que las cosas sean así por una estricta lógica constitucional. El Congreso es una Cámara de representación política, ideológica si se quiere, y no tiene cabida fácil una representación localista. Puede hacérsele hueco, por supuesto, pero en la Carrera de San Jerónimo deben primar los debates de alta política y no los de intereses mezquinos. Otra cosa podrá llegar a hacerse, e incluso a hacerse legalmente, pero no es buena para la democracia subpirenaica.
El Senado, en cambio, es la sede de la representación territorial; allí tendría menos sentido la división entre partidos, ya que se trata de defender los intereses de las provincias y regiones. Tampoco sería exactamente el lugar para que PSC o UPN, tuviesen voz privativa, pero dentro de la demencia colectiva sería menos absurdo tolerarlo en la Plaza de la Marina Española.
Si se da satisfacción a las clases políticas catalana (de izquierdas) y navarra (de derechitas) es fácil prever el futuro: en una legislatura o antes galoparemos también en esto hacia un "café para todos" disgregador del que no faltan precedentes. No lo olvidemos, hermanos, que el pecado colectivo de los españoles no es la lujuria, aunque nos gustase, ni la ira: es la envidia. Nadie quiere ser menos que nadie, y en esta tormenta de verano navarra no hay más que el aperitivo de lo que todas las minorías dirigentes pedirían llegado el momento, desde Fuenterrabía a la Playa de las Américas, por fueros o por fandangos.
Sólo hay una solución, que requiere una clase política nacional: negarles el capricho a los partidos periféricos, y hacerlo ahora. Tengo razones para confiar en el patriotismo de Rajoy, y para dudar del de Zapatero. Ambos tendrán en esto ocasión de lucirse.
Gobierno para todos
Mientras tanto, y careciendo UPN de portavoz propio en el Congreso, Navarra afronta el comienzo de curso con Gobierno nuevo. Gobierno nuevo para Fueros seculares, una buena combinación. Una docena de consejeros, veteranos y novatos, y tres docenas de directores generales; ya les iremos poniendo nota, al tiempo que vamos viendo qué hacen, y a quién hacen caso. De momento, aparte del presidente, tenemos que destacar a tres personas en la columna vertebral del Ejecutivo regional: Javier Caballero Martínez, vicepresidente primero y consejero de Interior y Justicia, todo un símbolo de la Navarra de Sanz (pero no de la UPN de toda la vida, ni mucho menos, por cierto), Álvaro Miranda Simavilla, vicepresidente segundo, consejero de Obras Públicas y símbolo de los logros estructurales y de la bonanza económica a los que todo parecemos subordinar, y mi amigo Alberto Catalán, ahora consejero de Relaciones Institucionales y portavoz del Gobierno.
Ahora que se me ocurre. Ya que tanto traemos y llevamos los fueros y sus amejoramientos, y ya que en esa palabra medieval tantas diferencias basamos o queremos hacer basar, ¿no sería el momento de examinar a todos los miembros de la Administración Superior de sus conocimientos forales? No sea que estemos construyendo sobre arena y que estemos exigiendo diferencias por el gusto de hacerlo pero sin que los protagonistas sepan de verdad de qué narices hablan.
Pascual Tamburri
El Semanal Digital, 23 de agosto de 2003
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