Un análisis de Alexandra Viatteau: Totalitarismo blando y sociedad infantilizada
Los libros de historia podrán decir lo que quieran, hacernos creer que totalitarismos como el soviético cayeron hace casi veinte años y que, en consecuencia, vivimos en el mejor de los mundos: en un estado de bienestar en el que la gente ha dado la espalda a esos experimentos de ingeniería social que caracterizaron al siglo XX. El estalinismo ha muerto y ha triunfado un concepto de la libertad sin límites que nos vacunaría de volver al pasado. Si encima tenemos la suerte de vivir en la Europa posmoderna, le hemos dicho definitivamente adiós a esos tiempos de penuria y ciega obediencia a consignas de partido o líderes carismáticos. Pero una historiadora francesa de origen polaco, Alexandra Viatteau, se empeña en despertarnos de esos ensueños, del "no pasa nada" elevado a la categoría de dogma incuestionable. Mas si presentar este discurso en Francia se encuentra con el rechazo o la indiferencia, ¿qué podríamos decir de España, país instalado en la poshistoria salvo en lo referente a la mitificación de algunos acontecimientos sucedidos desde 1931?
Alexandra Viatteau ha publicado un libro, La société infantile (éditions Hora Decima, 2007), en la que se atreve a comparar el totalitarismo de la URSS, pues es una especialista en la historia de ese país y de la Polonia comunista, con las actitudes mentales extendidas en nuestra sociedad occidental posmoderna. El panorama presentado por la autora, en el que no sería difícil ver a España como alumna aventajada, nos presenta a una sociedad que se deja llevar por el visceralismo de las emociones colectivas y evita las cuestiones de fondo. En muchas ocasiones todo intento de raciocinio recibe como respuesta el grito o el insulto. Es muy característico de una sociedad infantil cuya existencia debe bastante a un sistema que pretende ser educativo aunque no eduque precisamente en la responsabilidad. A este respecto, Viattaeu denuncia que la enseñanza se está convirtiendo en un ejercicio de relaciones humanas más que de transmisión de saberes, los profesores son más "acompañantes" o de "apoyo" que educadores; y lo peor es que los conocimientos no se construyen alrededor del saber sino de la discusión permanente. Por lo demás, hemos llegado al extremo de que todo comunicador que se precie, debe exhibir nutridas dosis de ironía o de provocación, y sería capaz de justificar sus gesticulaciones o insultos en nombre de la justicia o de un mundo mejor. ¿Y qué decir del mundo de la creación artística, el de los “subversivos subvencionados”, en expresión de Viatteau? Esos creadores imponen sus gustos en la creencia de que no existe la verdad, aunque por lo visto tampoco la inteligencia o el buen gusto. Vivimos tiempos de un narcismo colectivo, y cuando hay narcisismo impera el tribalismo, segura antesala del odio. Sin embargo, no todo es perceptible en el mundo de lo “políticamente correcto” porque un neolenguaje, no muy diferente al del 1984 orwelliano, sirve para ocultar la realidad.
¿Cómo hemos llegado a esta situación de “totalitarismo blando”, una expresión que agradaría a un Tocqueville, denunciador de la tiranía de la mayoría? Viatteau nos recuerda que es el resultado del hedonismo libertario de mayo del 68. Los años han puesto al descubierto que más que una rebeldía, aquel movimiento era una nueva forma de conformismo materialista y cínico. Con todo, la profesora franco-polaca insiste en buscar relaciones de la situación actual con la época soviética. Por ejemplo, Lenin era un especialista en la manipulación de las masas y un fustigador de la moral burguesa. Stalin calificaba a los psicólogos de “ingenieros de almas”, y hoy en día algunos dogmas del psicoanálisis están contribuyendo, según Viatteau, a la fabricación de un nuevo tipo de hombre totalitario. Pero quizás un modelo para nuestro tiempo sería el de Wilhem Reich, predicador de la liberación sexual y militante comunista, en el que las ansias liberadoras pasaban sobre todo por escapar de la prisión del cuerpo y dar riendas sueltas a los deseos. Todo lo contrario de la idea aristótelica de que la libertad verdadera pasa por un hombre dueño de sí mismo y de sus impulsos. Quizá los “bohemios burgueses” de nuestro tiempo sean un buen ejemplo de que el marxismo o el leninismo no han muerto por completo, pese a que la bandera roja fuera arriada del Kremlin.
Libros como el de Alexandra Viatteau nos pueden parecer un tanto desordenados en su aluvión de interesantes ideas y reflexiones, pero tienen el indudable mérito de llamar la atención sobre un totalitarismo de nuevo cuño, “un fascismo interiorizado y voluntario”, en expresión de su autora.
Antonio R. Rubio Plo, Historiador y Analista de Relaciones Internacionales
Análisis Digital, 7 de marzo de 2008
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