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Outsourcing político

El 12 de enero de 1988 se firmaba en el Palacio de Ajuria Enea por parte de todas las formaciones políticas de la C.A.V. con representación parlamentaria (excepto HB) el documento titulado “Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi”. Lo firmó Julen Guimón por AP, Alfredo Marco Tabar por el CDS, Kepa Aulestia por EE, Xabier Arzalluz por el PNV, José Mª Benegas por el PSOE e Inaxio Oliveri por parte de EA (con reserva al punto 3 párrafo 2 y su alusión al artículo 17 del Estatuto). El lehendakari era José Antonio Ardanza. Desde entonces ha llovido bastante y tres formaciones de las firmantes han desaparecido por engullición o transformación. Euskadiko Ezkerra se integró en el PSOE, CDS en el PP y Alianza Popular se transformó en el Partido Popular actual.

 

En ese acuerdo, más conocido como Pacto de Ajuria Enea, se decía en su primer punto que la utilización de la violencia, tal y como venía produciéndose en Euskadi, representaba el máximo desprecio de la voluntad popular, así como un importante obstáculo para la satisfacción de las aspiraciones de los ciudadanos vascos. Y en el punto décimo se hablaba de apoyar procesos de diálogo entre los poderes del Estado y los violentos en aras al abandono de la violencia siempre y cuando se dieran las condiciones adecuadas para ello, y respetando en todo momento el que las cuestiones políticas se resolvieran únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular.

 

Han pasado 18 años desde aquella firma. El Pacto de Ajuria Enea se fue al carajo por cuestiones que aquí no mencionaremos, aunque parece ser que por lo menos parte de su espíritu se ha conservado de alguna forma.

 

Y en este momento nos encontramos con una tregua de ETA, con una formación ilegalizada que se reúne con lo legales (incluyendo poses y foto) y con un Gobierno del Estado que ha anunciado su intención de hablar con los violentos.

 

Pacificación y normalización, dos palabras de actualidad. Dos palabras, separadas para unos y entrelazadas para otros.

 

En primer lugar nos encontramos con el Partido Popular, para quien todo lo que sea hablar con ETA y su entorno es político y, por lo tanto, cesión. Cesión que anula la diferenciación entre pacificación y normalización, es decir, entre la rendición de las armas y el debate político entre los partidos, evidentemente legalizados. Por otra parte, se encuentran con que de las dos palabras una les sobra, pues después de la pacificación ¿hay algo para normalizar?. Para los populares pacificar es normalizar y la normalización vendrá de la pacificación. Están sumidos en una contradicción entendible desde el punto de vista de opositores a todo lo que huela a una suma de puntos para el gobierno que preside Zapatero. El único problema de los vascos (tan españoles ellos) es la violencia. Acabada ésta, felicidad completa. Chirrían, ese es el verbo.

 

En segundo lugar está el Partido Socialista Obrero Español, incluida su sección vasca. Los socialistas españoles ven una necesidad clara de pacificación y de normalización. Consideran que la violencia de ETA es una patología de la sociedad vasca, un intento ilegítimo de condicionar las decisiones y debates políticos desde fuera del sistema. Reconocen que ha existido en Euskadi un problema de normalización política derivado de un consenso insuficiente en torno al marco jurídico-político y a las reglas de juego que hay que respetar. Dos palabras, dos procesos que deben ser encauzados mediante un orden de prioridades: cese de la violencia, en primer lugar, como paso previo al diálogo entre fuerzas políticas para resolver, sin interferencias del terrorismo, los problemas políticos. Y sobre su postura ante la normalización consideran que ésta consiste en ser capaces de asumir un marco jurídico-político y un proyecto de convivencia que todos puedan compartir. Y el método que sugieren para la adopción de acuerdos no pasa por el principio de la mayoría, pues para ellos eso es válido únicamente para cuestiones de legalidad ordinaria, no para aprobar las bases que han de regir la convivencia de los vascos. Para los socialistas españoles ningún acuerdo puede ser posible sin que representantes de “las dos grandes sensibilidades políticas” (¿españolistas y vasquistas?) presten su consentimiento al mismo. Sencillo de verdad: sólo saldrá adelante el texto que nos guste. Y no os quejéis, que como os pongáis tontos os mandamos a los duros de “nuestra sensibilidad” para que veáis lo majetes que somos. Resumiendo: en primer lugar, pacificación, y en segundo lugar hablar, hablar, hablar, ..., hablar de normalización hasta el hastío para acometer la puesta a punto de un marco jurídico-político que encaje perfectamente en la Constitución española actual, lo que equivale a decir un nuevo Estatuto de Autonomía parecido al actual, y acaso rebajado en algún punto en caso de despiste del enemigo, perdón, quería decir “la otra sensibilidad”.

 

En tercer lugar se sitúa Izquierda Unida. En el documento titulado “La paz es el camino” y con fecha 18 de marzo de 2006, apuesta por un proceso político en un escenario de cese definitivo de toda expresión de violencia, apoya el diálogo entre el Estado y quienes decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos y la voluntad popular y reitera su apuesta por un Estado federal, solidario, plurinacional, republicano y laico.

 

Y pasamos a un componente de esa “otra sensibilidad”, el Partido Nacionalista Vasco. En su documento del 10 de octubre de 2005 titulado “Elkarbizitzarako bake-bideak” afirma que Euskadi ansía la paz y aspira a conseguir, además, la normalización política. ¿Y por qué una normalización? Porque llevamos demasiado tiempo inmersos en un profundo contencioso que ha ido alimentando entre los vascos una insatisfacción colectiva a la que hay que dar una salida. El PNV nace en 1895 (hace ahora la friolera de 111 años) como expresión política de ese contencioso (de ese conflicto originado con la supresión durante el siglo XIX del régimen foral) con el objetivo de recuperar la soberanía y hacer que Euskadi perviva como una nación diferenciada. El PNV considera que la causa vasca también ha sido utilizada cruelmente contra la propia sociedad vasca. También afirma que el conflicto de identidades y el de la violencia son dos cosas distintas, que el terrorismo no es consecuencia natural de un conflicto político, y que es inaceptable que su persistencia sea utilizada para ignorar o negar la existencia de un conflicto de naturaleza política que es necesario abordar con detenimiento. De ahí la determinación del PNV por tratar de dar una salida dialogada al conflicto políticos que se arrastra. Y desde la consideración de la radical incompatibilidad entre política y violencia, el PNV plantea, como exigencia democrática, que el diálogo resolutivo para el final del proceso no sea consecuencia de la violencia, sino de su cese. Está claro, el fin de la violencia debería eliminar las excusas y las reticencias para construir el camino de la resolución del conflicto. Para ello el documento nos dice que el respeto a lo que los vascos decidan es incompatible con la vigilancia o el condicionamiento que pretenda ejercer una organización armada, y que son los partidos y las instituciones representativas los únicos encargados de garantizar el carácter democrático del proceso, con la consiguiente negociación resolutiva sin imposiciones, desde el respeto a la pluralidad, situando todos los proyectos en igualdad de condiciones de consecución y depositando en la ciudadanía la última palabra. En resumen: para el PNV pacificación y normalización son palabras separadas (aunque, como para el PSOE y para IU la primera debe ser condición previa para la segunda). Para abordar la normalización hay que poner fin a la violencia, y será la ciudadanía la que se exprese de manera directa. La violencia, además del sufrimiento que produce, es un formidable obstáculo para la normalización, su existencia no se debe al contencioso, sino que lo utiliza, pero nos surge la pregunta: ¿para qué fines?, y ahí el PNV se nos queda mudo, como muchos otros. Aunque el PSOE en su documento “Euskadi 2006. Hacia la libertad y la convivencia” define el proyecto de ETA como totalitario, pero también considera que en Euskadi hay “dos sensibilidades”, y como queda claro que ni ETA y ni su entorno pertenece a la misma “sensibilidad” que los socialistas españoles, y como ellos mismos se llaman constitucionalistas pero no nacionalistas porque, según ellos, eso son “los otros”, tenderemos a pensar que ETA tiene un proyecto nacionalista totalitario, ¿verdad señoras y señores del PSOE?.

 

En lo que vamos analizando y haciendo un recuento parcial podemos decir que de los cuatro partidos analizados, tres diferencian muy bien las palabras pacificación y negociación, las consideran independientes en su contenido pero ordenadas en el tiempo: si no hay pacificación no se darán las condiciones para afrontar la normalización. El cuarto partido, el PP, no diferencia las dos palabras, pues considera que la normalización es la pacificación, y punto.

 

Bien, prosigamos con los partidos. Ahora le toca el turno a Eusko Alkartasuna. Como los arriba analizados (excepto el PP, cuyo documento interno no ha llegado a mis manos), también ha hecho sus deberes y ha difundido su documento titulado “Normalización y Pacificación”, redactado y debatido en el seno de su Ejecutiva Nacional durante los meses de Enero y Febrero del presente año. Y nos da su particular (como tiene que ser) versión de lo que entiende por pacificación, esto es, erradicar la violencia como atentado máximo contra la paz, pero también normalizar la convivencia eliminando las causas (por cierto muy anteriores a la aparición de ETA) generadoras de conflictos en el seno de la sociedad vasca. Por lo tanto, no hay pacificación sin erradicación de la violencia (hasta ahora todos han dicho lo mismo) pero, para EA no hay pacificación sin normalización, Y esto sí es novedoso. Aunque en el siguiente párrafo se afirma que la violencia y la normalización política son cuestiones diferentes que nadie debe mezclar. La eliminación de la violencia es una exigencia ética y autónoma mientras que la normalización es una cuestión de derechos. Y en el punto 3 del capítulo V (“EA ante la mesa de partidos”) vuelve a estimar desacertado separar las fases de pacificación y normalización ya que ésta última forma parte indisoluble de la primera ... En el mismo capítulo, EA dice que como partido independentista que es considera que la normalización política consiste en dar solución al problema nacional mediante la autodeterminación. Pero también dice que en el llamado problema vasco se mezclan dos cuestiones de origen diferente, aunque coincidentes en el tiempo, que se corresponden, argumentalmente, con la invocación de los derechos históricos y con la reivindicación del derecho de autodeterminación. En resumen: que no me aclaro, señores. ¡Salinas, sálvame de ésta, Salinas!. Veamos: en primer lugar, no hay que mezclar violencia y normalización. En segundo lugar, la violencia tiene que ver con la ética, y la normalización, por su parte, con los derechos. En tercer lugar, hay violencia por la existencia de causas (anteriores a la existencia de ETA) generadoras de conflictos. En cuarto lugar, la pacificación llegará no sólo por el abandono de las armas sino también por la eliminación de esas causas que entran en el terreno de la normalización. En quinto lugar, pacificación y normalización están unidas, lo que contradice lo dicho en primer lugar. En sexto lugar, la violencia de ETA (aunque injusta e inhumana, éticamente reprobable e inútil políticamente) parece ser que responde a esas causas del conflicto, o sea, el conflicto es anterior a ETA y ETA nace y vive por y para el conflicto. Para la Ejecutiva Nacional de Eusko Alkartasuna sin contencioso no hay ETA.

 

Y por fin, llega la Izquierda Abertzale. Su estrategia político-militar nos obliga a hablar de sus dos alas. En este artículo únicamente lo haremos de la primera, de ETA, de la original, de la que toma la iniciativa y asigna los papeles, en definitiva, del boss, del jefe, que en su auto-entrevista escrita (no hay nadie que hable como escribe) y publicada en el periódico Gara el 14 de mayo último nos habla de un proceso diseñado para su propia gloria y beneficio. En su habitual estilo de autosuficiencia carente de abuela y después de calificar de “ciertamente escaso” el nivel de los responsables políticos que actúan en Euskal Herria nos dice que si se ha llegado a este momento es por ellos, por la fortaleza de su lucha, por la clarividencia de sus ideas y porque estos últimos treinta años han demostrado que los únicos que no estaban equivocados eran ellos. Línea política correcta y solidez de la organización. El copyright es de Mao.

 

Pero, a lo que íbamos, ETA afirma que el conflicto se debe a que Euskal Herria carece de un reconocimiento político y de que deben ser los ciudadanos vascos quienes deben tener la palabra y la decisión sobre su futuro. Por ello, ETA manifiesta su voluntad para superar el conflicto por medio de la negociación, y para ello declara el alto el fuego permanente (permanente en función del desarrollo del proceso). Por su parte, se autoproclama como expresión de la lucha de los vascos por defenderse de la agresión de los estados español y francés. Legitimidad al completo. Además, se reafirma en que no cejará hasta ver pulverizado el Estatuto de Gernika, el Régimen Foral de Navarra y la nada (sí, la nada) de Iparralde y lograr un marco jurídico –político que contemple la territorialidad unificada de las tres realidades institucionales, ya que pretender imponer a Euskal Herria un segundo ciclo autonómico, además de ser un fraude, no haría sino alimentar el conflicto. Si a esto añadimos el derecho de autodeterminación para todos los vascos, sean de Iparralde como de Hegoalde, tendremos los elementos estratégicos de la lucha negociadora, pues eso es ni más ni menos, negociación como lucha. Zapatero ha entrado al trapo, pero Chirac no se ha dignado en responder a lo que considera “un problema español”. Bien, únicamente con estos ingredientes, la justificación de la lucha de ETA y de su entorno se amplía a unos veinte años mínimo, y teniendo en cuenta que nadie regala nada y que todo lo que somos se lo debemos (porca miseria) a la lucha de izquierda abertzale, ¡pues toma lucha!

Y aquí nos encontramos con que ETA también engloba a todo quisqui en “dos sensibilidades”, la primera la de los que están y/o colaboran con sus tesis y en frente, el resto del mundo. Que trabajas para mí, pues mira qué bien, qué majete, tú trabajas para Euskal Herria. Que no te gusta lo que yo digo, que quieres recorrer una vía independiente, pues chaval, tú eres un traidor para el pueblo, un colaborador con ese enemigo materializado en los Estados español y francés. Y no hay término medio. Porque, o se trabaja por Euskal Herria o contra Euskal Herria, ETA dixit, La organización ETA, fuente inagotable de agresión a los vascos, dando lecciones. Y lo malo es que tendrá oyentes.

 

Pero la cosa no termina aquí. ¡Oh no!. Aquí es donde comienza. La hoja de ruta preparada por la Izquierda Abertzale (y de la que ETA es capitán) contempla la asignación de funciones para todos. A sí mismos se rebajan de la tarea ya que como organización ya ha realizado su principal aportación al impulso del proceso con el anuncio de la tregua y ello supone negociar directamente con los gobiernos estatales (lo que estén dispuestos, claro) todo el tema militar (presos incluidos, naturalmente). Por otra parte, anuncia sin titubeos que es responsabilidad de la Izquierda Abertzale ser el motor, como hasta ahora, del tema político. Si hasta ahora hemos hablado de pacificación y normalización de aquí en adelante también nos servirán las palabras militar y político, que encajan a la perfección con la estrategia de siempre de la Izquierda Abertzale. Como hemos adelantado, a los gobiernos estatales no les cabe otra tarea que aceptar lo que se les pida y, claro está, en caso de no hacerlo la expresión de la lucha del pueblo (como es ETA, ¡vaya cinismo!) saldrá reforzada y más legitimada que nunca. Por su parte, y sabiendo todo el mundo que sin autodeterminación ni territorialidad no es posible superar el conflicto, corresponderá a los agentes (partidos, sindicatos, organizaciones sectoriales, ...) mojarse y concretar sus compromisos. Y el que está en contra será enviado al infierno y el que esté a favor trabajará gratis para mí. Y como todo el mundo sabe esta iniciativa está dirigida a defender al pueblo, a los ciudadanos de Euskal Herria, y para ello le hemos asignado la tarea de situarse en la primera fila para que los agentes y partidos no pierdan esta oportunidad, para que los agentes den cuerpo a sus compromisos, para que no retrasen los pasos a dar en el proceso. Vamos, que los ciudadanos han de ser los capataces, los encargados del taller, los chivatos que denuncien quien trabaja y quien no, que ya se ocupará el patrón de las sanciones.

