De la retórica al compromiso
Señala el autor las incongruencias del plan de Ibarretexe y especialmente la ausencia de medidas desde la educación para combatir lo que él mismo define como "el principal enemigo de nuestra identidad".
El 9 de enero, este diario citaba las palabras del lehendakari durante la inauguración del Museo de la Paz en Gernika: «Aquí se violan los derechos humanos de manera bárbara y terrible... ETA sigue matando y violando el derecho fundamental, el principio sin el cual no hay derecho ninguno, la vida humana».
Este pronunciamiento permite cuestionar la idoneidad del plan de libre asociación propuesto por el propio Ibarretxe. En ese programa de supuesta normalización política su autor dejaba sin desvelar, pese a su considerable extensión, la más relevante de todas las incógnitas en el camino hacia la paz: ¿cómo se va a eliminar la violencia de ETA con dicha propuesta? En contra de lo que Ibarretxe subrayaba ante los medios en ese acto público de enero, su propuesta de libre asociación identifica la relación entre España y Euskadi como el problema fundamental que impide la normalización política. Por tanto, en ese falso plan de paz no se aborda adecuadamente la causa básica de que ésta siga sin alcanzarse, o sea, la violación del derecho fundamental por parte de ETA: el derecho a la vida. Obsérvese cómo fue el mismo lehendakari el que dio prioridad al derecho a la vida en esa intervención pública citada arriba, algo que carece de reflejo en una propuesta en la que en cambio ETA no aparece como el motivo principal de que los vascos no puedan hoy decidir su propio futuro «libre y democráticamente», términos profusamente utilizados en dicho texto.
La propia ETA rechazó el plan de Ibarretxe a finales de 2002, lo que provocó la inmediata reacción del lehendakari convocando la manifestación de Bilbao. El dirigente nacionalista volvía a contradecirse mostrando claramente que, pese a haber defendido sus reivindicaciones soberanistas con el argumento de que la organización terrorista no iba a condicionarle, en efecto ETA incide sobre su comportamiento. Así pues hay una evidente incoherencia entre las declaraciones del máximo responsable político vasco y sus acciones en la más importante de sus tareas: la búsqueda de la paz.
La deslegitimación de ETA requiere algo más que palabras bien intencionadas. En esa labor son precisos actos que demuestren constancia y determinación, siendo éstos especialmente necesarios por parte del nacionalismo gobernante dada su privilegiada posición de autoridad institucional y dentro de la llamada familia nacionalista. Si realmente existe voluntad, su ideología -pues ETA persigue unos fines nacionalistas- le permite una mayor eficacia en la deslegitimación política y social de la violencia, algo básico en toda estrategia antiterrorista.
Sorprende que con ese objetivo jamás se haya optado por poner en práctica campañas de publicidad contra la violencia terrorista y orientadas hacia la concienciación de la juventud. En el perfil sociológico de quienes asesinan por ETA destaca su juventud, siendo evidente que la adolescencia representa una fase de desarrollo particularmente vulnerable. Es bien sabido que los grupos terroristas buscan adeptos entre jóvenes que se hallan en una edad impresionable y que determinados contextos de socialización favorecen el aprendizaje de la violencia. Por tanto, la educación emerge como un arma vital en la batalla por la paz.
Así podría desprenderse de las palabras de Anjeles Iztueta, consejera de Educación del Gobierno vasco, recogidas en un artículo publicado hace unos días en este periódico. Aunque en él la consejera no aludía a la violencia terrorista, del mismo se podían extraer conclusiones para solucionar el problema capital del pueblo vasco. En opinión de Iztueta, «en la sociedad del conocimiento, la educación no será monopolio de las escuelas, será un aprendizaje continuo y abarcará toda la vida». Añadía que «aprendemos el 20% de lo que escuchamos, el 40% de lo que escuchamos y vemos y el 70% de lo que escuchamos, vemos y hacemos nosotros mismos», de ahí que indicara que la educación debe evitar «contradicciones entre lo que decimos y lo que hacemos».
