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LAS CLAVES DE LA LUCHA ANTITERRORISTA. Mayor Oreja "se desnuda" ante César Alonso de los Ríos en un libro (Esta gran nación. Conversaciones de Jaime Mayor Oreja con César Alonso de los Ríos. LibrosLibres. Madrid, 2007. 163 pp. + álbum de fotos. 16 €).

LAS CLAVES DE LA LUCHA ANTITERRORISTA. Mayor Oreja "se desnuda" ante César Alonso de los Ríos en un libro (Esta gran nación. Conversaciones de Jaime Mayor Oreja con César Alonso de los Ríos. LibrosLibres. Madrid, 2007. 163 pp. + álbum de fotos. 16 €). La vida del ex ministro, desde su infancia hasta los momentos peores de Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco, y las cesiones actuales ante ETA, en un testimonio sobrecogedor.

 

Para una buena parte de españoles, Jaime Mayor Oreja es algo más que un ministro del Interior que vivió los momentos más intensos de una lucha victoriosa contra ETA. Es también un ejemplo de conducta tan firme en los principios como sosegada en las formas, que ha hecho de la derrota del terrorismo su objetivo esencial, y -dato añadido- sin contemporizaciones con el nacionalismo.

 

En este pequeño e intenso volumen editado por LibrosLibres, César Alonso de los Ríos mantiene con el una conversación fluida y cálida, donde se entremezclan evocaciones biográficas personales, recuerdos políticos y detalles de su actuación como miembro del Gobierno en las complejas relaciones con la banda, con el PNV y con el ejecutivo vasco.

 

Una frase para abrir boca

 

En la introducción del entrevistador, nos encontramos nada más abrir el libro con la frase que Xabier Arzallus le dijo a Mayor en abril de 1996, mientras paseaban por la Playa de la Concha en San Sebastián: "Nunca podrá ser España una gran nación como Francia o como Alemania. No te equivoques".

 

Ese desprecio nacionalista hacia España se ha convertido en el leit-motiv de Mayor Oreja, en la idea que, inasequible al desaliento, repite a riesgo de parecer agorero: el PNV y ETA jamás se darán por satisfechos mientras no obtengan la autodeterminación. Da igual, por tanto, hacer concesiones.

 

Esto se reveló de particular importancia cuando se formó el primer Gobierno del PP. El nombramiento de Mayor como titular de Interior se fraguó tras un informe que le solicitó José María Aznar y que implicó un giro en la lucha antiterrorista que no comprendieron ni los peneuvistas ni los socialistas: en el traspaso de poderes Juan Alberto Belloch "venía a recomendarme justamente todo lo contrario de lo que yo iba a hacer como ministro de Aznar", recuerda Mayor Oreja.

 

El "intercambio de señales" que mantuvieron a partir de ahí el Gobierno y la banda en los meses posteriores figura entre los hechos más interesantes de estas páginas.

 

Un lugar paradisiaco

 

Pero antes de llegar a ese momento biográfico del ex ministro, César Alonso de los Ríos mantiene con él un intenso intercambio de pareceres sobre cómo se fraguó la ETA, cómo era el País Vasco en la infancia de Mayor Oreja y otros aspectos que explican el nacimiento del único grupo terrorista no islámico (aparte las FARC en Colombia) que permanece vivo en el mundo occidental.

 

Evoca el entrevistado "un país feliz" y "una tierra sin igual" que incluso era solicitada como destino preferente por los miembros de la Guardia Civil. Recuerda el papel "esencial" de algunos miembros de la Iglesia amparando y fomentando el nacionalismo: "La Iglesia vasca se hizo local, nacional. Un gravísimo error". Pero todos los fundadores de ETA "sacralizaron la violencia y perdieron la fe", recuerda.

 

También hace autocrítica, por ejemplo de la amnistía de 1977 que puso en la calle a cientos de terroristas que reorganizaron la banda sobre unas bases desconocidas para las fuerzas de seguridad. Y con la colaboración de Francia, que "funcionó como un verdadero santuario".

 

El "proceso"

 

Junto al pasado personal y político de Mayor Oreja, estas páginas pasan también revista a la actualidad, y a la negociación con ETA emprendida por José Luis Rodrígue Zapatero.

 

El ex ministro está convencido de que la banda va a exigir antes de las generales un "acuerdo secreto en el que se convenga la realización de un referéndum que entrañe un proceso de co-soberanía en el País Vasco", fórmula que ya salió a relucir durante los meses del "alto el fuego permanente". "Mi única esperanza", confiesa Mayor, "no es la voluntad de Zapatero, ya que éste va a tratar de facilitar el acuerdo. Mi esperanza reside en el carácter insoluble de la cuestión". Y por eso la negociación está abocada al fracaso y conduce a España "a un callejón sin salida".

 

Magnífica síntesis la lograda en esta entrevista entre lo personal y lo político, entre los recuerdos de alguien que forma ya parte de la historia de España sin haber abandonado aún su presente, y la formulación de unas pautas sólidas con las que hacer frente a ETA y a quien suministra la sustancia ideológica que dispara sus balas y hace explosionar sus bombas: el nacionalismo.

 

Carmelo López-Arias

El Semanal Digital, 3 de junio de 2007

LE JOUR SE LÈVE (*). Totalitarismos

LE JOUR SE LÈVE (*). Totalitarismos

Compré este libro hace un año, pocas semanas después de su aparición, y fue una desilusión. Me pareció mucho menos interesante que El libro negro del comunismo, también dirigido, como se dice de las orquestas, por Stéphane Courtois; ambas obras comparten, además, algunos autores.

 

Más que una desilusión, lo mío fue un cabreo. Y es que muchos de los capítulos de Le jour se lève. L'héritage du totalitarisme en Europe, 1993-2005 (Amanece. El legado del totalitarismo en Europa, 1993-2005) están escritos en un tono académico, universitario, frío, cuando de lo que se habla es de millones de muertos, de sociedades y culturas destrozadas, de la libertad fusilada por doquier, y las especulaciones sobre si se puede hablar de "sociedad civil" en los países totalitarios comunistas, pongamos, me produjeron erisipela.

Son manías mías, desde luego, porque es lógico que los catedráticos se expresen como profesores y consideren indigno de su magisterio expresarse con pasión. Pero esa frialdad "científica" a la hora de analizar tantos dramas humanos me puso los pelos de punta, así que arrinconé el libro sin haberlo leído del todo.

