Poder: capacidad de infligir dolor y humillación
En una perfecta escenificación del síndrome de Estocolmo, Clara Rojas concibió un hijo de un guerrillero de las FARC “cuyo nombre no recuerdo y creo que está muerto”. Cuando el niño tenía dos años, los guerrilleros se lo arrebataron a su madre -su padre ya debía estar muerto o quizás en misión de servicio al pueblo en cualquier lugar donde no estuviera su hijo- y para llevarle a un sitio donde le curaran. Al parecer lo dejaron en una casa de campesinos, supongo para que muriera.
Sólo que los campesinos, más humanos que los guerrilleros con los que colaboran. Dejaron al niño en un hospicio, que es donde lo ha encontrado la Administración colombiana.
Es decir, que el ‘Ejército’ -que así quiere don Hugo Chávez que le llamen- de Manuel Marulanda ha negociado con un niño que habían dado por muerto y abandonado, a espaldas de su madre, otra ‘liberada’.
Con todo ello, el precitado Hugo Chávez ha montado la más repugnante operación de autoalabanza, donde no han faltado el beso de los niños de otra liberada, así como la exigencia a Europa de que retire a dos grupos terroristas colombianos de la lista de... grupos terroristas.
Esto es lo que debe cambiar en el populismo indigenista hispanoamericano. En ese mundo, el poder se identifica con la capacidad de producir dolor y humillación al prójimo. El descaro de personajes del tipo Hugo Chávez, capaces de sacar rendimiento a ese dolor, ya es para nota.
Esto es lo que debe cambiar en Iberoamérica. Cuanto antes, mejor.
Eulogio López
Hispanidad, 14 de enero de 2008
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