La sumisión social a la tiranía nacionalista
Existen obras sobre el nacionalismo que narran sus métodos de creación, de invención de las recientes naciones y “conciencias” nacionales (Hobsbawn, Anderson...) con elementos diversos y aleatorios, así como otras de hipótesis más general (especialmente Ernst Gellner).
Pero sobre la aplicación de modernas técnicas de manipulación y control de masas por parte del nacionalismo fraccionalista dentro de un Estado y en contra de este y de la población que lo compone no la hay aún. Se editan cada vez más narraciones y análisis desesperadamente verídicos sobre la absurda situación política y humana en el País Vasco y en el nefasto “Estado de las Autonomías” aún más aberrante, pero no se aproximan al nivel de una teoría sociológica y sobre todo política que explique el papel y la actitud de la población ante estas maniobras del Poder.
De antemano descartaremos las posibles comparaciones con totalitarismos de signo predominantemente social, como el comunista, cuyas importantes diferencias con el nazi ya fueron puestas en evidencia por Hannah Arendt en su conocida trilogía sobre los totalitarismos.
Asimismo no intentaremos generar otra nueva teoría sobre los orígenes y esencias del nacionalismo, por mucho que algunas de las teorías en circulación nos fueran útiles (de la interacción cultural, de la legitimación política, de la competencia identitaria, del difusionismo, de la lógica de intereses...).
Tampoco vamos a conectar con las teorías críticas con respecto a las deficiencias y fallos del sistema democrático (Burnham, Schumpeter, Schmitt...) ni a intentar elaborar una teoría sobre los modos de movilización de masas desde la sociología.
Nuestra meta es establecer los porqués y el cómo de las técnicas de sumisión social de un poder omnímodo y autolegitimado ideológicamente como es el nacionalismo hoy.
Nos centraremos por lo tanto en el único antecedente de magnitud: el régimen nazi alemán, y en sus aspectos represivos con motivaciones más ideológicas (judíos, extranjeros, control de población, colaboracionismo), soslayando sus “políticas sociales” específicas (subnormales, delincuentes...).
Ingeniería social
El hitlerismo ha sido el único experimento de ingeniería social invasiva y agresiva al servicio de un proyecto totalitario brutal.
Ese carácter obsesivo, unívoco, esa fijeza monolítica nacionalista sobre la lengua o la raza, es la que provoca en los que lo sufren el temor, el rechazo y la sumisión, todo a la vez.
Porque nuestros análisis afirman que, lejos de interpretaciones simplistas de tipo ideológico, las situaciones dictatoriales no transforman a toda la población en oprimida, sino que la divide en víctimas y verdugos.
La ausencia de determinadas libertades públicas no es percibida como una carencia grave por la población, y menos si se la presenta como una necesidad ante peligros internos identificados con grupos definidos.
El mismo régimen represivo nazi no fue visto así de negativamente por la población alemana que lo vivió (excluidos los grupos represaliados):
“Recuerdo que quería ver sólo lo bueno y a lo demás simplemente le daba la espalda. La mayoría de los alemanes, incluso los que no estuvieran de acuerdo al cien por cien con el Tercer Reich y el nacionalsocialismo, intentaron como mínimo adaptarse a ellos. Y desde luego un 80 % vivió todo el tiempo de manera productiva y positiva. También vivimos años buenos. Fueron unos años maravillosos”.
(“Frauen: German women recall the Third Reich”, Alison Owings, 1993).
“Hitler y los dirigentes del Reich compraron el silencio y la complicidad de la mayoría de los alemanes a cambio de seguridad y bienestar material. Lejos de la visión tradicional que nos muestra a unas pocas corporaciones empresariales y a dignatarios nazis enriquecidos con la guerra, de hecho el hambre, el pillaje y la expoliación de la Europa ocupada, así como el exterminio de los judíos y el saqueo de sus bienes, sirvieron, sobre todo, para mantener y asegurar el nivel de vida del pueblo alemán, que, en su gran mayoría, aceptó una utopía cimentada en el robo, el racismo y el asesinato”.