Habiéndome calmado (en parte), lo saqué de su estantería para terminarlo y comentarlo, porque, pese a su tono frío, tiene cierto interés y muchos errores.

El peor de éstos es el de considerar, como hacen varios de los autores, la persistencia de una extrema derecha con ambiciones y nostalgias totalitarias algo tan grave, o peor, que las nostalgias y ambiciones totalitarias de la extrema izquierda. Esto es radicalmente falso y participa de la demagogia de izquierdas, que parte del apriorismo de que, de todas formas y haga lo que haga, la derecha siempre es mala y la extrema derecha es aún peor, mientras que la izquierda es siempre buena y sus extravíos totalitarios, meras ramas podridas de la vieja encina noble y humanista.

Cuando, por ejemplo, Uwe Backes, director adjunto del Instituto Hannah Arendt de Dresde, considera que el torpe atentado contra el presidente Chirac perpetrado el 14 de julio de 2002 "demuestra que la violencia de extrema derecha también existe en Francia", sería para morirse de risa... si no se entendiera la estafa: inventar una peligrosidad de la extrema derecha para justificar la violencia creciente de la extrema izquierda.

El autor de ese "atentado", Maxime Brunerie, es un caso típico de desequilibrado –han sido muchos a lo largo de la historia– que se considera injustamente ninguneado por la sociedad y que para demostrar que no es un cero a la izquierda pretende asesinar al Número Uno del país, para así alcanzar también la categoría de Número Uno, si bien en negativo. Cualquier freudiano de barra podría explicar ese fenómeno en términos científicos, pero eso no quita que sea vergonzoso que en un libro con tantas ambiciones académicas se eche mano de ejemplos de cenicero.

Hay en estas páginas otros ejemplos, igual de absurdos pero más corrientes, que consisten en exagerar la peligrosidad "totalitaria" de partidos de derecha populista como el Frente Nacional francés, partido que respeta las reglas de la democracia parlamentaria desde hace años; incluso se llega a considerar fascista a uno de los políticos más inteligentes de Italia, Giancarlo Fini, lo cual es perfectamente... fascista.

Como escribió Elio Vittorini, ex comunista y resistente, también hay un "fascismo rojo". Todas estas argucias de hechicero para asustarnos con la supuesta peligrosidad de un "totalitarismo" de derechas son ridículas. No existe en Europa el menor peligro de extrema derecha que no proceda de la "extrema izquierda".

De lo que también peca este libro, desde luego muy crítico con los totalitarismos, digamos, históricos (aunque incluso en este punto se leen frases extravagantes, como ésta de la página 387: "El proyecto nazi nada tiene que ver con el comunista". Pero ¿y los resultados?), es su ceguera para con el fenómeno de unión y fusión que se produjo poco después de la "caída del Muro" entre los fascismos rojo, pardo y verde.

Se trata, sí, de un fenómeno relativamente nuevo (y es que ya hubo coincidencias entre los totalitarismos históricos), pero hoy, en Rusia, en la antigua RDA y hasta en Europa Occidental, son cada vez más frecuentes las banderas y retratos que exhiben juntos a Hitler y a Stalin. Otro ejemplo evidente, pero siempre negado por los poderes fácticos, lo encontramos en el resurgimiento virulento del antisemitismo, antaño de extrema derecha y hoy esencialmente de extrema izquierda, con la coartada de la solidaridad con los terroristas palestinos y, más generalmente, con los países "pobres" pero multimillonarios del llamado "mundo arabo-musulmán".

Por otro lado, me parecen extrañamente ausentes de esta obra el antiparlamentarismo, el anticapitalismo y su vertiente "heideggeriana" ecológica, la fobia al progreso técnico, industrial y científico. Y sin embargo son "valores" comunes a la izquierda y la derecha extremas.

Le jour se lève termina con dos adendas; una de ellas es de Antonio Elorza sobre ETA, que repite sus sabihondas memeces profusamente publicadas en El País y sus enrevesados análisis sobre si ETA es totalitaria, si bien la respuesta es mucho más sencilla: ETA tiene mucho poder en las provincias vascongadas pero no tiene el Poder, por lo que no puede ejercer totalmente su... totalitarismo. Y termina con un artículo de Antoine Basbous, cuyo título podría traducirse por "La radicalización del mundo islámico: ¿hacia un nuevo totalitarismo?", donde se dice, contra lo que sostiene Elorza, que el islamismo es el "tercer totalitarismo".

Es el de Basbous un texto interesante, porque nos explica las diferentes versiones y tendencias del islam, así como sus raíces históricas, lo cual es de gran utilidad, teniendo en cuenta la confusión imperante.

También es cierto que el mundo islámico es un rompecabezas, porque aunque, como es sabido, los sunnitas son mayoritarios, salvo en Irán e Irak, los talibanes afganos, que son sunnitas, son de hecho compañeros de armas de los chiitas del Hezbolá, y si en Irak chiitas y sunnitas andan matándose unos a otros es, esencialmente, debido a la diabólica habilidad de Al Qaeda, que busca crear un caos antiyanqui, más que a la histórica rivalidad, a menudo sangrienta, entre ambas ramas del islam.

La política, o el fanatismo político-religioso, desempeña cada vez más abiertamente su papel terrorista contra Occidente, sobre todo contra Israel y los USA, desplazando la guerra por "el verdadero islam" a un segundo plano.

Basbous nos recuerda que Arabia Saudí, debido tanto al privilegio que le otorga ser la "tierra santa" de los musulmanes como a su gigantesco poderío en el mercado energético, fue durante decenios la meca (nunca mejor dicho) religiosa, política y económica del Islam; hasta la revolución del ayatolá Jomeini, que tuvo un impacto político-religioso descomunal en todo el mundo islámico. Desde entonces las cosas son aún más complicadas que en tiempos de la Guerra Fría, y los radicales sunnitas y chiitas unas veces colaboran y otras se matan entre sí.

Nuestro autor critica certera y despiadadamente a la sociedad saudí; especialmente, la monstruosa situación de sumisión de las mujeres. Daré, por ahora, un solo ejemplo: en marzo de 2002, en un colegio de niñas de La Meca, se declaró una noche un incendio; murieron 15 chicas, y otras 50 resultaron gravemente heridas, porque la policía religiosa, la Mutawa, impidió a los bomberos acceder al recinto, y a las niñas salir, porque éstas estaban en paños menores o camisón, y era preferible que murieran a que se mostraran así ante unos hombres...

