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Holocausto. Recuerdo y representación

Holocausto. Recuerdo y representación

La globalización del recuerdo del Holocausto constituye hoy en día un paradigma de memoria ejemplar. Al mismo tiempo, los debates y polémicas sobre la representabilidad de la Shoah no hacen sino valorizar la libertad de expresión. Por el contrario, defender la especificidad de Auschwitz para a continuación trazar paralelismos imaginarios y construir amalgamas identitarias revela todas las falacias y equívocos que subyacen al concepto de memoria histórica de los actuales gobernantes de España. Un perfecto ejemplo de "abuso de la memoria", del que este libro no está exento.

 

Tampoco está libre del temor que la revolución de la información y el desarrollo tecnológico despiertan en parte de la izquierda. Basta recordar las admoniciones contra la modernización contenidas en el Manifiesto comunista y puestas al día por la Escuela de Frankfurt, una de las principales referencias del autor en su teorización sobre los medios de comunicación, la producción cultural y las identidades colectivas.

A juicio de Baer, éstas se encuentran amenazadas por el caos creado por el "crecimiento desproporcionado de la información", algo que debe combatirse por la memoria. Argumento ahistórico –o antihistórico– y autoritario, pues pretender la fijación de una "cultura cívica global" es imposible sin un ejercicio previo de censura y canonización. ¿A quién corresponde dictar lo que debe o no ser recordado? ¿Debe haber interpretaciones proscritas?

Son cuestiones que el autor deja sin resolver, aunque celebra –de forma algo ingenua– que la construcción de la memoria haya dejado de ser monopolizada por el Estado. Sin embargo, algunos pensamos que ha ocurrido todo lo contrario, especialmente en nuestro país –por no mencionar la parte del mundo que ha vivido y sigue viviendo bajo regímenes totalitarios y teocráticos–, donde una versión oficial de la historia por decreto ha sido reemplazada en leyes ordinarias y estatutos de autonomía por otra igual de parcial y engañosa que criminaliza a quien la cuestiona. Si a esto le unimos el afán por recrear una España partida en dos identidades políticas puras e irreconciliables, una absolutamente buena y otra inherentemente perniciosa, estaríamos conformando justo el tipo de abuso de la memoria contra el que el libro alerta.

Sin embargo, ni las incoherencias teóricas ni la prescindible presentación de Reyes Mate, algunas de cuyas afirmaciones no dejan de resultar sorprendentes en un intelectual y maestro de su talla, restan valor pedagógico a esta obra como fuente de información y reflexión sobre el recuerdo del Holocausto. Ni el simplismo del filósofo a la hora de tratar la guerra civil española –el primer episodio de la lucha contra el fascismo– ni su apego a la historiografía soviética sobre la Segunda Guerra Mundial –conflicto saldado, según él, por los países aliados con la ayuda de los Estados Unidos– consiguen ensombrecer la brillante y esclarecedora investigación en torno a la representación de la Shoah contenida en Holocausto…

Este discurso chocante e inopinado resulta además útil a la hora de ilustrar el doble error de olvido y camino errado que Mate denuncia respecto a los españoles y la "cuestión judía", precisamente el que él elige para tratar otros episodios de la historia.

Volviendo a la memoria del Holocausto, tras su invisibilidad durante la posguerra, debida según Baer a la conversión de Alemania en aliado y a los erróneos paralelismos entre Hiter y Stalin –hipótesis débil, sobre todo si pensamos en el persistente silencio de la URSS–, se produce en los años 60 y 70 una singularización del genocidio judío. Eventos como el juicio contra Adolf Eichmann (1961), el proceso de Auschwitz (1963-65) y la posterior apropiación del Holocausto como elemento identitario de la comunidad judía americana, sobre todo a través de la obra del superviviente Eli Wiesel, convierten la Shoah en un fenómeno misterioso y por ende irrepresentable.

