¡Es el mal, Zapatero, hace falta realismo!
La imagen del mal para los españoles con más de diez años es la de un cuerpo tendido en el suelo, rodeado de un charco de sangre y tapado por una sábana. Primo Levi, recordando a las víctimas del totalitarismo, afirmaba que “si pudiese encerrar todo el mal de nuestro tiempo en una imagen escogería la de un hombre demacrado, en cuya cara y en cuyos ojos no puede leerse ni una huella de pensamiento”.
Para nosotros las escenas del gulag y de los campos de concentración quedan lejos. Pero las fotos de las víctimas de ETA están muy cerca, como la presencia de la una iniquidad misteriosa, como la llaga de una dignidad cotidianamente negada que la memoria de mil muertos reabre una vez y otra. Y es el golpe de ese mal concreto que te llena el alma de una humillación prolongada y seca el que volvemos a temer desde que ETA ha anunciado la ruptura de la tregua.
Podríamos tener el consuelo, frente a esa amenaza, de correr en apoyo de nuestro Gobierno, de formar un bloque compacto –como el que dominó la vida pública a finales de los 90- para sufrir juntos mientras se producen las nuevas dentelladas del terror y para afrontarlas con mucha paciencia, mucha policía y mucha voluntad de aislar a los violentos. Pero no es posible. Zapatero se ha equivocado, puso en marcha un proceso de negociación en el que los terroristas le pidieron lo que no podía conceder; se volvió a equivocar al reabrir el diálogo a pesar del atentado de la T4 y ha continuando errando al dar a De Juana lo que pedía y al dejar a los proetarras volver a las instituciones.
Los terroristas se la han jugado y le han roto la tregua cuando más le podía doler: antes de unas generales. Si hubiese rectificado se habría podido recomenzar. Pero lo ha hecho imposible. Tras el comunicado de ETA repite, en buena medida, la reacción que tuvo tras el atentado de la T4. Vuelve a hablar de paz, vuelve a dejar abierta la puerta a un posible diálogo. Zapatero este martes se ha “entretenido” en su declaración en Moncloa en buscar la comprensión para su fracaso: “sé que la mayoría de los ciudadanos vascos conoce la autenticidad del esfuerzo que el Gobierno ha realizado y quiero reafirmar que mi mayor esperanza radica en la profunda voluntad de la sociedad vasca y de la sociedad española de vivir en paz”.
La voluntad, protagonista de su mensaje. Después de hacer un guiño al posible derecho de autodeterminación -“el futuro de los vascos depende y dependerá de ellos mismos”- vuelve a los verbos volitivos: “me esforzaré (...), me empeñaré en que la paz se alcance cuanto antes”. Es un voluntarismo con raíces en ese nihilismo que Jesús Trillo en su libro La ideología invisible llama nihilismo constructivista: “para el hombre actual, la realidad surge de la voluntad planteada desde el vacío, no hay realidad preexistente (...). Desaparecida la razón, queda la voluntad”. Lo explica con otras palabras Sánchez Meca en El nihilismo: “El ser, en lugar de subsistir de manera autónoma, independiente y propia, se somete como objeto al poder del sujeto”. En realidad es una ficción porque eso que Trillo y Sánchez Meca denominan la realidad o el ser no aceptan ser sometidos fácilmente al poder y, al final, acaban imponiendo su lógica.
Zapatero ha conseguido con bastante éxito que ciertos aspectos de “la realidad blanda” –la opinión pública- se plieguen a su voluntad. Prueba de ello es la falta de castigo en las elecciones municipales y autonómicas. Hay ocasiones en las que el voluntarismo que convierte “toda necesidad en derecho” (Eva Perón) parece tener éxito, sobre todo a corto plazo. Pero no todo es tan fácilmente maleable. No es lo mismo dinamitar el orden constitucional impulsando reformas demenciales de los estatutos de autonomía, cambiar de cabo a rabo el sistema educativo para programar a ciudadanos acríticos o inventarse un matrimonio homosexual, que doblegar la libertad de los miembros de una banda terrorista que han optado por hacer el mal para conseguir sus fines. En los primeros casos los efectos nocivos del voluntarismo tardarán en aparecer; en el segundo, ya están aquí.
Lo de ETA es el mal, José Luis, el mal que existe. Frente a él cualquier ejercicio de voluntarismo es contraproducente. Políticamente, el mal requiere de mucho realismo: soluciones sencillas y decididas como las se aplicaban en la época de Mayor Oreja. Socialmente, el terrorismo exige una respuesta que se sacuda el pacifismo fofo que sueña con una España sin dolor y en la que la violencia se puede superar con buena gestión o con buenas ideas. Vamos a seguir sufriendo y mucho. Vamos a necesitar razones para vivir con ese sufrimiento. Esas razones no pueden ser principios o valores abstractos. Como nos testimonian muchos concejales del PP y del PSOE del País Vasco, hay que poner a prueba las diferentes tradiciones existenciales que permanecen vivas en nuestro país (católica, socialista, liberal, judía, etc). No sólo para resistir, sino para conseguir dar una respuesta positiva en favor de la libertad. Para todo ello es necesario reconocer con realismo (ésa es la gran palabra) que el mal también está dentro de nosotros y que para vencerlo es necesaria una humilde búsqueda, socialmente creativa, del bien y la verdad.
Fernando de Haro
Páginas Digital, 6 de junio de 2007
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