(*) STÉPHANE COURTOIS (dir.): LE JOUR SE LÈVE: L'HÉRITAGE DU TOTALITARISME EN EUROPE, 1953-2005. Éditions du Rocher (Mónaco), 2006, 493 páginas.

 

Carlos Semprún Maura

Libertad Digital, suplemento Libros, 11 de mayo de 2007

Medio siglo de una revolución que pudo cambiar el mundo

Medio siglo de una revolución que pudo cambiar el mundo

La muerte de Stalin en 1953 abrió la espita del reformismo en los países del Este. En Budapest "se lo creyeron" demasiado y el Pacto de Varsovia intervino. ¿Y si alguien les hubiese apoyado?

 

La caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética ¿pudieron suceder treinta años antes? Aventurarlo es hacer historia-ficción, pero ocasión la hubo. Fue la insurrección húngara de octubre de 1956, sofocada a sangre y fuego por las tropas soviéticas sin que los países occidentales moviesen un dedo. La ONU creó una comisión sobre el caso y emitió un informe, por supuesto, pero casi un año después de que 2.500 personas regasen de sangre las calles de Budapest, y 250.000 húngaros más emprendiesen el camino del exilio.

 

Lo cuentan Ricardo Martín de la Guardia, Guillermo Á. Pérez Sánchez e István Szilágyi en una obra extraordinariamente documentada, La Batalla de Budapest (Actas), uno de los escasos estudios sobre la materia que pueden encontrarse en la bibliografía española, y que aprovecha material descubierto en los archivos soviéticos tras el final del comunismo. Casi a la vez que Polonia, Hungría "interpretó mal" los nuevos vientos que parecían soplar en Moscú a la muerte de Stalin en 1953, así como la disolución de la Kominform en abril de 1956. De hecho, fue Kruschov, supuesto reformista, quien en un agitado comité del Politburó del PCUS más partidario se mostró de la intervención del recientemente creado Pacto de Varsovia.

 

Y es que ante el fracaso del reformismo, el pueblo húngaro, fundamentalmente la juventud estudiante y obrera criada en el comunismo (y no "nostálgicos" de la libertad de pre-guerra), se echó a la calle, convertida, en lenguaje del Partido, de "revisionista" en "contrarrevolucionaria". Entonces sonaron los disparos de los tanques rusos.

 

Fue una revolución que pudo cambiar el mundo... pero pese a los llamamientos de los insurrectos a Occidente, nadie quiso ponerla en marcha.

 

Pocos años después de tales dramáticos acontecimientos escribió Rafael Gambra, catedrático de Filosofía, El silencio de Dios (Ciudadela), su libro más conocido, que cuantas veces se reedita desde entonces, se agota. Justo por su valor de permanencia. Aunque el texto está empapado de la catolicidad que caracteriza el pensamiento su autor, el título no debe llamar a engaño: no estamos ante una obra de religión, sino de sociología política. En torno a las imágenes y a la historia de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, y de Ciudadela -otra de las grandes obras del escritor y aviador francés-, Gambra expone, con un lenguaje bello e intenso, la importancia de la tradición y el arraigo en la vida del hombre en sociedad.

 

El rito se convierte así en el bálsamo que cierra las heridas que dejan en el alma el espacio y el tiempo. La repetición cíclica, la costumbre, dan sentido y continuidad a la existencia, y en última instancia crean el fervor que distingue a la comunidad humana de la organización mecánica de un hormiguero. Contra esa unión del pasado con el presente y con el futuro se levanta el insensato, que entiende la libertad como un partir de cero cada día. No es que Gambra se oponga a ello, es que lo considera imposible por incompatible con la naturaleza humana y, por tanto, una utopía más.

 

Hemos mencionado la palabra utopía. En nombre de una utopía, la socialista, han existido en Occidente (en Europa o América) grupos terroristas dispuestos a matar por implantarla. Hoy son residuales, y la misma ETA, que sigue siendo marxista-leninista, asesina más por nacionalista que por comunista. Quienes matan hoy en el mundo son otro tipo de terroristas, los yihadistas. Y en Palestina lo hace de manera particular una organización, Hamás, que para mayor desgracia ganó las elecciones de enero de 2006. Matthew Levitt acaba de publicar en español su obra al respecto: Hamás. Política, beneficencia y terrorismo al servicio de la yihad (Belacqva).

 

El autor es un especialista en Oriente Próximo que ha trabajado en el servicio de Inteligencia del Departamento del Tesoro norteamericano, y ha prestado también su colaboración al FBI. Para esta obra, que resume años de investigación, ha dispuesto de fuentes muy herméticas, abiertas exclusivamente para él.

 

Estamos ante un trabajo casi definitivo sobre la naturaleza del terrorismo palestino, pues aunque Hamás sólo es una parte de él, y relativamente moderna (finales de los 80), constituye ahora mismo la mayor preocupación para los expertos, precisamente por su poder. Levitt demuestra con contundencia en estas páginas que en Hamás no hay ramas separadas, sino que sus labores asistenciales (su gancho en Europa, de donde les llega cuantiosa ayuda económica) o su actividad política forman una unidad con la comisión de atentados. Y advierte de que, si bien Hamás sólo atenta en Israel, o en Gaza y Cisjordania, podría sacar su actividad terrorista a otros lugares si llegase a verla imposible, o poco rentable políticamente, en los territorios citados. Ya se han detectado, explica, contactos con Al Qaeda porque esta organización intentaría suplir sus bajas en Afganistán o Irak con miembros de Hamás.

 

En fin, "el que avisa no es traidor". O tal vez alguien piense que Levitt es un "pájaro de mal agüero". Cualquiera de las dos expresiones con que le califiquemos es inmediatamente entendida por todos. Son frases hechas que forman parte del habla común, y figuran entre varios miles más en el Diccionario de fraseología española (Abada) que acaban de dar a la imprenta Jesús Cantera Ortiz de Urbina (uno de los grandes paremiólogos de nuestro país) y Pedro Gomis Blanco.

 

La gran riqueza expresiva de la lengua castellana queda aquí reflejada a través de locuciones, idiotismos y modismos que empleamos con mayor frecuencia de lo que parece, y cuyo significado casi siempre conocemos, pero también depara sorpresas. Es apasionante asimismo conocer el origen de las que provienen de referencias clásicas o hechos históricos olvidados.