 

En fin, qué quieren que les diga, pues que me estoy aburriendo de tanta monserga y que lo que creo es que si la Izquierda Abertzale está montando este entramado es porque la actividad armada ha sido y es un fracaso, un fracaso soberano gracias a la mayoría de la gente de este pueblo que le ha negado su apoyo durante tantos años, (y quien no lo vea así que se acuerde del pasotismo del pueblo cuando por dos veces fue encarcelada la Mesa Nacional de HB). Y ahí es donde está el meollo de la cuestión. Con la lucha armada como elemento de vanguardia la Izquierda Abertzale ha llegado hasta donde ha llegado, pero es consciente que eso no da más de sí si es que no nos inventamos un nuevo juego en el que se busque la división de los otros y la acumulación de fuerzas en base a cantos de sirena que no tienen más objetivo que reforzar la lucha de los socialistas revolucionarios (que así se autodenominan) para objetivos poco publicitados (¿por qué será?) utilizando (como siempre) a este pueblo. Poco les importará el sufrimiento que generarán (como hasta ahora), y nos intentarán convencer de la justeza de nuestro trabajo. Han visto que trabajando únicamente ellos no pueden aspirar a mucho más. Necesitan mano de obra barata y fresca, necesitan a unos chinos para que trabajen como chinos y cobren como tales. Y a estos chinos les llaman agentes activos. Y para definir la externalización del trabajo no estratégico (evidentemente ellos mantienen la dirección y ellos son el motor) se usa el anglicismo “outsourcing”. Pero no nos olvidemos que muchas empresas (acaso la más conocida sea Nike) han sido acusadas de explotar (dentro de este outsourcing) a menores de edad, aprovechándose de la miseria de la gente. Espero que en esta época de confusión no seamos ni ñinos (con todo el respeto a los mismos) ni chinos (igualmente, mis respetos).

 

Para terminar. En el punto 3 del Pacto de Ajuria Enea se decía que el Gobierno de la Comunidad Autónoma estaba llamado a encabezar toda acción política y social frente a la violencia de cara a la consecución de la paz. Por ahora no ha sido así, pero sabemos que a finales del mes de septiembre el lehendakari Ibarretxe desvelará en el debate de política general la alternativa que planteará a los partidos para consolidar la participación ciudadana tanto en el proceso de pacificación como en el de la normalización política. Mientras tanto, se habla del mes de agosto como propicio para el trabajo de cocina, o sea, para la discreción más absoluta. Y como esto no ha hecho más que comenzar, y las fechas son las que son, que disfruten de sus bien merecidas (supongo) vacaciones.

 

 

Manu Manzisidor

 

Goiz Argi, Nº 39, agosto de 2006

LA IZQUIERDA ABERTZALE Y EL PROCESO DEMOCRATICO VS. EL PROCESO DE PAZ DE ZAPATERO

LA IZQUIERDA ABERTZALE Y EL PROCESO DEMOCRATICO VS. EL PROCESO DE PAZ DE ZAPATERO A iniciativa del MLNV se está desarrollando actualmente el “PROCESO DEMOCRÁTICO”, proceso que el presidente Zapatero llama “PROCESO DE PAZ”. El documento “La izquierda abertzale y el proceso democrático” es ilustrativo de todo ello.

1.-¿QUÉ NO ES EL PROCESO?

- “El proceso del que estamos hablando no es un proceso de pacificación

-“El proceso no es un mecanismo para integrar en la normalización política a la izquierda abertzale

-Por lo tanto, continúa el documento, “la izquierda abertzale mantendrá vigente su perspectiva de lucha

La “perspectiva de lucha” es consustancial al PROCESO DEMOCRÁTICO, según visión del MLNV.

2.-¿QUÉ ES EL PROCESO?

-“El objetivo del PROCESO DEMOCRÁTICO es llegar a un marco de transición que recoja el reconocimiento de Euskal Herria, el Derecho de Autodeterminación y los derechos fundamentales”. Nuestro objetivo, por lo tanto, es llevar este proceso a buen puerto, hasta el puerto de la libertad”.

El documento nos dice que la lucha por la Territorialidad y el Derecho de Autodeterminación -contenido del presente PROCESO DEMOCRÁTICO- no es más que un MARCO DE TRANSICIÓN de una situación A a otra situación B.

En otro apartado se dice: “se reconoce que la solución que se dé al conflicto debe ser política y que ello implica una modificación del actual status político”.

La situación A queda definida como la situación actual: Estatuto de Gernika en la CAV; Amejoramiento Foral en Navarra y la falta de reconocimiento de Iparralde. Sin embargo, la situación final B queda sin definir. El documento habla de un genérico “puerto de la libertad”.

Sin embargo, para ver cómo definen la situación final B, lugar último donde quiere llegar el MLNV, debemos acudir a otra zona del documento, casi al final del mismo, donde tras denunciar el modelo neoliberal y patriarcal que Francia y España nos imponen, dice: “los ejes principales de la estrategia de la izquierda abertzale son la construcción nacional y la transformación social, siendo la meta una Euskal Herria independiente, socialista y euskaldun que supere el sometimiento de nuestro Pueblo y el sistema capitalista y patriarcal. La izquierda abertzale debe reivindicar en todo momento la Independencia y el Socialismo. El proceso (democrático) nos abrirá las puertas hacia esa meta”.

Se notifica que la lucha por la Territorialidad y el derecho de Autodeterminación -“proceso democrático”- tiene una finalidad instrumental partidista para llevar al conjunto del país a la orilla B “de la Independencia, del Socialismo y de la Transformación social” . El valor político que para el MLNV tiene la lucha por el Derecho de Autodeterminación y la Territorialidad, es relativa y partidista, pues está supeditada al servicio del objetivo final de la orilla B.

Sin embargo, desde las aceras de enfrente, otros partidos políticos responden con maximalismos de doble vertiente:

A) Desde ciertos sectores del PNV, EA, PNB, etc. se atribuye lo siguiente: “la máxima aspiración del MLNV es la autodeterminación y la territorialidad”. Tal maximalización les hace ver una ‘coincidencia’ con su propia maximalización.

B) Desde sectores del PSOE, RPR-UDF, PP, etc. se maximaliza que el principal enemigo a combatir es la autodeterminación y la territorialidad.

Ambos maximalismos son de signo contrario, nacidas del subjetivismo y no de ningún análisis concreto, y favorecen ambos dos la estrategia de sumar de fuerzas del MLNV. Algunos incluso toman posiciones apriorísticas como si se hubiese salido de alguna convocatoria electoral reciente: “Hay gentes más próximas a la izquierda abertzale, a las tesis de Batasuna y personas dispuestas a hacer una coalición con los socialistas. Joseba Egibar, Gorka Agirre o yo, concretamante, no somos de los segundos.” (X. Arzalluz, Avui 10/07/06).

Desde el documento del MLNV se relativiza no sólo el valor político de la Territorialidad y la Autodeterminación, sino que se relativiza también el propio desarrollo del Proceso. Dice el documento: “Nuestro objetivo y voluntad es llevar el proceso democrático hasta el final , a su culminación. Pero si por la otra parte no hay voluntad o no hay suficiente madurez puede suceder que el proceso se interrumpa o quede frustrado”. “En ese caso -dice- nuestra responsabilidad será situar la responsabilidad de la prolongación del conflicto en nuestro enemigo. Que la factura política a pagar por la izquierda abertzale sea la mínima posible. Esta situación debe ser prevista y preparada a lo largo del proceso”. En otra zona del documento, añade: “Pero aunque no lleguemos a la meta, aunque no consigamos llevar el proceso hasta sus últimas consecuencias, debemos aprovechar la fase que ahora se abre para dar pasos importantes e irreversibles en la lucha de liberación nacional: organizando las fuerzas favorables al Derecho de Autodeterminación, impulsando la activación de los ciudadanos vascos ante la negación de los estados, etc. [...] dando un nuevo impulso a la lucha de la izquierda abertzale”. Los que por oportunismo, se suman a la lucha del MLNV con sus propias reivindicaciones, ‘coincidentes’ o no con las que el documento presenta, pueden darse por enterados desde ya mismo, que todas ellas son secundarias, pues de lo que se trata es que, incluyéndolas como eslóganes de agitación, empujar y fortalecer al MLNV. Para ellos, para los oportunistas, está dirigido la frase del documento “la izquierda abertzale, no es ‘el organismo de resolución de conflictos’.”

Tanto en el caso que el Proceso llegue a ‘sus últimas consecuencias’ como si queda interrumpido su camino, “con la negociación, se deben dar nuevas condiciones para seguir dando pasos hacia delante en nuestro proceso de lucha, para que en la siguiente fase, cualquiera que sea la situación, (éxito o fracaso) la lucha de liberación que impulsamos y la propia izquierda abertzale sean más firmes.”. En todo caso, más importante para el MLNV que el contenido del proceso democrático en sí (Autodeterminación, y Territorialidad), es que la lucha entorno a estas dos banderas de agitación y otras que vayan añadiendo por sus compañeros de viaje, dé un nuevo impulso al MLNV, muy castigado últimamente.

Aunque una primera lectura del documento parece presentar, que los derechos son absolutos y determinantes y hay que respetarlos; y que la lucha tiene un carácter meramente defensivo, un análisis detallado del documento muestra que, en realidad, lo que presenta es lo contrario: relativiza el valor político de los derechos y absolutiza el valor político de la lucha. El fragor de la lucha que el presente Proceso desarrollará, no obstante, hará parecer a muchos que lo importante son los derechos, cuando no son sino banderines de enganche para la agitación que permitirá pasar a la orilla B.

3.-LA ‘PERSPECTIVA DE LUCHA’ DEL MLNV

La “perspectiva de lucha” tiene varias facetas:

3.1.- Para el MLNV la negociación y el diálogo no están diseñados para “solucionar conflicto”. La primera frase del apartado es contundente: “ lo primero que hay que hacer es interiorizar que la negociación es otro frente de lucha”. Y este frente resulta decisivo y determinante en esta fase, para ir haciendo realidad nuestros objetivos”. ¿Cómo se lucha en este frente?

3.1.1.- La lucha del MLNV está bien definida: la iniciativa del “proceso democrático” con sus contenidos es del MLNV. Su “compromiso con el proceso es claro.

3.1.2.- El MLNV tiene claro “cuáles son los temas en los que es imposible dar un paso atrás (los mínimos democráticos, Autodeterminación y Territorialidad)” y en cuáles obrar con flexibilidad.

3.1.3.-Su lucha debe consistir en arrancar compromisos a los demás negociadores para que apoyen su iniciativa y, luego, “atar esos compromisos”. Pero estos negociadores, a su vez, deben tener claro también “cuáles son los temas en los que es imposible -para ellos- dar un paso atrás”, y en cuáles se puede obrar con flexibilidad. Es el deber casero que cada partido debe llevar hecho a la Masa de Partidos.

Sin este requisito mínimo la negociación no sería un frente de lucha sino una merendola, una mesa para la claudicación preparada por el MLNV.

3.2.-“En términos generales podemos decir que pretender cerrar en falso la situación sin dar respuesta correcta a las claves del conflicto, es decir, a la Autodeterminación y a la Territorialidad, no acarrearía nada más que la prolongación del propio conflicto y la reapertura del enfrentamiento”.

En caso que el Proceso fracase, “esta situación debe estar prevista y preparada a lo largo del proceso.”. Por eso, desde antes de que la Mesa de partidos esté establecida, antes del inicio incluso -el ‘antes del inicio’ está incluido en ‘a lo largo del proceso’- el MLNV se permite la libertad de anunciar ‘la reapertura del enfrentamiento’. Entiéndase enfrentamiento por ‘reapertura de la lucha armada’. Ante semejante proceder, cabe preguntar a los partidos si la amenaza gratuita está en su agenda de las cuestiones flexibles a negociar.

3.3.- “La negociación no es sólo lo que se desarrolla en la Mesa. No se puede limitar a eso. En caso de que la izquierda abertzale cayera en ese error, si se limitara a esa “cocina”, hemos fracasado de plano”.

En la izquierda abertzale [...] hay que superar todo atisbo de ambiente de relajación que pueda surgir. Para eso la movilización popular debe estar permanentemente activada y se deben ofrecer a la ciudadanía vasca oportunidades y espacios de salir a la calle a movilizarse”.

Entre otros es necesario activar [...] dinámicas de desobediencia”.

El eje principal de la lucha hay que situarlo en los modelos que no están mediatizados por los medios de intoxicación, por lo tanto, en los marcos locales”.

3.4.- La disolución de ETA y la ‘Paradoja Zapatero’.- Dice Txema Montero en una entrevista al Correo, que las nuevas generaciones que han entrado en ETA “sienten como que les han birlado la guerra”. En realidad, coincidiendo con el MLNV, lo que está diciendo es que “tienen ganas de guerra”. Es probable que, los que tengan más años de lucha armada encima quieran disolver ETA. Pero los jóvenes, con algún veterano, es también posible que hagan lo contrario: que creen algún mutante de ETA. Y es aquí donde se da la Paradoja Zapatero: “Que al tiempo que ETA se disuelve, ETA no se disuelva”. También se puede denominar “Paradoja Rosón”, su precedente,

4.-LA ORILLA B O LAS ASPIRACIONES MÁXIMAS DEL MLNV

La máxima aspiración del MLNV es” el Socialismo, la independencia y la transfomación social” que se puede resumir a dos puntos “Socialismo y Transformación social”, puesto que Independencia y Socialismo no son dos cosas diferentes, como algunos creen, sino que son una redundancia.

En efecto: mirando desde una perspectiva de clase, el socialismo consiste en trastocar el actual sistema social: el objetivo es colocar a la clase trabajadora en posición dominante respecto de la burguesía. Con el Socialismo dejarían de ser una clase dependiente de la burguesía, para pasar ésta a ser dependiente de aquélla. Es decir, la clase trabajadora habrá conseguido su independencia respecto de la burguesa. Socialismo e independencia, independencia y socialismo es lo mismo. Es una redundancia.

