Lo que se puede esperar de Rajoy
El cara a cara de Zapatero y Rajoy este lunes ha sido un fidelísimo reflejo de la situación de la política española. Ha puesto de manifiesto la urgencia de un cambio de Gobierno, la abstracción y el corto recorrido del presidente; el perfil de Rajoy y, sobre todo, de qué se puede y de qué no se puede hablar en nuestro país.
Los líderes de los partidos en España debaten poco y lo hacen en el Congreso con un formato en el que es muy difícil que se produzca un auténtico cuerpo a cuerpo. Eso provoca, a menudo, una sucesión de monólogos en los que no es necesario argumentar y contrargumentar. El otro no cuenta y es fácil que los discursos no lleguen a cruzarse. Se fomentan así mensajes sin dramaticidad, cerrados, dirigidos a los convencidos.
El fenómeno, en el caso de Zapatero, se agiganta. El famoso “cordón sanitario” que ha regido en la Carrera de San Jerónimo en la legislatura ha permitido a los socialistas silenciar con muchas voces la única voz que les criticaba. Una mayoría de medios de comunicación afines ha contribuido a generar un “sistema perfecto” en el que los mensajes y los discursos no tenían que hacer cuentas con la realidad. Pero ha llegado la denostada televisión y, por una vez, se ha convertido en esa “ventana a la realidad” de la que hablaban los teóricos ingenuos de los años 50. La televisión se ha convertido en la ventana que le ha puesto a Zapatero delante al “otro”.
Pasó ya en el programa Tengo una pregunta para usted y se ha repetido este lunes. Cuando aparece “el otro”, Zapatero se pone muy tenso y, sobre todo, revela su poca capacidad para argumentar, o lo que es lo mismo, su absoluta falta de concreción. El discurso del presidente del Gobierno suele estar construido con generalidades, y eso se hace evidente cuando tiene delante a un Rajoy o a un paisano que le pregunta cuánto vale un café. Entonces reacciona dándole vueltas a los conceptos. La actitud circular refleja su pobreza. El arte de razonar y de argumentar está siempre ligado al arte de lo concreto. Lo desconoce. Cuando el “otro” irrumpe y pone de manifiesto la incoherencia de su actitud, Zapatero se pone a la defensiva y recurre al pasado (la guerra de Iraq es el gran ejemplo). También suele refugiarse en su intenciones o en su voluntad de cambiar las cosas (“tengo el firme compromiso de...”) y suele mostrarse violento. Hemos visto pues, gracias al debate, hasta qué punto el presidente está desnudo. Lo han visto muchos de sus votantes.
También hemos conocido mejor a Rajoy, hasta ahora muy sepultado por los clichés que sobre él han fabricado la prensa afín al Gobierno y también la prensa contraria al Gobierno, que prefiere a otro líder en el centro-derecha. La impresión es que Rajoy puede estar a la altura de las tareas propias del inquilino de la Moncloa. También hemos visto sus límites y los límites de la política, que es siempre subsidiaria de un cambio cultural. Rajoy se ha atrevido en el debate a revindicar cuestiones que hasta ahora eran tabú. Ha hablado de la integración de los inmigrantes, de la necesidad de limitar la entrada indiscriminada de extranjeros, de la agresión a las víctimas del terrorismo, de la impostura de ciertos artistas que apoyan a Zapatero... Son temas que un líder del centro-derecha no podía mencionar hasta hace poco tiempo.
Se ha producido un cambio cultural. Hemos cambiado: antes enterrábamos a las víctimas con vergüenza y ahora las consideramos nuestro orgullo; antes nos conformábamos con decir que no éramos racistas y ahora sabemos que tenemos un problema serio. Los políticos normales no lideran esos cambios, los políticos excepcionales sí. Y Rajoy es un político normal. Por eso no entró al trapo de lo que Zapatero llama extensión de derechos: aborto, eutanasia, divorcio rápido, matrimonio homosexual y demás obras de ingeniería social nefastas que este Gobierno ha puesto en marcha.
Rajoy puede propiciar un cambio de Gobierno pero no puede liderar el cambio que fomente el respeto por la vida, la familia. El ejemplo más claro lo tenemos en Educación para la Ciudadanía: ha hecho falta un gran movimiento de base para que se comprometiera a eliminarla. En circunstancias normales, primero se producen los cambios culturales, luego los políticos. La tarea está por hacer.
Fernando de Haro
Páginas Digital, 27 de febrero de 2008
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