Este status cambia de forma radical a partir de 1978, fecha de emisión de la serie televisiva Holocausto e inicio del controvertido proceso de "americanización" y "globalización" de la Shoah. Comienza en esos años un debate en torno a los límites de la representación y la banalización de la Shoah en el que el relativismo posmoderno y el revisionismo histórico, que Baer considera un eufemismo de las tesis negacionistas –y en el que parece incluir al historiador Ernst Nolte, imputación harto exagerada–, han jugado un importante papel como creadores de confusión, por no mencionar las sempiternas críticas contra el capitalismo formuladas por los marxistas Marcuse y Adorno, quien incluso llegó a "descubrir" las conexiones estructurales entre la industria cultural y el antisemitismo.

Los capítulos más interesantes e instructivos son los dedicados al papel del cine, la fotografía y la museística en la representación del Holocausto. Así, se narra la polémica suscitada por la serie Holocausto (1978) y los largometrajes La lista de Schindler (1994) y La vida es bella (1998), y se da cuenta de las críticas que estas producciones recibieron desde la revista francesa Cahiers du Cinema, cuyos articulistas denunciaron la incorporación de elementos de la cultura americana y la ruptura de un supuesto canon de sobriedad establecido por Lanzmann en Shoah (1982), obra creada como respuesta a Holocausto. Este academicismo es sin embargo puesto en duda por Baer, para quien la existencia de una "dicotomía válida entre memoria trivial y seria" es cuanto menos cuestionable.

Por lo que respecta a la fotografía, su profusión como medio de reeducación de la población alemana por parte de los aliados en la posguerra no causó el efecto deseado, pues los alemanes no se vieron como responsables; además, los errores en la clasificación del material proporcionaron argumentos a los negacionistas. Más efectiva como instrumento pedagógico fue la exposición, en 1955, de las imágenes tomadas por los propios militares alemanes, que entre otras cosas derribó los mitos de la ignorancia del pueblo y de la pureza del ejército del Reich.

Por último, las transformaciones sufridas por algunos de los museos y salas dedicados al Holocausto reflejan el interés por favorecer un encuentro emocional y la inmersión en la historia; no obstante, se podría caer en el sentimentalismo, la estridencia y la trivialización.

A todas estas discusiones subyace el espinoso tema de la estetización del horror, algo común a las representaciones artísticas de casi todos los tiempos y a lo que el Holocausto no ha sido ajeno. Hasta qué punto es inútil sustraer la Shoah a esta modalidad creativa es una reflexión obligada, a la que Holocausto… exhorta y a la que aporta algunas claves fundamentales.

El libro se cierra con un interesante capítulo sobre España y la memoria del Holocausto, tema incómodo debido a las relaciones de Franco con Hitler y al desconocimiento del tema judío en nuestro país. Si a esto le sumamos la conversión de las víctimas en verdugos, discurso difundido en los últimos años por una parte nada marginal de la izquierda, incluidos importantes políticos del PSOE –fenómeno llamativo sobre el que el autor pasa de puntillas–, el paulatino cambio que Baer percibe, y cuya máxima expresión sería la declaración por parte del Gobierno socialista del Día Oficial de la Memoría del Holocausto –aquí sí parece relevante la mención de unas siglas partidistas–, se antoja excesivamente optimista.

Las últimas páginas están dedicadas al memorial de Rivesaltes, cruce de memorias entre los judíos y los republicanos españoles huidos del franquismo e internados en Francia y un modelo de referencia positivo que intenta soslayar los conflictos que generan las memorias grupales e identitarias. Esfuerzo sin duda loable y que por desgracia se echa en falta en algunos de nuestros intelectuales más importantes, que anteponen militancia a ilustración y propaganda a información, y que bien por descuido, ignorancia o fervor partidista no hacen sino echar leña al fuego de un debate artificioso y fútil debido, precisamente, al dirigismo estatal.

En este contexto, sustituir memoria por amalgama sólo introduce una nueva aporía en la de por sí enredada cuestión de la historia española reciente.

ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.

ALEJANDRO BAER: HOLOCAUSTO. RECUERDO Y REPRESENTACIÓN. Losada (Madrid), 2006, 267 páginas.