 

En fin, que no nos estrujamos más el magín, y confiando en que no hayan sido estos párrafos como las coplas de Calaínos ni hayamos echado la pulga tras la oreja de nadie, prometemos mudar de bisiesto en lo sucesivo. Y si no, que lo pague el culo del fraile.

 

(Y si no han entendido... ya saben cómo remediarlo.)

 

Carmelo López-Arias

El Semanal Digital, 4 de mayo de 2007

El concejal de Leitza Pello Urquiola recopila sus bertsos. Ha dedicado el libro a su compañero José Javier Múgica, asesinado por ETA

El concejal de Leitza Pello Urquiola recopila sus bertsos. Ha dedicado el libro a su compañero José Javier Múgica, asesinado por ETA El concejal de UPN en el Ayuntamiento de Leitza, Pello Urquiola, presentó ayer en Pamplona un libro en el que se recopilan buena parte de los bertsos que ha cantado en los últimos años. Urquiola ha dedicado el libro a su compañero José Javier Múgica, también concejal de UPN y que fue asesinado por ETA en 2001. La presentación tuvo lugar en el Nuevo Casino de la capital navarra.

«José Javier siempre me decía que guardara los bertsos para que los publicara en un libro. Yo me reía de aquello. Pero después pasó lo que pasó y decidí dedicarle el libro», explicó ayer el concejal de UPN en Leitza. Entre los asistentes se encontraba precisamente la viuda de Música, Reyes Zubeldía, y uno de sus hijos, Daniel.

También estuvieron entre los asistentes miembros de UPN, como el ex consejero José Ignacio Palacios, el diputado Carlos Salvador o el concejal de Leitza, Silvestre Zubitur. la presentación del libro corrió a cargo de Amadeo Serrano, Octavio de Toledo y Pedro Pegenaute.

 

Todos los bertsos que aparecen en el libro, que cuenta con 345 páginas, cuentan con una explicación del autor sobre los motivos que le llevaron a cantarlo y, además, aparece la traducción al castellano. «No es lo mismo por las rimas, ni tampoco es lo mismo leerlo que escucharlos, porque cambia mucho la entonación o la melodía en función de lo que se habla», señaló Urquiola.

 

«Creo que es un libro fácil de leer, no está cargado, pero también es duro, porque he cantado cuando han ocurrido asesinatos y en sus aniversarios. Lo que recomiendo a la gente es que lo lea hasta el final», añadió el escritor.

 

Nere hitze bertsoatan. Mi palabra en bertsos.

Autor: Pello Urquiola.

prólogo: Pascual Tamburri.

edición: Sahats.

distribuye: Bitarte.

tirada: 500 ejemplares.

precio: 20 euros.

 

I.M.M. PAMPLONA.

Diario de Navarra, 20 de abril de 2007.

LA DERROTA DE ETA. La derrota de... las víctimas del terrorismo

LA DERROTA DE ETA. La derrota de... las víctimas del terrorismo

Parecería que estuviéramos ante un libro analítico y a la vez combativo contra el terrorismo nacionalista vasco. Dedicado "a todos los que luchan por la libertad", tal vez el lector poco avisado se adentre en él con ingenua pasión para encontrar elementos de reflexión que le ayuden a soportar un combate tan largo. Pero se sentirá rápidamente decepcionado: la derrota de ETA sólo existe en la imaginación de los autores, más interesada en proporcionar coartadas a la negociación del actual Gobierno con la banda terrorista que en aportar luz, a través de las víctimas, a la lucha contra ella.

 

La introducción al texto expresa así ese delirio: "Más de cuarenta años después de su nacimiento, ETA no ha conseguido ninguno de [sus] objetivos. Sencillamente: el Estado (…) ha derrotado a ETA" (pág. 2); por ello, "se trata de celebrar que después de 832 personas asesinadas (…) los españoles hemos ganado al terrorismo y podemos decir orgullosos que vivimos en un país de libertad" (pág. 5).

Si el lector no supiera quiénes son los autores de semejante afirmación, no daría crédito, pues basta asomarse diariamente a la prensa para ver reflejada la continuidad, hasta nuestros días, de la actividad terrorista y de su violencia, tanto física como simbólica. Por ello, tal vez convenga una breve anotación al respecto: José María Calleja trabaja en CNN+ y colabora en varios otros medios, en los que, durante los dos últimos años, se ha convertido en uno de los principales propagandistas de la política negociadora del presidente Rodríguez Zapatero. Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Política y Sociología en el Instituto Juan March y en la Universidad Complutense, y ha escrito un singular libro en cuyo capítulo final se describe el modelo de negociación con ETA que ha inspirado la mencionada política: ETA contra el Estado (Tusquets, 2001).

Por tanto, estamos ante la obra conjunta de un ideólogo y un propagandista de la negociación con ETA. Una obra que, sin embargo, no habla para nada de esa negociación y que se centra en las víctimas de la organización terrorista. Es más, su fin declarado es "hacer justicia a las víctimas" por medio de "la reconstrucción de la verdad histórica (…) sobre cuántas personas han sido asesinadas por el terrorismo nacionalista vasco, quiénes eran, cómo, cuándo y dónde los mataron"; pues, según los autores, en otra de sus sorprendentes afirmaciones, "apenas se ha actuado" acerca de este asunto, que "no recibe demasiada atención en el debate público" (págs. 169 y 170).

A través de esa singular reconstrucción, en la que la voz, los sentimientos y el sufrimiento de las víctimas se encuentran ausentes, lo que en realidad se hace es analizar a las víctimas desde la óptica de la propia ETA, lo que, como más adelante argumentaré, concede implícitamente a ésta un singular estatus de organización combatiente, con lo cual se coadyuva a su legitimación.

La técnica de la reconstrucción consiste en la realización de lo que Calleja y Sánchez-Cuenca consideran "una base de datos exhaustiva" que comprende a todas las víctimas. Según ellos, esa base de datos "no existía", pues "los intentos anteriores (…) eran parciales, no recogían información relevante y contenían numerosos errores" (pág. 170). A este respecto, pretenden haber consultado todas las fuentes disponibles, aunque olvidan algunas, como la elaborada por Manos Blancas contra el Terrorismo o la muy apreciable del Diccionario Espasa de Terrorismo, del que es autor José María Benegas (una fuente ésta que, por cierto, les habría ayudado a mejorar los datos biográficos de algunas víctimas). Por otra parte, efectúan una depuración de los datos que en ocasiones se basa en criterios dudosos que, además, no se aplican de manera unívoca, como el que se trate de atentados no reivindicados o negados por ETA.

