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Recristianización y nacionalismo vasco

Recristianización y nacionalismo vasco

El nacionalismo vasco es una doctrina política que ha ido mutando en la historia sus argumentos dialécticos en función de la necesidad del momento. En nuestros días, el nacionalismo es para muchos de sus votantes la traducción a la política de su amor al paisaje conocido, lengua, costumbres y tradiciones propias. No obstante, el término esconde una aceptación diferente, como es el rendir culto a la nación por encima de los derechos de los individuos y de la verdad histórica.

 

Pero los interrogantes son muchos en torno a un movimiento político, que no cuenta con la representación exclusiva de la sociedad vasca, y que en el origen nutricio de sus ideas se contradice con los derechos universales de la dignidad humana. Desde siempre, el nacionalismo vasco se ha arrogado la exclusiva representación de los intereses sociales, económicos, culturales, educativos, laborales y políticos del pueblo vasco. Por que se considera el único que defiende una concepción de la nación como ente abstracto, único e indivisible, a la que los individuos de la sociedad que la forman, quedan subordinados sin límites al interés general de la nación a redimir.

 

Su concepto de humanidad va ligado a la creencia de que la lengua, raza, costumbres y religión determinan el carácter primordial de un grupo social, como para darle el calificativo de nación. Al tener ésta el derecho inalienable de alcanzar su soberanía política, el nacionalismo tendrá la única misión de obtener por las vías que considere necesarias la consecución de la independencia, porque la soberanía nacional es un valor primordial que esta por encima de los derechos más elementales de la persona como tal.

 

Sin embargo, Juan Pablo II ha predicado sobre lo bueno de sentirse miembro de una comunidad nacional, no obstante, ha señalado como uno de los peores males de fin de milenio, la deificación de la nación. La Iglesia Católica como universal, pero respetuosa con las diferentes culturas del mundo guarda un exquisito equilibrio entre ser católico y sentirse miembro de una sociedad con unos rasgos propios definidores. No obstante, el hipernacionalismo nos lleva a la exclusión del otro y a favorecer la desigualdad de los seres humanos. Incluso el alejamiento de Dios junto con un grado excesivo de ideologización política en los niveles de la juventud conllevan a actitudes violentas y justificativas del terrorismo. En respuesta, Juan Pablo II nos llamó a los católicos a dar testimonio público de nuestra Fe en un mundo donde la sumisión a los valores de la mayoría, van atando a las personas a un relativismo nacionalista tiranizador.

 

En el País Vasco la sociedad se ha encontrado bajo el control de un lobby nacionalista, con una visión distorsionada y encallecida de la sociedad vasca. La fuerte secularización sufrida por una sociedad postindustrial ha proporcionado los rudimentos necesarios para que el nacionalismo funcione y se viva como una religión de sustitución. Esta visión es la que se impone ahora y desvirtúa la realidad con una visión manipulada. La regeneración ocasionada por una nueva recristianización, proporcionará los cimientos de una sociedad que vivirá la esencia del ser vasco, en los principios universales e integradores del cristianismo. Del mismo modo, el compromiso por la defensa y búsqueda de la verdad, llevará a la ciudadanía vasca a responder de manera favorable al bien común producido por una vivencia conjunta en una comunidad histórica llamada desde la antigüedad España. Aunque los lastres nacionalistas del pasado, todavía obligarán a los “pedros” a oír cantar el gallo tres veces.

 

José Luis Orella Martínez (Presidente del Foro Arbil y Portavoz del Foro El Salvador).

Análisis Digital, 24 de diciembre de 2006

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