 

Libertad Digital, suplemento Libros, 3 de febrero de 2007

¡TIERRA, TIERRA! La memoria desolada de Sándor Márai

¡TIERRA, TIERRA! La memoria desolada de Sándor Márai

¡Tierra, tierra! es una obra clave para comprender la decadencia espiritual de la Europa del siglo XX. Escrita veinte años después de los sucesos evocados, Sándor Márai tuvo tiempo para madurar las consecuencias de esa hecatombe moral. Y lo hizo por medio de un uso privilegiado de la memoria. Memoria llena de subjetividad e imaginación y, sobre todo, de nostalgia y melancolía de algo que en el pasado debió suceder y no sucedió.

 

Memoria que asume la tremenda tristeza de las miradas retrospectivas. Memoria desolada y sin futuro. Memoria auténtica, porque no entiende qué es lo que hay que hacer cuando ya no queda nada por hacer.

Es ¡Tierra, tierra! un libro de memoria de un tiempo no reducido a espacio. Memoria del tiempo verdadero, de un hombre no falsificado ni especializado. Memoria literaria. Estamos ante el prodigioso poder de un autor que todo lo retiene y que, a la vez, desborda lo concreto con la lógica de un corazón novelesco. Visión, en fin, de un pasado horroroso que coincide con un presente terrible:

Miré alrededor y sentí el escalofrío que se siente ante la visión angustiosa del dejà vu bergsoniano: no solamente había "vivido ya en una ocasión" todo aquello, sino que lo estaba "reviviendo" en esos momentos en una realidad donde los dos tiempos concordaban.

Terribles palabras para dejar constancia de una inmoralidad: los europeos, después de la Segunda Guerra Mundial, no quisieron mirar de frente. Como al final de la Gran Guerra, no existía ninguna Europa vencedora. No había ni el más mínimo rastro de lo que se nos venía encima. Faltó la reflexión moral que nos preservara o, al menos, nos advirtiera del monstruo del totalitarismo soviético, que terminó con el humanismo occidental.

La memoria de Márai, a veces milagrosa, otras terrible y siempre misteriosa, es capaz de situarnos ante los hechos narrados como si fuéramos testigos directos de ese proceso agónico de la cultura europea, que tiene uno de sus capítulos más lamentables en la doble ocupación de Hungría, primero por los nazis y más tarde por los soviéticos.

Libro de memorias, novela de un hombre, de un autor húngaro que nació en 1900, se exilió a EEUU en 1948 y se quitó la vida pocos meses antes de la caída del Muro Berlín.

Es un libro para leer de pie. Nada más comenzado, nos hace levantar, nos arranca de una actitud sedentaria y normal, como si de la tierra extrajese una energía especial que nos obligara a subir, a esforzarnos, a levantarnos y transfigurarnos.

Es una grandiosa obra de literatura, porque no sólo consigue expresar lo que otros piensan y sienten, también nos hace comprender qué pasa en el mundo. No le sobra ni una sola página. Estamos ante una grandiosa literatura, sí, porque logra dirigir, y a veces determinar, la vida del autor y del lector. La vida es imposible sin literatura. No hay vida verdadera que no mimetice creativamente la obra literaria.

La defensa de las Bellas Letras, del poder emancipador de la literatura, es uno de los ejes vertebradores de estas memorias singulares, sin duda alguna, que recuperan tanto hechos como ideas. El otro es, sin duda, el poderío narrativo de las páginas sobre el cerco de Budapest por parte de las tropas soviéticas al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Su fuerza descriptiva compite en grandeza con la profunda reflexión sobre el significado de esa paradójica liberación de Hungría del poder nazi. A la perversidad nazi le sucedió otra equivalente, la soviética, que terminará la faena de destrucción de una de las más grandes civilizaciones de todos los tiempos, la europea.

Detrás del terrible significado de esa liberación sin libertad hallamos una de las críticas más sutiles y finas que yo haya leído tanto del comunismo soviético como del olvido terrible al que Europa Occidental sometió a la única nación que, desde el siglo X, tomó la decisión ser occidental y cristiana: Hungría.