A partir de esa base de datos, los autores desgranan a lo largo de seis capítulos lo que pretenden que sea una historia de las víctimas de ETA, empezando por los miembros de las Fuerzas de Seguridad y acabando en los crímenes que aquélla no se atreve a confesar. Señalaré que el texto es muy desigual en cuanto al detalle de las narraciones y que, en todo caso, la perspectiva personal de las víctimas se omite por completo.

Esto último no deja de resultar sorprendente, si se tiene en cuenta que en la bibliografía se citan obras (por ejemplo, Un grito de paz, de Pedro María Baglietto; Contra el olvido, de Cristina Cuesta; Nosotros, los Ybarra, de Javier Ybarra; Los años del plomo, de Isabel San Sebastián; Regreso a Etxarri-Aranatz, de Javier Marrodán; Gritos de libertad, de Cayetano González, y Los Pagaza, de Maite Pagazaurtundúa) que contienen materiales de gran valor para ello. Pero tal vez se explique porque se trata de un libro pretendidamente analítico en el que importan más las categorías conceptuales que las historias personales. Y es precisamente a través de esas categorías conceptuales como Calleja y Sánchez-Cuenca acaban desvelando el verdadero cariz de su obra.

Empecemos por el principio. El capítulo primero arranca con la sorprendente afirmación de que "policías y guardias civiles han muerto de manera previsible y rutinaria" (pág. 7). ¿Cómo es posible que esas muertes se califiquen de previsibles y rutinarias? Para las víctimas que cayeron en los atentados de ETA, o para sus familiares, la muerte casi nunca fue previsible. Si Calleja y Sánchez-Cuenca estuvieran mejor documentados en cuanto a los estudios clínicos sobre las víctimas de ETA –por ejemplo, Superar un trauma, de Enrique Echeburúa, y los de Enrique Baca y María Luisa Cabanas Las víctimas de la violencia y "Niveles de salud mental y calidad de vida de las víctimas del terrorismo en España" (Archivos de Neurobiología, nº 60, 1997)–, sabrían que el 86% de ellas jamás pensó que podría sufrir un atentado, y que apenas un 2% recibió algún aviso al respecto.

Por tanto, si en la perspectiva de las víctimas la muerte no fue previsible, sólo cabe deducir que lo fuera en la representación de los victimarios. Y es, en efecto, esta última la que adoptan en su análisis los autores del libro, pues resulta evidente que, para una ETA que dice luchar militarmente, sus objetivos pueden ser los miembros uniformados de las fuerzas del orden o los militares, o los civiles a los que, por su papel o sus opiniones, aquélla considere "combatientes". Y todos ellos serán para la organización terrorista objetivos previsibles y rutinarios.

Así pues, desde las páginas iniciales el libro se impregna del modo de ver y representar las cosas de quienes ejercen la violencia política. Ésta es pretendidamente selectiva, pues la selección de los objetivos es lo propio de quien actúa con criterios militares. Según Calleja y Sánchez-Cuenca, en efecto, en comparación con otras, "ETA ha sido una organización más selectiva en sus crímenes" (pág. 44); "en general ETA no practica un terrorismo masivo o indiscriminado a la manera de organizaciones islamistas" (pág. 156). Para demostrarlo basta con echar las cuentas y observar que, según las peculiares categorías que emplean los autores, "tenemos [en] el 76 por ciento de todas las víctimas mortales un grado de discriminación elevado".

Digo peculiares categorías porque entre ellas se incluyen las de asesinato "selectivo" y asesinato "genérico", con tal confusionismo que, siguiendo los ejemplos expuestos por los propios autores, el caso de Melitón Manzanas se califica como genérico, a pesar de que "ETA lo seleccionó por su conocida reputación de torturador", y el de Ernest Lluch les merece la formulación de la siguiente pregunta: "¿Es su muerte genérica, parte de una campaña contra políticos no nacionalistas, o es más bien selectiva, al haberse significado Lluch en el debate sobre la política vasca?".

Claro que, si el terrorismo es selectivo, entonces se puede especular acerca de las prácticas de violencia terrorista en función del lugar en que se cometen los atentados. Y así, Calleja y Sánchez-Cuenca llegan a concluir que su análisis revela algo sobre "el cuidado que tiene ETA a la hora de matar: tan sólo mata vascos cuando éstos no se pliegan a sus deseos (informadores, etc.); en cambio, mata gente del resto de España sin demasiados miramientos".

¿Cabe deducir de este resultado científico que la política correcta es plegarse a ETA para que no te maten? Los autores no lo aclaran y nos dejan en la duda, aunque seguramente quepa inferir de su entusiasmada adhesión a la idea de la negociación con ETA que no le hacen ascos a esa conclusión. Es más, Sánchez-Cuenca ha dejado escrito que la paz puede establecerse en el País Vasco mediante "un pacto firmado por todas las fuerzas políticas relevantes ante la mirada atenta de la ciudadanía (…) [en el que se plasme] la promesa del Gobierno a los nacionalistas de posibilitar la independencia tras la desaparición de ETA", de tal manera que "en un País Vasco pacificado, sin terrorismo de ningún tipo, si al cabo de un tiempo se produjera una mayoría clara y duradera de gente favorable a la independencia, el Gobierno y los grandes partidos no pondrían obstáculos para que ese territorio pudiera llegar a independizarse" (ETA contra el Estado, págs. 245 y 246).

Pero si el terrorismo de ETA es selectivo, hay que quitarse también de en medio los hechos que molestan a semejante interpretación. Para Calleja y Sánchez-Cuenca, el paradigma de esta actitud es el caso Hipercor. El atentado que tuvo lugar en esta instalación comercial barcelonesa en junio de 1987 es exculpado por ambos autores señalando que "probablemente ETA no pretendía provocar una masacre" (pág. 44), y es considerado sucesivamente como un "caso anómalo" (pág. 162) y un "trágico error" (pág. 163). Más aún, señalan que "generó tensiones serias en el seno de HB e incluso de la propia ETA", de manera que "hasta los terroristas entendieron que si continuaban por esa vía, se enfrentarían a una marginación social que podía volverse contra ellos" (págs. 45 y 46).

