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La violencia de la mujer

La violencia de la mujer

Se llama Encarnación Orozco, y es la “delegada especial del Gobierno contra la violencia sobre la mujer”. Nada menos. Llevo días escuchando sus palabras en emisoras de radio y leyendo sus entrevistas en prensa, porque la Ley contra la violencia de género del Gobierno Zapatero, al parecer, sólo ha conseguido recrudecer la guerra de sexos y aumentar el número de mujeres asesinadas pro sus parejas (de hombres asesinados por sus parejas nada sé porque nada se dice). Orozco, como buena feminista, asegura que “el machismo es el ansia por perpetuar la dominación. El feminismo sólo pretende la igualdad”, curiosa redefinición a conveniencia de dos términos antónimos.

Desde tan científico principio, nos adentramos en el proceloso mundo de la dominación machista, Ojo al dato orozciano: “La violencia no empieza con el golpe. Empieza con el control: ‘¿Con quién vas? ¿Qué ropa es esa? ¿No me gusta que veas a fulanito o a Zutanita?’ Ese control crea un aislamiento en la mujer. Y se refuerza diciéndote -aquí la señorita Orozco pasa a utilizar la primera persona, desconozco el porqué- que eres una inútil, que no sirves, que no cocinas bien”. ¡Cielo Santo! Con tales criterios de medición  acabo de caer en la cuenta de que soy un vulgar maltratador de mi señora, y lo que es peor: ¡Ella me maltrata a mí muchísimo más, de forma permanente e incisiva, especialmente cuando insiste en que me cambie de pantalón y camisa porque “sólo mirarte das ‘patrás’”. Es más, con un repugnante sexismo me examina de la cabeza a los pies y me otorga el plácet sólo tras un gesto de conmiseración, con el que quiere dejar claro que ha hecho todo lo posible para amortiguar el golpe y que de donde no hay no se puede sacar.  Mañana mismo realizaré un acto lleno de coraje: me voy al juzgado y la denuncio: se va a enterar.

 

Las palabras de Orozco, me recuerdan los primeros estudios de opinión de las feministas, diez años atrás, cuando empezó la coña de la violencia de género, ésa que siempre es de género masculino. Primero se dijo que en España había 600.000 mujeres maltratadas, aunque El País, siempre solicito ante los desheredados, lo elevó de inmediato hasta los 2 millones. Uno de los criterios de tan sesudos informes, consistía en identificar la casuística de la violencia machista, en la que se incurría, por ejemplo, cuando el esposo, o parte varonil de la pareja, le negaba a su media naranja el sillón más cómodo del salón para ver la tele. Reconozcámoslo: soy un maltratador como la copa de un pino: me encanta el sillón orejero del salón y en cuanto mi señora se despista, corro veloz hacia el trono y le dejo con dos palmos de narices, lo cual rebela, lo reconozco, aunque no lo admitiré si no es en presencia de mi abogado, mi innata perversidad sexista.

 

Incluso, Dios me perdone, soy de los que le suele preguntar a mi esposa dónde va, y no podré alegar razones románticas -por ejemplo, mi solícita preocupación por su seguridad-, porque la señora Orozco ya nos ha advertido contra la falacia del romanticismo y la reconciliación, celada que no esconde sino futuros maltratos. A cada momento veo mi futuro matrimonial más negro, y sólo me consuela el hecho de que mi señora controla más mis amistades que servidor las suyas, incluidas las comunes, y a lo mejor ese tipo de contraataque surge efecto ante el tribunal de violencia de género, aunque lo dudo.

 

Sin embargo, albergo alguna tibia esperanza: en mi vida he llamado inútil a mi esposa y, sin embargo ella no deja de repetir eso de “¡pero qué desastre eres!” Y eso, estoy casi convencido, no es el lenguaje del amor.           

 

Miren ustedes, con planteamientos tan ecuánimes como los de la señora Orozco, nadie va a convencer al varón de que nos enfrentamos a una colosal tomadura el pelo, por lo que se desentenderá del asunto y se situará a la defensiva, más que nada para que la marejada de necedad feminista, reforzada por la estupidez políticamente correcta y por los poderes coercitivos, ultra violentos, que el Estado utiliza frente al individuo, no le golpee. Con el feminismo, la guerra de sexos no amainará, sino que, por el contrario, se disparará y alcanzará grados de intensidad nunca vistos. Mal harán las mujeres no feministas, es decir, las no-víboras, en seguir aquel viejo consejo de Javier Arzallus con el terrorismo etarra: “Unos menean el nogal y otras recogemos las nueces”. Porque al final, los asesinatos de ETA se han vuelto contra los nacionalismos pacíficos y contra los asesinos. Con el feminismo ocurrirá lo mismo.