El ataque crítico de Márai es doble y radical. No deja nada en pie del terror soviético, pero su crítica a las generaciones de la Europa de postguerra no es menor, porque han sido incapaces de continuar el humanismo occidental, o sea, de rescatar el ser humano como medida de todas las cosas.

Márai jamás perdonará la indiferencia de Occidente ante la brutal bolchevización de más cien millones de ciudadanos europeos. Eran gentes que habían formado parte del Imperio Austrohúngaro, hombres libres que no querían ser masacrados por el comunismo.

En ¡Tierra, tierra! podemos distinguir tres partes, bien diferenciadas:

1) Las descripciones magistrales del asedio sobre Budapest por parte de las tropas soviéticas. El relato es tan magistral que sobran las explicaciones sobre el sentido o, mejor, el sinsentido del cerco y de la guerra.

2) La vuelta de Márai a la ciudad en ruinas y la constatación de que la nueva era será terrible. La descripción de la ruina material de la ciudad es vista a la luz de la ruina espiritual de la cultura occidental. La ocupación comunista de Hungría como paradigma de la desaparición del ser humano bajo la zarpa del totalitarismo.

3) La narración del viaje de Márai por Suiza, Italia y Francia después de la guerra y su vuelta a Hungría es una de las descripciones más desgarradoras y frías que podamos leer para hacernos cargo del final de la cultura occidental.

El exilio, al fin, fue el precio que pagó Márai para que el régimen soviético impuesto sobre Hungría no pudiera comprarle como individuo. La decisión de exiliarse es algo más que una narración. Es todo un tratado de literatura filosófica.

Les exhorto, pues, a leer la obra del último caballero de la literatura centroeuropea. Su ironía y transparencia de lenguaje son equiparables a su fina capacidad de crítica y reflexión.

 

SÁNDOR MÁRAI: ¡TIERRA, TIERRA! Salamandra (Barcelona), 2006, 446 páginas.

 

Por Agapito Maestre

Libertad Digital, suplemento Libros, 26 de enero de 2006

 

LA "CUESTIÓN JUDÍA", REVISITADA. Miserias del marxismo

LA "CUESTIÓN JUDÍA", REVISITADA. Miserias del marxismo

Marxismo y cuestión judía; marxismo y antisemitismo: dos asuntos sobre los que gran parte de la bibliografía marxista pasa de puntillas. Por una parte está el desprecio hacia esta cuestión y la apelación al carácter alegórico de La cuestión judía de Marx, analizada desde la miope crítica marxista a la noción liberal de derechos humanos –¿acaso se puede hablar de derechos humanos sin hacer referencia al liberalismo?–, cuando no se incide en el comunitarismo inherente a la crítica marxista al capitalismo, enfoque útil que, sin embargo, omite la evidente aversión que Marx sintió hacia el pueblo de su padre.

 

Por otra parte tenemos el rescate del concepto de pueblo-clase de Abraham Leon (1946), recientemente exhumado por el historiador troskista Bernardo Traverso, aunque esta noción nunca ha dejado de figurar en el canon marxista. Teoría también equivocada, pues, como señala Nuño, equivale a decir que, "aun antes del advenimiento del capitalismo, [los judíos] eran capitalistas". El resultado es que "quien padece (además de los perseguidos, por supuesto), es la verdad histórica". Estamos, pues, ante "soluciones simplistas y circunstanciales", por otra parte "tan propias del marxismo".

El antisemitismo de Marx es, además de evidente, frecuente. Lo encontramos en La cuestión judía, en El Capital –véase la descripción del capitalista como un circuncidado hacia dentro y las citas antisemitas de Lutero, que Marx reproduce sustituyendo el término judío por el de capitalista–, incluso en su correspondencia con Engels, donde, al descalificar a Lassalle, parece secundar las más delirantes tesis del llamado racismo científico.