(“The nazi utopy”, Götz Aly, 2005).
“Lejos de pasarse la vida preocupados por la Gestapo y desgarrados por la angustia que pudiera producirles el sistema de vigilancia y terror, muchas personas se acomodaron a él... En efecto, escribir cartas a las 'autoridades' se convirtió en una actividad favorita de las ciudadanos de la Alemania nazi...”.
(“Meldungen aus dem Reich: Die geheimen lageberichte des SD der SS, 1938-45”, Heinz Boberach, 1984).
(Hasta tal punto que el Ministro de Justicia –Gurtner- avisó que el decreto contra la escucha de radios enemigas haría llegar una avalancha de denuncias y soplones. Así fue).
La delación
“Los delatores daban el chivatazo con el fin de deshacerse de cualquier enemigo, rival o competidor, y para que la Gestapo se los quitase de en medio”.
(Politische denunziation im NS-regime oder die kleine macht der “volksgenossen”, Gisela Diewald-Kerkmann, 1995).
La falsa visión que tenemos sobre las “masas”, el “pueblo”, la “movilización política”, etc, proviene del tratamiento que les dan a estos términos las organizaciones políticas que viven de ellos, y que son las que verdaderamente representan esos conceptos abstractos.
Existen las acciones colectivas pero los actores colectivos son más heterogéneos, complejos e inestables. Son las fuerzas políticas las que ponen en circulación nuevos sistemas de significados y nuevas formas de relación y encuadramiento social, en definitiva, nuevas interpretaciones de la realidad para una población que necesita que se las proporcionen desde el exterior de ella.
Al mismo tiempo estos símbolos del poder son sustituidos, cada vez más, por autocensuras y autoconvencimientos: el antiguo fascismo y los modernos nacionalismos separatistas en España y en toda Europa son buena muestra.
Es cierto que palabras como “libertad” o “justicia” continúan presentes en el discurso político, pero vaciadas de su contenido original liberal y unidas, como conceptos abstractos, a los medios de formación de las identidades nacionalistas, lo mismo que la cultura, o como medios de desideologización por parte del Estado: la falsa y vacía “solidaridad-ONG” y “multicultural” que, de hecho sólo proporciona una satisfacción narcisista y asfixiantemente “políticamente correcta”.
Es la “ingeniería social” del poder la que configura la actitud de la población. De ahí la importancia de acallar los discursos discrepantes y los símbolos y lenguajes disidentes.
Esa manipulación e inserción del poder totalitario en la vida de la población es mucho más importante que la represión pura, que sólo puede construir una falsa tranquilidad social. De ahí la constante referencia de los nacionalismos a la “cohesión social”. Y por eso ese infame “Estatuto de Autonomía” catalán del año 2006 que es el más intervencionista y represivo de todas las leyes en la Historia de España. O el proyecto netamente totalitario del “Plan Ibarreche”.
Es también la explicación de la primera etapa del régimen hitleriano (1933-34), en la que la persecución contra “judíos y marxistas” se llevó a cabo a través de “acciones individuales” (“einzelaktionen”) y “persecuciones silenciosas”, oficialmente desautorizadas. La primera ley racista fue llamada astutamente “Ley para la restauración de un funcionariado civil profesional” (“Gesetz zur wiederherstellung des berufbeamtentums”), que afectaba incluso a los profesores y tuvo el efecto de purgar a profesionales liberales (médicos, abogados). Como la “Ley de Normalización Lingüística” catalana o los “modelos de enseñanza” vascos, culminación de una política que se desarrolló incluso con traslados forzosos e ilegales en los años 80:
“Las campañas estatales tuvieron el efecto de involucrar a la población por motivos puramente egoístas (odio o lucro) o a una deseada (por el poder) 'escalada de indiferencia' (“eskalierende gleichgültigkeit”)”.
