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Los disidentes del nacionalismo

Quien haya nacido en una sociedad nacionalista, conoce muy bien la sensación de ser un patito feo. O mejor dicho, una oveja negra, con cuya imagen se presenta el libro de Fusi. Semejante frontispicio capta a la perfección la sensación de desamparo político que sienten los no nacionalistas allá donde el colectivismo triunfa. 

Normalmente, el que no comulga con la religión tribal tiende hacia el cosmopolitismo y a formar su identidad a partir de sus experiencias, lecturas, amistades, trabajo o familia. Su identidad es porosa y se deja influir por aquello que considera que aporta algo a su vida. Por ello, discrepa con quienes creen que el hombre sólo se autorealiza y alcanza su plenitud a través de la colectividad. 

En Identidades proscritas, el historiador donostiarra Juan Pablo Fusi presenta un bosquejo de la historia de Euskadi, Sudáfrica, Escocia, Irlanda, Canadá y del pueblo judío. 

Desgraciadamente, en este libro no hallamos los motivos por los cuales los divergentes se desmarcan de la corriente nacionalista mayoritaria, salvo en casos contados como el del conocido abogado defensor de Mandela, Bram Fischer quién, a pesar de ser afrikáner, se rebeló contra el Aparheid y acabó también en prisión. 

Por otro lado, Fusi comprime mucha historia en pocas páginas y a veces da la sensación de que el libro se ha recortado en exceso para no lanzar al mercado un volumen que rondara el millar de páginas. 

Aun con todo, el libro prueba que el nacionalismo no ha conseguido destruir por completo la rica diversidad de las sociedades en que se implanta. Por ejemplo, en Escocia el nacionalismo no arrancó hasta comienzo del siglo XX de la mano del poeta antisemita MacDiarmid que osciló entre el tribalismo y el comunismo y acabó fracasando en todas sus empresas políticas.

Es más, tal y como recuerda el autor, Escocia, aunque dotada de una “fuerte identidad particular (…) no votaba nacionalista”.   

Incluso en la famosa Québec, modelo que Ibarretxe tiene en mente para Euskadi, los dos referendos de secesión celebrados se han saldado con sendos fracasos para el nacionalismo.  

De nuevo, se viene a demostrar que este territorio “fue parte constitutiva de Canadá” y no solamente “un país católico y una cultura francesa”. Máxime, porque “el hecho inglés y la minoría anglófona, tuvieron importancia considerable”. Es más, en términos culturales, el escritor más importante de Québec, Mordecai Richler (1931-2001) no era precisamente un ardiente defensor del terruño sino más bien un crítico feroz del nacionalismo, ideología a la que tachó como de ultramontana y antisemita. 

Probablemente Richler hubiera reconocido esos mismos rasgos en el fundador del PNV, quien nunca aceptó que el País Vasco hubiera dejado de ser aquella “comunidad orgánica basada en vínculos de etnicidad (sic) y parentesco” o en la Irlanda de Valera en la que la Iglesia, constitucionalmente, se erigía en “guardiana de la Fe”.   

A pesar de los esfuerzos nacionalistas por callar a tantos otros personajes como el citado quebequés, los escritores irlandeses Yeats y Casey o Unamuno y Juaristi en España, en todas partes donde se quiere reducir a las personas a mero rebaño, siempre habrá más de una oveja negra que reclame su negritud, como un verdadero hecho diferencial.   

En esta hora, en este instante, ser negro, aún para quienes no hablen euskera, es preferible a seguir siendo cómplice de la dictadura silenciosa. El propio Fusi ha seguido este camino al denunciar el deseo de algunos de “liquidar el Estado de las Autonomías , lo cual es otro motivo más para recomendarles este libro.  

Por Gorka Echevarría Zubeldia 

Juan Pablo Fusi: Identidades proscritas: El no nacionalismo en las sociedades nacionalistas. Editorial Seix Barral. Barcelona, 2006. 348 pp  

Libertad Digital, suplemento Libros, 7 de julio de 2006 

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