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Profecías cumplidas e incumplidas

Profecías cumplidas e incumplidas

Hemos comprobado la pertinencia de caracterizar como marxistas o marxistoides a Reig y sus lisénkicos pares. Hasta el título de su libro, Anti Moa, remeda el Anti Dühring, de Engels; aun si, con su incoherencia habitual, Reig niega a cada paso que valga la pena ocuparse de mis modestos escritos.

 

Nuestros marxistas, nunca muy brillantes, tratan la república, la guerra y el franquismo con un enfoque “de clase”, a veces confuso, pero discernible: movimiento obrero o partidos obreros por aquí, partidos burgueses, oligárquicos o fascistas por allá, represión “popular” por un lado, reaccionaria por otro, acción genocida del franquismo contra “el pueblo trabajador”, explotadores culpables de las peores injusticias contra las justas aspiraciones “democráticas” y “avanzadas” de los trabajadores, de “sus” partidos y la pequeña burguesía progresista, etc. Fulminan también la paranoia o histeria anticomunista con que los historiadores revisionistas osamos poner en duda el escrupuloso respeto de los marxistas a la legalidad republicana; o la incomprensible cerrazón con que los reaccionarios cuestionamos la conducta democrática de Stalin, que en definitiva defendió a la república española frente a la traición burguesa de Francia, y no digamos Inglaterra. En síntesis, la república fue un momento de esperanza y triunfo parcial del pueblo explotado, la guerra civil se debió a la reacción de los explotadores incapaces de aceptar la mínima reforma contraria a su interés de clase, y la era de Franco constituyó el triunfo genocida de estos últimos. Varían en matices y terminología, admiten fallos y hasta crímenes ocasionales e involuntarios de los progresistas, frente a la esencial criminalidad de las clases explotadoras: errores del “pueblo” y sus representantes, horrores de las oligarquías reaccionarias. Tal viene a ser el alfa y el omega de las versiones historiográficas progres.

 

Enfoque esencialmente marxista, repito. Pues bien, trataré de explicar brevemente a estos señores por qué ese enfoque solo puede extraviarlos. Decía Koestler que el dominio de la jerga marxista permitía a un idiota pasar por inteligente, y hoy se suele negar carácter científico a la teoría, entre otras cosas porque contiene la vacuna contra la crítica, contra la revisión o “falsación”, en términos popperianos. El marxismo no solo establece un cuerpo de doctrina, sino que achaca a intereses “de clase” reaccionarios la actitud de quienes no lo acatan. De este modo la crítica se vuelve inaceptable por principio y, en un régimen socialista, muy peligrosa para el crítico. Los marxistas no intentan esclarecer los hechos sino calificar rápidamente al discrepante. Lo vimos en el primero de estos artículos, al reseñar la ausencia de debate en torno a la historia reciente: por naturaleza, el crítico es un “enemigo de clase” (de gremio, en este caso), y, o entra en el redil o se le “erradica”, como a Ricardo de la Cierva.

 

Sin embargo, y al revés que la mayoría de sus discípulos, Marx sí tenía espíritu científico. Elaboró unas teorías en principio hipotéticas sobre la evolución de la humanidad, pasó a comprobarlas investigando sobre la sociedad presente, llamada por él capitalista, sentó unas tesis y de acuerdo con ellas hizo diversas predicciones. Su análisis del capitalismo quedó inconcluso (porque comprendió sus errores básicos, sostienen algunos) aunque Engels compiló sus papeles últimos de forma bastante satisfactoria en el tomo III de El capital. Actitud científica y no dogmática, por tanto. Lo cual no quiere decir que acertase. A menudo se señala la naturaleza acumulativa de la ciencia, pero no debe olvidarse su simultáneo rigor selectivo o excluyente. La ciencia avanza también desechando ideas o hipótesis de carácter científico en principio, pero que se demuestran falsas al sufrir lo que Marx habría llamado “la prueba de la práctica”. De hecho suelen ser más las hipótesis desechadas que las aceptadas. Y esto es lo que ha ocurrido con el marxismo.

