Orgullo de ser español: nuestra historia, sin complejos
JOSÉ JAVIER ESPARZA
Bravos clanes campesinos que cruzan montañas para reconquistar –arado y lanza- las desiertas tierras del Duero. Comerciantes levantinos que sientan plaza en Bizancio, puerta de Oriente. Mujeres que atraviesan el océano para fundar familias en el Río de la Plata. Hidalgos menesterosos que rastrean la jungla en pos de míticas ciudades de oro. Exploradores que descubren volcanes humeantes y coronan su cumbre por el puro gozo de la aventura. Conquistadores que, tras ganar tierras y riquezas, reparten sus bienes a los pobres y se retiran a una ermita en Nueva España o en la selva ecuatorial de la Puná. Cantareras que desafían a las balas del francés para socorrer la sed de los nuestros en Bailén. Frailes que predican el Evangelio entre pueblos que nadie nunca había visto. Caballeros de lanza en ristre y damas de armas tomar. Navegantes sabios y audaces que descifran en mapas los secretos del océano y las estrellas, escribiendo rutas en el agua virgen. Santos poetas cuyo corazón vibra con el diapasón de Dios. Soldados severos y escuetos que durante tres siglos sostienen en medio mundo la bandera de la Cruz de San Andrés. Botánicos que clasifican la flora del Nuevo Mundo, filósofos empeñados en la tarea de definir la dignidad humana, mercaderes que cambian plata por especias en el Mar de la China, eruditos pioneros de la Gramática romance, marinos que persiguen barcos corsarios en Jamaica o Argel, artistas entregados a la conquista del espíritu…
La Historia de España es una aventura prodigiosa.
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Este libro tiene un único objetivo: contar Historia de España a unos españoles que, cada vez más, la ignoran, y contarla, además, desde un punto de vista positivo, constructivo, sin complejos. Se trata de explicar cuáles han sido los grandes hitos de la formación de España como nación histórica. Es, ante todo, un libro destinado a los más jóvenes: son ellos quienes más han sufrido las consecuencias de unos programas de enseñanza calamitosos y la ofensiva cultural de los secesionismos regionales; son ellos, por tanto, quienes han crecido en un completo desconocimiento de qué es su país, de cuál ha sido su trayectoria, de quiénes son los españoles. Los capítulos de nuestra historia podrán servir para ofrecer una visión breve, clara y concreta de cómo nació España, cuál es su lugar en el mundo y qué aportó a la historia de la humanidad. Y servirán también para despertar el recuerdo de quienes un día supieron todas esas cosas, pero las han olvidado ya.
Los textos aquí reunidos, aunque conforman un todo ordenado cronológicamente, no fueron originalmente concebidos como material literario, sino como guión radiofónico. Son los capítulos de la sección “Historia de la gesta nacional española” en el programa La tarde con Cristina, en la cadena COPE. Su directora, Cristina López Schlichting, quiso con esta sección marcar una actitud de compromiso en defensa de España como nación. La forma más gráfica de hacerlo era contar algunos de los episodios fundamentales de nuestra historia, y ello en el tono más divulgativo posible. Divulgativo no quiere decir “superficial”, “cómico” o “simple”, sino explicado de tal manera que lo pueda entender la gran mayoría de la gente. A la hora de trasponer los guiones a formato literario, hemos preferido mantener ese tono divulgativo; por eso los numerosos textos de época que citamos han sido frecuentemente adaptados a la lengua contemporánea, para facilitar su comprensión, y también por eso hemos conservado algunas de las dramatizaciones que nos han servido para describir episodios de valor trascendental.
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España es una nación. Más precisamente, una nación histórica. Entre los españoles, la conciencia de unidad, de pertenecer a algo común, apareció antes incluso de que el término “nación” tuviera significado político y, desde luego, antes de que esa palabra adquiriera su significado moderno. También, por supuesto, antes de que pudiera hablarse de “nacionalismos”, “nacionalidades” o “realidades nacionales” en ninguno de los viejos reinos y territorios que iban a conformar España. Los españoles supimos que formábamos una unidad de carácter político antes de que nadie llamara a eso “nación”; eso es lo que quiere decir “nación histórica”.