Estas supuestas tensiones no se documentan y, en todo caso, son contradictorias con la profusión de atentados con coche-bomba que se cometieron con posterioridad, incluyendo matanzas como la de la casa-cuartel de Zaragoza (1987), la de Sabadell (1990), la de la casa-cuartel de Vic (1991), o las cometidas en Madrid en 1993, en la calle López de Hoyos, y en 1995, en Vallecas. Claro que, siguiendo los singulares criterios clasificatorios de Calleja y Sánchez-Cuenca, como en todos estos casos los que murieron fueron principalmente miembros de las Fuerzas de Seguridad o de Defensa, se trató de víctimas "genéricas", excepción hecha de los ocho niños asesinados en ellos, a los que se considera víctimas "colaterales".

Este último concepto merece una atención especial, pues resulta singularmente revelador del efecto legitimador que tiene este libro para la propia ETA. Según los autores, entre las víctimas de la organización terrorista hay un 11,1% de "muertes colaterales", a las que se define como "no pretendidas, como cuando explota un coche-bomba al paso de un furgón policial y muere algún civil que pasaba por allí" (pág. 157). Y también se anota un 1,8% de "errores", es decir, de casos "en los que los terroristas se equivocan y (…) confunden a la víctima con el auténtico objetivo del atentado" (pág. 158).

Las nociones de víctima colateral y víctima errónea aluden a lo que, en el derecho internacional humanitario, se considera "daños incidentales", que se producen en los casos en que un ataque a un objetivo militar ineludiblemente conduce a la producción de daños personales o materiales de carácter civil (véase Roy Gutman y David Rieff, Crímenes de guerra, Debate). De acuerdo con los Convenios de Ginebra, esos daños son legítimos y no están prohibidos, aun cuando pudieran ser esperados o previsibles.

Por tanto, cuando se emplean esos conceptos en el marco del análisis de las organizaciones terroristas, implícitamente se está considerando a éstas como contendientes sujetos a las normas del derecho de guerra, y por tanto se está legitimando el empleo que hacen de la violencia para la consecución de objetivos políticos; y se admite también que su objetivo de matar a policías o militares, en los atentados con víctimas colaterales, está justificado. Y al hacerlo se olvida convenientemente que ese mismo ordenamiento jurídico, en el Protocolo II de Ginebra, prohíbe taxativamente todo ataque a civiles en conflictos bélicos internos, a menos que sean combatientes.

No crea el lector que con lo anterior terminan los confusionismos terminológicos que, en definitiva, actúan como elementos de legitimación del terrorismo nacionalista vasco. Calleja y Sánchez-Cuenca también contabilizan a las víctimas según los singulares criterios empleados por ETA para justificar sus crímenes.

Así, nos dicen que hay "atentados selectivos, dirigidos contra una persona debido a su comportamiento (personas que colaboran con las Fuerzas de Seguridad, que no pagan la extorsión etarra, que se significan por oponerse a ETA)" (pág. 157). En esa contabilización siguen estrechamente la regla definida por la organización terrorista, sin discutir en ningún momento su pertinencia y sus resultados; y sin aclarar al lector que, fueran cuales fueren las excusas esgrimidas por ETA, todas esas víctimas fueron radicalmente inocentes y no merecieron el castigo al que, al arrebatárseles la vida, fueron sometidas. Claro que, como ya he señalado antes, en este libro la perspectiva de las víctimas, de su memoria, de su verdad y de su exigencia de justicia, se encuentra radicalmente ausente.

Resumamos: La derrota de ETA es un libro engañoso porque no trata del tema que enuncia su título; es un libro conceptualmente confuso que se inspira en categorías que forman parte del discurso terrorista; y, aunque sus autores pudieran no pretenderlo, es un libro legitimador de la propia ETA, pues el uso de esas categorías actúa en tal sentido. Recomiendo al potencial lector que se aleje de él, a no ser que por algún motivo profesional le sea ineludible estudiarlo. Entonces, acuda a alguna biblioteca y, al menos, no le rinda derechos a sus autores.

Por Mikel Buesa

 

JOSÉ MARÍA CALLEJA E IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA: LA DERROTA DE ETA. DE LA PRIMERA A LA ÚLTIMA VÍCTIMA. Adhara (Madrid), 2006, 302 páginas.

 

Libertad Digital, suplemento Libros, 12 de abril de 2007

Un concejal navarro desafía a ETA en vasco y en verso (*)

Un concejal navarro desafía a ETA en vasco y en verso (*) El nacionalismo vasco tiene ahora una respuesta. En verso. Y en euskera. Un edil vascoparlante canta las cuarenta a los enemigos de la Navarra foral y española, allá donde estén.

Pello Urquiola sería un hombre normal, pero no le han dejado vivir con normalidad. Es navarro, de Leiza, y su lengua materna es el euskera. En otro tiempo habría sido pastor, como lo fue en su juventud. Además, Pello canta sus versos en vascuence. El nacionalismo vasco, que pretende cambiar la Navarra que él ama, le ha obligado a ser concejal de Unión del Pueblo Navarro. Quienes han asistido a actos del Foro de Ermua, de la AVT, de UPN o de cualquier iniciativa que defienda nuestra libertad y nuestra identidad ya conocen a Pello. Acaba de publicar una selección de sus bertsos (Nere hitze bertsoatan, Mi palabra en bertsos); he tenido el honor de presentarlos, y ustedes tienen la oportunidad de apoyar una buena causa comprando un libro excepcional.

Algunas veces, a lo largo de los años, me había preguntado cómo serían aquellos hispano-godos e hispano-vascones que, en el recuerdo y fundamento del Fuero General, se "alzaron" en las montañas frente a la invasión musulmana que interrumpió la unidad y la independencia de España. "Muy pocas gentes", desde luego, firmemente decididas contra toda esperanza razonable a defender su identidad verdadera frente a la fuerza. Y esto a pesar de que el Islam triunfante supo ser cruel con sus adversarios pero cómodo para los sumisos.

 

¿Cómo pudieron ser aquellos antepasados nuestros, los insumisos a los que España debe su supervivencia y Navarra además, concretamente, su tradición comunitaria? Los documentos son escasos y sobre todo no nos han dejado retratos de sus autores. Quienes construyeron sus libertades hicieron y lucharon, vivieron en suma, pero no nos quedaron de sus sueños y de sus cantos otros testimonios que sus obras.

