Dios vuelve a ser vasco por si Otegi gana y remata a Pagazaurtundúa
Eusko Alkartasuna tiene un secretario de Organización de lujo, el parlamentario alavés Rafael Larreina, que además resulta ser uno de los vicepresidentes del Parlamento vasco. Un hombre culto, educado, suave en las formas, que se define en su excelente web "políticamente incorrecto, probablemente inoportuno". Montañero, lo que lo hace particularmente grato para mí en especial; no ajeno a la gramática española, cosa muy de agradecer en estos días. Y católico practicante que no oculta serlo, uno de los convencidos como carisma específico de la llamada universal a la santidad.
Precisamente tal acumulación de virtudes sobrenaturales y méritos terrenales hace especialmente llamativos sus deméritos, y los de quienes le rodean, asesoran, inspiran, comprenden o toleran. Es un hombre capaz de basar su acción pública en la afirmación de que "Euskal Herria existe, otra cosa es que ahora mismo no tenga entidad política", un independentista que dice "no soy español. Mi identidad nacional es vasca, nada más". Grandes palabras, que culminan en el sofisma de "que las víctimas hay que tenerlas en cuenta, pero es muy importante sacarlas del tráfico partidista" –dicho para laicos sin graduación, las víctimas que molesten serán silenciadas-. Y que "la kale borroka no es un obstáculo para dejar de hablar". Es verdad que Eguiguren negociaba con ETA en nombre de Zapatero mientras asesinaban a Joseba Pagazaurtundúa, pero ni ETA ni el PSOE dicen ser católicos, y Larreina y unos cuantos más sí.
A mí –bautizado, pecador, mal católico y malpensado, qué duda cabe- me tienen que explicar las jerarquías eclesiásticas, regulares, seculares y mediopensionistas cómo puede ser esto. Porque Sus Eminencias y sus respectivas curias saben que no estamos en Irlanda, ni en Quebec, ni hay dos bandos equiparables, ni el nacionalismo falaz es un mal menor; y si no lo saben yo se lo explico en persona antes del Adviento. Pero me sorprende ver al frente de los enemigos de España y de la libertad a católicos cualificados y no desautorizados, y más aún verlos progresivamente respaldados entre nubes de incienso.
¿He dicho enemigos de la libertad? Sí, reverendos padres, sí. Porque "la verdad os hará libres" sigue siendo un precepto evangélico, y desde la mentira sólo hay esclavitud. Al menos, así era en el Astete que se estudiaba antes de monseñor Uriarte. Así que, teniendo en cuenta que el nacionalismo vasco a día de hoy se fundamenta en la mentira sobre el pasado y el presente, lo que tan distinguidos eclesiásticos nos preparan, o no impiden a sus fidelísimos laicos como Larreina, es un futuro de esclavitud.
Mentira. Qué palabrota, padres. Porque quien dice mentira afirma que existe una verdad, objetivamente reconocible. Y hete aquí que el profesor Alfredo Cruz, libérrimo compañero de espiritualidad de Larreina, se ha lanzado a publicar en Tecnos lo que pretende ser un alegato contra el nacionalismo, y termina siendo una defensa poco velada del subjetivismo relativista. Más aún: Nuestro Tiempo –que no era precisamente Gara- ha glosado con entusiasmo la idea. Como si "uno y otro lado" fuesen equidistantes de la verdad, lo que en este caso es tanto como negar la verdad. Algo parecido a un relativismo claudicante hacia el nacionalismo vasco está surgiendo a orillas del río Sadar, en una Universidad que nació agnóstica y crecerá abertzale, y en otra que nació confesional y evoluciona pragmática. Bueno, al fin y al cabo allí se forjaron egregios pensadores de la vanguardia antiespañola como Ignasi Guardáns i Cambó y Daniel Innerarity, el nacionalista vasco de El País. Me ahorro dolorosos detalles del séquito.
Es una singular alianza a tres bandas. Por un lado el nacionalismo vasco que afirma su proyecto totalitario sin matices salvo para los crédulos que quieran comulgar con ruedas de molino. Por otro los que dicen ser, y tal vez crean ser, liberales, pero no dejan de servir como útiles compañeros de viaje preñados de indiferencia, como si el rancio liberalismo doctrinario del siglo XIX fuese un pasaporte para colocarse más allá del bien y del mal. Por último, católicos reconocidos que confunden la universalidad del mensaje de la Iglesia para olvidar su defensa de la verdad objetiva allí donde se encuentre, y de paso preparan sus instituciones para cualquier nuevo régimen que pueda venir. Dios nos proteja a los navarros, en especial.
Un notable católico, no menos militante que los anteriores y en cierto e importante sentido más caracterizado que ellos, me recuerda que el nacionalismo se combate con el patriotismo, y el relativismo subjetivista con la afirmación de la verdad objetiva. Pero bueno, es que esto lo dice el catecismo y lo han repetido todos los Papas hasta Benedicto XVI. Parece ser de San Agustín la idea de que el amor de Patria debe ser inferior al debido a Dios, pero puede ser superior incluso al debido a los padres.
Los equívocos son peligrosos, pero las confusiones interesadas lo son aún más. Yo entiendo que los franciscanos de Aránzazu cobijen el montaje Baketik para atraer clericales y tontos útiles de matriz católica al proyecto secesionista de Ibarretxe, en nombre de la "paz". Yo asumo que, pese a los méritos como soldado de España del capitán Íñigo de Loyola, sus hijos de Indauchu se acuerden más del pobre Pedro Arrupe. Andan por allí todos los anteriores, y gente dudosamente católica del pelaje de Iñaki Gabilondo, Victoria Camps, Herrero de Miñón o Mayor Zaragoza. Era de esperar, no es más que volver a aquellos maravillosos años setenta en los que los curas llenaron las filas de ETA y Herri Batasuna mientras que vaciaron las parroquias. Pero que esa tentación llegue ahora a los entornos de Ayete, Belagua y Moncloa, que se hable impunemente de "ilegitimidad democrática" de España en determinadas latitudes, suena a grave despiste de Bruno Buozzi o a prudente cálculo de futuro. En cualquier caso, motivo de escándalo para los católicos, malo para España y Navarra y peor para la Iglesia y sus partes más implicadas.
Pascual Tamburri
El Semanal digital, 19 de octubre de 2006
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