En su nota a esta reedición de Sionismo, marxismo y antisemitismo, Ana Nuño nos recuerda el doble objetivo de Juan Nuño: explicar el antisionismo y el antisemitismo de izquierdas y dar cuenta de las complicadas relaciones entre la izquierda y el Estado de Israel. Estos problemas obedecen a varias contradicciones inherentes al marxismo. En primer lugar, su tratamiento fetichista del antisemitismo termina imputando la culpa del problema a quien lo padece, lo cual tiene, además, el paradójico efecto de exonerar al cristianismo, auténtica causa del antisemitismo. Algo, desgraciadamente, asumido por el sionismo, que acepta de forma masoquista la tesis de un problema judío auténtico y específico.

Como solución, Nuño aboga por la desaparición de la concepción vindicativa, dualista, destructiva y maniquea del mundo propia del cristianismo, sin reparar en lo que tal filosofía debe al judaísmo. De esta forma el autor, llevado de un anticristianismo ingenuo, cae en uno de los errores que él mismo parodia, "el inteligente razonamiento que propone el suicidio como infalible remedio para el dolor de cabeza". La solución al dilema que presenta la asimilación colectiva del sionismo no es tan fácil como la simple desaparición del cristianismo, ya que esto podría conllevar la del propio judaísmo y, por ende, el fin de lo que para muchos judíos es parte esencial de su identidad.

El propio Nuño, que acertadamente achaca al socialismo lo que él denomina antisemitismo de esencia –presente, por otra parte, en La cuestión judía de Sartre–, reitera uno de los fallos del marxismo doctrinario: el reduccionismo, o ideologización mediante la abstracción, de todo lo visible –e invisible– a una sola causa, lo que termina por rebajar la teorización a una especulación metafísica carente de la mínima referencia empírica que el método científico demanda de cualquier especulación.

No obstante, sí se observa en los judíos la exacerbación de un problema por lo demás común a todos los conglomerados humanos: un destino dependiente de "los proyectos que para él tengan los otros". Así, al igual que el peor español que sufre el antiespañol es aquél que ni toca la guitarra ni es aficionado a los toros, el peor problema del antisemita es la "ubicua multiplicidad del judío", es aquel judío que se resiste a ser identificado con el Estado de Israel.

La segunda gran contradicción del marxismo consiste en su incapacidad para esclarecer la cuestión nacionalista. Desde Lenin, el socialismo cometió el trágico error de no considerar el sionismo como un movimiento de liberación nacional, algo que ya no es, tras la consolidación de Israel. Por otra parte, tampoco las perspectivas teóricas nacidas al albur de la Nueva Izquierda son útiles para llegar a una comprensión cabal del antisemitismo, pues caen en los mismos errores del marxismo clásico a la hora de analizar la colonización y la explotación imperialistas. Y es que ningún socialista ha sido capaz de responder satisfactoriamente a la pregunta: "¿A qué atender preferentemente, a la revolución social o a la independencia nacional?".

Entonces, como ahora, el conflicto se saldaba con la equívoca y oportunista diferenciación entre nacionalismos buenos y nacionalismos malos, que, sumada a la definición romántica de Stalin de nación como lengua, territorio, economía y psicología, sigue sembrando guerra y opresión en muchas regiones del planeta.

Es precisamente el deseo de encubrir la impotencia socialista a la hora de lidiar con el nacionalismo y los derechos culturales lo que hace necesario la aparición del antisionismo como ideología, algo que, por otra parte, no es sino una continuidad más entre el zarismo y el bolchevismo.

En definitiva, el antisemitismo es tanto esencia como accidente del socialismo, aunque para el autor esta pregunta sea baladí, pues la discusión sobre el auténtico marxismo no es más que una quimera fabricada por las distintas sectas socialistas, cuando no un producto de las coyunturas políticas y la Realpolitik. Esto explicaría la afirmación irracional con que podría resumirse la situación de los judíos en la Unión Soviética: "Ni puede ser judío, ni dejar de serlo, ni serlo fuera de la URSS".