El problema es la transformación social: durante la época del socialismo real, la clase trabajadora no pasó de ser una pieza del engranaje productivo. No tuvo valor político en sus empresas ni en la sociedad, salvo la propagandística. Nadie aboga por volver a ella. Y los que antes abogaron ‘por el socialismo’, ahora son promotores del capitalismo rampante, llámese ‘neoliberalismo estatal’ o del ‘neoliberalismo privado’ desde la Europa oriental hasta Vladivostok y Shangai. Todos sabemos que el capitalismo es malo, que explota el Trabajo, como en la época del buzo, boina, tartera y bicicleta. Pero los que dicen que van a poner remedio a la situación, los socialistas de todo pelaje, no lo hacen o no lo saben o no les interesa: es más fácil sustituir al capitalista o utilizarlo (basta con meterle miedo en el cuerpo para lo primero u ofrecerle regalías o beneficios para lo segundo) que sustituir al capitalismo como sistema productivo. No han creado un sistema alternativo de producción y de transformación social. Y no lo han creado porque no tienen lo que hace falta: carecen de cultura e inquietudes. Los socialistas más caritativos, hoy, se dedican a paliar los déficit del sistema, lo cual no es malo en sí, pero dista del objetivo que -dicen- quieren alcanzar.

El lector que llega al final de este trabajo es posible que se decepcione. En efecto, para ese viaje que las inquietudes sociales del siglo pasado promovían, no hacía falta llenar las alforjas de muertos y sacrificios millones de gentes inocentes y trabajadores y llegar a lo que se ha llegado. Pero lo peor es que, hoy tampoco tienen ni inquietudes ni alternativas productivas las variadas escuelas socialistas. Sólo propaganda y vacuidad de proyectos sociales.

Han perdido el carácter liberador que pudieran haber tenido. No tienen hoy, ni el glamour de la utopía Y esto es una experiencia mundial en la que no es posible atribuir a los localismos el fracaso global socialista. Y viceversa. También es una experiencia local y estos no deben culpar ‘al mundo’, ’a la sociedad’ de su fracaso. Para unos es una decepción, un fracaso, un bluff. Para otros, los desencantados, el socialismo es una Gran Mentira. Para los menos encandilados por los grandes ideales, el socialismo es un Gran Engaño.

Y el Gran Engaño en Euskal Herria se concreta en lo siguiente: destruyendo la situación institucional actual de Euskal Herria, dejándola en situación peor que durante el franquismo, se nos ofrece de matute la orilla B, que está en la mitad de ninguna parte pero que tendrá una gran carga de lucha y sacrificios sin cuento por parte del personal. A ese paraíso llegaríamos a través del “Proceso Democrático”, es decir, defendiendo el Derecho de Autodeterminación y la Territorialidad. Tiene bemoles la cosa: ‘los abertzales’ quieren destruir Euskal Herria utilizándola en aras de servicio a la destrucción de los estados capitalistas español y francés (aunque su nivel de lucha en ambos estados sea diferente hoy) instrumentalizando el respeto a la voluntad del pueblo vasco y su territorialidad que, ambos estados niegan.

J. Berroeta

 

Goiz Argi, Nº 39, agosto de 2006

La paz de ETA, según Edurne Uriarte

La permanente invocación de la paz por el Gobierno de Rodríguez Zapatero para justificar su negociación con ETA no puede ocultar el hecho de que lo que el Partido Socialista Obrero Español ha puesto en marcha, con el silencio aprobatorio de los intelectuales de la izquierda, es una transacción política, a iniciativa del Gobierno, que parte de la aceptación de las condiciones impuestas por los terroristas.

Esa palabra, paz, que envuelve, enreda e inunda todas las justificaciones de la negociación gubernamental con ETA tiene al menos una utilidad. No precisamente la de certificar la derrota del terrorismo sino la de demostrar que bajo su protección se pueden cometer todo tipo de aberraciones morales y antidemocráticas. Pero también que, bajo su excusa, las sociedades pueden dar rienda suelta a su cobardía y comprar el perdón de los asesinos a cambio de la dejación de los principios democráticos con los que proclaman regirse.

Tal como están las cosas en el proceso de negociación entre el Gobierno y ETA a la hora de escribir estas líneas, mediados de julio de 2006, la primera de las enseñanzas señalada más arriba está clara. Porque este concepto de paz difumina, ni siquiera esconde, la cesión de un estado democrático ante un grupo terrorista, el precio político que una ETA debilitada ha sido capaz de obtener de un estado fuerte policialmente pero débil ideológicamente. Tengo más dudas sobre la segunda consecuencia, sobre la reacción social. Es cierto que hasta el momento la negociación política ha avanzado con cierta calma social, con unos ciudadanos que en las encuestas se muestran mayoritariamente favorables a dar un margen de confianza al Gobierno en sus contactos con ETA y que incluso parecen aceptar parte de las concesiones políticas. Pero aún es pronto para concluir si estamos ante una asunción consciente del precio político a cambio del fin de ETA o si se trata sobre todo de confusión sobre lo que de verdad está ocurriendo.

Los derrotados imponen sus condiciones

La confusión es notable porque hasta el momento el Gobierno ha sido bastante eficaz en la difusión de dos ideas: 1) la derrota de ETA y la negociación como una consecuencia de esa derrota, es decir, como una pantomima que ETA haría para justificarse frente a sus bases, y 2) la ausencia de precio político, puesto que, argumenta el Gobierno, cualquier tipo de conversación o negociación política tendrá lugar con los partidos políticos, no con ETA. Y ambas cosas funcionan porque incluyen una parte de la verdad, la suficiente para sostener con cierta consistencia la manipulación.

Hay una parte de verdad en la derrota de ETA que es la de su acusado debilitamiento en los últimos años. Por varios motivos. El primero, el fortalecimiento del estado a partir de los años noventa y su capacidad para perseguir y acosar a ETA no sólo policialmente sino también políticamente. Esa historia ya ha sido contada numerosas veces pero no está mal repasarla una vez más para recordar que el problema de la debilidad del estado hasta los años noventa fue doble. Se trataba de la insuficiente eficacia policial, por un lado, pero, sobre todo, se trataba de debilidad política, una debilidad construida con los resquicios de la vieja legitimidad etarra en numerosos sectores de la sociedad española. El estado no podía ser eficaz en la persecución de ETA porque había una sociedad que aún no sabía si quería derrotarla o más bien prefería dialogar con ella. Y si Batasuna, su brazo político, y todas las demás organizaciones de ETA pervivieron con tanta impunidad y durante tanto tiempo fue precisamente por eso, porque había una sociedad indecisa que aún no había tomado la decisión de acabar con el terrorismo a través del estado de derecho. La movilización social, la que posibilitó el fortalecimiento del estado, fue el reflejo de esa decisión. Y súmesele a todo eso el fin de la indiferencia francesa, el 11-S, más tarde el 11-M, y las nuevas alianzas antiterroristas internacionales. Y aun más, súmensele también las crecientes dificultades de la propia ETA para justificar socialmente sus asesinatos en su propio territorio, en el País Vasco.

Ahora bien, una cosa es que ETA esté debilitada y otra que esté derrotada. Si esa derrota fuera tal, deberían darse dos consecuencias. La primera, su aceptación por parte de la banda terrorista con la obvia consecuencia de una entrega de armas con exigencias mínimas. Y, sobre todo, la segunda, una actitud de firmeza del estado que, una vez derrotado el terrorismo, se limitaría, única y exclusivamente, a exigirle la entrega de las armas y el fin incondicional de toda acción delictiva. Pero he aquí que mientras intelectuales y políticos socialistas nos anuncian repetidamente la derrota de ETA, ésta actúa como si hubiera ganado y el estado como si hubiera perdido. Y no precisamente porque los terroristas estén haciendo una representación decorosa de su rendición para que ésta parezca una victoria a sus seguidores. Sencillamente, porque, por el momento, ETA, la derrotada, ha impuesto sus condiciones, y el estado, el ganador, las ha aceptado. Y esto indica que, independientemente del final de este proceso, ETA ha ganado nuevamente otra batalla al estado democrático.

La ha ganado cuando ha conseguido imponer una buena parte de sus exigencias al estado. En primer término, cuando ha mostrado que no es ETA la que anunciaba su rendición y sus consecuentes deseos de negociar sino que la historia ocurrió al revés, que fue el Gobierno el que ofreció determinadas contrapartidas para que ETA declarara la tregua. Pero, sobre todo, la supuesta derrota de ETA se quiebra totalmente cuando comprobamos lo ocurrido en el último año y medio, desde que Rodríguez Zapatero comenzara a insinuarnos que nos encontrábamos próximos al fin del terrorismo.

Zapatero prometió y aseguró dos cosas desde el principio de sus contactos con ETA. Una, que cualquier contacto con la banda debería ir precedido de una ausencia total de actividad terrorista, de la entrega de las armas y de una voluntad inequívoca de no volver a utilizarlas jamás. Y dos, que no habría ningún tipo de negociación política con los terroristas.

Ha incumplido flagrantemente ambas. Y eso que ETA está derrotada y el Gobierno se limita a gestionar esa derrota. Respecto a la primera de las promesas, durante estos meses se ha constatado que la actividad terrorista ha proseguido a través de la extorsión, de la “kale borroka”, de las amenazas y, además, del mantenimiento de todas las estructuras de la banda, listas para otro tipo de atentados en cualquier momento. Por supuesto, no ha habido ninguna entrega de armas. Y lo que es igualmente importante, la banda ha constatado en varias declaraciones públicas que no renuncia a nuevos actos terroristas y que los cometerá si el Gobierno “no cumple sus compromisos”.

Ninguna de las condiciones exigidas por el Gobierno ha sido cumplida por los terroristas. Y, sin embargo, el pasado 29 de junio, el presidente dio por iniciada oficialmente la negociación con ETA. Bajo las condiciones de ETA. Y eso que está derrotada.

El precio político

He escrito en alguna ocasión que me produce cierto pudor explicar a estas alturas el significado del precio político. Para cualquiera que conozca someramente el problema vasco y el discurso tradicional del terrorismo, el contenido de las exigencias políticas de ETA y la forma lingüística en que son articuladas es totalmente claro. Parece fuera de lugar volver a explicarlas a estas alturas. Y, sin embargo, llevo varias semanas abocada a esa tarea, intelectualmente algo infantil, porque el Gobierno insiste una y otra vez en negar el precio político mientras que cumple todos los pasos exigidos por ETA para pagar ese precio político.

El 10 de julio, el periódico Gara causaba un buen revuelo político cuando contaba que la tregua permanente de ETA, declarada en marzo de 2006, había sido el resultado de un proceso de negociaciones entre ETA y el Gobierno que se inició en primavera de 2005 y culminó en febrero de este año. Según Gara, ETA declaró la tregua a cambio de unos compromisos que habría obtenido del Gobierno en ese acuerdo de febrero. Los compromisos incluían el respeto gubernamental a “la libre decisión de los vascos”, la paralización de la actividad policial, el respeto a las actividades del brazo político y la inclusión de Navarra en los acuerdos.

ETA había aludido algo más oscuramente a esos compromisos en la entrevista que dio en Gara el 14 de mayo de este año. En dicha entrevista, los portavoces etarras afirmaban que “ETA ya ha realizado su principal aportación al impulso del proceso (…) Ahora corresponde a esos agentes concretar sus compromisos”; y también que “el paso de ETA no se ha dado en el vacío; en nuestra decisión también han tenido que ver la voluntad y los compromisos expresados directamente por diferentes agentes en estos últimos meses”. Pero, además, los etarras explicaban cuál era la negociación que habían exigido: “deberá desarrollarse un doble esquema: por una parte, el proceso político para decidir el futuro de Euskal Herria; y por otra, lo que deberá ser acordado entre ETA y los estados”. Y concretaban el apartado esencial de sus exigencias: “para nosotros, la clave principal y la base imprescindible se encuentra en el proceso democrático que debe desarrollarse en Euskal Herria, y ahí hay que lograr el acuerdo principal para superar el conflicto, es decir, entre los agentes vascos (…) la esencia de la negociación entre ETA y los estados proviene de ese punto de partida”.

Si lo anterior no fuera suficientemente claro, ETA volvió a explicarlo en un comunicado emitido el 21 de junio. Recordó que sólo estaba dispuesta a una negociación netamente política y que únicamente seguiría adelante si el Gobierno cumplía las condiciones que se le exigían: garantía de aceptación de la territorialidad y la soberanía por encima de la Constitución y suspensión total de las actividades del estado de derecho contra los terroristas.

Con todas las exigencias políticas vigentes, sin renuncia a la violencia, sin entrega de las armas y sin paralización de la actividad terrorista, el presidente del Gobierno respondía a la banda el 29 de junio con un anuncio de apertura oficial de los contactos. Y, sobre todo, con la aceptación de las dos condiciones esenciales marcadas por ETA: el “respeto a la libre decisión de los vascos”, incluido explícitamente por el presidente en su discurso en los términos habitualmente usados por ETA, y el reconocimiento de la existencia de un conflicto político en el País Vasco, un conflicto que debería ser resuelto a través de los “partidos políticos y los agentes sociales, económicos y sindicales”. Además, una semana después, aceptaba también la estructura de negociación exigida por ETA, la de la mesa de partidos que debatirá sobre el futuro político del País Vasco, con la primera reunión oficial con Batasuna.

A pesar de la obvia inclusión de las dos exigencias básicas de ETA en la declaración principal del 29 de junio y a pesar de la aceptación de la mesa de partidos, lo cierto es que el Gobierno ha negado rotundamente la existencia de compromisos y, a lo largo de todo este año de contactos con los terroristas, ha repetido una y otra vez que no pagará ningún precio político. Esta llamativa contradicción, o, más bien, esta abierta mentira, lleva a preguntarse cuáles son las razones que explican el alto nivel de sostenimiento del discurso gubernamental en la opinión pública, cómo es posible que el más que claro precio político y las mentiras sobre ese precio no hayan pasado ya una importante factura política al ejecutivo. Y cómo es posible que ni siquiera una información sobre los compromisos como la de Gara, tan consistente con los hechos, no haya obligado al ejecutivo a una rectificación de sus objetivos.

Parte de las razones se inscriben en la lealtad partidista e ideológica, en la aceptación disciplinada de cualquier paso que pueda dar el PSOE en el poder, sea cual sea su contenido. Aún más importante es el silencio de la mayoría de los intelectuales de izquierdas, al que me referiré más adelante. Pero, además, el Gobierno se sostiene y sostiene su negociación con los terroristas en una profunda ambigüedad, una ambigüedad que usa con los ciudadanos y no con los terroristas. Afirmaba más arriba que el discurso gubernamental basado en las ideas de la derrota de ETA y de la inexistencia de precio político se sostiene parcialmente en la existencia de una parte de verdad en ambas, una pequeña parte, pero suficiente para sustentar el conjunto de la manipulación. Y en el caso del precio político, también, aunque la parte de verdad haya que extraerla de una manipulación temporal.

Es cierto que el Gobierno no va a negociar políticamente con la cúpula militar de ETA porque con quien lo va a hacer es con Batasuna. Eso es exactamente lo que ha pedido la cúpula militar, que el Gobierno negocie los asuntos políticos con su brazo político, pero la confusión que algunos aún persisten en fomentar sobre la verdadera naturaleza de Batasuna permite mantener con un mínimo de dignidad la manipulación sobre una negociación política que no sería con ETA aunque sí con su brazo político. Y como el Gobierno también proyecta legalizar a Batasuna en los próximos meses, aún puede añadir que esa negociación se realizará con grupos plenamente legales, una vez que ETA “haya desaparecido”.