(“Vernichtungspolitik: neue antworten und fragen zur geschichte des 'holocauts' ”, Ulrico Herbert, 1998).
“Algunos ayuntamientos y diversas administraciones regionales, actuando desde la ilegalidad y anticipándose a la legislación antijudía todavía por venir, expulsaron del escalafón a los médicos judíos que trabajaban en el sector público”.
(“Doctors under Hitler”, Michael H. Katar, 1989).
¿No nos recuerda todo esto a incidentes cotidianos actuales, como la escuela de Badalona que ha eliminado (¡!) la clase de lengua española, o el asunto de los historiales médicos examinados por el gobierno nazionalista catalán para ver ¡¡en qué idioma estaban escritos!! ?
“Estudiantes y profesores cogían a los niños judíos, los exponían ante la asamblea escolar y los utilizaban como modelo para demostrar la manera de reconocer a otros judíos”.
(“Schule im Dritten Reich: Erziehung zum tod?. Eine documentation”, Geert Platner, 1983).
Una situación no muy diferente de las escuelas catalanas o vascas, estas con su separación rígida entre alumnos vascohablantes y bilingües, y las catalanas con su “inmersión” coactiva y marginalizante y la extraordinariamente cínicamente llamada "atención personalizada".
Es significativa la indignación de los padres de alumnos de las zonas dominadas por los nacionalistas, alarmados por la “contaminación” lingüística de sus hijos en el patio del colegio (por eso hay inspectores lingüísticos en los patios de los colegios catalanes). En algunos centros se penaliza a los niños que sueltan alguna palabra o frase en español. En las Vascongadas se les ha llegado a castigar a llevar una mochila llena de piedras.
“Madres que llevan a sus hijos a colegios en los que el día de carnaval el disfraz preferido es el de etarra, sin que esto parezca preocuparles, tan atentos como están a la selección del idioma que emplee su hijo cuando juega, tan dispuestos ellos, en muchos casos, a hablar mal con sus criaturas una lengua que no dominan”.
(“¡Arriba 'Euskadi'. La vida cotidiana en el País Vasco”, J.M. Calleja, 2001).
Colaboracionismo
En definitiva, incluso en situaciones más graves que las que algunos sufren en el País Vasco por culpa del terrorismo nacionalista, la experiencia histórica demuestra que la vida diaria de miles de personas que se sientan y estén lejos del drama, puede no verse alterada.
Lo que más irrita a quienes sufren las consecuencias del terrorismo es la indiferencia de los demás. Una falsa neutralidad que encubre la cobardía y se pone, en la práctica, del lado de los asesinos. De hecho propicia la gestación de un clima de criminalidad.
La relación entre poder y pueblo se plasma en lo “correcto”, en lo “normal” y, en contra de las apariencias, verdaderas anormalidades (nazis, nazionalistas, comunistas, sectarias, burocráticas, progresistas, religiosas...) pueden ser “políticamente correctas”. La población sabe, capta perfectamente lo que se espera de ella, y de donde pueden venir los golpes, la coacción (por eso los grupos terroristas son, ante todo, mecanismos de control mafioso del territorio).
Y se integran y colaboran. Por sus propios motivos. Pero cuando estas actitudes individuales traspasan incluso el propio interés, los propios prejuicios o el ojo vigilante del poder, y se transforman en un hecho sociológico, en el odio instintivo y automático, antropológico, hacia el “Otro”, en la pura victimización social organizada, aceptada y asumida, es cuando se puede calificar a esa sociedad de gravemente enferma: Alemania, Yugoslavia, País Vasco, Cataluña...
Pero la coacción y el oportunismo no bastan para explicar la sumisión totalitaria. Este acoso organizado se da cuando la acción del Estado cumple una serie de condiciones:
a ) Una perversión de la legalidad
Así los derechos jurídicos dependerán del grado en el que un ciudadano sea “miembro útil de la comunidad”, es decir, se doblegue a la tiranía dominante o coincida con su definición de sociedad y de ciudadano.