 

Un criterio clave en la ciencia para valora una teoría consiste en examinar sus predicciones. Pues bien, las de Marx no se han cumplido, y las retorcidas adaptaciones de sus discípulos han fracasado. Las sociedades que él condenó a la autodestrucción son las más ricas y libres del mundo, participando de su riqueza y libertad la “clase obrera”. Es en las sociedades socialistas u otras sin mercado libre ni democracia burguesa, donde cunden muchas de las plagas profetizadas por Marx.

 

En cambio sí se han cumplido las profecías de los críticos de Marx y del socialismo en general, y llaman la atención las coincidencias entre ellas, desde Donoso Cortés a Bakunin. Las ideas socialistas solo podían generar un despotismo sin precedentes en la historia. Y así ha ocurrido sin excepción. En la URSS, en Europa oriental, en China, en Camboya, en Vietnam, en Corea del Norte, en Cuba, en Etiopía, etc. se ha repetido el mismo esquema: sociedades encarceladas (¡el muro de Berlín y tantos otros, no para defenderse del exterior, sino para impedir la huida de la gente!), con otras cárceles internas mucho más brutales para los “enemigos de clase”. Decenas de millones de personas exterminadas y el resto privadas de libertad política y también personal, algo desconocido en otras dictaduras. El Gran Experimento para crear el “hombre nuevo”.

 

Ante esta experiencia histórica, cualquiera que se hubiera dejado deslumbrar por el aparente poder explicativo y predictor del marxismo debería plantearse honradamente algunas cuestiones elementales. Pero eso, ya lo he dicho, nunca lo hicieron Reig y sus pares, ni tampoco los partidos afines. Han sido propagandistas de la Gran Mentira. Y lo siguen siendo.

 

Pocos de ellos se declaran hoy comunistas. En su mayoría están cerca del PSOE, que no abandonó el marxismo hasta la Transición. Así, hasta entonces ese partido seguía la doctrina más opuesta a las libertades, junto con el nazismo, que haya producido el siglo XX. Este dato suele minusvalorarse, pero tiene importancia crucial, pues el marxismo del PSOE ayuda mucho a explicar su no muy ejemplar historia: enemigo cerrado del régimen liberal de la Restauración, en alianza de hecho con el terrorismo anarquista; colaborador luego de la dictadura de Primo, lo que probablemente fue bastante sensato y le permitió llegar a la república como el partido decisivo, el árbitro del nuevo régimen; radicalización revolucionaria desde 1933, pregonando y organizando la guerra civil, para promover luego el Frente Popular e impulsar, tras las elecciones de febrero de 1936, un proceso de aniquilación de la legalidad republicana; corrupción gigantesca, quizá no igualada en siglos, durante la guerra civil; luego, en el franquismo, oposición prácticamente nula a la dictadura, tan odiada ahora. Ciertamente podrían ponerse al lado de estos hechos otros más favorables, pero los citados bastan para entender qué ha significado el marxismo en la historia del partido y de España.

 

La tardía renuncia al marxismo, ¿supuso su repentina democratización? Una renuncia real tendría que apoyarse en un examen de la teoría y la historia del partido, lo cual no ocurrió en absoluto. Por el contrario, surgió entonces un lema eficaz electoralmente pero quizá el más mendaz que haya inventado partido alguno: “Cien años de honradez”. El “honrado” PSOE actual sigue sintiéndose heredero de aquel partido marxista, de la doctrina abandonada oficialmente por conveniencias de poder, pero cuyos tópicos, tics y enfoques básicos permanecen. Es la ideología, aguada en “progresismo”, que hoy atenta contra la convivencia democrática al lado de los separatistas, terroristas y “civilizaciones”.

 

Así pues, las predicciones o profecías marxistas no se han cumplido, y sí las de sus críticos del siglo XIX. Cabría objetar: ¿basta la experiencia histórica para desechar el marxismo y sus sucedáneos? Por mi parte me resistí a creerlo durante años. Después de todo, me decía, se trata de un tiempo insuficiente para juzgar un proceso nuevo en la historia, en el curso del cual habían de producirse, por fuerza, graves errores, sin que ellos destruyeran la teoría. Dudo de que piensen así nuestros lisenkos, afectos más bien a la fe del carbonero, pero por si acaso trataré el asunto en otro artículo.

 

Pío Moa

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