En contra del modelo que propone Iztueta, y como se ha ilustrado en los párrafos iniciales, hay tremendas contradicciones entre lo que Ibarretxe dice y lo que hace. ¿Qué sentido tiene subordinar la paz a una propuesta política en la que no se abordan métodos que permitan eliminar la causa prioritaria de que la convivencia en la sociedad vasca esté dañada, esto es, la violencia etarra? Es obvio que para el concejal amenazado que vive a la sombra de sus escoltas o para la profesora universitaria que acude a su puesto de trabajo en condiciones similares tan inhumanas, el obstáculo fundamental para la convivencia no radica en la relación entre Euskadi y España, sino en la intimidación de ETA, que altera radicalmente la vida de miles de ciudadanos vascos.
En ese contexto, y teniendo presentes las anteriores palabras de la consejera del Gobierno vasco, se aprecia otra incoherencia en la ausencia de campañas que contribuyan a una educación en contra de la violencia y a favor de la concienciación de jóvenes con el potencial de ser ideológicamente manipulados por ETA. En una sociedad en la que existen campañas contra la violencia de género, la drogadicción, el racismo y los accidentes de tráfico, ¿por qué no se recurre también a métodos de concienciación similares a través de los medios de comunicación públicos, habida cuenta de que, como ha indicado Ibarretxe, «ETA sigue matando y violando el derecho fundamental, el principio sin el cual no hay derecho ninguno, la vida humana»?
Desgraciadamente no se presta excesiva atención a los ámbitos en los que se produce la socialización de determinados jóvenes que eligen la violencia bajo el manto de una ideología nacionalista deslegitimadora del Estado democrático, ni a los mecanismos de aprendizaje social de dichas respuestas violentas. Es éste un terreno sobre el que resulta necesario incidir, de manera que el diseño de iniciativas reales permita dar sentido a la búsqueda de la paz, trascendiendo la ambigüedad de la que se ha dotado a ese término en el discurso nacionalista de lo políticamente correcto, que subraya el pacifismo y el diálogo como pilares básicos de sus acciones sin que se aprecien pasos efectivos en dicha dirección. Difícilmente se puede construir una cultura de la paz sin adoptar un papel activo y firme desde múltiples frentes, entre ellos el educativo, contra el principal agente empeñado en dinamitar ese proyecto, o sea, ETA. Si Ibarretxe asegura, como hizo en Getxo el pasado 17 de enero, que ETA es «el principal enemigo de nuestra identidad», lo incongruente es presentar como alternativa para la paz un programa que ignora dicha premisa.
Si las motivaciones de esos jóvenes inmaduros y vulnerables a la radicalización de ETA no se encuentran en agravios políticos reales, siendo éstos más bien pretextos que revisten los auténticos estímulos que impulsan a determinadas personas a utilizar la violencia, se está confrontando el manido 'conflicto político' de manera errónea, utilizándolo peligrosamente como una mera coartada ideológica. A pesar de lo que tradicionalmente se ha aceptado en ciertos sectores, la motivación de muchos de esos jóvenes utilizados por ETA no emana de circunstancias externas a los propios individuos, como la represión, la imposición o la violencia del Estado. En contra de lo que un determinado discurso nacionalista reproduce, alimentando ideológicamente a ETA, el presente sistema democrático no puede compararse con una dictadura franquista que la mayoría de los actuales activistas etarras jamás conoció. Por ello es normal que la socialización y la educación recibida ejerzan sobre ellos una mayor influencia.
Si es de ahí de donde surgen las raíces de la violencia, parece lógico deducir que los métodos para acabar con ella no deben quedar subordinados a innovaciones del marco jurídico y político, como ansía Ibarretxe. Por tanto, la verdadera búsqueda de la paz obliga a identificar correctamente las causas que la impiden y que se actúe en consecuencia. Es decir, si el lehendakari piensa que «aquí se violan los derechos humanos de manera bárbara y terrible», y que «ETA sigue matando y violando el derecho fundamental, el principio sin el cual no hay derecho ninguno, la vida humana», es consecuente exigirle medidas concretas y eficaces contra el grupo terrorista culpable de tan grave vulneración. Si Ibarretxe entiende que ETA es «el principal enemigo de nuestra identidad», más que una nueva relación entre España y Euskadi lo que se requiere primordialmente es un plan real para eliminar esa amenaza etarra a la que se concede tanta centralidad en ciertos discursos públicos. Quizá así sea posible demostrar un sólido compromiso con la paz que no se reduzca a mera retórica.
