Hay pistas falsas que despistan a Rajoy ante la manifestación-trampa
Primero: el problema no es la violencia. La "violencia", es decir los delitos de ETA, es un instrumento. ETA, como parte del nacionalismo vasco, tiene unas metas cuyo cumplimiento evitaría más "violencia". Pero muchos no sólo rechazamos que ETA mate, sino que nos negamos a hacer posibles sus objetivos. La anti-violencia, si implica pagar cualquier precio, es una pista falsa. No son sólo "violentos", sino enemigos de España.
Segundo: la solución no es la unidad de los demócratas. El PNV, Eusko Alkartasuna, Aralar y Batzarre son partidos democráticos. Batasuna pretende serlo. La línea de falla no está hoy en la democracia, sino en la identidad colectiva que se afirma o se niega. Recompensar a una parte del nacionalismo vasco, alegando que es democrático, es una trampa que Zapatero emplea a sabiendas. Nadie niega la democracia, al menos en teoría, pero muchos están dispuestos a negar España.
Tercero: el antídoto no es sólo el liberalismo. La unidad y la entereza de un país no se pueden defender desde el puro individualismo. Fernando Savater, conocido por su hostilidad al nacionalismo y a su terrorismo, ilustró en 2005 una tendencia de moda: "La idea de España me la sopla... A mí me la suda... Me interesan los ciudadanos, me interesan los valores, me interesan las leyes, me interesan las libertades." Hay quien no se opone al nacionalismo vasco por basarse en unos hechos falsos y por crear desde la nada una identidad vertebrada por el odio; hay quien niega toda identidad comunitaria, absolutiza la libertad individual y la eleva a valor único de un nuevo paganismo. Un sano liberalismo puede ser parte del frente común contra la emergencia nacional-terrorista, pero el relativismo de las "gamas de grises", los "para mí" y los "depende" no es la solución al problema. Algunos no nos oponemos a Josu Ternera en nombre de una rancia ideología dieciochesca ni de "un luminoso mundo cosmopolita de sujetos racionales que sustentan su conciencia cívica sobre la democracia moral y la emancipación individual", sino de la patria grande y pequeña.
Cuarto: la barrera no es el navarrismo. Hay en la conciencia política un recuerdo de la contundencia de Navarra, de sus vecinos y oriundos y de algunas de sus instituciones en la Primera Transición. Esa batalla se venció en nombre de Navarra y su identidad foral contra Euskadi, que la negaba. Pero ahora todo el mundo es navarrista, no sólo UPN que nació al calor de aquella lucha sino todos, PSN, nacionalistas, comunistas de IU e incluso ETA. Todos albardados en fueros, envueltos en la milenaria bandera y arrastrando las cadenas de las Navas. Eso sí, hablan de otras Navarras. ¿La respuesta? Matizar el navarrismo para que no se convierta en una trampa, y recordar que España es anterior en el tiempo a Navarra y origen necesario de los Fueros. Sólo la Navarra foral y española puede ser freno y no motor del separatismo.
¿Se enzarzarán Rajoy y Miguel Sanz en esas trochas sin salida? Creo que no, porque es mucho lo que está en juego. Si la "operación Zapatero" llegase a completarse la derecha española quedaría, nostálgica de un "Pacto que ya no vale", en un país mutilado, en la misma condición de impotencia política, social y cultural del Partido Campesino polaco con Jaruzelsky. También es verdad que el centro derecha político "apenas representa a una pequeña porción de la sensibilidad real de la derecha social y cultural española" y que una derecha social y plural complementa ya lo que Rajoy hace en las instituciones. Conocer esas cuatro trampas debe ser estímulo para una acción concreta, directa y realista. "Lo que no sirve de nada es la queja privada que no se refleja después en actitudes públicas, el espíritu de secta o de capilla" ni el gimoteo de los que piensen sólo en intereses materiales y comodidades intelectuales.
Pascual Tamburri
El Semanal Digital, 11 de enero de 2007
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