¿Por quién darías la vida?
¿Quién es capaz de morir hoy en día por algo o por alguien? La Iglesia católica acaba de proclamar que 498 españoles murieron por amar a Cristo. Y la pregunta que nos surge es la siguiente: ¿hay algo tan real y verdadero como para dar la vida? ¿Quién sería Cristo para ellos? ¿Qué experiencia tendrían ellos de Jesús tan incomparable con nada, tan insobornable como para no cambiarla ni por su propia existencia? ¿Qué compañía tan tierna, tan plena, sería la experiencia de Cristo como para no renunciar a ella? ¿Qué felicidad les aportaría que no dejaron de pronunciar su nombre hasta su último aliento, que sólo Él les bastaba?
La Iglesia católica acaba de beatificar a 498 mártires. Cuatrocientas noventa y ocho personas de carne y hueso con nombres y apellidos, con fecha y lugar de nacimiento, y también de fallecimiento. Cuatrocientas noventa y ocho personas contemporáneas a mí, no de siglos pasados, no, del siglo de mi nacimiento, que se ha podido demostrar históricamente, documentalmente, que fueron asesinadas por amar a Cristo.
Si hiciéramos una encuesta sociológica en estos momentos y preguntáramos a nuestros conciudadanos “¿por quién daría usted la vida?”, no sólo sería interesante conocer las posibles respuestas. En primer lugar, me pregunto quién en nuestros días sería capaz de morir por alguien o por algo. Por una idea o una ideología, la verdad, es que lo dudo mucho.
Estamos inmersos en un nihilismo y un escepticismo tan feroz que ya nadie es capaz de creer en algo tan potente, tan fuerte como para defenderlo acaloradamente en la típica conversación de un café si las cosas con nuestros interlocutores se ponen feas. Nada. Pasamos. No me planteo ni de lejos dar la vida. Por una teoría, por una idea a defender, creo sinceramente que hoy en día pocos son o somos capaces de defenderla como si nos fuera la vida en ella si la opinión dominante, el pensamiento único, se impone.
¿Y por una persona? ¿Quién hoy en día moriría por una persona? Digo morir cuando nuestro individualismo es tan grande que ya no somos capaces ni de mirar a la cara al conductor del autobús por la mañana, ni de conmovemos por el anciano que no tiene sitio en el mismo autobús.
¿Morir por una mujer o por un marido cuando parece que nada dura para siempre? ¿Por un amigo? Sería demasiado. Quizás por un hijo alguno de nuestros encuestados respondería que sí.
Sin embargo, en este octubre de 2007, la Iglesia nos ha puesto ante nuestros ojos el testimonio de 498 personas que murieron por amor a Cristo, así, tal como suena. No por una idea política o para defenderse. No. Por ello, uno no puede más que sobrecogerse ante este hecho histórico: que 498 personas fueron asesinadas porque no fueron capaces de renegar de aquello a lo que más querían, el Señor. Que se dejaron mutilar, torturar, asesinar porque aquello por lo que estaban dando su vida era real y verdadero. Real y verdadero. Y estos 498 nos están preguntando a todos nosotros: ¿hay algo tan real y verdadero en tu vida como para darla? Y la respuesta no es tan inmediata.
Para los creyentes, esta beatificación interpela su vida ante la siguiente pregunta: ¿quién es Cristo? ¿Es algo tan real y verdadero como para dar la vida? ¿Quién sería Cristo para ellos? ¿Qué experiencia tendrían ellos de Jesús tan incomparable con nada, tan insobornable como para no cambiarla ni por su propia existencia? ¿Qué compañía tan tierna, tan plena, sería la experiencia de Cristo como para no renunciar a ella? ¿Qué felicidad les aportaría que no dejaron de pronunciar su nombre hasta su último aliento, que sólo Él les bastaba?
Y para los no creyentes, es tan brutal el testimonio que, como mínimo, debe abrir la razón para reconocer, desde un escrupuloso respeto, que este hecho se escapa de todo cálculo humano. Pero la pregunta sigue siendo la misma para todos: ¿por quién es posible dar la vida? Por Cristo ya ha sido para 498 españoles. ¿Y yo?
Raquel Martín
Páginas digital, 30 de octubre de 2007
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