El despertar de un pueblo
No estamos ante un partido con gran poder de convocatoria sino ante un pueblo que despierta y se despereza, dispuesto a levantarse contra una política injusta impuesta por un Gobierno que persiste en el error. Un pueblo capaz de hacer una elección moral a favor del bien, de la justicia, de la verdad y de la libertad, que tiene todavía claras esas referencias que preceden y alimentan nuestra convivencia y nuestro sistema democrático. Hay esperanza porque todavía hay un pueblo vivo.
Hace cinco meses escribía yo en este mismo espacio un artículo titulado La hipnótica palabra ‘paz’. En el último párrafo, mostraba mi convicción de que sólo había una cosa que nos podía sacar de la actual situación de humillación frente a ETA, de confusión y división, a la que el Gobierno nos ha sometido. Esa única cosa a la que yo apostaba todo era el despertar de un pueblo. Así lo decía: “...que el pueblo despierte del letargo, del sueño profundo que le ha producido la sedante, hipnótica y anestésica palabra paz. A través de la opinión, de la movilización cívica y de las urnas, este pueblo que se echó masivamente a la calle tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco puede todavía decir no a una paz que no es justa ni verdadera”.
Tras la histórica manifestación del pasado sábado en Madrid y las concentraciones en decenas de ciudades de toda España, puedo decir que mi deseo se ha cumplido. Participé en la manifestación del Paseo de Recoletos y lo que presencié no era sólo una de las manifestaciones más multitudinarias que se recuerdan en la capital de España, no era únicamente una demostración conmovedora de civismo y adhesión a la Constitución, no era sólo a una clamorosa exhibición de patriotismo bien entendido; era todo eso, pero sobre todo era el despertar de un pueblo. La tarde del 10 de marzo quedará como una página imborrable de nuestra historia, una de esas raras ocasiones en que los ciudadanos ven amenazados esos pocos principios en los que fundamentan su convivencia, su “estar juntos” y “avanzar juntos”, y reaccionan. Cuando algo así sucede, un pueblo que no está definitivamente muerto o liquidado se levanta y resurge con toda su dignidad, como sucedió este fin de semana.
Al frente de este pueblo emergió también un líder, Mariano Rajoy, que supo dar expresión con palabras llanas pero certeras a lo que bullía en los corazones de los cientos de miles de manifestantes. Y un verdadero líder no es alguien con un especial carisma o encanto, con una inteligencia preclara o con poderes apabullantes, sino que es quien en las horas dramáticas sabe recordar a todos cuáles son los principios morales a los que no podemos renunciar y que, por encima de las adscripciones ideológicas, conforman la grandeza de un pueblo. Y eso hizo Rajoy: “Queremos que la democracia gane y que ETA pierda (...). Queremos que los terroristas sepan que no tienen nada que reclamarnos, que su único destino es la cárcel y que nosotros sabemos distinguir con nitidez quiénes son las personas decentes y quiénes son los indeseables. Los distinguimos muy bien. Y por eso no nos olvidamos de las víctimas. A nosotros no nos estorban. Al contrario: son el mejor estandarte de nuestros valores; el testimonio vivo de nuestra fe en la democracia; representan el precio que hemos pagado por nuestra libertad; expresan nuestra respuesta al terrorismo y hacen saber que, con uno ni con mil muertos, logrará nadie doblegar nuestros principios”.
Rajoy no apeló a una toma de posición política o ideológica, sino que llamó a hacer una elección moral: la preferencia por el bien frente al mal, por la justicia frente a la arbitrariedad, por la verdad frente al esoterismo y el oscurantismo, por la libertad frente a la humillación. Es la victoria moral sobre los terroristas a la que no debemos renunciar y es precisamente esa victoria moral la que nos quiere arrebatar Zapatero. Bajo su proyecto de paz no hay más que una ausencia de referencias morales donde al final se igualan víctimas y verdugos, terroristas y demócratas. Pero el futuro es de este pueblo que se despereza de nuevo y opta por el bien.
Ignacio Santa María
Páginas Digital, 12 de marzo de 2007
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