LA "CUESTIÓN JUDÍA", REVISITADA. Miserias del marxismo
Marxismo y cuestión judía; marxismo y antisemitismo: dos asuntos sobre los que gran parte de la bibliografía marxista pasa de puntillas. Por una parte está el desprecio hacia esta cuestión y la apelación al carácter alegórico de La cuestión judía de Marx, analizada desde la miope crítica marxista a la noción liberal de derechos humanos –¿acaso se puede hablar de derechos humanos sin hacer referencia al liberalismo?–, cuando no se incide en el comunitarismo inherente a la crítica marxista al capitalismo, enfoque útil que, sin embargo, omite la evidente aversión que Marx sintió hacia el pueblo de su padre.
Por otra parte tenemos el rescate del concepto de pueblo-clase de Abraham Leon (1946), recientemente exhumado por el historiador troskista Bernardo Traverso, aunque esta noción nunca ha dejado de figurar en el canon marxista. Teoría también equivocada, pues, como señala Nuño, equivale a decir que, "aun antes del advenimiento del capitalismo, [los judíos] eran capitalistas". El resultado es que "quien padece (además de los perseguidos, por supuesto), es la verdad histórica". Estamos, pues, ante "soluciones simplistas y circunstanciales", por otra parte "tan propias del marxismo".
El antisemitismo de Marx es, además de evidente, frecuente. Lo encontramos en La cuestión judía, en El Capital –véase la descripción del capitalista como un circuncidado hacia dentro y las citas antisemitas de Lutero, que Marx reproduce sustituyendo el término judío por el de capitalista–, incluso en su correspondencia con Engels, donde, al descalificar a Lassalle, parece secundar las más delirantes tesis del llamado racismo científico.
En su nota a esta reedición de Sionismo, marxismo y antisemitismo, Ana Nuño nos recuerda el doble objetivo de Juan Nuño: explicar el antisionismo y el antisemitismo de izquierdas y dar cuenta de las complicadas relaciones entre la izquierda y el Estado de Israel. Estos problemas obedecen a varias contradicciones inherentes al marxismo. En primer lugar, su tratamiento fetichista del antisemitismo termina imputando la culpa del problema a quien lo padece, lo cual tiene, además, el paradójico efecto de exonerar al cristianismo, auténtica causa del antisemitismo. Algo, desgraciadamente, asumido por el sionismo, que acepta de forma masoquista la tesis de un problema judío auténtico y específico.
Como solución, Nuño aboga por la desaparición de la concepción vindicativa, dualista, destructiva y maniquea del mundo propia del cristianismo, sin reparar en lo que tal filosofía debe al judaísmo. De esta forma el autor, llevado de un anticristianismo ingenuo, cae en uno de los errores que él mismo parodia, "el inteligente razonamiento que propone el suicidio como infalible remedio para el dolor de cabeza". La solución al dilema que presenta la asimilación colectiva del sionismo no es tan fácil como la simple desaparición del cristianismo, ya que esto podría conllevar la del propio judaísmo y, por ende, el fin de lo que para muchos judíos es parte esencial de su identidad.
El propio Nuño, que acertadamente achaca al socialismo lo que él denomina antisemitismo de esencia –presente, por otra parte, en La cuestión judía de Sartre–, reitera uno de los fallos del marxismo doctrinario: el reduccionismo, o ideologización mediante la abstracción, de todo lo visible –e invisible– a una sola causa, lo que termina por rebajar la teorización a una especulación metafísica carente de la mínima referencia empírica que el método científico demanda de cualquier especulación.
No obstante, sí se observa en los judíos la exacerbación de un problema por lo demás común a todos los conglomerados humanos: un destino dependiente de "los proyectos que para él tengan los otros". Así, al igual que el peor español que sufre el antiespañol es aquél que ni toca la guitarra ni es aficionado a los toros, el peor problema del antisemita es la "ubicua multiplicidad del judío", es aquel judío que se resiste a ser identificado con el Estado de Israel.