Evidentemente, el poder puede saltarse sus propias leyes en aras de ese bien común, por interés propio. No olvidemos que la “revolución” nazi fue calificada de “revolución legal”, y que el nazismo tuvo su marco jurídico, si bien excepcional.
El ejemplo contemporáneo lo tenemos en las aberraciones normativas y jurídicas vasco-catalanas, entre las cuáles ya se abre camino la “lealtad” y la “voluntad de ser miembro de la comunidad”.
La “revolución legal” fue la fórmula mágica que produjo confusión entre los que debieron defender a la República de Weimar y engañó a los aliados momentáneos de los nazis. Sirvió para proporcionar la falsa esperanza de encauzarles e integrarles en la legalidad, acabando con su política de “estado de excepción”, y al final supuso legalizar todo tipo de abusos e ilegalidades.
Exactamente igual que el “Estatuto catalán”, la clandestina e ilegítima reforma constitucional de Zapatero o los sórdidos pactos con ETA, y de hecho el mismo maldito “Estado de las Autonomías” y el permanente retroceso ante las alucinaciones y abusos de los nacionalismos, plasmadas también en la promulgación de normas que violan leyes o el incumplimiento de estas, o la aplicación de políticas de coacción social.
De ese proceso formaron parte el sometimiento de los Estados alemanes, la represión de las izquierdas, la capitulación de la mayoría parlamentaria, la progresiva disolución de los partidos, la colaboración del aparato estatal, el asentimiento militar y sindical, y la “coordinación” (depuración) de las asociaciones profesionales y la burocracia estatal...
“Hitler pasaría también por encima de otras limitaciones de la ley, tales como el Presidente del Reich, el Consejo del Reich, el aplazamiento temporal, etc. Todo esto no impidió la continuación del pseudolegalismo en el Tercer Reich, ni tampoco su tardío reconocimiento por los cultivadores del derecho político y los Tribunales de la RFA”.
(“Die deutsche diktatur”, Kart Dietrich Bracher, 1969).
Evidentemente, Hitler operaba más cómodamente a base de decretos y órdenes expeditivas, y sin necesidad de abolir la Constitución de Weimar, simplemente violándola y conservando el disfraz legalista formal. Esa es la genialidad del proceso de nazificación y del actual nacionalismo vasco-catalán.
b ) Una meta totalitaria, incisiva en la sociedad por parte del poder.
Esto supone una división, una fractura social, y la impunidad de las acciones marginadoras de unos sobre otros. Como las Oficinas de Denuncias Lingüísticas de la Generalidad catalana, nidos de fanáticos y delatores, escudados en el anonimato y la coacción. O el Consejo Audiovisual Catalán, censor de los medios de comunicación (no de los de su bando, claro). Parte de la propia nueva normativa cívica de los ayuntamientos catalanes (anti pintadas, adhesivos, octavillas...) está destinada a impedir la propaganda antinacionalista, mientras que la de los nacionalistas, incluso firmada, sigue poniéndose impunemente.
Los derechos individuales no configuran un imaginario colectivo de suficiente entidad como para poder oponerse al universo totalitario, poblado de mitos, manipulaciones y mentiras colectivas.
Sólo los conceptos colectivos ocupan el imaginario colectivo, y nada puede hacerse para defenderse, a menos que la democracia y los derechos ciudadanos se transformen en poderosos mitos colectivos, como lo fueron durante la Revolución Francesa y el periodo de las luchas liberales, es decir, no en un sistema sino en un dogma, del que podría derivarse peligrosamente un “autoritarismo democrático”.
El trapicheo político y las concesiones a los totalitarismos nacionalistas no son un freno para estos, como no lo fueron para sus padres políticos, los fascismos. Esto nos remite claramente a los métodos, y sobre todo, al espíritu y las metas del Tercer Reich nazi.
