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El Partido Popular: ¿un gigante con pies de barro?

El Partido Popular: ¿un gigante con pies de barro?

 

¿Qué está pasando en el Partido Popular? ¿Una crisis de liderazgo? ¿El desgaste inevitable ante una nueva “travesía del desierto”? ¿Un inesperado e incomprendido cambio de rumbo ideológico? ¿Meros enfrentamientos personales? Seguramente confluye algo de todo ello. Pero, creemos, hay mucho más.

 

Sea la que sea la precisa fórmula de los componentes de la crisis, se ha derrumbado uno de los mitos esgrimidos cíclicamente por los líderes populares: “el mayor partido de España”, “la militancia más numerosa de Europa”, “sus mujeres y hombres son el principal capital del partido”, etc.

 

Y decimos que se trata de un mito, pues no es un hecho que se pueda verificar; pues no es cierto. Acaso sí lo sea que son 748.000 cotizantes. Muchos. Pero de ahí a que sean otros tantos militantes hay un trecho muy largo… que nunca se ha recorrido.

 

De ser verídica y real, tamaña realidad militante habría eclipsado a los mismísimos Testigos de Jehová en el ranking de plastas castigadores de la ciudadanía española. Pero, dígame, ¿alguna vez le ha visitado en su casa un militante popular con afán proselitista? Tal vez conozca a alguno: en su trabajo, en el vecindario, entre sus familiares... Incluso puede que usted mismo, desconocido lector, sea de los que se manifiestan, en público y en privado, sin complejos ni falsos respetos, como un entusiasta militante popular… pese a no estar afiliado al partido.

 

Primera evidencia: un militante no es un simple afiliado. Ni un afiliado es un adherido sin más. Un militante no se limita a pagar una cuota; ni mucho menos a figurar en un listado como posible interventor en procesos electorales. Un partido de verdad no se hace sólo con cotizantes, ni con listados interminables de “socios”. Ni únicamente con marketing.

 

Existe, ciertamente, un modelo en crisis: un partido que carece de estructuras participativas, que elude los debates colectivos, que premia los juegos de salón de quienes aspiran a un cargo electo, que vive a espaldas de las necesidades reales de su base social, y que se mueve obsesionado por los análisis demoscópicos. Un partido que ignora sus afiliados. Una estructura muda e inoperante al servicio de los “líderes”. Sean quienes sean. Una macro oficina electoral, en resumen.

 

Si el partido estuviera vivo, en el contexto actual, se habrían multiplicado los signos de alarma: las peticiones de explicaciones y debate, las iniciativas locales y sectoriales, los manifiestos y las propuestas. Pero nada, repetimos, nada de eso se ha producido. Alguna dimisión, ciertas bajas relevantes, apenas una manifestación ridícula… Y muchas declaraciones públicas más bien crípticas. Poco ciertamente; muy poco. ¡Qué gran misterio!

 

Se dirá que los militantes populares están poco implicados en la vida del partido. Pero, ¿no se trataba de una militancia ejemplar?

 

Veamos qué afirma El Mundo en su edición del 25 de mayo. En el proceso electoral de los 2.500 compromisarios, para el próximo congreso nacional en Valencia, apenas habrían participado un 3’67% de los afiliados. ¿Por qué? ¿Acaso son en su inmensa mayoría unos pasotas? ¿No será, por el contrario, que ni se estimula, ni se favorece, ni se facilita su participación real en la toma de decisiones y en la vida del partido?

 

Un partido debe sumar esfuerzos, no neutralizarlos. Debe suscitar vocaciones a la política, no espantarlas. Debe dialogar e interactuar con los agentes sociales, no despreciarlos. Debe escuchar a la sociedad, no suplantarla. Debe fomentar y facilitar iniciativas, no ahogarlas; tampoco controlarlas.

 

Y no sirve afirmar que las “políticas de valores” sean percibidas temerosamente por la sociedad como actitudes “ultras”. Es más, desde una identidad definida y sin complejos existe menos miedo, al diálogo y al encuentro con “el otro”, que desde la indefinición. Por ello, una política de valores, enraizada en el pueblo, o en sectores significativos del mismo, funciona mejor cuanta más democracia interna, más participación, y mayor transparencia caracterizan a un partido político. El que sea.

 

Ya sabemos que los partidos activistas, alimentados por militantes entregados, son un modelo del pasado. ¿Quién se acuerda, ya, de aquellos pesados militantes, de todos los colores, que nos sermoneaban en la tan añorada Transición? Pero ello no implica que se tengan que reducir a sindicatos oligárquicos de intereses, dirigidos por una minoría que manipula estatutos y números, en aras de su promoción y permanencia indefinida en el mando. Eso sí, bajo una verborrea pseudo democrática, aunque políticamente correcta. Con gesto serio, traje y corbata, palabras y palabras.

 

La derecha social, plural por naturaleza, activista por vocación y necesidad, popular por origen y pertenencia, quiere un partido popular de verdad. Y, ahora mismo, el Partido Popular no parece que lo sea. ¿Llegará a serlo? Si la crisis lo propiciara, bienvenida sea. Si hay crisis, hay vida.

 

Fernando José Vaquero Oroquieta

Diario Liberal, 26 de mayo de 2008

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