La separación entre ETA y Batasuna le permite, por el momento, sostener el artificio. Y a eso se añade la ambigüedad sobre el derecho a decidir. En términos nacionalistas, o en términos etarras, el derecho a decidir significa aceptación del derecho de autodeterminación y respeto a su ejercicio. Y el Gobierno sabe perfectamente que ése es su significado y que en la medida en que lo incluye en su declaración oficial de inicio de contactos con ETA lo acepta en esos términos de cara a ETA. Ahora bien, de cara a los ciudadanos, juega nuevamente con la ambigüedad temporal. El derecho de autodeterminación será un tema de discusión de la mesa de partidos, y cuando el PSOE tenga que fijar su posición sobre él –piensa el Gobierno–, la violencia habrá desaparecido y los ciudadanos estarán mucho más abiertos a su discusión, e incluso a su aceptación.

El silencio de los intelectuales

Sean cuales sean las ambigüedades, lo cierto es que hay una aceptación evidente por parte del Gobierno de las principales condiciones de ETA. Y si eso ha sido posible con tan limitada contestación social es en buena medida por el silencio de los intelectuales de la izquierda. Los más críticos de entre ellos advirtieron hace algunos meses que otorgaban un margen de confianza a Zapatero para sus contactos con ETA, pero que la negociación no podía suponer un pago político a ETA y que la mesa de partidos, la mesa de negociación política, en ningún caso debería existir.

Meses después, la negociación política es evidente y, sin embargo, los intelectuales de izquierdas persisten en dar un margen de confianza al Gobierno. Al menos, a día de hoy, mediados de julio de 2006. Y junto a ellos, una buena parte de los movimientos sociales antiterroristas del País Vasco que en su día fueron esenciales en el fortalecimiento de la lucha antiterrorista han renunciado a la movilización. Pervive el activismo del Foro de Ermua, pero Basta Ya ha perdido casi toda su presencia en el debate público y lo mismo le ocurre a la Fundación para la Libertad. Y la causa es la misma en ambos, las dudas de una parte de sus integrantes, los militantes o votantes socialistas, sobre una oposición frontal al proceso de negociación del Gobierno socialista. Todas las condiciones exigidas por estos movimientos, tanto en el pasado como en los últimos meses, han sido incumplidas por el Partido Socialista, y, sin embargo, el activismo del pasado ha desaparecido. El análisis de las razones es demasiado complejo para abordarlo en estas páginas, pero hay algo de lealtad partidista y bastante de rechazo a “ser confundidos” con la derecha en una movilización contra la negociación que en estos momentos es identificada con el PP.

Pero, al margen de las causas de ese silencio, lo esencial es que tiene un importante efecto en el debate sobre el proceso de negociación. Hay que recordar que la resistencia antiterrorista fundada por estos movimientos se basaba en la unidad entre votantes socialistas y populares y que, en la medida en que una buena parte de los socialistas se han retirado de esa resistencia, la defensa de los principios del estado de derecho y de la derrota policial del terrorismo pasa a ser un discurso mucho más débil y aislado socialmente.

De hecho, creo que la indecisión que existe en estos momentos en la opinión pública, en torno al proceso de negociación y las posiciones del Gobierno, se debe en buena medida a la ausencia de una parte importante de la referencia intelectual. Y es posible que esa opinión pública permanezca en la indecisión si el silencio de los intelectuales de izquierdas permanece. El silencio público, quiero decir. Porque lo cierto es que la voz privada de esos intelectuales y esos movimientos sociales es profundamente crítica con el Gobierno, con su estrategia y con sus objetivos. Pero apenas ha salido de ese ámbito privado.

Por qué Zapatero paga un precio político

Si ETA está derrotada, ¿por qué el Gobierno accede a sus exigencias? Algunos responden que por pragmatismo. Incluso los propios intelectuales que lo sostienen en este proceso argumentan que es imposible acabar totalmente con ETA sin algún tipo de diálogo o cesión y que Zapatero es, simplemente, un político realista que aplica el único método que permitirá el fin definitivo del terrorismo.

Otros, más críticos con Zapatero, argumentan que este proceso de negociación está sustentado en su profundo deseo de convertirse en el líder que acabó con ETA. Esa ambición personal explicaría casi todo, el enorme riesgo o la amplísima “generosidad” dedicada a los terroristas. Se trataría, en cualquier caso, de una cuestión de pura ambición personal, la de un político frío y calculador que aborda el problema del terrorismo como un medio más para fortalecer su poder político y su carrera.

Hay, sin embargo, una tercera explicación, la que me parece más útil para explicar por qué Zapatero ha cedido ante ETA cuando la debilidad del grupo terrorista y la existencia del Pacto Antiterrorista hacían más fácil que nunca la resistencia del estado. Se trata de la ideología de Zapatero y del sector del socialismo que él representa. Zapatero cede a las exigencias políticas de ETA porque forma parte de esa parte de la izquierda que nunca superó las dudas sobre la legitimidad de ETA, la legitimidad que en algunos círculos sociales e intelectuales ETA aún mantuvo con fuerza en la Transición y en menor grado arrastró durante bastantes años. Podemos resumir esto en unos términos muy sencillos con la siguiente comparación: si ETA fuera un grupo terrorista de extrema derecha, el Gobierno socialista no habría hecho las concesiones políticas que sí ha hecho a un grupo terrorista de extrema izquierda. En otras palabras, en esa izquierda española no hay repugnancia hacia la negociación con los terroristas porque esos terroristas y sus reivindicaciones corresponden en términos ideológicos a la izquierda y al nacionalismo que estuvieron con los socialistas en el antifranquismo.

Si Zapatero ha asumido con tanto entusiasmo la palabra paz para denominar la negociación de asesinos con víctimas, de asesinos con demócratas, es porque nunca tuvo claros los límites de esas demarcaciones o el grado de separación entre etarras y perseguidos. Si así hubiera sido, jamás habría utilizado la palabra paz, una palabra esencial en esta negociación porque la convierte en lo que es en la práctica, en una negociación entre dos partes de comparable legitimidad e incluso respetabilidad. Si Zapatero decía el 29 de junio que “la paz es tarea de todos”, si apelaba a la equiparación de asesinos y víctimas en el proceso del fin del terrorismo, es porque siempre aceptó que hay algo de verdad en el discurso etarra de la existencia de un conflicto en el País Vasco.

Uno de los mayores sostenedores ideológicos de Zapatero, el politólogo Ignacio Sánchez Cuenca escribía recientemente en las páginas de El País que si queremos que ETA no vuelva a matar debemos conseguir integrar a su base social en el sistema democrático. Es ya muy vieja esta apelación a la integración del brazo político de ETA y de sus votantes. Ha sido tradicionalmente utilizada por la izquierda para justificar el diálogo con ETA. Visten de pragmatismo lo que es simple coqueteo ideológico con una extrema izquierda de la que se sienten lejanos, pero no completamente separados. Integración, pragmatismo, generosidad, paz, son todas palabras manipuladoras que pretenden dar a esta negociación carácter de grandeza de miras, inteligencia y apertura ideológica. Pero esconden en el fondo una simple cuestión de viejos extremismos ideológicos no superados, los que aún conectan sentimentalmente a esta izquierda y a sus hijos con el antifranquismo, con sus fantasmas y con sus mitos.

Edurne Uriarte, Catedrática de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos

Papeles de FAES, número 27.

27 de julio de 2006.

Los disidentes del nacionalismo

Quien haya nacido en una sociedad nacionalista, conoce muy bien la sensación de ser un patito feo. O mejor dicho, una oveja negra, con cuya imagen se presenta el libro de Fusi. Semejante frontispicio capta a la perfección la sensación de desamparo político que sienten los no nacionalistas allá donde el colectivismo triunfa. 

Normalmente, el que no comulga con la religión tribal tiende hacia el cosmopolitismo y a formar su identidad a partir de sus experiencias, lecturas, amistades, trabajo o familia. Su identidad es porosa y se deja influir por aquello que considera que aporta algo a su vida. Por ello, discrepa con quienes creen que el hombre sólo se autorealiza y alcanza su plenitud a través de la colectividad. 

En Identidades proscritas, el historiador donostiarra Juan Pablo Fusi presenta un bosquejo de la historia de Euskadi, Sudáfrica, Escocia, Irlanda, Canadá y del pueblo judío. 

Desgraciadamente, en este libro no hallamos los motivos por los cuales los divergentes se desmarcan de la corriente nacionalista mayoritaria, salvo en casos contados como el del conocido abogado defensor de Mandela, Bram Fischer quién, a pesar de ser afrikáner, se rebeló contra el Aparheid y acabó también en prisión. 

Por otro lado, Fusi comprime mucha historia en pocas páginas y a veces da la sensación de que el libro se ha recortado en exceso para no lanzar al mercado un volumen que rondara el millar de páginas. 

Aun con todo, el libro prueba que el nacionalismo no ha conseguido destruir por completo la rica diversidad de las sociedades en que se implanta. Por ejemplo, en Escocia el nacionalismo no arrancó hasta comienzo del siglo XX de la mano del poeta antisemita MacDiarmid que osciló entre el tribalismo y el comunismo y acabó fracasando en todas sus empresas políticas.

Es más, tal y como recuerda el autor, Escocia, aunque dotada de una “fuerte identidad particular (…) no votaba nacionalista”.   

Incluso en la famosa Québec, modelo que Ibarretxe tiene en mente para Euskadi, los dos referendos de secesión celebrados se han saldado con sendos fracasos para el nacionalismo.  

De nuevo, se viene a demostrar que este territorio “fue parte constitutiva de Canadá” y no solamente “un país católico y una cultura francesa”. Máxime, porque “el hecho inglés y la minoría anglófona, tuvieron importancia considerable”. Es más, en términos culturales, el escritor más importante de Québec, Mordecai Richler (1931-2001) no era precisamente un ardiente defensor del terruño sino más bien un crítico feroz del nacionalismo, ideología a la que tachó como de ultramontana y antisemita. 

Probablemente Richler hubiera reconocido esos mismos rasgos en el fundador del PNV, quien nunca aceptó que el País Vasco hubiera dejado de ser aquella “comunidad orgánica basada en vínculos de etnicidad (sic) y parentesco” o en la Irlanda de Valera en la que la Iglesia, constitucionalmente, se erigía en “guardiana de la Fe”.   

A pesar de los esfuerzos nacionalistas por callar a tantos otros personajes como el citado quebequés, los escritores irlandeses Yeats y Casey o Unamuno y Juaristi en España, en todas partes donde se quiere reducir a las personas a mero rebaño, siempre habrá más de una oveja negra que reclame su negritud, como un verdadero hecho diferencial.   

En esta hora, en este instante, ser negro, aún para quienes no hablen euskera, es preferible a seguir siendo cómplice de la dictadura silenciosa. El propio Fusi ha seguido este camino al denunciar el deseo de algunos de “liquidar el Estado de las Autonomías , lo cual es otro motivo más para recomendarles este libro.  

Por Gorka Echevarría Zubeldia 

Juan Pablo Fusi: Identidades proscritas: El no nacionalismo en las sociedades nacionalistas. Editorial Seix Barral. Barcelona, 2006. 348 pp  

Libertad Digital, suplemento Libros, 7 de julio de 2006 

La legitimación de la violencia política en el País Vasco. Una sociedad en peligro

Una sociedad segura es aquella en la que los ciudadanos se sienten partícipes o por lo menos aceptadores de aquellas reglas hechas de forma común y que reafirman la condición libre de sus miembros a través del desarrollo de unos instrumentos de autorregulación política. En el País Vasco, Constitución y Estatuto de Autonomía se nos presentan como las dos normas superiores y los instrumentos comúnmente más aceptados y que además poseen la capacidad y bondad de poder ser transformados y adaptados. Bajo este paraguas protector se establece la consabida existencia del posible ejercicio de la violencia legal como monopolio del estado y con las limitaciones propias de las normas de las que emana su existencia. Por ejemplo, los servicios de orden de una asamblea o de una manifestación están en el principio de toda actividad de tipo comunitario, pero con el principal objetivo de salvaguardar la seguridad y libertad de los individuos. Tristemente en el País Vasco hemos recorrido un largo trecho en sentido contrario al que la Filosofía y la Ética política establecen como principios elementales y básicos de un estado moderno. ¿Por qué digo esto? No hará falta recordar los mensajes públicos que oímos, hoy en día y en pleno siglo XXI, de parte de muchos integrantes de la clase política. “Queremos un escenario en el que no pueda haber ningún tipo de violencia”. “Esta detención policial rompe con la posibilidad de llegar a acuerdos en ausencia de violencia”, “Condenamos por igual todo tipo de violencia, venga de donde venga”, “Tanto ETA como los cuerpos de seguridad deberían facilitar y hacer efectiva una tregua”.

Existe una táctica absolutamente preconcebida por la cual es útil para los intereses de algunos extender una confusión social en torno al papel de la violencia legal, equiparándola con la violencia terrorista e ilegal ejercida por ETA. A través de esta equiparación algunos han llegado a igualar el monopolio del estado para el ejercicio ajustado de la violencia legal, directamente con el terrorismo de estado. Quizá sea conveniente poner por delante ciertas premisas personales para solventar cualquier género de posibles dudas ante el discurso y los pensamientos del hijo de un policía, en este caso de un policía asesinado. Para mí es evidente que la violencia que se llega a transformar en ilegal por parte de la acción distorsionada de determinados miembros de la administración o de las fuerzas de seguridad en forma de terrorismo tipo GAL o en forma de malos tratos, es absolutamente más grave desde el punto de vista moral y debería serlo en el penal que la acción de los infractores por ejercicio de la violencia privada. Esta posición personal me permite proclamar aún con más énfasis la indispensable separación entre violencia pública y privada o entre violencia legal e ilegal. Dicha separación es la que deberíamos hacer prevalecer socialmente, porque de lo contrario ciertos análisis perversos podrían hacer concluir una construcción social peligrosa. Esta construcción daría lugar por ejemplo a una supuesta existencia de dos bandos en conflicto, ilegales o legales, pero eso sí, equiparados y legitimados. Daría también lugar a que un ertzaina o un policía puedan estar en el mismo nivel de participación social que un activista de ETA. Daría lugar al planteamiento por el cual se dice que no tiene que por qué haber vencedores ni vencidos y daría lugar como consecuencia a que todas las víctimas finalmente sean iguales. Es injusto hacer todas estas equiparaciones de un modo intencionado y por lo tanto es profundamente injusto equiparar desde el lado de los que seguimos vivos, la muerte de un miembro de ETA en un enfrentamiento con la policía con una víctima del terrorismo. Es profundamente injusto desde el lado de los que seguimos vivos equiparar la muerte de un activista al ir a colocar una bomba mortal con una víctima del terrorismo. Es absolutamente injusto desde el lado de los que seguimos vivos equiparar las muertes por accidentes de tráfico o suicidios con las muertes ejecutadas desde el terrorismo. Todos estos mensajes intencionados que tratan de igualar estas situaciones, pretenden enredar la percepción de muchos ciudadanos y en muchos casos lo consiguen. Lógicamente estos planteamientos no cuentan con el apoyo por parte de la administración de justicia que sabe diferenciar con nitidez y sin dudar la tipificación penal de cada muerte. Sin embargo desde un punto de vista sociológico sí que se ha provocado un recorrido muy difícil de modificar y éste ha sido el acudir a los análisis humanos y morales más primarios. Lo resumiré en una frase sencillísima. “La violencia es mala”. Y ahí nos quedamos; o mejor dicho, ahí es donde empiezan las equiparaciones y el resto de discursos y explicaciones absolutamente pervertidos. Es decir, hay planteamientos y proclamas que, para hacernos entender, llegan directamente al corazón y no pasan por la cabeza. Este es uno de ellos. El peligro está servido. Los que sienten la atracción dictatorial y por lo tanto los grandes dictadores aplican y se sirven muy bien de todos estos mensajes y mecanismos simples pero de gran poder emocional y que persiguen un efecto demoledor

Este análisis sencillo y peligroso nos lleva incluso a ciertos planteamientos que no tendríamos por qué hacerlos después de casi cuarenta años de acción terrorista de ETA en el País Vasco. Es evidente que hay que deslegitimar y perseguir cualquier acción violenta ejecutada por organizaciones terroristas y grupos afines. No hay que deslegitimar, por el contrario, la violencia legal y pública ejercida por el estado con las limitaciones autorreguladas por los principios de los que emana el mismo estado. Sin embargo en cierta manera la sociedad vasca no ha llegado a deslegitimar o en cierta forma ha legitimado determinadas acciones que van unidas al terror. Hemos dado por bueno en nuestra sociedad que los violentos sean ensalzados y enaltecidos y que a la vez las víctimas tengan que estar ocultas. Hemos dado por bueno que organizaciones ilegales ocupen espacios públicos pagados por todos. Hemos dado por bueno que se pueda aceptar que haya quien no condene la violencia ilegal y sea algo con lo que convivamos sin problemas. También hemos legitimado el matonismo y la violencia monocorde en las partes viejas de nuestros pueblos y ciudades.