“Podemos ver una muestra de la categoría a la que quedaron reducidos los judíos en el hecho de que, si alguno se atrevía a aparecer en público, era objeto de los ataques de los niños, que les arrojaban piedras, los acosaban y los insultaban”.
(“Judenprogrom 'Reichskristallnacht' November 1938 in Grossdeutschland”, Heinz Lamber, 1981).
c ) Y por último, un plan efectivo y real de marginación de ese sector “impuro” de la población.
“Una propuesta de ley sobre los individuos 'extraños a la comunidad' nacional colocaba en el punto de mira a todos aquellos hombres y mujeres que se vieran que eran 'incapaces de cumplir con los requisitos mínimos de la comunidad del pueblo' (“aus eigener kraft den mindestandorderungen der volksgemeinschaft zu genügen”).
(“Backing Hitler. Consent and coercion nazi Germany”, Robert Gellately, 2001).
La marginación no es una consigna sino el resultado de inocular argumentos falaces, tergiversaciones y manipulaciones propagandísticas en la población a través de ideas muy simples y repetitivas a través del odio al Otro y de la compensación de los complejos y deficiencias propias, de las frustraciones y miserias cotidianas.
“Medios de comunicación, públicos, pagados por todos, pero controlados férreamente por el pacto entre el PNV y ETA y que ofrecen permanentemente una imagen de lo español como algo degradado, cutre, chapucero, que contrasta poderosamente con una 'Euskadi' en positivo, excelsa, que madruga y trabaja, que progresa, disfruta y va a misa”.
(“¡Arriba 'Euskadi'. La vida cotidiana en el País Vasco”, J.M. Calleja, 2001).
Es el falso incentivo de la “integración” (como la frase de Goering: “Yo decido quién es judío”), que permite a quien abjure de su origen votando y siendo nacionalista (es decir, hablando sus dialectillos, arrodillándose, y escupiendo a su gente, incluso a su familia) ser parte (de momento) de la gran obra de “reconstrucción” nacional y dejar de ser un marginado social, “emigrante” eterno e indefenso por culpa de los trapicheos de sus propios políticos.
“Integración” que manifiesta su carácter en hechos como los del gobierno catalán cuando, frente a la oleada islamista que nos sacude, centrada en la inmigración descontrolada, propone... la enseñanza del catalán al inmigrante, eliminando el español. O la respuesta que recibió una ciudadana vasca por parte de la policía autónoma (del PNV) cuando fue a solicitar protección: un discurso político nacionalista que terminó apoyando la iniciativa pública que impulsaba entonces ETA-HB.
Es curioso como el nacionalismo logra disfrazar la marginación de los Otros: a su extremadamente ideologizada política la consideran algo natural, casi un servicio social. Política es lo que hacen los otros, que además la visten con las peores acciones, que son las que ellos sí practican en realidad. Como los animales, tapan sus excrementos. Como los nazis alemanes, niegan no sólo lo que hacen sino lo que legislan y proponen públicamente (los hitlerianos negaron los campos de exterminio hasta fecha tan avanzada como 1944, y aún ahora).
Sumisión
Esta marginación sólo puede lograrse a través de un control mafioso del territorio y la sociedad, estilo IRA, que lleva a cabo una red de radicales como HB y ERC, que organizan boicots, disturbios y controles callejeros con impunidad, otorgada por sus amigos en el poder. Como los progromos antisemitas en Alemania.
Esos “sobres del miedo”, extorsión a los industriales o a los pequeños comercios, las amenazas a los medios de comunicación o a los kioscos si su prensa no está visible, el constante entorpecimiento de la vida escolar y académica, la creación de ghettos exclusivos, barrios y pueblos enteros, la autocensura de símbolos (una simple camiseta de fútbol) y de usar nuestra propia lengua española, incluso con los propios hijos, para no ser señalados como apestados, como enemigos de una sociedad enferma, excluyente, dominada por los acomplejados, los resentidos y los rastreros y chulescos, siervos de ese poder omnímodo...
