Los nuevos pacificadores
¿Qué pueden tener en común personajes como el lehendakari Ibarretxe, el dirigente batasuno Pernando Barrena y el ex director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza? A los tres se les pudo ver juntos el pasado 14 de octubre, acompañados de otros líderes socialistas y nacionalistas, durante la inauguración de un ‘centro de educación para la paz’ en Oñate, un pueblo rodeado de montes puntiagudos en el interior de Guipúzcoa. Una de las decenas de iniciativas que ha puesto en marcha el Gobierno vasco con fondos públicos con el fin de imponer en los ambientes una “paz” artificial y teledirigida.
Las jornadas sobre ‘Noviolencia activa’ de San Sebastián, los ‘itinerarios por la paz’ de Llodio, el ‘Diagnóstico y Plan integral de convivencia’ de Amurrio, o la ‘Evaluación de necesidades para la mejora de la convivencia en Hernani’ son algunos de los numerosos proyectos impulsados desde la Consejería vasca de Justicia y que van a suponer un gasto de casi un millón de euros de dinero público.
A esta formidable industria de la paz pertenece también el citado centro de Oñate por cuyas aulas ya han pasado 50 alumnos que, tras un cursillo de tres días, han obtenido el resonante título de ‘agentes de reconciliación’. Al parecer su cometido será tratar de “acercar posturas” en situaciones de sus ambientes cotidianos. La cosa parece haber tenido éxito porque pocos días después de la apertura de la escuela ya eran 300 las solicitudes recibidas de nuevos aspirantes.
No sería de extrañar, a juzgar por la presencia de líderes de Batasuna en la inauguración del baketik de Oñate, que muchos de estos ‘agentes de reconciliación’ sean de aquellos que han defendido o prestado cobertura ideológica a la violencia, lo cual es algo mucho peor que un sarcasmo.
Sin entrar a juzgar las buenas o malas intenciones de los diseñadores de este programa de pacifismo oficial, hay que decir que toda la campaña es un despropósito a gran escala. Primero porque toma como punto de partida la falsa postura de la equidistancia. Aquí no ha existido un conflicto armado entre dos bandos. Lo que ha habido, de un lado, es una banda terrorista que ha asesinado a casi 900 personas, herido a miles y amenazado a decenas de miles y, del otro lado, unas víctimas, unos familiares y una sociedad que, en un ejemplo extraordinario de civismo, no ha respondido jamás con la venganza, sino sólo con el deseo de justicia y de libertad.
Cosa distinta es que, si tomamos como base el sentido de voto en la sucesivas elecciones autonómicas, la sociedad vasca está políticamente partida en dos, entre quienes se sienten más vascos y quienes se sienten más españoles. Pero para que ambas opciones convivan con normalidad no hace falta un programa oficial de reconciliación sino solamente un marco legal adecuado que garantice el ejercicio de los derechos fundamentales a unos y a otros. Para ello, hasta ahora, no se ha demostrado ningún sistema mejor que la autonomía y el actual marco estatutario, aunque sea susceptible de un mayor desarrollo y de mejoras. Pero desde hace años el mundo nacionalista ensaya fórmulas que, de ponerse en práctica, no garantizarían la libertad los derechos de todos y condenarían a la marginalidad a quienes no se consideran “patriotas vascos”.
La violencia de ETA ha envenenado a la sociedad vasca y el antídoto no es la paz que se trata ahora de imponer desde el poder. Se trata de una paz artificial que ignora que la verdadera reconciliación sólo puede surgir desde el arrepentimiento del corazón de cada uno de los terroristas por el mal causado y desde el perdón sincero de cada una de las víctimas. El cambio del corazón es algo único personal y excepcional, es un milagro y no hay dinero público que lo pueda patrocinar.
Ignacio Santa María
Páginas Digital, 6 de noviembre de 2006
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