El Libro negro de la Revolución Francesa: toda la verdad
Una revisión que viene de lejos
Entre la conmemoración del primer centenario y la del segundo de la Revolución Francesa (1889 y 1989 respectivamente) se verificó un cambio saludable en las mentalidades y en las actitudes. De los fastos ditirámbicos y triunfalistas de la Tercera República –masónica y rabiosamente anticlerical y antimonárquica– se pasó a las celebraciones más ponderadas de la Francia de Mitterrand, durante las cuales se puso de manifiesto el desgaste del mito revolucionario. Ese mismo año, como contrapunto, se recordaba el cuarto centenario de la Casa de Borbón con el advenimiento al trono de Enrique IV, lo cual dio lugar a importantes manifestaciones de los diferentes grupos monárquicos, que ya habían organizado por todo lo alto los festejos del milenario de los Capetos en 1987 y volverían a mostrar poder de convocatoria para el sesquimilenario de la conversión de Clodoveo en 1996, cosa impensable cien años atrás.
¿Qué había pasado? Simplemente que la historiografía había dejado de acatar los dictados de la propaganda jacobina republicana y comenzaba a estudiarse los hechos despojados de sus disfraces y pudibundas vestimentas, en su implacable desnudez. Un libro –hoy clásico– abrió la brecha en la espesa muralla de la censura ideológica: La Révolution Françaisede Pierre Gaxotte, que ha conocido múltiples ediciones y traducciones desde su aparición en 1928 y sigue constituyendo un punto de referencia obligado para los estudiosos, incluso para aquellos que no están de acuerdo con su visión crítica del mito fundador del mundo moderno.
La Revolución, en efecto, se divulgaba como un hecho liberador: de la opresión, del despotismo, de la miseria, de la servidumbre a los que tenían sometido al pueblo la monarquía y los que de ella vivían (el clero y la nobleza). La Revolución había proclamado el triple lema de libertad-igualdad-fraternidad, desarrollado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y lo había impuesto no sólo a Francia sino al mundo entero. En lo sucesivo, todos los movimientos subversivos del orden establecido –desde la Insurrección de Julio hasta la Revolución de Octubre– se reconocieron en la gesta cuyo punto de partida simbólico fue la toma de la Bastilla, la “fortaleza del despotismo”. En cuanto al baño de sangre que sobrevino en la Francia revolucionaria, se lo disculpaba como un mal necesario para la regeneración nacional, para la “salvación pública”. Ya algunos autores como Franz Funck-Brentano se habían ocupado en refutar ciertos aspectos de la cuestión (por ejemplo, la verdadera naturaleza y compleja realidad del Antiguo Régimen). El libro de Gaxotte desmontaba todo el andamiaje.
Sin embargo, el dominio tradicional que detentaba la izquierda en el mundo intelectual francés era difícil de contestar. Gaxotte fue acusado de monárquico y contrarrevolucionario, una manera de desacreditar al autor sin tomarse la molestia de refutar sus tesis. La Revolución sólo podía ser contada por los jacobinos (Aulard) y los marxistas (Lefèbvre, Soboul). Habría que esperar todavía a 1965 para que François Furet, con la colaboración de su cuñado Denis Richet, encendiera el polvorín con su libro de casi un millar de páginas también intitulado La Révolution Française, que marcó un antes y un después en la historiografía. Un segundo volumen, Penser la Révolution Française (publicado en 1978), contribuyó decisivamente a desacralizar el mito, incidiendo en la necesidad de liberar al análisis histórico de la Revolución de la leyenda, de la poesía y lo panfletario y de mostrar crudamente los hechos. Contemporáneamente, desde el mundo anglosajón (Elizabeth Eisenstein, George Taylor), se planteaba la crítica al uso unívoco de conceptos como feudalismo, burguesía y capitalismo, presentes en la interpretación marxista.
Desde entonces y, sobre todo, con ocasión del bicentenario, se ha enriquecido la reflexión histórica sobre la Revolución Francesa con nuevos e interesantes aportes. Entre éstos no podía faltar la visión que podríamos llamar anticonformista y que, por supuesto, ha incorporado y se ha beneficiado de las adquisiciones de la investigación histórica desde los tiempos en los que un Burke (Reflections on the Revolution in France) y un Joseph de Maistre (Considérations sur la France) ofrecían la visión conservadora de la Revolución o en los que un abate Barruel (Mémoires pour servir à l’Histoire du Jacobinisme) y un Crétineau-Joly (L’Église Romaine en face de la Révolution) enarbolaban la interpretación católica de unos hechos que remecieron la sociedad europea de la época e iban a influir en ella duraderamente.
Le Livre noir de la Révolution française. Bajo la dirección de Renaud Escande. 884 pp. Les Éditions du Cerf. Collection « L’Histoire à vif ». Enero 2008.
Rodolfo Vargas Rubio
El Manifiesto, 10 de abril de 2008
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