Rogelio Alonso en EL CORREO, 26/1/2003
El 9 de enero, este diario citaba las palabras del lehendakari durante la inauguración del Museo de la Paz en Gernika: «Aquí se violan los derechos humanos de manera bárbara y terrible... ETA sigue matando y violando el derecho fundamental, el principio sin el cual no hay derecho ninguno, la vida humana».
Este pronunciamiento permite cuestionar la idoneidad del plan de libre asociación propuesto por el propio Ibarretxe. En ese programa de supuesta normalización política su autor dejaba sin desvelar, pese a su considerable extensión, la más relevante de todas las incógnitas en el camino hacia la paz: ¿cómo se va a eliminar la violencia de ETA con dicha propuesta? En contra de lo que Ibarretxe subrayaba ante los medios en ese acto público de enero, su propuesta de libre asociación identifica la relación entre España y Euskadi como el problema fundamental que impide la normalización política. Por tanto, en ese falso plan de paz no se aborda adecuadamente la causa básica de que ésta siga sin alcanzarse, o sea, la violación del derecho fundamental por parte de ETA: el derecho a la vida. Obsérvese cómo fue el mismo lehendakari el que dio prioridad al derecho a la vida en esa intervención pública citada arriba, algo que carece de reflejo en una propuesta en la que en cambio ETA no aparece como el motivo principal de que los vascos no puedan hoy decidir su propio futuro «libre y democráticamente», términos profusamente utilizados en dicho texto.
La propia ETA rechazó el plan de Ibarretxe a finales de 2002, lo que provocó la inmediata reacción del lehendakari convocando la manifestación de Bilbao. El dirigente nacionalista volvía a contradecirse mostrando claramente que, pese a haber defendido sus reivindicaciones soberanistas con el argumento de que la organización terrorista no iba a condicionarle, en efecto ETA incide sobre su comportamiento. Así pues hay una evidente incoherencia entre las declaraciones del máximo responsable político vasco y sus acciones en la más importante de sus tareas: la búsqueda de la paz.
La deslegitimación de ETA requiere algo más que palabras bien intencionadas. En esa labor son precisos actos que demuestren constancia y determinación, siendo éstos especialmente necesarios por parte del nacionalismo gobernante dada su privilegiada posición de autoridad institucional y dentro de la llamada familia nacionalista. Si realmente existe voluntad, su ideología -pues ETA persigue unos fines nacionalistas- le permite una mayor eficacia en la deslegitimación política y social de la violencia, algo básico en toda estrategia antiterrorista.
Sorprende que con ese objetivo jamás se haya optado por poner en práctica campañas de publicidad contra la violencia terrorista y orientadas hacia la concienciación de la juventud. En el perfil sociológico de quienes asesinan por ETA destaca su juventud, siendo evidente que la adolescencia representa una fase de desarrollo particularmente vulnerable. Es bien sabido que los grupos terroristas buscan adeptos entre jóvenes que se hallan en una edad impresionable y que determinados contextos de socialización favorecen el aprendizaje de la violencia. Por tanto, la educación emerge como un arma vital en la batalla por la paz.
Así podría desprenderse de las palabras de Anjeles Iztueta, consejera de Educación del Gobierno vasco, recogidas en un artículo publicado hace unos días en este periódico. Aunque en él la consejera no aludía a la violencia terrorista, del mismo se podían extraer conclusiones para solucionar el problema capital del pueblo vasco. En opinión de Iztueta, «en la sociedad del conocimiento, la educación no será monopolio de las escuelas, será un aprendizaje continuo y abarcará toda la vida». Añadía que «aprendemos el 20% de lo que escuchamos, el 40% de lo que escuchamos y vemos y el 70% de lo que escuchamos, vemos y hacemos nosotros mismos», de ahí que indicara que la educación debe evitar «contradicciones entre lo que decimos y lo que hacemos».