Nuestra cualidad nacional se fue forjando a lo largo del tiempo, a caballo de los acontecimientos; no hubo un documento firmado en un determinado momento y que proclamara el nacimiento de la nación española, sino que ésta fue conformándose como una realidad de hecho a partir de un camino común. En esa trayectoria, los elementos unitarios, de integración –lengua, religión, corona, territorio-, fueron prevaleciendo sobre los elementos disgregadores, de dispersión. Hubo una conciencia de unidad territorial, jurídica e idiomática con Roma; hubo una conciencia de unidad religiosa y cultural a partir de la expansión del cristianismo; hubo una conciencia de unidad perdida tras la invasión musulmana y de unidad recobrada durante la Reconquista; hubo una conciencia de unidad política bajo la Corona de la monarquía hispánica y tal conciencia pasaría a ser una constante de la vida colectiva durante siglos, hasta hoy.
A lo largo de ese camino de dos milenios, los españoles han forjado su identidad colectiva en condiciones frecuentemente muy duras. Siempre –no sólo hoy- hubo fuerzas que quisieron disolver el conjunto, fragmentarlo, romperlo. Esas fuerzas fueron, las más de las veces, exteriores, y en otras ocasiones, interiores. Pero también siempre prevaleció la tendencia a la unidad, a conservar y mantener y perfeccionar lo que con tanto esfuerzo se había logrado. Por eso cabe hablar de una gesta nacional. Esa gesta es la materia que narramos aquí.
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Otra cosa importante: este no es un libro “neutro”. Pretendemos contar la Historia como fue, pero nuestra narración no es distante ni su tono puede ser ajeno al valor de los hechos narrados. Al revés, este es un relato escrito desde la convicción de que España es algo hermoso, grande, importante; escrito desde el amor a España, a sus gentes, a sus pueblos, a sus tierras, también a su diversidad, que es constitutiva de nuestro propio ser. España ha dejado en la Historia universal cosas trascendentales en todos los órdenes, desde la navegación hasta la espiritualidad, desde las artes hasta las ciencias. En esa tarea titánica han surgido nombres propios de talla extraordinaria, ya se trate de un Juan de Austria, victorioso en Lepanto, o de un Pedro Serrano, aquel oscuro postillón que cabalgó hasta reventar –literalmente- para llevar a todas partes el bando de Móstoles contra la opresión francesa. Esos nombres propios se recortan, como siluetas destacadas, sobre el fondo de un pueblo extraordinario y estremecedor, capaz de hazañas que no pueden dejar de pasmar al estudioso. Gracias a esas hazañas, nosotros existimos. En los últimos años parece haberse puesto de moda una especie de resentimiento histórico destinado a abominar sistemáticamente de todo cuanto España ha sido y es. Nuestra perspectiva es exactamente la contraria: sin silenciar episodios oscuros o poco gratos, creemos sinceramente que la Historia de España tiene muchas más luces que sombras. Y eso nos enorgullece.
Como el objeto de este relato es contar la construcción de España, la mayor parte de los episodios corresponde a etapas lejanas de nuestra Historia. Nuestra narración, en un arco de dos milenios, comienza con el nacimiento de la Hispania romana y llega hasta la batalla de Bailén, que en cierto modo marca el origen de la nación española moderna. Como no podía ser de otro modo, hemos prestado una atención especial a los siglos de oro, el XVI y el XVII, que fueron los de mayor esplendor de España y también, probablemente, aquellos que decidieron el lugar de España en la Historia Universal.
La Historia siempre es forzosamente historia bélica y política, puesto que es en esos campos donde se resuelven las decisiones supremas, de manera que nuestra narración abunda en hechos de armas y episodios políticos. Ahora bien, ni la construcción de la nación descansa sólo sobre los hechos de armas y la sucesión de reyes, ni las batallas y dinastías pueden entenderse como realidades singulares y autónomas, sino que sólo tienen sentido en un contexto político, cultural, sociológico, etc. Por eso hemos querido subrayar siempre los aspectos más relevantes en el plano cultural, religioso, humano. Así, nos ha interesado poner el acento en cuestiones como el carácter de la gente de a pie que hizo la conquista de América (¿cómo eran, qué tenían en la cabeza esos hombres, esas mujeres que cruzaron el mar?) o en episodios de carácter filosófico y científico a los que la divulgación histórica convencional no suele conceder el relieve que merecen, como la Controversia de Valladolid, donde se alumbró el germen del concepto moderno de derechos humanos, o como la expedición científica de Francisco Hernández en Nueva España, que fue la primera del mundo en su género.