Por lo tanto estimo que, aún siendo obvio, no deja de ser imprescindible seguir luchando por la deslegitimación de la violencia terrorista. También pienso que es un objetivo que por evidente se queda absolutamente corto. No soy el primero que pretende rescatar un objetivo que vaya más allá: la deslegitimación debe de llegar incluso a los fines y las metas que son buscados por los terroristas. Dichos fines deben ser siempre deslegitimados ya que la propia acción de la violencia los pervierte y para llegar a ellos se ha hecho imprescindible la existencia previa de víctimas inocentes. Desde el punto de vista social y en pleno 2006, es en los fines de los violentos donde deberíamos situar la acción principal de deslegitimación. Sobre los medios que utilizan los violentos ya actúa, como no podría ser de otro modo, la Justicia. Si por ejemplo una tribu africana tiene como objetivo el aniquilamiento de una tribu rival, no sólo deben ser perseguidas las acciones delictivas que puedan llegar a realizar, sino que es el propio objetivo de esa tribu el que debe ser deslegitimado. “Estas exagerando”, pensarán algunos. “No te pases, que aquí no se quiere el aniquilamiento de nadie”, pensarán otros. Sin embargo no es fácil reprochar esto a uno de los familiares de los casi mil asesinados, a uno de los miles de heridos, a uno de los más de cincuenta mil amenazados y a uno de entre las decenas de miles de individuos que han tenido que dejar forzadamente el País Vasco. Dudo de veras de la posible existencia de un País Vasco, por mucho que me lo imagine, donde uno pueda pasearse tranquilamente por nuestras calles, por ejemplo con una simbología no acorde con la estética nacionalista. Esa imposibilidad no viene dada por la libertad de elección individual de los ciudadanos sino por la presión de los violentos. En este país hemos hecho de lo anormal lo habitual y de lo normal la excepción. El trabajo es duro y más si pensamos que una vez desaparecida la violencia terrorista, los posos, los miedos y la amenaza van a durar todavía muchos años. La deslegitimación vendrá dada posteriormente desde el momento en que se haga primar a la víctima sobre el victimario. La deslegitimación vendrá dada por las diferentes consecuencias judiciales del que ha ejercido la violencia ilegal de quienes no la hemos ejercido. La deslegitimación vendrá dada en el momento en que ninguna persona tenga por qué ocultar, si no lo desea, sus pensamientos y puntos de vista políticos.

(*) Ángel Altuna es Psicólogo. Miembro de COVITE. Hijo de Basilio Altuna asesinado por ETA

[Tomado de Basta Ya.Org] Nº 61 

Breve historia de una saga sabinista

Cuando la estupidez precede al crimen
Por Jon Juaristi (Papeles de Ermua Nº4). Diciembre de 2002.

En 1974, yo tenía veintitrés años y un título universitario casi inservible: una condena del TOP me impedía trabajar en la enseñanza pública y en buena parte de la privada. Por eso, acepté de buen grado un puesto de profesor en la ikastola de Sopelana.

Hoy, Sopelana es una de las ciudades satélites en que se desparrama el Gran Bilbao. Entonces era poco más que una aldea, con un barrio residencial para veraneantes, junto a la playa, y algunos bloques de viviendas baratas, construidos en la década anterior y habitados por familias de inmigrantes. Los lugareños llamaban a estos bloques Andalusía, quizá porque sus inquilinos eran originarios de Galicia y Extremadura. La cepa autóctona debía de haber practicado durante milenios una rigurosa endogamia, a juzgar por la proliferación de Ansoleagas y Saitúas en la guía telefónica local.

El arquitecto Lander Gallastegui Miñaur encabezaba el sector más activo de la junta que regía provisionalmente la ikastola, un centro asimismo provisional, pues no había obtenido aún el estatuto legal de cooperativa de enseñanza. Lander no pertenecía al cogollo de la sociedad sopelanense (o sopelatarra, como se diría en eusquera). De hecho, ni siquiera residía en el término municipal de Sopelana. Vivía con los suyos en una urbanización de chalecitos vernáculos, por él mismo diseñada, a las afueras de una pequeña población cercana, Berango. A nadie se le ocultaba, en el Bilbao de la época, que los proyectos urbanístico-arquitectónicos de Lander Gallastegui tenían un claro sesgo de regeneración abertzale.

Hijo de Eli Gallastegui, Gudari, fundador y líder de Jagi-Jagi --un grupúsculo fundamentalista surgido de las Juventudes del PNV en el período republicano-, Lander rendía un homenaje interminable al ideario de su progenitor.

Según Gudari, el más ortodoxo de los seguidores de Sabino Arana, los vascos conscientes de serlo deberían segregarse del contacto con los españoles y fundirse con la reserva racialmente pura de las aldeas y caserías, a la que aquéllos debían aportar fermento ideológico y dirección política. Este nacionalbolchevismo de Eli Gallastegui fue siempre apreciado por ETA, que todavía hoy considera a Gudari como su más legítimo precursor. La urbanización de Lander respondía a un designio radicalmente aranista. Separarse de los españoles implicaba abandonar las ciudades maquetas. Tanto a Lander como a su mujer, Paule Sodupe, les oí invocar a menudo el modelo de los kibutzim israelíes.

Era obvio que los microcaseríos mesocráticos de Berango poco tenían que ver con las granjas colectivas de los pioneros sionistas, aunque conozco algún asentamiento actual cerca de Hebrón que no desmerece de aquéllos, ni siquiera en la ideología de sus moradores. Desde luego, la urbanización abertzale mencionada no era una unidad productiva.

Tampoco tenía ikastola propia. Lander decidió controlar la más próxima, y ésa resultó ser la de Sopelana. Fundada años atrás por un cura, Nikola Tellería (preso, a la sazón, en la cárcel concordataria de Zamora), llevaba varios años funcionando como parvulario, en condiciones de semiclandestinidad más o menos tolerada, según la coyuntura, en unos locales de la parroquia. Lander Gallastegui desembarcó en ella con grandes proyectos bajo el brazo.

Aliado con un constructor local y con el director de la sucursal de una Caja de Ahorros, animó a los padres de los alumnos a suscribir créditos para la rehabilitación del edificio de una antigua quesería, a cosa de un kilómetro del pueblo.

Allí estaba ya instalada la ikastola cuando yo llegué y allí debe de seguir todavía. Los padres de los alumnos eran, en su mayor parte, nacionalistas de clase media y, por lo que puedo recordar, militantes o simpatizantes del PNV. Participaban también en la asamblea del centro algunos representantes de la juventud parroquial, que en años posteriores terminarían en el PNV o en Herri Batasuna, supongo.

Un pequeño grupo de padres se movía en la órbita del PCE, entre ellos, un abogado laboralista, Antonio Giménez Pericás. Mi amistad con éste disgustó desde el primer momento a Lander Gallastegui y sus leales. Pero el verdadero conflicto surgió, apenas empezado el curso escolar, porque las andereños (maestras), que venían exigiendo desde tiempo atrás su afiliación a la Seguridad Social, reiteraron sus protestas. Desde luego, hice mía una reclamación tan básica. Ante la respuesta negativa de la junta, y siempre asesorados por Giménez Pericás, llevamos nuestra demanda a la Magistratura de Trabajo.

El contencioso se politizó de inmediato. Se nos acusó, como era de prever, de españolistas (mis compañeras de trabajo eran abertzales y creo que lo siguen siendo). Fuimos despedidos y, con nosotros, se expulsó de la ikastola a un buen número de familias que habían juzgado razonable nuestra petición. Por supuesto, se expulsó a los hijos de Giménez Pericás (Antonio, después de haber ejercido durante muchos años como magistrado en la Audiencia de San Sebastián, es hoy uno de los puntales del FORO ERMUA).

No llegó a haber juicio: aceptamos el acuerdo económico que nos ofrecieron, porque, en los últimos meses del franquismo, no parecía correcto --después de todo, éramos antifranquistas-- ensañarnos con una institución emanada del pueblo, esa indecente entelequia. El equipo docente que nos sucedió fue despedido en masa a finales del curso siguiente. Pero a la tercera va la vencida: el equipo siguiente resultó ser del gusto de Lander Gallastegui.

Una de las profesoras fue detenida, al poco tiempo, por pertenencia a ETA. Visto desde el presente, el caso de la ikastola de Sopelana se me aparece como una metáfora en miniatura de la historia reciente del País Vasco, con sus limpiezas étnicas e ideológicas.

De los seis alumnos que tuve durante aquel curso, uno terminó en ETA. En la cárcel, Joseba se acogió a la vía de reinserción. No creo que su vida en Sopelana, desde entonces, haya sido muy agradable, pero quién sabe. Los hijos de Lander Gallastegui y Paule Sodupe estaban aún en los cursos de preescolar.

Eran unos críos encantadores. Sus profesoras solían enseñarme los dibujos de alguno de ellos, que representaban siempre la misma escena: aviones con ikurriñas en la cola y en las alas bombardeaban barcos de la marina española. Lander, un arquitecto de reconocido prestigio, realizaba la parte gráfica de la revista infantil Kili-kili, dirigida a alumnos de las ikastolas. Hace algunos meses, Kili-kili publicaba una carta transida de nostalgia: una carta de su antigua y fiel lectora Irantzu Gallastegui Sodupe, que había recibido un número de la revista en la prisión francesa donde se encontraba desde mediados de 1999.

La revista animaba a sus lectores actuales a escribir a Irantzu y confortarla con palabras cariñosas en eusquera. Tras el juicio que decidió su extradición temporal a España, Lander, su padre, describía así la entrada de Irantzu en la sala: "Al ver a sus familiares y amigos, se le iluminó la cara con una inmensa sonrisa y abrió los brazos como queriendo abrazarles a todos".

Hay mucho amor en estas dos líneas, no lo dudo: pocas familias tan unidas he conocido, pocos padres tan amantes de su prole como Lander Gallastegui y Paule Sodupe. Irantzu fue extraditada hace pocos días. Al llegar al aeropuerto de Madrid, con una sonrisa quizá no tan inmensa y conmovedora como la que dedicó a sus padres en el tribunal francés, declaró estar embarazada.

El pasado dos de mayo, la policía detenía a Lexuri Gallastegui Sodupe, hermana de Irantzu y miembro liberado de un comando de ETA.

Otro de los hermanos Gallastegui Sodupe, Orkatz, de diecinueve años, era detenido el mes pasado, acusado de participar en acciones de kale-borroka.

Ha pasado mucho tiempo desde el curso aquel de Sopelana. Veo por televisión las imágenes del bebé palestino disfrazado de mártir de al-Aqsa, y pienso en la equivalencia que Freud establecía entre lo demasiado familiar y entrañable (heimlich) y lo siniestro (das Unheimlich).

Se me olvidaba añadir que Irantzu Gallastegui secuestró al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco --un muchacho de su edad, hijo de inmigrantes gallegos-- el 10 de julio de 1997.

Rezo, pensando en su hijo venidero, para que no fuera ella la que le quitó la vida dos días después. Ahora la estupidez sucede al crimen, escribió Cernuda. En mi país suele pasar lo contrario.

Por Jon Juaristi (Papeles de Ermua Nº4)

La influencia del nazismo en el nacimiento de ETA

Infokrisis.- Sabemos como va a acabar ETA -trapicheando con ZP-, pero vale la pena recordar algunos episodios de los primeros tiempos de la fundación de la banda. Existio, inicialmente una corriente del nacionalismo vasco, formada en torno a Jon Miranda y Federico Krutwig que tiene demasiados puntos de contacto con el nacional-socialismo. En este artículo exploramos en esa dirección. 

 

 “Le Devenir Europeenne” y el “etnicismo-socialista” de matriz neo-nazi

 

En 1969, cuando empezábamos a tener contacto con las distintas corrientes alternativas que florecían en Europa, conocimos a Yves Jeanne, un antiguo combatiente de las SS francesas, en aquel momento residente en Nantes y director de una publicación subtitulada “etnicista-socialista”, llamada “Le Devenir Européenne”. Se trataba de una revista ciclostilada, de aparición trimestral de la que fueron publicados dos docenas de ejemplares entre 1967 y 1973. De tanto en tanto publicaba números especiales de los que recordamos dos: el llamado “Manifiesto Casandra”, en 1969, que supuso para nosotros el primer contacto con el ecologismo y, tardíamente, en 1972, otro número especial –editado en offset– sobre un personaje del que no habíamos oído hablar hasta entonces: Jon Miranda (o Jean Mirande, su nombre francés). Mirande, había fallecido y, para Yves Jeanne era uno de los más eminentes representantes del pensamiento “etnicista-socialista” de postguerra. Lo curioso es que ese número especial tenía la ikurriña en primera página, a todo color y, en el interior, reproducía algunos dibujos de Jon Miranda, sobre estelas vascas y lauburus (esvásticas vascas).

 

No hay que engañarse, “Le Devenir Europeenne”, era una revista neofascista de la época. Y tampoco su referencia ideológica “etnitista-socialista”, debe de sorprendernos. En aquel momento se estaban publicando en Francia otras revistas de la misma corriente (“Socialisme Europeenne”, desde Lyon, “Por une Jeune Europe”, en París, que también hacía referencia al “socialismo europeo” y que, originariamente, intentó competir con “Ordre Nouveau” en el intento de polarizar a los “nacionalistas-revolucionarios” franceses de la época.

