Rajoy defiende la Constitución mientras Zapatero se juega España
El presidente del PP, Mariano Rajoy, anunció ayer que su partido presentará un recurso ante el Tribunal Constitucional contra el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. Para el centroderecha político "se ha modificado el planteamiento del Estado", ya que José Luis Rodríguez Zapatero ha aceptado que España puede estar compuesta de varias naciones; y además estaría en cuestión la igualdad de los españoles, por la erosión de competencias exclusivas del Estado que Maragall, Mas y Carod-Rovira han logrado con los votos socialistas.
Todo esto es verdad. Sin embargo la realidad es, en cierto, sentido, aún más preocupante.
El 35%" de los votos de una región, Cataluña, ha bastado legalmente para cambiar de hecho la estructura territorial del Estado. Zapatero no consiguió ni con el 11-M una mayoría suficiente para reformar el Título Octavo de la Constitución, ni desde luego los principios generales de los Títulos Preliminar y Primero. Pero una triquiñuela formal le permite legislar contra la Constitución desde los nuevos Estatutos, seguro como está de obtener para eso tanto las mayorías caciquiles necesarias en las distintas regiones y, después, el respaldo del Tribunal Constitucional, politizado.
¿Quiere esto decir que Rajoy no tiene nada que hacer con su recurso y que no hay solución para los males del zapaterismo? Una cierta derecha cobarde y acobardada piensa así, desde su pesimismo atávico. Es la misma derecha que, en nombre de sus prejuicios historicistas, aplaudió o se sonrió cuando Zapatero cabalgó en el islamismo para llegar al poder. Siempre hay un carca dispuesto a pensar que no hay solución, o que ésta debe provenir sólo de la Providencia y de sus derivados.
Es verdad que Zapatero ha metido a España en un atolladero más político que jurídico. Ciertamente la idea de una reforma "de hecho" de la Constitución aprovechando una de las muchas fallas del texto de 1978 demuestra que éste, lejos de ser perfecto, fue el resultado de un compromiso en un momento del pasado. Ese momento está ya lejos de la realidad y aquella componenda demuestra que ha envejecido mal. Pero todo tiene solución, y nada es irreversible.
Técnicamente cualquier Gobierno futuro y cualquier mayoría parlamentaria futura podrán deshacer lo que ahora hace Zapatero, o podrán, por elevación, dejar en papel mojado todas las divagaciones estatutarias. Por eso es importante el recurso del PP: porque revela en el PP y en Rajoy una voluntad de no adaptarse al "nuevo régimen" zapateril, y de corregirlo sin piedad.
Diga lo que diga el Tribunal Constitucional, en el siglo XXI España es una nación. Tan plural como se quiera, pero sólo una nación y sólo una soberanía. Zapatero no lucha contra la Constitución, ni los separatistas catalanes quieren destruir la Constitución, ni ETA pide el fin de la Constitución. Todos ellos están unidos contra el ser histórico de España, que es anterior y superior a la Constitución, y que es lo que verdaderamente debe defenderse de la mentira, de las insidias y de la cobardía.
España no existe porque lo diga la Constitución; España es una nación, un Estado, un sujeto soberano y una comunidad histórica mucho antes de existir esta Constitución. Antes al contrario, la realidad nacional de España es soporte inexcusable de la Carta Magna y de la democracia, que si no no existirían. Por esa razón lo que Rajoy debe defender no es la letra, más o menos equivocada en distintos puntos, de 1978, sino su núcleo esencial: un pueblo, una identidad, una nación, una libertad.
Y esto es, como atinadamente señaló Luis Miguez, un patriotismo español no "de la Constitución, sino en la Constitución". Sobre eso hemos de construir.
Pascual Tamburri
El Semanal Digital, 23 de julio de 2006
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