 

Nunca tuve una respuesta a esta pregunta, hasta que fui a Leiza. Allí, en la Navarra más verde, más húmeda y más vasca, hay gentes que cada día se levantan sabiendo que son insumisos a lo políticamente correcto, que son resistentes contra una fuerza que manipula conciencias y mata enemigos. Viven como navarros y actúan por España, no porque lo mande un Gobierno o lo dispongan unas leyes escritas sino, sencillamente, porque quieren seguir siendo lo que siempre han sido, de padres a hijos.

 

Pello y los insumisos de Leiza -que saben que son españoles y no lo niegan, que no aceptan la nueva invasión- vivirían materialmente mejor si no hablasen y si no cantasen, o si al hacerlo dejasen guiar sus palabras por los intereses, las conveniencias y los cálculos. Sin embargo, cantan y hablan por amor a su propio ser y a la verdad, que en ellos es España sin consideración de quién tenga o pierda el poder. Son, en su modo de actuar, una encarnación de esas mismas libertades forales que en nuestra historia se pusieron por escrito y que don Ángel Martín Duque y don Javier Nagore Yárnoz presentaron en una nueva edición en Pamplona, el 9 de febrero de este año de 2007.

 

Pero Pello no es un político, ni un jurista, ni quiere ser nada de eso. No necesita presentación, porque es uno de esos navarros eternos, como los ha habido en los recodos difíciles de cada siglo. Tampoco lo que canta necesita ser presentado porque, guste o no -y no es obligatorio, mientras Navarra sea libre-, sus versos son su vida. Él se resiste a ser llamado bertsolari, y en todo caso es difícil traducir esta palabra. No es exactamente un poeta moderno, sino más bien un bardo, porque sus palabras no brotan de la búsqueda de lo bello ni del refinamiento amanerado: la palabra de Pello, en verso, es sólida como las rocas de las que brota.

 

Sería oportuno agradecer a Pello Urquiola que haya cantado y que haya puesto su canto por escrito; pero es un canto colectivo, que florece una vez más en un bloque compacto de navarros y que, aunque alguien no comparta en algo su contenido, es innegablemente navarro. El mejor regalo que Unión del Pueblo Navarro me ha hecho ha sido poder conocer a personas como Pello y todo el grupo de Silvestre Zubitur. Porque ellos son Navarra y su palabra es clara.

 

(*) Pello Urquiola Cestau. Nere hitze bertsoatan - Mi palabra en bertsos. Sahats. Pamplona, 2007. 345 p. ISBN 978-84-935332-3-6.

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 8 de abril de 2007

El "genocidio educativo" de la LOGSE, al descubierto*

El "genocidio educativo" de la LOGSE, al descubierto* Los temas de educación preocupan a la sociedad y ocupan cada vez más espacio en los medios informativos, una vez que la violencia hace su entrada en escena. ¿Cómo empezó todo?

A veces no se valoran las cosas adecuadamente.

Se le censuran más a Felipe González los años de la corrupción -que, felizmente, sólo duró unos años-, que haber nombrado ministro de Educación en 1982 a José María Maravall -los efectos de cuyas primeras reformas pervivirán décadas-.

Se critica que Javier Solana pasara del OTAN, de entrada, no a ser secretario general de la OTAN (como si Adolfo Suárez no hubiese pasado de ministro secretario general del Movimiento a capitanear la Transición), más que haber firmado en 1990 la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE), que nos ha situado a la cabeza del fracaso escolar del mundo desarrollado, constatado en los Informes PISA.

 

Todavía se le reprocha a Alfredo Pérez Rubalcaba una frase de unos segundos en la jornada de reflexión del 13-M (oportunidad de manipulación que casi cualquier político del mundo habría aprovechado), y se olvidan sus once años decisivos en el Ministerio de Educación, en todos los niveles jerárquicos del mismo -de técnico a ministro-, fraguando dicha ley.

 

El dedo acusador y la pluma descriptiva

 

Afortunadamente, hay libros como el de Pascual Tamburri que nos refrescan adecuadamente la memoria y sitúan las cosas en su verdadera dimensión. Además de colaborador en Elsemanaldigital.com, el autor de Genocidio educativo. Las víctimas y verdugos de la LOGSE tiene cursadas tres licenciaturas universitarias y un doctorado (en Historia) y es profesor de enseñanza media en un instituto público de Navarra. O sea, que sabe de lo que habla cuando de educar se trata, porque además lo hace por vocación.

 

Sobre los perniciosos efectos de la LOGSE (que no es cosa del pasado, pues sobrevive en la LOE de María Jesús Sansegundo) se han publicado en los últimos años excelentes ensayos. Recordemos en particular los de Mercedes Rosúa, Mercedes Ruiz Paz, Alicia Delibes o Javier Orrico, o los muchos editados por el benemérito Grupo Unisón. El de Tamburri añade algo más, en la medida en que es una descripción del "tipo humano" que la LOGSE se propuso fabricar.

 

"Chicos LOGSE" frente a "freakies"

 

En estas páginas, de estilo ágil y periodístico, el autor analiza el mundo educativo desde el punto de vista de "las víctimas", esto es, los alumnos "indebidamente contentos de haberse conocido a sí mismos", al tiempo que "evidentemente destinados a una vida dura que aún lo será más por la deformación educativa" a la que han sido sometidos.

 

A lo largo de Genocidio educativo desfilan, pues, tres categorías humanas principales: el alumno LOGSE, el profesor funcionarizado al que ha dado lugar la ley Maravall-Solana-Rubalcaba-Sansegundo,

y una rara avis del sistema educativo, el alumno que pugna, casi siempre de forma inconsciente y por puro sentido del deber y del esfuerzo, por salir del círculo vicioso en el que le encierra dicho sistema.

 

Es quizá a este extraño ser (al que denomina "el pardillo", sin el más mínimo asomo peyorativo) al que se dedican las partes más importantes de la obra: considerados auténticos freakies por sus compañeros de aula, son adolescentes que "por alguna razón -edad, casualidad, entorno, vigor interior-" son "en todo o en parte impermeables a la Weltanschauung LOGSE". Tamburri los encarna en la figura del montañero, por su arrojo ante las dificultades y el apego a los aires limpios. "El pardillo es la prueba viva de que el modo moderno de vivir no es el único, y de que puede no ser el mejor", razón por la cual "es a un tiempo despreciado, temido y cazado".