 

En el fondo, estas corrientes eran coberturas del neo-fascismo francés. Existía algo de elaboración ideológica al margen de las corrientes históricas anteriores, pero también existía cierto grado de confusión. Aquella situación era impensable sin el estallido previo del Mayo del 68 que impulsó a todos los grupúsculos juveniles a actitudes radicales, como mínimo, desde el punto de vista verbal. Todos estos grupos eran hijos del Mayo francés, aunque se hubieran gestado en las filas anticomunistas.

 

Pero, “Le Devenir Europeenne” era diferente a otros de estos grupúsculos. Entre sus líneas de referencia de encontraba un intento de definir un neo-paganismo e incorporar elementos regionalistas. Los miembros de “Le Devenir Europeenne” habían tenido contacto con “Breiz Atao” de Goulven Pennoad, el primer partido nacionalista bretón, acusado en la posguerra de colaborar con los nazis o con el “Movimiento Normando”, que recogió el favor de la “nouvelle droite” a partir de su fundación en septiembre de 1968. En esos ambientes, Yves Jeanne contactó con Jon Miranda Ayfasoro y la amistad surgida entre ambos, así como la comunidad de ideas, fue tan intensa que, al morir éste, “Le Devenir Europeenne”, le dedicó, sin dilación, un número especial de su revista. En esos días, la revista de Alain de Benoist, “Nouvelle Ecole”, lanzaba un número especial dedicado al “enracinement”, el “arraigo”, en el que se defendía la idea de una “Europa de las regiones”.

 

Todo este ambiente estaba muy interesado en la emergencia de los movimientos regionalistas que parecía intentar romper los Estados jacobinos europeos, especialmente Francia. Era una tendencia del ambiente neo-fascista europeo de la época. De hecho, las SS ya habían elaborado un mapa de Europa en función de las distintas regiones del continente que, muy frecuentemente, rompían la unidad de los Estados Nacionales Europeos, entre ellos de España. Ese mapa tuvo mucha más importancia y se reprodujo mucho más entre el neofascismo de la postguerra que en las propias SS anteriores a 1945. En España, este mapa y esos planteamientos “regionalistas” tardíos del nazismo, tuvieron mucha importancia en grupos neo-nazis de los años 60 y 70, como CEDADE. El “factor diferencial” que podía esgrimir CEDADE en relación al resto de grupos neo-fascistas y falangistas españoles era, precisamente, el “factor regionalista”.

 

Jon Miranda, un neo-nazi regionalista

 

No cabe la menor duda de que Jon Miranda mantuvo contactos con este ambiente y que conocía, no solamente las tesis “etnicistas-socialistas”, sino que las compartía y que trabajo con ellos. Pues bien, Jon Miranda tuvo –y tiene– un papel importante en la cristalización del nacionalismo abertzale de la postguerra y en la formación del entorno etarra.

 

Jon Miranda era, hace falta dejarlo bien establecido, un agitador ideológico, no un criminal. Cuestionaba el Holocausto y defendía la figura de Hitler: “Había más libertad en la Alemania de Hitler que entre nosotros”. Arkotxa Scarcia, autor de un artículo sobre las ideas de Jon Miranda, dice de él: “Mirande, defensor de las minorías bascas y de otras, no puede comprenderse más que en el interior de los límites discriminatorios estrictos directamente relacionados con el nacional-socialismo: minorías blancas de Europa y más bien de una Europa del Norte antes que del Sur”. Miranda afirma: “Contentémonos con admitir que los bascos son lo mismo que los demás pueblos europeos, miembros de la gran familia de las razas blancas: tal es el más seguro índica de nuestra europeidad fundamental”. Para Scarcia, está claro que se trata de un autor racista y no humanista.

 

El tema de la “muerte heróica” que Miranda toca en dos de sus poemas (“Eresi” o “Elegía” y “Godu Abestia” o “Canto Guerrero”) están inspirados por un nietzscheanismo tamizado por el nacional-socialismo. Por ello, Scarcia afirma: “Naturalmente, es imposible comprender algunos rasgos estéticos de la obra de Miranda si no se tiene en cuenta el nacional-socialismo que utiliza, deformándolos y sirviéndose como material de propaganda”.

 

La aportación de Miranda al nacionalismo vasco

 

En la obra de Jon Juaristi, “El Buble Melancólico”, definitiva para conocer los mitos enloquecidos del nacionalismo vasco, se sitúa a Jon Miranda dentro del contexto de la cultura radical abertzale. Juaristi da algunos datos biográficos sobre Miranda: nos dice que nació en 1925 de una pobre familia suletina y que creció en un ambiente de arrabal en medio de las mayores dificultades económicas. Pero estaba excepcionalmente dotado para las lenguas y, prosigue Juaristi, había aprendido por su cuenta bretón y eusquera antes de los 20 años: “Fue, con Gabriel Aresti y José Luis Alvárez Emparanza [fundador de ETA] uno de los fundadores de la literatura eusquérica moderna”. Se interesó por las lenguas célticas –lo que explica la afinidad que tuvo con el grupo de “Le Devenir Europeenne”– y, en 1947 participó en el Congreso de la Cultura Vasca, organizado en Biarritz, por José Miguel de Barandiarán. De esa época datan sus primeros contactos con los literatos vascos. Luego, empezó a colaborar con la revista nacionalista “Gernika” y conoció a algunos exiliados vascos en París y luego lo hizo con “Euzko Gogoa” publicado desde Guatemala.

 

Seguramente, el odio que cita Juaristi, de Miranda hacia el PNV se debe al papel aliadófilo de este partido y a sus compromisos, especialmente, con los norteamericanos. Hay que recordar que todo el ambiente de “Le Devenir Europeenne” y los sectores afines “etnitistas y socialistas”, practicaba un antiamericanismo, como mínimo tan duro como el de la extrema-izquierda. Juaristi cita un texto de Miranda que desconocíamos, en el que afirma que su patria es “Euzkadi” (“la patria de todos los vascos”). Ya en ese texto fechado en 1948, sostiene que, ante la imposibilidad de que Francia dé la independencia a “Euzkadi”, habra “que conseguir la libertad con la fuerza”. Parece que, en esa época, Mirande se consideraba “demócrata y cristiano”, sin embargo, menos de diez  años después, resulta innegable su acercamiento al nazismo. Siempre estuvo interesado por la problemática “social”, en tanto que miembro de una familia desposeída por la fortuna, se interesó por las “regiones pobres” de la periferia francesa y se interesó sobre todo por Bretaña. Allí conoció a Goulven Pennoad y al “Breiz Atao”. Fue así como aquel funcionario del Ministerio de Finanzas, emigrado a París con su familia –esto es, desarraigado de su tierra natal– pudo familiarizarse con los militantes bretones. En esa época llega a la conclusión –como recuerda Juaristi– “que la condición de vasco es racial, hereditaria”. Y aquí llegamos a una de las concepciones extraídos del nacional-socialismo: la importancia del factor racial. Da la sensación de que en ese período, el cerebro de Jon Miranda está en plena ebullición.

 

Llega a la conclusión de que los problemas que afectan a las “regiones del hexágono” francés han aparecido en el período de la Revolución Francesa y de la formación del Estado Jacobino. Esto le lleva, necesariamente, a rechazar las ideas democrático-burguesas y, en especial, el paradigma “libertad-igualdad-fraternidad”. Esto ya lo ubica en el mismo campo que las fuerzas que aún hoy rechazan los efectos y la legitimidad de la Revolución Francesa: legitimistas monárquicos, neofascistas, doriotistas, revolucionarios de extrema-derecha, regionalistas y colaboracionistas.

 

A principios de los años cincuenta, Jon Miranda abandona el catolicismo de su familia y se alinea, tras asumir los textos de Nietzsche, con los grupos neo-paganos. Se interesa, sobre todo, por la mitología céltica y, por este camino, se convierte en antisemita. Juaristi cita un texto de un biógrafo de Miranda, Diminique Peilhen en el que dice: “lo que odiaba eran las ideologías debilitadoras; esto es, las que los judíos han difundido en el mundo para los demás y que en Israel están prohibidas: el pacifismo, el marxismo genuino, que es tan cristiano, y el cristianismo, que es tan judío”. Hacia 1953, Miranda ya había asumido un antisemitismo que no tenía nada que envidiar al el de los nazis; decía en una carta dirigida a otro nacionalista vasco: “Odio a los judíos, por lo menos mil veces más de lo que Krutwig y tu detestáis a los irlandeses (…) Tengo mis planes y mis ideas, y no los abandonaré ahora, siguiendo otras opiniones, cuando los he sostenido durante casi los últimos diez años. El odio a los demócratas, judíos y francmasones es el más válido de todos”.

 

En 1952, Miranda trabaja junto al “Breiz Atao” en la redacción de un “Manifiesto de los Neo-Paganos de Europa” cuyo contenido será aprovechado quince años después en la redacción del “Manifiesto Casandre”, publicado por “Le Devenir Europeénne”. La idea de los redactores del manifiesto neo-pago era revitalizar a las antiguas religiones ancestrales como uno de los pasos para recuperar las identidades regionales. Pero de la mitología vasca se sabe muy poco en comparación con el celtismo, y, además, todo lo que se sabe es vago y vidrioso, así que Mirande recurre a lo poco que puede y el resultado es pobre y decepcionante: una especie de ocultismo sincretista en el que los huecos que le faltan en el puzzle religioso vasco es rellenado con interpolaciones de otras religiones paganas europeas. Para Miranda, Ortzi, el padre de los dioses vascos, es Thor, el padre de los dioses germánicos. Es evidente que, Miranda ha dejado de ser católico y que piensa que el nacionalismo regionalista en toda Europa puede sostenerse en el redescubrimiento del neopaganismo.

 

Otra de las aportaciones de Jon Miranda a la teoría general del independentismo etarra es su definición de la “Gran Euzkadi” que incluye la “Gran Vizcaya” más los elementos vascos de Castilla la Vieja, Calahorra, Logroño, Burgos, Navarra, el Soule francés, los elementos vascos de Aragón, el Verán francñes, más el Ribagorza, la Gascuña, etc.

 

Además, Miranda explora la cuestión racial. No cree en la existencia de una raza vasca, pero considera que ésta es una rama de las cazas europeas tal como las clasificó el Conde de Gobineau. Dice al respecto: “hoy un pueblo vasco formado por individuos que pertenecen según una cierta proporción a las diversas razas de la gran raza blanca o europoide y solamente a ésta”, y añade, más adelante: “Seguramente, un mestizo de vasco y de india, por ejemplo, podrá ser muy simpático e incluso haber aprendido a hablar vasco tan bien como Axular; ello no impide que por el solo hecho de su sangre mezclada, no pueda ser un vasco auténtico ni ser aceptado, con este título, por nuestra comunidad étnica si por casualidad manifestase la pretensión”. Mirande considera que en España hay mucha sangre “africana mecanizada” y que, por tanto, es un riesgo el cruce entre vascos y españoles. La temática racial la sigue defendiendo en 1956, cuando comenta: “pienso que es la raza y no la lengua lo más importante, no concibo que existan vascos sin eusquera, por supuesto, porque el abandono del eusquera pone a los vascos en vías de desracialización (…)  Aunque los maquetos o gascones aprendieran vasco, nos serían siempre extraños por la sangre y por el espíritu y, si alguna vez somos libres, espero que el futuro gobierno de Euzkadi expulse a esos semita-camitas españoles y demás negros que se han asentado en nuestra patria o los reduzca a un estrato de humanidad inferior”.

 

Con razón Juaristi, define el proyecto político-cultural de Miranda como “utopía nacionalsocialista vasca” y su proyecto apunta a una “caballería de labradores”. Subraya que en la vieja Vasconia hubo grupos étnicos segregados (agotes, gitanos y judíos) y leyes que contribuyeron a salvaguardar la pureza racial de la población. La industrialización marcó el final de la “caballería campesina”, la aparición de un burguesía urbana y, con ello, el principio de la degeneración de la población vasca.

 

En 1960, Miranda evidencia todavía más su tendencia hacia el nazismo, cuando publica un artículo, en la revista Egan, en defensa de Ventila Horia, escritor e intelectual rumano, con un pasado militante en la Guardia de Hierro, al que en esos momentos se le ha negado el premio Goncourt, acusado de antisemita. La cosa no quedó así. Un nacionalista le acusó a él de antisemita y Miranda, lejos de rechazar la acusación, la argumentó: “La cuestión antisemita no es otra cosa ue esta: que los judíos son una minoría nacional extranjera en Francia –y en todos los países de Europa-, no por raza, sino por su cultura: son una etnia oriental que ha querido vivir en Occidente y así han seguido a través de los tiempos, considerando a Israel como su verdadera Nación (…) siendo una minoría nacional, no se conforman con los derechos limitados de una minoría nacional, sino que, por el contrario, toman un papel de dirección, que nadie les ha dado, en los asuntos de los franceses”. Ese año, la política de Pierre Mendes France, judío francés, ha hecho peligrar la posición de Francia en Argelia. La OAS ha empezado a colocar sus bombas y el ejército francés ha golpeado contra De Gaulle.

 

Defiende la inexistencia del “Holocausto”: “La cantinela de siempre, cuando alguien se atreve a rozarles un mínimo a los desgraciados judíos…, enseguida empiezan a rugir los pro semitas a su servicio diciendo que si uno está con los SS que liquidaron a 6 (o a 4 ó a 8…) millones de judíos, o que uno mismo es de las SS. No defiendo a los antisemitas del Tercer Reich; me defiendo a mí mismo. Dejemos por tanto ese cuenta de los campos KZ, pues yo no los he construido”.

 

“Vasconia” de Federico Krutig de Arteaga

 

La irrupción de ETA gustó a Miranda, pero rechazó su orientación posterior hacia el marxismo-leninismo. De hecho, desde 1961 había cortado sus relaciones con los “nacionalistas vascos peninsulares”. Hizo pública su ruptura en la revista de “Enbata”, el movimiento nacionalista vasco-francés, próximo a ETA. Rechazó, particularmente, la aproximación de Krutwig al marxismo e incluso dejó caer sobre él el rumor de que era judío: “No me sorprende que a Krutwig le haya seducido este último fruto del feminismo (el marxismo) porque él e también, al menos en parte, de la raza elegida”. Y en otro texto insiste en esta idea: “Krutwig se ha extranjerizado: se ha entregado por completo al marxismo (arrastrado por su sangre judía) y anda revolviendo el mundo con otros malhechores (vascos, bretones y frisios)”. Jon Juaristi cita una tercera frase en la que Miranda insiste en el judaísmo de Krutwig: “Desde entonces, Kr. Ha seguido por el camino de los marxistas, con varios jóvenes vascos y bretones por compañeros y, sobre todo, con un barón frisio, que conozco, y que es, como Kr., medio judío (a decir verdad, creo que Kr es enteramente judío, por parte del padre y de la madre)”.