Pero también puede hacerse con medios legales:
“El antisemitismo oficial y oficioso provocó que muchos judíos abandonaran sus actividades comerciales. El equipo económico del partido nazi a nivel regional fomentó esta tendencia desde el otoño de 1936, y para el verano de 1938 se calcula que entre el 75 y el 80 por 100 de todos los negocios judíos que existían en Alemania en 1933 había sido liquidado. Con el paso de los años muchas empresas se arruinaron cuando los clientes empezaron a evitar comprar en los comercios de los judíos por temor a ser denunciados. Por la misma razón los proveedores se mostraron cada vez más reacios a hacer negocios con los judíos”.
(“Der gauwirtschaftsapparat der NSDAP: menschenführung, “arisierung”, und wehrwistschaft im gau Westfalen-Süd”, Gerhard Kratzsh, 1989).
La propaganda es el nexo de unión entre la sumisión de unos y la marginación de otros. Es mentira, pero justifica el bajo instinto y la injusticia, por lo tanto reconforta y calma. Al tiempo que califica a unos de esclavos y chusma, a otros los vuelve amos, héroes, y protegidos por el poder.
Es como la insidiosa propaganda del gobierno catalán “tripartito” del año 2006: “Generalidad de Cataluña: cómo tú”... de nazi, habría que añadir. ¡Todos cómplices!.
El resultado fue y es evidente: el 71 % de las denuncias contra los judíos fue presentado por la población civil, y el 90% de las denuncias por escuchar emisoras enemigas. Del total, el 80% fue desestimado por la propia Gestapo, y del 20% restante, sólo un 25% (un 5% del total) concluyeron en condena. He aquí la prueba del interés personal del colaboracionismo, de su falta de escrúpulos y de la utilización del sistema totalitario por la población.
Los profesores, los primeros en ser purgados, abandonaron Alemania hasta en un 33% del total (Berlin y Frankurt), un 25% (Heildelberg) o un 20% (Hamburgo, Colonia, Friburgo...). Sólo en 1933-34 más de 1.600 científicos.
El hecho y las cifras del exilio de ciudadanos y profesores en el País Vasco y Cataluña ya las hemos publicado, decenas de miles. La similitud es evidente.
El Estado
Pero falta una característica más. Vemos qué mecanismos y de qué modo se construyó la sumisión en un Estado totalitario pero ¿cómo logra imponer sus métodos en una democracia, con unos mecanismos jurídicos defensivos?
La ideología nacionalista ha infectado al resto con las justificaciones de su ilegitimidad, y se ha descrito exhaustivamente la perversión de la “partidocracia” (inserción en la burocracia institucional, infección de la economía privada...), pero todo ello está enmarcado en el carácter del Estado moderno.
La modernidad es tan homogeneizadora como individualizadora, pero la “libertad” que genera sólo es abstracta, poco amiga de enraizarse en aspectos concretos y reales, y por ello esa individualidad, cuando es excesiva, tiende inevitablemente a fundirse con un concepto mayor: la sumisión real de los individuos al poder.
Estas aparentes contradicciones, constantes en el mundo político, se encauzan en las formas anónimas que tiene la moderna autoridad, como la tiránica, fantasmal y manipulable “opinión pública”, producto de las macro-estructuras del poder democrático y de las campañas de ingeniería social, entre las que están las autocensuras y dinámicas propias pero seguidistas del poder, de los medios de comunicación.
Este carácter tardío de la democracia procede de sus orígenes ideológicos redentores, presuntamente liberadores del ser humano con alcances universales y permanentes, uniformizadotes. En él se afianzan también, a través de la perversión del lenguaje (“plural” para los demás, “identidad” para ellos), los privilegios y censuras de los totalitarismos nacionalistas (y de los integrismos religiosos) y las políticas antiigualitarias de todo tipo de grupos de presión minoritarios.
Esto ocurre aquí y ahora.
Oposición Antinacionalista
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