 

De otro modo, seguiremos escuchando a personajes como la señora Orozco, quien nos asegura -sic- que no existen denuncias falsas de malos tratos, justamente cuando la violencia surge en, la mayoría de los casos, en el momento de la separación o divorcio, justo cuando los abogados-as aconsejan a la mujer que, de entrada, acuse a su esposo de violencia de género. Con tal de invocar tal sortilegio, se quedará con la custodia de los hijos, con el patrimonio común de la pareja y con, un poco de suerte, podrá relamerse de gusto cuando envíe a su ex al trullo. Y todo ello con todo el respaldo jurídico y social. Ni que decir tiene que las feministas más sinvergüenzas -quizás una reiteración- han convertido la violencia de género en un pingüe negocio: bufetes especializados, observatorios, cargos administrativos, cargos políticos, juzgados especializados, casas de acogida, etc. Una de las más exaltadas de la Administración Zapatero, Soledad Murillo, solicitaba la creación de un Ministerio contra la  Violencia de Género. Estoy convenido de que doña Soledad estaría dispuesto a liderarlo, todo sea por tan noble causa.

 

Al final, a lo mejor resulta que todo es más sencillo. A lo mejor resulta que cuando falla la entrega mutua, es decir, el amor, surge la guerra. La corrupción de lo mejor es lo peor y no hay estallido de rencor más agudo que el desamor. Es entonces cuando cada sexo recurre a sus armas: el hombre a la fuerza brutal, de la que dispone de más existencias que la mujer, mientras la mujer palia esa inferioridad con más mala uva, generalmente con la lengua. ¿Hay más casos de violencia física del varón contra la fémina? Sí, de la misma forma que hay más casos de violencia psíquica de la mujer contra el hombre. La prueba es que cuando la mujer es más fuerte que su adversario vaya si ejerce violencia: frente las 74 mujeres muertas a manos de sus parejas en España, la mujer asesina, a través del aborto, a 100.000 hijos cada año en España. Todos ellos inocentes de toda culpa.

 

Lo que ocurre es que la tontuna feminista –una de las doctrinas más idiotas de cuantas ha podido inventar la modernidad-, que es grande y obtusa, ha creado una muy aguda moralidad que podríamos resumir así: “Bueno es lo que hace la mujer, malo, lo que perpetra el varón”. A partir de ahí, el entendimiento entre sexos resulta sencillamente imposible. Y es que no reparan en la distinción de Clive Lewis: “Una mujer entiende por desinterés tomarse molestias por los demás; un hombre entiende por desinterés no molestar a los demás… (si no tenemos esto en cuenta) cada sexo considerará al otro radicalmente egoísta”.

 

Auguro que la guerra de sexos se va a acentuar. Con argumentos comos los precitados, lo único que podemos concluir sobre la violencia de género es lo del viejo chiste. Esto no se queda así: esto se hincha”. Aunque mi predicción no tiene mucho mérito: ya la estamos viviendo.

 

En los canales de televisión, los del PSOE y los del PP, repetían, el domingo 25, Día de la Violencia de Género, o sea, contra la mujer, que lo más peligroso es que algunas denunciantes retiran la demanda, lo cual, no necesito explicarles,  es gravísimo para las feministas, a quienes las víctimas importan bien poco y cuyo objetivo consiste en fastidiar al varón lo más posible. Montserrat Comas salía al quite con la advertencia de que “no es una guerra entre hombres y mujeres”. Sí, señora, es justamente eso, y usted y otra como usted la han declarado. Para ser exactos, es una guerra de exterminio del matrimonio y la familia.

 

Al final, el feminismo y la manipulación de la llamada violencia de género está fomentando el más autodestructivo defecto de la mujer: ser el centro de atención de quienes les rodean. De repente, han surgido como hongos las maltratadas, miles, millones de maltratadas, que viven así su día de protagonismo, aunque sea en el corro de vecinos, mientras que las feministas profesionales, las feminazis, se enorgullecen de las sentencias condenatorias y menosprecian a las “cobardes” que se reconcilian con sus parejas. Menos mal que no es una guerra contra el hombre.

 

Al final, este rechazo de la feminidad, es decir, del propio ser, mezclado con el odio feminista hacia la maternidad y hacia el hombre, ha completado un cuadro que sí es peligroso y letal: una mujer muy poco femenina. Una de las virtudes de la feminidad consiste en la renuncia a la violencia como instrumento para cambiar el mundo. Ese es el genio femenino. Por eso, la humanidad necesita de la mujer, porque prefiere crear a dominar. Por el contrario, ¿qué es el feminismo? Es la corrupción de la feminidad: es una mujer que le disputa al hombre el poder con las armas de los hombres. Esa anti-feminidad es lo que ha provocado tantas mujeres desamoradas. Por desamoradas, degeneradas; por degeneradas, desquiciadas. Y eso sí que constituye una tragedia contemporánea.

 

Eulogio López

Hspanidad.com, 26 de noviembre de 2007

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