 

En 1970 apareció su única nivela, “La ahijada”. Poco después, por algún motivo, anunció que abandonaba la literatura en lengua vasca. Da la sensación de que por motivos que ignoramos, había caído en una profunda depresión. En 1972, se suicidó. Juaristi dice: “Le habría sorprendido saber ue, veinticinco años después, él, que publicó un libro en vida, iba a ser el autor eusquérico más leído de su generación y que proliferarían los estudios, monografías y tesis doctorales sobre su obra. Se han hecho al menos tres ediciones de su poesía completa, tres de su novela, dos de sus cuentos, una de sus traducciones, dos de sus ensayos, con abundantes reimpresiones”. Pero si esta es la influencia de Jon Miranda en la actualidad, sus ideas influyeron en los primeros pasos de ETA, no directamente –dado lo siniestro y odioso de ETA es preciso dejar claro que, por lo que sabemos, Miranda no tuvo ninguna relación directa con ETA, aunque es posible que conociera a algunos de sus primeros militantes- sino a través del primer ideólogo de la organización terrorista: Federico Krutwig Sagredo.

 

Krutwig era hijo de alemanes (judíos si hemos de creer a Miranda), su padre importaba maquinaria. Su abuela materna era veneciana. Eran miembros de la oligarquía bilbaína y Federico fue educado en el Colegio Alemán de Bilbao. Él mismo reconoce que sus padres “eran gentes de derecha”. Y añadía: “la educación recibida en el colegio… seguía, sin duda, pautas culturales alemanas, pero creo exagerado calificarlas de nacionalsocialistas, al menos en aquel tiempo… Se hablaba, eso sí, de la gran cultura alemana, de Wagner, pero no se mencionaba al nazismo. Se guardaba una gran discreción (…) Los alemanes han tenido siempre en gran estima el concepto de pueblo, el concepto de nacionalidad… La moderna teoría de las nacionalidades es sin duda alguna de origen alemán, y me atrevería a decir que esa distinción me ayudó a suscitar en mí el interés por el tema vasco”.

 

Antes de la guerra, había traducido algunos poemas de Goethe al vascuence. Pronto se aficiona por la lingüística y es uno de los revitalizadores de la Academia de la Lengua Vasca en 1946. En aquella época no se siente ni nacionalista ni franquista. En 1952, después de un discurso, realmente intrascendente, temiendo consecuencias para él, se va de vacaciones a San Juan de Luz y, a los pocos días, su nombre aparece en el BOE como requerido por la justicia. Sólo a partir de ese momento empezará a relacionarse con el nacionalismo político vasco. Luego viaja a París y es allí donde conoce a Andima Ibinagabeitia y a un amigo de éste, Jon Miranda, el cual le presentó a sus amigos, a los que describe como “fascistas bretones”. No parece que guarde un buen recuerdo de Miranda al que describe así: “Tuve gran relación con Miranda, hombre que representaba lo contrario a la raza de superhombres que decía defender. Pequeño y cegato, perecía un pequeño judío. De trato agradable pienso que me cogió simpatía por poseer yo cultura alemana. Excesivamente provocador, para cuando te dabas cuenta te podías ver metido en un buen lío. Recuerdo que un día quedamos citados al anochecer, con la intención de dar un paseo. En un momento determinado me dijo que deseaba ir al barrio judío, al mismo tiempo que comenzaba a gritar “Judíos al crematorio”… Vivía muy solo”.

 

Ambos mantienen una buena y estrecha relación hasta 1964 cuando, según recuerda Juaristi, Miranda y sus amigos, rechazaron el “Manifiesto por la Etnocracia” redactado por Krutwig y publicado en Amberes con el apoyo de algunos nacionalistas frisones. En esa época ya había publicado su obra “Vasconia”, subtitulado “Estudio dialéctico de una nacionalidad”. La obra estaba firmada por “Fernando Sarrailh de Ihartza, de más de 600 páginas. Se ha dicho constantemente que esta obra fue una especie de banderín de enganche de ETA. Juaristi lo niega. La obra era demasiado densa y pesada para que pudiera se asumida por los jóvenes radicales que empezaban a interesarse por ingresar en ETA.

 

Algunas de las páginas de “Vasconia” parecen inspiradas en los escritos y conversaciones con Jon Miranda. Krutwig es lingüista, por lo tanto atribuye un papel decisivo al eusquera en la formación de la identidad vasca, pero también él alude al factor étnico. Dice, por ejemplo: “El derecho del pueblo vasco a su independencia se basa exclusivamente en la existencia de una etnia vasca, con conciencia propia y voluntad de ser libre”. Krutwig opina que no existe una unidad racial vasca, pero, aún así, los vascos pertenecen a la “misma raza que puebla Europa, el Norte de África y gran parte de Asia”. Pero hay “vascos traidores”, aquellos que perteneciendo a la “raza vasca”, no se expresan en eusquera. A diferencia de Sabino Arana, para Krutwig el hecho de disponer de los cuatro apellidos vascos, no implica ser un “vasco verdadero”. Además de la raza, está el factor lingüístico. Pero la raza sigue siendo importante para Krutwig, seguramente a partir de las conversaciones con Miranda: “sería falso, así mismo, llevar el anti-racismo al extremo límite y afirmar que ninguna importancia tiene la raza. Una mezcla de vascos con elementos negríticos desvirtuaría la raza vasca y difícilmente se podría tratar de un vasco o un negro”. Miranda no habría dicho otra cosa, lo que implica decir que este hijo de alemanes, debía mucho al que fuera su amigo y confidente hasta 1965. Pero hay otro elemento de coincidencia entre ambos, sólo que Miranda lo ha predicado antes que Krutwig: la “Gran Vasconia”.

 

En efecto, aunque ligeramente más limitado, la concepción de la totalidad de Vasconia coincide con la de Miranda. Juaristi la cita: “abarcará los dos grandes Estados vascos: el reino de Navarra y el mítico Ducado de Vasconia. Por el norte incorporará toda Aquitania, hasta el Garona; por el sur llegará hasta Garray, a las puertas de Soria; por el Este absorbe Aragón, y por el por el Peste se conforma con algo menos: Castro Urdiales, Reinosa y las Cuatro Villas, total, sólo hasta Santander. La Gran Vasconia”.

 

Y, aún hay otro factor en el que Miranda y Krutwig coinciden: el papel de la religión. A diferencia del resto de nacionalistas vascos de su tiempo, ambos minusvaloran el papel del cristianismo en la formación de la identidad vasca y realizan fugas románticas hacia el neopaganismo y el misticismo. A Krutwig le sabe mal que la religión no sea un “factor diferencial” de la identidad vasca en relación a sus vecinos. Ambos están de acuerdo en que la religión propiamente vasca es una religión natural: una forma de paganismo autóctono. La diferencia estriba en que Krutwig no tiene inconveniente en realizar fugas hacia el ocultismo teosofista. Considera que si los cátaros que llegaron hasta Pau y los protestantes que cuajaron en la Navarra del siglo XVI, hubieran triunfado en el País Vasco, esto habría contribuido a descatolicizar a la raza y a aproximarse a la religión natural originaria. Además, Krutwig acaba de leer el libro del esoterista francés Louis Charpentier, “El misterio vasco” en donde se defiende el origen atlante de los vascos. Así mismo, en “Vasconia”, cita un párrafo de Helena Petrovna Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, que desarrolló una teoría sobre el origen de lo que llamaba “razas matrices”; dice: “La tendencia hacia las ciencias secretas y el ocultismo son uno de los rasgos resaltantes del carácter vasco que lo acercan en mucho a un sentimiento parecido que existe entre los pueblos germánicos. Por otra parte, no sólo en los libros ocultistas sino también en la literatura teosófica, los vascos juegan un papel importante como descendientes de la raza “atlántica” que precedió a la llamada “arya”, entendiéndose por estas palabras algo muy diferente a lo que la ciencia enseña”. La Blavatsky sostenía la llamada “teoría de las razas matrices”, que se irían superponiendo y "guiarían" la evolución mítica de la humanidad; una de ellas era la “atlántica” a la que sucedió la “arya”, que daba como hegemónica en el momento actual. Para la Blavatsky, la raza vasca es un residuo del “ciclo atlante”. Y tal es la tesis que recoge Krutwig.

 

Finalmente, la obra de Krutwig tiene un aspecto práctico y también aquí parece que Miranda tuvo algo que ver en su formación.  Al iniciar su exiliol, Krutwig pasó dos años en Alemania trabajando para la Krupp. Allí afirmó haber conocido a un coronel alemán, antiguo miembro del Estado Mayor de la Wertmacht, que le orientó en materias militares. De regreso a París, leyó las obras de Clauseitz y Sun-Tzu y los escritos militares de Mao. Estudió el proceso revolucionario argelino… y también el de la OAS (por el que se había interesado Miranda en tanto luchaba contra De Gaulle, su bestia negra).

 

Krutwig pertenecería a ETA durante un corto período (si no recordamos mal, de 1965 a 1968) y, jamás cometió delitos de sangre. Era un teórico, por brutal que fuera su teoría. Y lo era. Pero no sería él quien la llevara a la práctica, sino cuatro generaciones de etarras inmisericordes, la mayoría de los cuales ni siquiera había leído su obra. Falleció en 1998 poco después del asesinato de Miguel Ángel Blanco.

 

A estas alturas creemos suficientemente demostrado que en la primera generación etarra existió cierta influencia de las ideas neo-nazis, muy perceptible en Jon Miranda –no sólo por sus contactos con los medios neonazis europeos- y en Federico Krutwig que une a su cultura germánica, su interés por el ocultismo teosofista. Ambos tuvieron arte y parte en la formación de la cultura abertzale. Miranda es hoy un autor valoradísimo en esos medios culturales y Krutwig todavía publica artículos que muy bien podrían ser considerados “xenófobos” y que, en cualquier caso denotan desconfianza hacia árabes y “melanodermos” (negros).

 

En este sentido –y solamente en éste- ETA tiene, en su origen, ciertas connotaciones nazis.
 

 

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

 

 

 

Lunes, 10 de Abril de 2006 22:58 #.

 

Los falsos tópicos del “conflicto vasco”.

Sigue siendo lugar común, en muchos ambientes políticos y universitarios extranjeros, una serie de falsos tópicos sobre el carácter último del llamado “conflicto vasco”. En este artículo nos asomaremos a algunos de ellos.

 

Introducción.
La polémica desatada por Hebe de Bonafini, Presidenta de la asociación argentina “Madres de la Plaza de Mayo”, a causa de algunos de sus juicios de valor, emitidos con notable ligereza, respecto a la situación de los presos de la banda terrorista ETA, acusando al Gobierno español de “torturas, violaciones y ejecuciones”, ha puesto sobre el tapete la persistencia en algunos ámbitos internacionales de una serie de falsos tópicos. Tales, han alcanzado en esos medios, a fuerza de repetirse, carácter de verdad incuestionable.

 

Los falsos tópicos más comunes.
            En este breve artículo vamos a ver algunos de esos falsos tópicos con el objetivo de situar, en su contexto real, la violencia sufrida en el País Vasco y en el resto de España, a la que se superpone una estrategia secesionista de indudable trascendencia, desarrollada por todas las fuerzas nacionalistas vascas.

 

1. ETA es la expresión más radical de la lucha de los vascos por recuperar sus libertades perdidas.
            Históricamente no puede sostenerse la anterior afirmación. Al contrario, el País Vasco y Navarra son dos de los territorios que, pese a diversas vicisitudes históricas, han mantenido, en el conjunto de España, mayores niveles de derecho público y privado propios, así como un régimen económico particular –el concierto- que ha permitido un desarrollo económico superior a la media española. Y ello ha sido así no sólo en los últimos 25 años de democracia, sino también en épocas anteriores, consolidándose ese desarrollo económico ya en el franquismo.
            Por otra parte, el hecho de que hayan transcurrido 25 años desde la muerte de Francisco Franco, desmiente que se trate de un puñado de guerrilleros románticos levantados contra la dictadura franquista, desaparecida ya hace dos décadas y media. El tiempo impone, así, sus razones. Y más cuando, en su día, todos los presos de las distintas organizaciones armadas se vieron favorecidos por una amnistía que supuso la excarcelación de todos ellos.
2. Los vascos nunca han sido españoles.
            Vasconia y Navarra (ésta segunda muchos años en la órbita de dinastías francesas durante la Edad Media) han realizado una importante aportación humana e intelectual a la empresa española: ilustres militares, escritores y pensadores, altos funcionarios, descubridores y navegantes, santos y jerarcas de la Iglesia católica. Su mera relación nominal sería interminable. Pero pensemos en nombres como Unamuno, Pío Baroja, Francisco de Vitoria, San Ignacio de Loyola, Elcano, Zuloaga, Legazpi, Ramiro de Maeztu, Oquendo, Churruca, López de Ayala, Alonso de Ercilla, Samaniego, Antonio de Trueba, etc.
Es más y “a sensu contrario”: jamás ha existido un Estado vasco, si exceptuamos el efímero experimento -“in extremis”- al inicio de la guerra civil española, que agrupó solamente a las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya (Navarra y Alava se decantaron mayoritariamente por la causa nacional) en un contexto de total colapso y derrumbe del régimen republicano.
3. Euskadi = Irlanda.
            Irlanda, cuando fué invadida por los ingleses (en el siglo XI, aunque hasta el siglo XVI no se consolidó la dominación inglesa) ya reunía una serie de características que la diferenciaban de Inglaterra: unidad geográfica, conciencia nacional, unidad religiosa, cierta estructura de poder territorial. Por el contrario Euskadi, como tal, nunca ha existido hasta nuestros días, siendo un ente teórico imaginado por los hermanos Arana a finales del siglo XIX.
            Nunca ha existido en el País Vasco y Navarra, al contrario que en Irlanda, un conflicto religioso: sus pobladores han sido mayoritariamente católicos, incluso en mayor intensidad que el resto de la nación española.
Jamás se ha desarrollado en el País Vasco y Navarra una política  que buscara el sometimiento de las poblaciones autóctonas de la mano de unos pretendidos “ocupantes” españoles junto, a la pérdida añadida, de un expolio material: nunca ha existido un régimen colonial.
Los ingleses, al aplicar inicialmente el estatuto de colonia a Irlanda, establecieron la práctica de las “plantaciones”, consistente en la expropiación de las tierras de los originarios señores terratenientes, para que el Rey inglés distribuyera esas tierras según su criterio, en beneficio de los ocupantes y en detrimento de los propietarios católicos, que terminaron siéndolo a nivel minifundista. Un episodio histórico como el de la “hambruna de la patata”, de mediados del siglo XIX, que supuso la muerte de la cuarta parte de la población de la isla, no se ha producido en España. Esa dramática circunstancia histórica, en buena parte consecuencia de la injusta distribución de la propiedad de la tierra y de viciadas prácticas comerciales, era inimaginable en el País Vasco. Nunca se aplicó práctica análoga a la de las plantaciones. Al contrario, la propiedad de la tierra continuó en manos de los autóctonos, conservándose todo el derecho privado y un régimen de transmisiones patrimoniales específico, que permitió que todo el País Vasco estuviera jalonado de medianas propiedades, sin apenas minifundio y escaso latifundio.
Tampoco se ha llegado a “exportar” población foránea con el cálculo de controlar a los autóctonos y de expoliar a vascos y navarros. Al contrario, muchos hijos de emigrantes, en las últimas décadas, se han entregado en “cuerpo y alma” a la causa de la “liberación nacional de Euskadi” desde la trinchera terrorista y del nacionalismo más radical; lo que desmiente la existencia de un conflicto “étnico” y afirma una problemática en cuyo origen figura la ideología nacionalista y un indudable voluntarismo político como motores últimos.
4. Navarra es la madre de Euskadi.
            El Reyno de Navarra ha vivido dispares ámbitos territoriales: desde la afirmación de supervivencia plasmada en el reino de Pamplona-Nájera, motor a su vez de la reconquista cristiana desde los Pirineos, a ser el mayor reino cristiano de la península ibérica (con Sancho III el Mayor), pasando a constituir un pequeño territorio de poco más de 10.000 kilómetros cuadrados volcado hacia Francia durante parte de la Edad Media (de la mano de las dinastías francesas de Evreux, Champaña, Foix y Albret).
En ningún momento de su historia ha agrupado población exclusivamente vasca. Francos, judíos, musulmanes, castellanos, aragoneses: todos ellos han proporcionado una particular fisonomía humana a este territorio. Así, uno de los más ilustres y conocidos navarros fue el judío ribero Benjamín de Tudela, importantísimo viajero medieval.
            Por otra parte, en la actualidad, los navarros de forma mayoritaria y elección tras elección, se han decantado por un proyecto político autónomo dentro de la nación española y en continuidad con el marco histórico del “Fuero”; al igual que sus antepasados durante cinco siglos. Los navarros empeñados en integrar a su tierra en Euskadi nunca han superado el 30% del total de votos emitidos, tratándose de un electorado estancado porcentualmente, pese a la agresividad de sus múltiples manifestaciones y campañas en los diversos ámbitos sociales, culturales y políticos.