La segunda gran contradicción del marxismo consiste en su incapacidad para esclarecer la cuestión nacionalista. Desde Lenin, el socialismo cometió el trágico error de no considerar el sionismo como un movimiento de liberación nacional, algo que ya no es, tras la consolidación de Israel. Por otra parte, tampoco las perspectivas teóricas nacidas al albur de la Nueva Izquierda son útiles para llegar a una comprensión cabal del antisemitismo, pues caen en los mismos errores del marxismo clásico a la hora de analizar la colonización y la explotación imperialistas. Y es que ningún socialista ha sido capaz de responder satisfactoriamente a la pregunta: "¿A qué atender preferentemente, a la revolución social o a la independencia nacional?".
Entonces, como ahora, el conflicto se saldaba con la equívoca y oportunista diferenciación entre nacionalismos buenos y nacionalismos malos, que, sumada a la definición romántica de Stalin de nación como lengua, territorio, economía y psicología, sigue sembrando guerra y opresión en muchas regiones del planeta.
Es precisamente el deseo de encubrir la impotencia socialista a la hora de lidiar con el nacionalismo y los derechos culturales lo que hace necesario la aparición del antisionismo como ideología, algo que, por otra parte, no es sino una continuidad más entre el zarismo y el bolchevismo.
En definitiva, el antisemitismo es tanto esencia como accidente del socialismo, aunque para el autor esta pregunta sea baladí, pues la discusión sobre el auténtico marxismo no es más que una quimera fabricada por las distintas sectas socialistas, cuando no un producto de las coyunturas políticas y la Realpolitik. Esto explicaría la afirmación irracional con que podría resumirse la situación de los judíos en la Unión Soviética: "Ni puede ser judío, ni dejar de serlo, ni serlo fuera de la URSS".
Lo importante es investigar el proceso que ha llevado de los socialistas antisemitas del siglo XIX –Fourier, Toussenel, Drumont y el anarquista Proudhon, por una parte; por la otra, Marx, por influjo de Ruge, Bauer y otros– a una ideología antisemita dentro del socialismo, especialmente en el Tercer Mundo y entre la izquierda radical. En otras palabras, la historia de la transformación de la amalgama judaísmo = capitalismo de Marx en la actual judaísmo = imperialismo. Una propuesta plenamente vigente tras la caída de la URSS.
De ahí que la reedición de Sionismo, marxismo... esté más que justificada, sobre todo si nos atenemos a la transformación del antisemitismo en uno de los elementos comunes a diversas ideologías antisistema, desde el nacionalpopulismo a la "izquierda abertzale", pasando por el coqueteo con el islamosocialismo de algunos sectores del radicalismo chic europeo e incluso de un pequeña parte del Partido Demócrata norteamericano.
El libro también incluye un estudio de las peculiaridades de los judíos latinoamericanos, en especial de los venezolanos, caracterizados por la gran asimilación de los sefarditas y su admiración por los EEUU –a diferencia de los judíos argentinos, los venezolanos no han despuntado en actividades intelectuales ni artísticas–, y un provocador capítulo dedicado a los filosemitas, "variada fauna" en la que abundan especies que, al igual que ocurre con ciertos antirracistas y homófilos, esconden bajo su aparente tolerancia un mal disimulado paternalismo que equivale al más despreciable racismo.
En conclusión, Nuño reta al estudioso a una ardua labor de investigación partiendo de sus propias reflexiones, entendidas bien como preguntas, bien como hipótesis falsas. Para el lector interesado en la comprensión de las falsas promesas del marxismo, y su perpetuación en la llamada izquierda democrática, los datos aportados en Sionismo, marxismo... confirman lo que muchos sospechaban incluso antes de la revolución del 17: que el "socialismo real" crearía problemas nuevos sin solucionar uno solo de los viejos. Cuanto antes comprendamos esto, tanto mejor para todos.
JUAN NUÑO: SIONISMO, MARXISMO, ANTISEMITISMO. LA "CUESTIÓN JUDÍA", REVISITADA. Reverso (Barcelona), 2006, 184 páginas.
ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.
Libertad Digital, suplemento Libros, 19 de enero de 2007
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