Una de tantas. Conchi y Aurelio
Cuenta Conchi que, cuando se vive en un cuartel de la Guardia Civil en el País Vasco y dos guardias civiles, desconocidos y de uniforme, se acercan a ti, sobran las palabras. Se notan las respiraciones de las demás esposas contenidas y el alivio al saber que el suyo, su marido, no ha sido esta vez; ha sido el de otra.
Esta vez le toco a Conchi aguantar el chaparrón, con su bebé en brazos. Venía de dar un paseo con una amiga y esos dos compañeros de Aurelio, anónimos, de rostro borroso, le comunicaron que su marido había caído con tres balazos, el último en la cabeza, para rematarlo.
Lo que voy a narrar es el día después, cuando ya no hay políticos haciéndose la foto junto a las víctimas, cuando te quedas sola y te tienes que buscar la vida para sacar a tu familia adelante, cuando ya no eres portada de periódico y pasas a ser un número más de víctimas del terrorismo, sin que nadie se acuerde de lo destrozada que ha quedado tu vida, de que te han roto el futuro y el presente.
Esa noche, cuenta Conchi que se instaló la capilla ardiente en el Gobierno Civil, que no se pudo oficiar ninguna misa por Aurelio, tan sólo un pequeño responso antes de meter el ataúd en un “Hércules”, rumbo a la ciudad natal de Aurelio. En ese avión también viajaba Conchi, con su hija en brazos, con lo puesto, pues ni tiempo tuvo para preparar una maleta. No sé si conocen las comodidades de ese tipo de aviones militares destinados al transporte de mercancías, pero Conchi estuvo sorda durante tres días tras el trayecto.
Había prisa por enterrar pronto a Aurelio, por alejarlo de San Sebastián, por olvidar lo que había pasado. Tanta prisa que, a los dos meses, le dijeron a Conchi que volviera a San Sebastián para desalojar la casa del cuartel donde vivía, que venía otro Guardia destinado y debía desmontar lo que allí tenía.
Conchi, que era huérfana, se quedó sin casa, sin saber donde meter sus pocos muebles y con un bebé de seis meses. La Guardia Civil le adelantó durante un año dinero, hasta que cobró su pensión de viudedad (40.000 de las antiguas pesetas) y su niña la pensión de orfandad (5000 pesetas al mes).
Con veinte años y un bebé, sin trabajo, sin casa, sin amigos, una miserable pensión, un gran dolor, un presente roto y un futuro muy incierto. Con eso se fue Conchi del País Vasco.
¿Lo que allí dejó? Sus sueños, su alegría, su pasado, su marido Aurelio, ese trocito de su existencia, esas horas felices con él bañando a su bebé por primera vez, esos paseos juntos, su aniversario de bodas, los viajes…ese futuro compartido, pues tenían 23 y 20 años.
TODO. Lo dejó todo. Le quitaron todo.
Al llegar a Mérida, ciudad de Aurelio, un gran funeral de despedida. En esa misma iglesia se habían casado 15 meses antes. Conchi jamás ha sido capaz de volver a entrar en ella, ¡hasta ese recuerdo le envenenaron!
Allí sí que quisieron oficiar el funeral los curas. Precisamente el mismo cura que los casó.
Conchi, en el cuarto o quinto banco de la iglesia (los primeros estaban reservados para las autoridades), apenas podía ver la caja de su marido. La tenían drogada y ella se recuerda como un títere; no la dejaban “sufrir”.
Muchas veces es preferible sufrir y poder mantener la capacidad mental intacta para gritar ante tanto hipócrita; es preferible sentir y sufrir para que con el tiempo no te sientas tan mal al pensar que te han utilizado. Los gritos de una viuda no son políticamente correctos, es mejor mantenerla sedada para que no sufra y no grite a la cara lo que realmente piensa de nosotros…
Nadie volvió a preguntar por ella, nadie supo si consiguió sacar a su hija adelante, sola, con esa miseria de pensión, nadie le ofreció un trabajo para poder ganarse la vida; jamás le ha reconocido nuestra sociedad que ella perdiera su pasado, su presente y su futuro a favor de una democracia, de un Estado legítimo de Derecho. Aurelio fue asesinado por defender a España, por llevar un uniforme, por ir a trabajar, por ser Guardia Civil, tener 23 años y estar destinado en el País Vasco.
El asesino de Aurelio no ha cumplido ni un sólo día de cárcel, vive en Venezuela, es un directivo de la delegación de una conocida empresa vasca y tiene una familia que vive económicamente.
Jamás se ha propuesto un tratado de extradición con Venezuela, y eso que ahora sería el momento ideal, con la buena relación que mantiene nuestro ejecutivo con el presidente Chávez.
Nadie conoce a Conchi, pero ella reclama MEMORIA para Aurelio, pide JUSTICIA para ella, para su hija y para Aurelio, y exige DIGNIDAD, la misma dignidad con la que ha rehecho su vida y le ha dado un futuro a su hija.
MEMORIA, DIGNIDAD Y JUSTICIA. Eso nos pide Conchi, al igual que todas las víctimas del Terrorismo, pues, al fin y al cabo, Conchi es “UNA DE TANTAS”.
Por Maria Jesús Gómez
0 comentarios