En contra del modelo que propone Iztueta, y como se ha ilustrado en los párrafos iniciales, hay tremendas contradicciones entre lo que Ibarretxe dice y lo que hace. ¿Qué sentido tiene subordinar la paz a una propuesta política en la que no se abordan métodos que permitan eliminar la causa prioritaria de que la convivencia en la sociedad vasca esté dañada, esto es, la violencia etarra? Es obvio que para el concejal amenazado que vive a la sombra de sus escoltas o para la profesora universitaria que acude a su puesto de trabajo en condiciones similares tan inhumanas, el obstáculo fundamental para la convivencia no radica en la relación entre Euskadi y España, sino en la intimidación de ETA, que altera radicalmente la vida de miles de ciudadanos vascos.
En ese contexto, y teniendo presentes las anteriores palabras de la consejera del Gobierno vasco, se aprecia otra incoherencia en la ausencia de campañas que contribuyan a una educación en contra de la violencia y a favor de la concienciación de jóvenes con el potencial de ser ideológicamente manipulados por ETA. En una sociedad en la que existen campañas contra la violencia de género, la drogadicción, el racismo y los accidentes de tráfico, ¿por qué no se recurre también a métodos de concienciación similares a través de los medios de comunicación públicos, habida cuenta de que, como ha indicado Ibarretxe, «ETA sigue matando y violando el derecho fundamental, el principio sin el cual no hay derecho ninguno, la vida humana»?
Desgraciadamente no se presta excesiva atención a los ámbitos en los que se produce la socialización de determinados jóvenes que eligen la violencia bajo el manto de una ideología nacionalista deslegitimadora del Estado democrático, ni a los mecanismos de aprendizaje social de dichas respuestas violentas. Es éste un terreno sobre el que resulta necesario incidir, de manera que el diseño de iniciativas reales permita dar sentido a la búsqueda de la paz, trascendiendo la ambigüedad de la que se ha dotado a ese término en el discurso nacionalista de lo políticamente correcto, que subraya el pacifismo y el diálogo como pilares básicos de sus acciones sin que se aprecien pasos efectivos en dicha dirección. Difícilmente se puede construir una cultura de la paz sin adoptar un papel activo y firme desde múltiples frentes, entre ellos el educativo, contra el principal agente empeñado en dinamitar ese proyecto, o sea, ETA. Si Ibarretxe asegura, como hizo en Getxo el pasado 17 de enero, que ETA es «el principal enemigo de nuestra identidad», lo incongruente es presentar como alternativa para la paz un programa que ignora dicha premisa.
Si las motivaciones de esos jóvenes inmaduros y vulnerables a la radicalización de ETA no se encuentran en agravios políticos reales, siendo éstos más bien pretextos que revisten los auténticos estímulos que impulsan a determinadas personas a utilizar la violencia, se está confrontando el manido 'conflicto político' de manera errónea, utilizándolo peligrosamente como una mera coartada ideológica. A pesar de lo que tradicionalmente se ha aceptado en ciertos sectores, la motivación de muchos de esos jóvenes utilizados por ETA no emana de circunstancias externas a los propios individuos, como la represión, la imposición o la violencia del Estado. En contra de lo que un determinado discurso nacionalista reproduce, alimentando ideológicamente a ETA, el presente sistema democrático no puede compararse con una dictadura franquista que la mayoría de los actuales activistas etarras jamás conoció. Por ello es normal que la socialización y la educación recibida ejerzan sobre ellos una mayor influencia.
Si es de ahí de donde surgen las raíces de la violencia, parece lógico deducir que los métodos para acabar con ella no deben quedar subordinados a innovaciones del marco jurídico y político, como ansía Ibarretxe. Por tanto, la verdadera búsqueda de la paz obliga a identificar correctamente las causas que la impiden y que se actúe en consecuencia. Es decir, si el lehendakari piensa que «aquí se violan los derechos humanos de manera bárbara y terrible», y que «ETA sigue matando y violando el derecho fundamental, el principio sin el cual no hay derecho ninguno, la vida humana», es consecuente exigirle medidas concretas y eficaces contra el grupo terrorista culpable de tan grave vulneración. Si Ibarretxe entiende que ETA es «el principal enemigo de nuestra identidad», más que una nueva relación entre España y Euskadi lo que se requiere primordialmente es un plan real para eliminar esa amenaza etarra a la que se concede tanta centralidad en ciertos discursos públicos. Quizá así sea posible demostrar un sólido compromiso con la paz que no se reduzca a mera retórica.
Rogelio Alonso en EL CORREO, 26/1/2003
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