El Papa frente a las utopías políticas
Hoy, centenares de teólogos insisten en hablar de todo excepto de la esencia de la fe cristiana, considerando esos temas irrelevantes para las inquietudes contemporáneas. En Spe Salvi, Benedicto XVI demuestra –quizás sin esa intención– lo equivocadas que están esas suposiciones. Un tema de gran alcance en esta encíclica es que un mundo sin esperanza, o que reduce la esperanza a la creación de utopías terrenales, facilita una visión de la política que no sólo esclaviza, sino que mata.
Benedicto XVI comienza por observar que la esperanza cristiana de la vida después de la muerte presenta una visión radicalmente distinta del destino humano comparada con la de las religiones paganas del Imperio Romano. Benedicto XVI escribe que "sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban 'sin Dios' y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío."
Pero la insistencia del cristianismo en la posibilidad de la vida eterna, dice Benedicto XVI, reorientó la historia humana de manera fundamental. Salvó a la Europa pagana de entender la vida como algo que esencialmente carecía de objeto. El cristianismo animó a la gente a ver el mundo como un lugar en el que las cosas tenían sentido. El mismo Dios que dio al hombre la esperanza de la vida eterna se entendía como una deidad completamente racional –el Logos–, en lugar de una divinidad voluntariosa y caprichosa.
Así, la astrología comenzó a dar paso a la astronomía, mientras los seres humanos aceleraban su búsqueda de la verdad, confiados en que la existencia de la humanidad no era un mero producto de la casualidad o de un maestro relojero, sino que venía de un Dios que era simultáneamente amor (Caritas) y verdad (Veritas).
No obstante, desde el punto de vista de Benedicto XVI, las cosas empezaron a torcerse con la Ilustración. No es que adopte el argumento de que "la-Ilustración-es-fruto-del-demonio" que a menudo se halla entre los excesivamente tradicionalistas. Cualquier que esté familiarizado con los escritos de Benedicto XVI sabe que hay mucho en ese diverso movimiento intelectual que él admira. Lo que Benedicto XVI quiere decir es que algunos pensadores de la Ilustración, como el científico-filósofo Francis Bacon, creyeron que la razón humana finalmente podría resolver todos los problemas de la humanidad.
Esta ideología del progreso, sugiere Benedicto XVI, dio como resultado que la gente imaginase que era posible materializar el Reino del Dios en la tierra. El Papa sostiene que la revolución francesa fue el primer intento de implementar esa ideología. Todo eso acabó en pasar por la guillotina a cualquier persona que fuese considerada por los altos sacerdotes laicos de la revolución como un obstáculo en el camino de la liberté, égalité, fraternité.
Desafortunadamente, la fe del progresismo en la capacidad de la humanidad para crear paraísos terrenales a través de la política no ha disminuido. Fue el eje central del proyecto marxista que devastó al siglo XX, como señala el Papa.
En opinión de Benedicto XVI, el marxismo no podía evitar dejar tras él "un reguero de sobrecogedora destrucción". El Papa dice que Marx prácticamente no dijo nada sobre el estado final de su prometido cielo en la tierra porque "se olvidó del hombre y se olvidó de la libertad del hombre". En otras palabras, una vez que se acepta la realidad de la libertad humana, se sabe que la sociedad nunca puede ser estática ni perfecta. No hay un "fin de la historia" diseñado por el hombre.
La negación de la libertad por el marxismo significó que su política jamás podría ir más allá de la fase de la "dictadura del proletariado". Benedicto XVI ironiza al afirmar que "tras el éxito de la revolución, Lenin pudo percatarse de que en los escritos del maestro no había ninguna indicación sobre cómo proceder".
La esperanza cristiana, en opinión del Papa, ofrece una comprensión distinta de la política. También difiere de forma importante de la de los teócratas de todas las religiones, de la mayoría de los teólogos de la liberación y, muy tristemente, de algunos activistas cristianos de la justicia social. Benedicto XVI escribe que "el cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá".
En lugar de eso, el cristianismo relativiza la política.
Sí, los cristianos –de hecho, todos– deberíamos trabajar para hacer que la sociedad sea más auténticamente libre y humana. La política puede contribuir a este fin. Pero asumir que el activismo político potencialmente puede crear una sociedad humana perfecta es negar la verdad de la libertad e imperfección humanas y poner al hombre y la tierra en el lugar de Dios y el cielo. Benedicto XVI concluye así: "Así, aunque sea necesario un empeño constante para mejorar el mundo, el mundo mejor del mañana no puede ser el contenido propio y suficiente de nuestra esperanza".
Es un mensaje aleccionador sobre la política. Es poco probable que sea bien recibido en una serie de círculos, tanto cristianos como no cristianos. No obstante, Spe Salvi nos recuerda delicadamente que no permitamos que la política sucumba a tendencias arrogantes, sea cual fuere la fuente de la que provenga, religiosa o laica.
Ése es un mensaje político que sin duda merece la pena escuchar.
Samuel Gregg, doctorado en Filosofía por la Universidad de Oxford, es director de Investigación del Instituto Acton y autor de The Commercial Society (2007).
*Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.
Libertad Digital, suplemento Religión, 20 de diciembre de 2007
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