El gran farsante
Después de treinta años de terrorismo y haber causado centenares de muertes, el IRA no ha conseguido ningún objetivo. Por tanto, en lugar de justificar la violencia del IRA, de mayor utilidad para la paz sería que Gerry Adams reconociera que el principal logro del IRA ha sido polarizar a la sociedad norirlandesa.
Las «memorias políticas» de Gerry Adams son un aburrido libro de ficción repleto de mentiras que ninguna luz aportan sobre los motivos que han llevado al IRA a decretar el final de su campaña. Adams construye una versión del proceso de paz que prestigiosos analistas irlandeses han definido como «un cuento de hadas».
Adams busca consolidar la imagen de hombre que tantos esfuerzos por la paz habría realizado, noción que cala en muchos españoles que incluso desean una réplica para el ámbito vasco. Pero Adams no es el artífice de la paz en Irlanda, aunque sí un hábil político y un sensacional farsante. Una muestra de ello es que para muchas personas en nuestro país resulta incuestionable la afirmación de Adams de que jamás ha sido miembro del IRA. ¿Qué credibilidad tienen sus memorias cuando es un hecho irrefutable que Adams ha sido y continúa siendo uno de los máximos dirigentes del grupo terrorista? La admisión de su activismo y de cómo llegó a ordenar asesinatos y por qué dejó de sancionarlos resultaría sin duda mucho más esclarecedora para entender por qué el IRA decretó el alto el fuego, todo ello ausente de su libro.
Y es que Adams busca hacerse en la historia con un puesto que no le corresponde, reproduciendo falsedades que en nada contribuyen a la paz que dice buscar. Más loable sería su actitud si reconociera su rotundo fracaso personal y político, pues es un hecho demostrable que, después de treinta años de terrorismo y de haber causado centenares de muertes, el IRA no ha conseguido ninguno de sus objetivos. Por tanto, en lugar de ensalzar y justificar la violencia del IRA, como hace Adams en todo momento, de mayor utilidad para la paz sería reconocer que el principal logro del IRA ha sido polarizar a la sociedad norirlandesa.
Hay quienes veneran a Adams porque dicen que ha conseguido atraer a una organización como el IRA hacia la paz. Menos heroica parece esa supuesta hazaña cuando se descubre que desde los años ochenta otros activistas del IRA exigieron el final del terrorismo, para encontrarse con la amenaza de muerte y el ostracismo por parte de la cúpula dirigida por Adams y Martin McGuinness, implacables al defender el control del grupo terrorista. Resulta peligroso esconder esa parte de la historia mientras se prostituye el resto. Así lo hace Adams al presentarse constantemente como un hombre pacífico que formó el movimiento por los derechos civiles a finales de los años sesenta para denunciar las injusticias contra los católicos, justificando la violencia del IRA como necesaria ante la ineficacia de los métodos pacíficos.
Es totalmente falso que Adams desempeñara tal protagonismo en un movimiento que sí fue eficaz. En 1968 Séamus Rodgers, representante del Sinn Féin en Donegal, reconoció que en unos meses el movimiento por los derechos civiles, a través de sus manifestaciones pacíficas, había conseguido mucho más que el IRA en toda su vida.
La violencia no fue «un mal necesario», como le gusta explicar a Adams con rostro consternado como si le dolieran cada una de las víctimas que él ha causado. La violencia fue el resultado del cálculo estratégico y deliberado de un grupo de personas, entre ellas él mismo. Mientras miles de ciudadanos norirlandeses desafiaban al IRA rechazando el terrorismo, Adams no tenía ningún reparo en utilizarlo.
Es a esas personas a quienes se les debe agradecer la paz que hoy vive Irlanda del Norte. Su dignidad y su valentía contrastan con la cobardía de Adams, el carismático líder que maquilla su derrota con el disfraz de pacifista que en absoluto le corresponde.
Rogelio Alonso, ABC, 17/2/2005
Las «memorias políticas» de Gerry Adams son un aburrido libro de ficción repleto de mentiras que ninguna luz aportan sobre los motivos que han llevado al IRA a decretar el final de su campaña. Adams construye una versión del proceso de paz que prestigiosos analistas irlandeses han definido como «un cuento de hadas».
Adams busca consolidar la imagen de hombre que tantos esfuerzos por la paz habría realizado, noción que cala en muchos españoles que incluso desean una réplica para el ámbito vasco. Pero Adams no es el artífice de la paz en Irlanda, aunque sí un hábil político y un sensacional farsante. Una muestra de ello es que para muchas personas en nuestro país resulta incuestionable la afirmación de Adams de que jamás ha sido miembro del IRA. ¿Qué credibilidad tienen sus memorias cuando es un hecho irrefutable que Adams ha sido y continúa siendo uno de los máximos dirigentes del grupo terrorista? La admisión de su activismo y de cómo llegó a ordenar asesinatos y por qué dejó de sancionarlos resultaría sin duda mucho más esclarecedora para entender por qué el IRA decretó el alto el fuego, todo ello ausente de su libro.
Y es que Adams busca hacerse en la historia con un puesto que no le corresponde, reproduciendo falsedades que en nada contribuyen a la paz que dice buscar. Más loable sería su actitud si reconociera su rotundo fracaso personal y político, pues es un hecho demostrable que, después de treinta años de terrorismo y de haber causado centenares de muertes, el IRA no ha conseguido ninguno de sus objetivos. Por tanto, en lugar de ensalzar y justificar la violencia del IRA, como hace Adams en todo momento, de mayor utilidad para la paz sería reconocer que el principal logro del IRA ha sido polarizar a la sociedad norirlandesa.
Hay quienes veneran a Adams porque dicen que ha conseguido atraer a una organización como el IRA hacia la paz. Menos heroica parece esa supuesta hazaña cuando se descubre que desde los años ochenta otros activistas del IRA exigieron el final del terrorismo, para encontrarse con la amenaza de muerte y el ostracismo por parte de la cúpula dirigida por Adams y Martin McGuinness, implacables al defender el control del grupo terrorista. Resulta peligroso esconder esa parte de la historia mientras se prostituye el resto. Así lo hace Adams al presentarse constantemente como un hombre pacífico que formó el movimiento por los derechos civiles a finales de los años sesenta para denunciar las injusticias contra los católicos, justificando la violencia del IRA como necesaria ante la ineficacia de los métodos pacíficos.
Es totalmente falso que Adams desempeñara tal protagonismo en un movimiento que sí fue eficaz. En 1968 Séamus Rodgers, representante del Sinn Féin en Donegal, reconoció que en unos meses el movimiento por los derechos civiles, a través de sus manifestaciones pacíficas, había conseguido mucho más que el IRA en toda su vida.
La violencia no fue «un mal necesario», como le gusta explicar a Adams con rostro consternado como si le dolieran cada una de las víctimas que él ha causado. La violencia fue el resultado del cálculo estratégico y deliberado de un grupo de personas, entre ellas él mismo. Mientras miles de ciudadanos norirlandeses desafiaban al IRA rechazando el terrorismo, Adams no tenía ningún reparo en utilizarlo.
Es a esas personas a quienes se les debe agradecer la paz que hoy vive Irlanda del Norte. Su dignidad y su valentía contrastan con la cobardía de Adams, el carismático líder que maquilla su derrota con el disfraz de pacifista que en absoluto le corresponde.
Rogelio Alonso, ABC, 17/2/2005
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