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No vivimos hoy buenos tiempos para la reivindicación de lo español. Desde hace muchos años se ha impuesto un visión propiamente masoquista de España en la que todo cuanto pertenece a la historia de nuestro país se juzga torvo, equivocado, oprobioso o inútil. Ojo: no es que se matice la historia épica nacional para acercarse a un visión más ponderada de las cosas –ejercicio que, en general, sería irreprochable-, sino que deliberadamente se transforma la apología en abominación, el ditirambo en condena, y así terminamos en una suerte de épica inversa donde lo que se canta no es lo español, sino lo antiespañol. Una legión de escritores, escritorcillos y escritorzuelos lleva decenios entregada a la tarea de menoscabar sistemáticamente lo español, su realidad presente y su huella histórica. Lo que se ha operado es una auténtica inversión de la Historia: tenían razón los moros al ocupar la península y la reconquista fue un error; el descubrimiento de América fue una calamidad tragicómica; nunca debimos evangelizar América, sino permitir el espontáneo progreso de los sacrificios humanos en Tenochtitlán; mantener la fidelidad a Roma frente a la reforma protestante no fue gesto de honor, sino intolerancia oscurantista, y jamás debimos oponer el menor obstáculo a los franceses de Napoleón. No faltan millonarios –nunca faltan millonarios para tales tareas- dispuestos a editar y multiplicar el eco de esa obra destructora. Hoy, entre las clases semicultas del país, se ha impuesto largamente la idea de que España merece morir. Nos la quieren sustituir por regiones-nación de historia inventada y por mitos y leyendas de origen norteamericano. Por cierto que no somos sólo nosotros, españoles, quienes sufrimos hoy la maldición de nuestra identidad: toda la cultura europea está padeciendo esta epidemia, si bien en nuestro caso presenta rasgos muy singulares –porque, en nuestro caso, el masoquismo nacional parece toda una filosofía de Estado.
Todo esto es una locura. Pero, sobre todo, es una impostura. Y como todas las imposturas, tarde o temprano se disolverá por la simple fuerza de la evidencia. Ahora bien, para ello es preciso que alguien recuerde las certidumbres más elementales, aun a riesgo de caer en la simplificación escolar. De lo contrario, es perfectamente posible que el masoquismo nacional se prolongue de manera indefinida y que sucesivas generaciones de españoles crezcan en la certidumbre de que todo cuanto tienen atrás –sus apellidos, su linaje, sus tierras, esa catedral que se alza en su ciudad, los cuadros del Museo del Prado, el mismo idioma que hablan- es una desdicha sin límites, una maldición eterna, un error permanente que mancha su identidad con una vergüenza indeleble. En suma: si no recordamos la verdadera dimensión de la Historia de España, no tardaremos en ser gentes avergonzadas de sí mismas, ese tipo de gente ya sólo aspira a dejar de existir. Quizá tal sea ya, colectivamente hablando, nuestro caso.
Sea como fuere, aquí, igual que en Covadonga, bastará con que uno se plante para que cambie el curso de las cosas. En ese sentido, la palabra “reconquista” adquiere hoy un sabor muy particular. De algún modo, lo que hoy tenemos delante nosotros, españoles del siglo XXI, es también una reconquista de algo perdido. Lo que está en juego no es una forma de Estado más o menos abierta, ni una Constitución más o menos flexible, sino algo que se mueve en unos estratos mucho más profundos: es la supervivencia de España como agente histórico y de lo español como identidad, como forma específica de estar en el mundo.
En esa tarea, la narración de la Historia cumple una misión literalmente cardinal, como las constelaciones en la noche: permite reencontrar el camino perdido.
ElManifiesto.com, 25 de noviembre de 2007
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