 

Se aprecia enseguida la dilatada experiencia del autor al valorar la difícil presencia del refractario en el seno de un grupo formado según los patrones educativos de la ley, "expresión sincera, juvenil y radical de una sociedad que se define sin pudor como hedonista y materialista": a saber, "el individualismo anticomunitario, el egoísmo antijerárquico e indisciplinado, el veleitarismo desleal, la falsedad, el inmanentismo, el materialismo y el culto idolátrico al placer inmediato basado en el capricho subjetivo".

 

El capítulo IV, que hace las veces de epílogo, incluye una valoración general de lo que esta ley ha supuesto en España desde 1990. Pese al tono crítico general, no pierde la objetividad (ni todo en la LOGSE es malo, dice, ni le son achacables todos los males de la educación), ni cae en la nostalgia de un pasado de regreso imposible. No se trata sólo de que la ley desaparezca jurídicamente, sino de que desaparezca "moralmente", a partir de "una nueva percepción de la vida y de las cosas". La solución, concluye, pasa por las víctimas.

 

"Alzaos", les pide. Y un maestro vocacional como Tamburri tiene presentes -se nota-, como destinatarios de ese imperativo, los rostros de todos y cada uno de sus alumnos. Es el colofón de una gran obra para pensar y, sobre todo, para actuar.

 

(*) Pascual Tamburri. Genocidio educativo. Las víctimas y verdugos de la LOGSE. Áltera. Barcelona, 2007. 206 pp. 19 €

 

Carmelo López-Arias

El Semanal Digital, 1 de abril de 2007

Chirac, un personaje siniestro

Chirac, un personaje siniestro Jacques Chirac está gozando de sus últimos días al frente de la presidencia francesa y, cual incomprendido Abuelo Cebolleta, dando un recital fascistoide sobre su legado político. Hace unos días se filtraron algunos extractos de sus memorias, que llevarán por título L'Inconnu de l'Elysée (El desconocido del Elíseo).

Entre su cúmulo de despropósitos sobresale esta perla: "El liberalismo es igual de peligroso que el comunismo, y conducirá a los mismos excesos". Tampoco debe sorprendernos mucho, pues ya hace dos años sentenció: "El ultraliberalismo es el nuevo comunismo". Pero tampoco entonces fue original: setenta años antes, José Antonio Primo de Rivera había proclamado: "El movimiento nacionalsindicalista está seguro de haber encontrado una salida justa, ni capitalista ni comunista". Y antes que José Antonio estuvo Benito Mussolini, que en 1932, en su artículo "La doctrina del fascismo", dejó escrito: "Que el XIX haya sido el siglo del socialismo, el liberalismo y la democracia no significa que el XX vaya a ser también el siglo del socialismo, el liberalismo y la democracia".

Resulta sintomático que, entre alabanzas a derechistas como Giscard d'Estaing y socialistas como Mitterrand, critique a Le Pen por su racismo y xenofobia. "Siempre he sido alérgico al Frente Nacional; es casi físico, no puedo soportar todo lo que sea racismo o xenofobia". Por supuesto, Chirac no tiene nada contra la xenofobia, tal y como demuestra su antiamericanismo visceral; pero parecer tener menos que nada contra el resto del ideario del Frente Nacional...

Chirac es ante todo un hombre de orden castrense. Rechaza tanto el ideal liberal de que los individuos sean libres frente a cualquier coacción como el socialista de que el Estado organice en todo momento las relaciones sociales. En el ejército, los soldados gozan de una relativa libertad... dentro de la disciplina militar, pero una vez iniciada la guerra se convierten en peones del general. Del mismo modo, Chirac parece creer en la autonomía del individuo... dentro de un Estado centralizado y poderoso, capaz de regir la sociedad y hacia los más elevados objetivos. En sus propias palabras, hay que encontrar "un buen equilibrio", que se encuentra " en medio de los dos sistemas", es decir, del capitalismo y el comunismo.

Es curioso cómo el relativismo y la huida de los valores pueden dar forma a un credo vacío, que sirva para cualquier menester. Si, según Chirac, el capitalismo es tan asesino y represor como el comunismo, no se entiende muy bien por qué el justo medio entre ambos iba a dejar de ser un sistema abominable. A menos, claro está, que Chirac quiera situar al Estado entre dos criminales para convertirlo en una suerte de Cristo redivivo y erigirlo en símbolo de una nueva fe.

La virtud no siempre se encuentra en el punto medio, ni los extremos tienen por qué solaparse. Por poner sólo un ejemplo: la extrema bondad no tiene nada que ver con la extrema maldad. Al equiparar comunismo y liberalismo, esclavitud y libertad, miseria y progreso, veneno y alimento, Chirac muestra su lado más auténtico y terrorífico.

Esta confusión relativista entre libertad y coacción es patente a lo largo de su demagógico discurso. Si hace dos años fue capaz de afirmar: "Tenemos que imponer, a escala planetaria, nuevas formas de gobierno y leyes para el mercado global", y hace unos meses aseveraba: "El modo en que la globalización está funcionando ahora, el modo en que los ricos la imponen, es incompatible con mi idea de moralidad global", en su nuevo libro se queja de la "hegemonía" de empresas como Coca-Cola porque representan... una imposición del punto de vista norteamericano.

Chirac ignora su rol como político, como monopolista de la compulsión social, y lamenta que unas compañías estadounidenses logren hacer tan felices a los franceses como para convertirlas en "hegemónicas". La relación empresario-cliente tiene un carácter voluntario que nunca lograrán las cadenas Estado-contribuyente, por mucho que les duela a los intervencionistas.

Chirac se describe como un "desconocido"; no será por sus ideas. El estatismo, el proteccionismo, el antiliberalismo, el agrarismo y la antiglobalización impregnan por igual a fascistas y socialistas, accionistas mayoritarios del pensamiento único. Uno sólo puede lamentar el infortunio de una sociedad que ha sido dirigida y controlada durante 12 años por tan siniestro personaje... y tocar madera para que no nos veamos nosotros en las mismas. Pero algo me dice que en España todo puede ir a peor.

 

Por Juan Ramón Rallo

Libertad Digital, suplemento Exteriores, 27 de febrero de 2007