 

5. El nacionalismo vasco es católico.
            El primero en el tiempo, y principal partido político nacionalista, el Partido Nacionalista Vasco (EAJ-PNV), era confesional católico sin lugar a dudas. Su primer lema era “Jaungoikoa et Legizarra” (Dios y Leyes viejas, fueros) y en las elecciones republicanas de 1936 su estrategia electoral se basó en gran parte en la defensa de la religión católica. Ya en la Segunda República había surgido, como escisión del anterior, una pequeña agrupación política que aspiraba a un nacionalismo aconfesional, moderno, más orientado hacia las corrientes socializantes de Europa: Acción Nacionalista Vasca (ANV), cuyos continuadores forman parte actualmente de Herri Batasuna, la expresión política del “Movimiento Nacional de Liberación Vasco” (MNLV) impulsado por la organización terrorista ETA.
El PNV, en la actualidad, ha desdibujado sus originarias señas de identidad, al igual que tantos otros partidos del área demócrata cristiana. Pese a su condición de “socio fundador”, ha sido expulsado el día 10 de octubre de 2000 de la Internacional Demócrata Cristiana, por sus extrañas relaciones con la gran fuerza nacionalista vasca que impulsa el terrorismo, el MNLV organizado por ETA; a iniciativa del Partido Popular español.
Desde sus inicios, en el conjunto del MNLV, se ha producido un progresivo distanciamiento respecto de todo lo que significa la Iglesia católica. Apenas hay católicos en el MNLV y, los que lo son, están en general vinculados a las llamadas “Comunidades Cristianas Populares” y a la “Iglesia popular”. La mayoría “pagana”, por definirla de alguna manera, no sólo no se reconoce en las creencias de sus padres y abuelos sino que, de forma explícita, ha desarrollado una fuerte crítica a la Iglesia católica, calificada en algunos de sus medios como “religión extranjera”. En esa fractura se ha llegado, incluso, a pretender con múltiples fórmulas, a un reencuentro con el mundo pagano precristiano de los primitivos vascos, inventando rituales laicos en esa línea. Si bien el nacionalismo constituye la columna vertebral de esta fuerza emergente que aspira al liderazgo y control del conjunto del nacionalismo vasco, otros ingredientes ideológicos la han alimentado: marxismo crítico, “liberación” de la mujer, ecologismo en clave política, lucha contra los modelos familiares tradicionales,  anticolonialismo, diversas corrientes contraculturales (“rock radikal”, movimiento “okupa”, etc.).
Si algunos representantes cualificados de la Iglesia católica, todavía, han sido interlocutores en determinadas circunstancias recientes, ha sido así, no tanto por el peso real de la Iglesia en el conjunto de la sociedad vasca, mermado y claramente decreciente, sino por su parentesco personal concreto con miembros destacados del MNLV.

 

6. El nacionalismo vasco es moderado.
            El apartado anterior ya desmiente, en buena medida, la anterior afirmación desde una perspectiva meramente doctrinaria. Valoremos ahora la situación real desde la realidad de los hechos.
Cuando el PNV optó por la vía “autonomista”, durante la llamada “transición” española hacia la democracia, podía afirmarse que, al menos entonces, el PNV era un partido moderado. En la actualidad todo el nacionalismo vasco puede ser calificado de radical al optar, de forma clara, por la secesión y la independencia a corto o medio plazo de todos los territorios vascos, actualmente integrados en estructuras supranacionales extranjeras (España y Francia), sin descartar ningún medio, incluido el terrorismo. Todos los partidos nacionalistas comparten los fines (la independencia), aunque discrepan en el empleo de los medios; pues el PNV no practica el terrorismo, aunque sea consciente, tal como ha declarado su Presidente recientemente, que la autodeterminación es el precio político de la paz.  Para el MNLV, la violencia de ETA es el motor fundamental de la “construcción nacional vasca”, estrategia a la que intenta arrastrar al PNV y su escisión EA; lo que en buena medida está consiguiendo. Aquí radica otra de las diferencias con el conflicto irlandés: allí los moderados han acercado a las vías parlamentarias y políticas a los violentos y radicales (el SDLP ha incorporado a la vida pública al Sinn Fein). En el País Vasco, por el contrario, los radicales del MNLV han arrastrado al PNV y EA hacia una estrategia de confrontación y ruptura.

 

7. El Estado español, pese a ser formalmente una democracia, es un estado autoritario y centralista que intenta ahogar al pueblo vasco.
            Esta afirmación ya sólo se asume en ambientes radicales de izquierda y nacionalistas, al menos en sus expresiones más crudas. Pero algunos reflejos de este planteamiento asoman en medios académicos, políticos y mediáticos más abiertos. El Estado español es una democracia de corte occidental, plenamente integrado en las estructuras supranacionales del reducido “club” de naciones europeas y liberales, con el grado de descentralización más alto de Europa. Ninguna otra región europea, perteneciente a un Estado nacional de ese reducido “club”, goza del nivel de competencias, de todo tipo, que disfruta en la actualidad la Comunidad Autónoma Vasca y la propia Navarra. Esa crítica radical no se sostiene desde un estudio comparativo serio de la práctica de los regímenes políticos contemporáneos.

 

8. El euskera es el idioma de los vascos.
            Si somos fieles a la historia, el euskera no es el único idioma vasco. El castellano, en sus primeras manifestaciones escritas aparecidas en el territorio vecino de La Rioja, lo hace junto a los párrafos más antiguos escritos que se han encontrado del euskera. Así, el monje autor de las primeras “glosas” en castellano, también fue autor de los primeros escritos en euskera recuperados, pues al no dominar el latín necesitaba traducirlo a los idiomas que conocía: el romance castellano y el euskera. En ese sentido, los historiadores nos aseguran que las primeras manifestaciones del castellano se generaron también en Alava, además de en los territorios castellanos.
            En la actualidad el euskera, potenciado desde las administraciones e impuesto en el conjunto del sistema educativo, es el “batua” (unido), producto de una unificación de los dialectos euskéricos hablados en los diversos territorios en que sobrevivía a finales del siglo XIX, con la introducción de numerosísimos neologismos, en un intento de actualizar un idioma fragmentado que permanecía poco abierto a los cambios del mundo moderno.
            El intento, propiciado desde la Administración vasca y en parte secundado por algunos sectores de la misma Administración navarra, de imponer un idioma por encima de otro, privilegiando al euskera frente al castellano, es una manifestación más de la batalla cultural planteada cuyo sentido último es “hacer patria, hacer Euskadi”. No se trata, por lo tanto, de evitar la desaparición de un idioma antiquísimo, sino de imponer un modelo cultural monolítico en el que el castellano adquiera, progresivamente, rango de idioma marginal.

 

9. Los presos de ETA son presos políticos.
            En los inicios de la transición española hacia la democracia, todos los presos de ETA, en sus diversas ramas, fueron excarcelados gracias a una amnistía general. De forma simultánea se implantaba una organización territorial que anticipaba el régimen autonómico actual. Ello no supuso el fin de la “lucha armada”, sino que fue ocasión para la ofensiva más virulenta en la historia de la organización, ocasionando un elevado número de víctimas mortales por año entre sus presuntos adversarios: policías, guardias civiles, militantes o simpatizantes de partidos no nacionalistas, antiguos colaboradores del desaparecido régimen, empresarios, militares, incluso niños en atentados indiscriminados.
            Por ello, en la actualidad, permanecen en las prisiones españolas unos 500 miembros de ETA, disfrutando de un régimen de vida que no corresponde, en la práctica, al nominalmente impuesto, al alcanzar un “modus vivendi” beneficioso para sus intereses personales -mediante “negociaciones” seguidas con los directivos de diversas prisiones españolas- gracias al temor que inspira su organización.
            En España, en definitiva, no existen presos por delitos de opinión. Los presos de ETA lo están por delitos tales como asesinato, tenencia de explosivos, estragos, pertenencia y colaboración con banda armada, encubrimiento, labores de información o aprovisionamiento, etc.
            Todos los días se producen manifestaciones de apoyo a la independencia y a la propia organización terrorista ETA, sin que ello implique persecución con ingreso en prisión. El actual marco constitucional facilita que todas esas opiniones, contrarias al mantenimiento de la propia Constitución en vigor, se puedan manifestar libremente en cualquier medio de comunicación o ámbito social, salvo que implique un ejercicio directo de violencia física o material.
            Equiparar la condición jurídica y moral de los presos de ETA con los presos por opinión de otras latitudes del mundo, constituye una de las mayores mentiras puestas en circulación por el entorno y entramado de ETA, habiendo alcanzado un indudable éxito propagandístico de ámbito internacional.

 

10. Euskadi ha sido expoliada económicamente por España.
            El régimen económico de concierto, aludido en el punto primero de este artículo, ha aportado indudables beneficios materiales a los vascos, merced a unos mecanismos consistentes, buena parte de ellos, en peculiaridades fiscales que han permitido un despegue económico, basado en la explotación de los recursos naturales (minería) y la industrialización, en mayor medida que el resto de España. Para ello, el Estado español ha realizado enormes inversiones en infraestructuras (puertos, la carretera N1, principal vía de transporte y comercio con Europa y resto de la península, autopistas, aeropuertos, etc.). Este desarrollo económico ha permitido que mucha mano de obra, procedente de regiones deprimidas del interior de la península, se haya trasladado a las localidades próximas a las grandes industrias y astilleros del País Vasco, a la vez que una importante oligarquía autóctona (una parte de ella, de ideología nacionalista) se desarrollaba, permitiendo que las reinversiones de capital se realizaran en su propia tierra.
Llegada la crisis industrial, minera y naval de los años 70 y 80, la reconversión de esas áreas en recesión supuso la inversión de miles de millones desde el Banco de Crédito Industrial y demás organismos públicos encargados de la operación, evitando con ello una temida crisis social que no llegó a producirse. En definitiva, la asociación de los vascos con el resto de España ha generado indudables beneficios para ambas partes, sin que en ningún momento de la historia se haya planteado una estrategia de expolio económico que perjudicara a los naturales. Ya hemos visto, por otra parte, que el País vasco nunca fue colonia de una potencia extranjera (tipo Irlanda, o Argelia de mano de Francia).
Todo ello nos indica que, a nivel económico, el País Vasco ha formado parte de una España que ha contado con su peculiar régimen jurídico propio que, para algunos, suponía ventajas de partida en detrimento de otras regiones españolas.

 

11. Una Euskadi independiente es garantía de pluralidad e integración europea.
            Esa afirmación depende del modelo político y económico que prevaleciera en el futuro, de consumarse la secesión. No hay ninguna garantía de que, caso de una hipotética independencia, los sectores radicales de ETA se conformaran con un modelo de “democracia burguesa”, más cuando en esta lucha los mayores sacrificios personales han sido aportados por sus militantes, imbuidos de una ideología radical también en lo que a presupuestos económicos y sociales respecta. Las dudas sobre el modelo político generarían una indudable incertidumbre sobre la inserción europea e internacional de una hipotética república vasca, más cuando España y Francia vetarían su presencia en múltiples foros, sobre todo en el caso de una ruptura traumática, lo que no puede descartarse.
            La incidencia en los aspectos raciales y étnicos de la identidad vasca, periódicamente alegados como argumento para la construcción nacional desde el PNV (especialmente por parte de su Presidente Arzallus), no proporciona, precisamente, confianza en un proyecto de imprevisibles consecuencias. Si la condición de ciudadano vasco se somete al tamiz de la pureza racial o ideológica, ello podría acarrear dramáticas consecuencias concretadas en desplazamientos de población, abandono de empresarios, pérdida de capital e inversiones, etc. Todo ello sería observado con extrema atención desde las instancias unitarias europeas.
            Esas dudas sobre la viabilidad de una independencia vasca se acrecientan con la dependencia energética y en recursos básicos (agua, entre otros) del País Vasco con el resto de España; lo que proporciona más sombras que luces a este proyecto.

 

Conclusiones.
            El nacionalismo vasco, en su conjunto, viene desarrollando una ofensiva desde múltiples frentes, incluido el de la de imagen y propaganda, también a nivel internacional desde hace muchos años. Por el contrario, desde los medios gubernamentales españoles, ya con UCD, PSOE o PP en el Gobierno de Madrid, poco se ha hecho para contrarrestar tales campañas. Se ha avanzado algo en los últimos años, lo que ha permitido un posicionamiento claro de Francia en lo que a cooperación policial y judicial se refiere. Pero aquí se evidencia un hecho: al voluntarismo de la omnipresente militancia nacionalista vasca, apenas se oponen tímidos movimientos opositores, duramente discriminados y golpeados. En este sentido, el Foro de Ermua, Foro El Salvador, los colectivos de víctimas del terrorismo y algún otro grupo, como el Movimiento contra la Intolerancia, constituyen la estructuración progresiva de un frente cívico - cultural de resistencia ante la presión nacionalista. Esa resistencia es más visible en las grandes ciudades, mientras que en las localidades medianas y, no digamos ya en los pequeños núcleos rurales, el aparente predominio nacionalista es absoluto, no produciéndose, apenas, manifestaciones contrarias, viviendo los escasos militantes de los partidos constitucionalistas en un estado de clandestinidad.
            En el País Vasco y algunas zonas de Navarra, al igual que se decía respecto de la Edad Media, “el aire que se respira en las ciudades huele a libertad”.

 

Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, Nº 39, noviembre de 2000