Una oportunidad para construir
Una parte de la sociedad española se ha despertado del ensueño construido mediante una sucesión de falsas imágenes a lo largo de 18 meses. ETA nunca ofreció un gesto convincente de rectificación, menos aún de arrepentimiento. Una vez más hizo lo que mejor sabe hacer, de acuerdo con las raíces de su ideología totalitaria (marxismo y nacionalismo radical), generar un proceso histórico cuyos resortes mantenía violentamente controlados, para alcanzar el objetivo de siempre: la Euskadi independiente y socialista.
Repitámoslo: no hubo un solo indicio de contrición por el millar de asesinados y por el dolor infligido, no hubo sombra de autocrítica (hasta ahora quienes la han practicado en ETA han sido simplemente asesinados, como en el caso de Yoyes), ni un solo gesto que permitiese avizorar un horizonte distinto. Y sin embargo Zapatero, y con él una parte importante de la sociedad, quiso creer que sería posible cuadrar el círculo: conseguir una paz que no estaría basada en las exigencias de la justicia, sino en el cálculo político. Pues bien, la cuenta ha salido mal, y llega la hora de afrontar las duras verdades que muchos se negaron durante meses a oír.
Con su habitual claridad (esa virtud que no siempre hay que dar por descontada), Fernando Sebastián ha recordado que “el terrorismo es esencialmente inmoral y perverso, esencialmente perturbador y destructivo”. Parece una obviedad, pero no lo es. La prueba es que algunos, Zapatero a la cabeza, ni siquiera han mencionado la palabra “terrorismo” al pronunciarse tras el anuncio macabro de ETA. La Conferencia Episcopal señalaba en un comunicado que “ninguna reivindicación política otorga legitimidad a nadie para amenazar y asesinar; al contrario, quienes así actúan se convierten en criminales a cuyas conductas ha de ser aplicada la ley con todo su justo rigor”. Palabras fuertes que han brillado por su ausencia en algunos entornos eclesiales, demasiado complacientes con un proceso enfermo desde su inicio, por la ausencia de lo más elemental: el reconocimiento de que esa perversión no se cura con un cambio de táctica o un ajuste de la mecánica institucional, sino mediante una conversión que por desgracia nunca existió.
Es hora de desempolvar la Instrucción Pastoral Valoración moral del terrorismo, de sus causas y de sus consecuencias, de noviembre de 2002, donde se encuentra el diagnóstico más profundo y completo sobre la naturaleza y las raíces de este fenómeno que jamás se haya delineado en España. Ahí encontraremos, punto por punto, las razones que han llevado al descarrilamiento del mal llamado proceso de paz. Una vez más Fernando Sebastián acaba de dar en el clavo con singular economía de palabras: “no basta condenar, hay que colaborar”. Y esta colaboración tiene muchos flancos, ninguno de los cuales debe ser descuidado. Ahora todo son prisas para engrasar la enmohecida maquinaria judicial, y esperemos que la policial no esté demasiado oxidada. El flanco político requiere la vuelta al Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo, pero eso implicaría para el soñador ZP reconocer que toda su estrategia fue un desastre: ¿le quedará un átomo de grandeza?
Pero resta el campo esencial del tejido ético-cultural de nuestra sociedad, tremendamente baqueteado durante estos últimos años. Reconstruirlo y fortalecerlo es una tarea fundamental para sostener y vencer la batalla contra el terror, y ahí es donde cobran todo su exigente protagonismo los sujetos sociales con capacidad de educar y de vertebrar la sociedad. Uno de ellos, indudablemente, es la Iglesia Católica, articulada a través de sus diferentes realidades, dispuesta a ofrecer con razones y sin complejos su propuesta original, en diálogo abierto con otras identidades culturales y religiosas. Es una hora sombría pero también una oportunidad para construir si, más allá de las reacciones sentimentales y de los discursos éticos prefabricados, sabemos rescatar lo mejor de nuestra identidad como pueblo, eso que muchos se han empeñado en disolver de una manera suicida durante los últimos años.
José Luis Restán
Páginas Digital, 7 de junio de 2007
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