Lo importante es investigar el proceso que ha llevado de los socialistas antisemitas del siglo XIX –Fourier, Toussenel, Drumont y el anarquista Proudhon, por una parte; por la otra, Marx, por influjo de Ruge, Bauer y otros– a una ideología antisemita dentro del socialismo, especialmente en el Tercer Mundo y entre la izquierda radical. En otras palabras, la historia de la transformación de la amalgama judaísmo = capitalismo de Marx en la actual judaísmo = imperialismo. Una propuesta plenamente vigente tras la caída de la URSS.

De ahí que la reedición de Sionismo, marxismo... esté más que justificada, sobre todo si nos atenemos a la transformación del antisemitismo en uno de los elementos comunes a diversas ideologías antisistema, desde el nacionalpopulismo a la "izquierda abertzale", pasando por el coqueteo con el islamosocialismo de algunos sectores del radicalismo chic europeo e incluso de un pequeña parte del Partido Demócrata norteamericano.

El libro también incluye un estudio de las peculiaridades de los judíos latinoamericanos, en especial de los venezolanos, caracterizados por la gran asimilación de los sefarditas y su admiración por los EEUU –a diferencia de los judíos argentinos, los venezolanos no han despuntado en actividades intelectuales ni artísticas–, y un provocador capítulo dedicado a los filosemitas, "variada fauna" en la que abundan especies que, al igual que ocurre con ciertos antirracistas y homófilos, esconden bajo su aparente tolerancia un mal disimulado paternalismo que equivale al más despreciable racismo.

En conclusión, Nuño reta al estudioso a una ardua labor de investigación partiendo de sus propias reflexiones, entendidas bien como preguntas, bien como hipótesis falsas. Para el lector interesado en la comprensión de las falsas promesas del marxismo, y su perpetuación en la llamada izquierda democrática, los datos aportados en Sionismo, marxismo... confirman lo que muchos sospechaban incluso antes de la revolución del 17: que el "socialismo real" crearía problemas nuevos sin solucionar uno solo de los viejos. Cuanto antes comprendamos esto, tanto mejor para todos.

JUAN NUÑO: SIONISMO, MARXISMO, ANTISEMITISMO. LA "CUESTIÓN JUDÍA", REVISITADA. Reverso (Barcelona), 2006, 184 páginas.

ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.

 

Libertad Digital, suplemento Libros, 19 de enero de 2007

La Rosa Blanca, los estudiantes que se alzaron contra Hitler

La Rosa Blanca, los estudiantes que se alzaron contra Hitler Autor: José M García Pelegrín, editorial Libroslibres. La Rosa Blanca fue una organización de resistencia civil no violenta frente al Nazismo alemán. Su nexo de unión, aparte de una radical oposición a Hitler, fue el humanismo cristiano.

 

Según la hipótesis más documentada, el nombre de la Rosa Blanca tiene su origen en el romancero español de Clemens Brentano, que tiene como título precisamente "La Rosa Blanca". El objetivo de esta organización era la resistencia civil frente al Nazismo. Para ello, se servían básicamente de dos armas: la publicación de pasquines (llamadas Hojas) y el sabotaje activo pero no violento. La característica más acentuada en la mayor parte de sus miembros fundadores era una profunda religiosidad. No en vano, la fuente espiritual e ideológica de esta organización fueron por un lado el llamado grupo de "Renovación Católica" francés de finales del siglo XIX, integrado por escritores de la talla de Bernanos, Claudel o Maritain, y el catolicismo reformado alemán de Theodor Haecker y Carl Muth, director de la revista Hochland, y cuya meta era tender puentes entre el pensamiento católico y la cultura moderna. Con estos dos grandes pensadores alemanes, los fundadores de La Rosa Blanca mantuvieron frecuentes entrevistas con estos dos grandes pensadores alemanes, también activos opositores del Régimen Naci.

 

Uno de los fundadores de la Rosa Blanca, Wili Graf, pertenecía a un Grupo Juvenil Católico prohibido por el Nacionalsocialismo, por lo que estuvo en prisión preventiva casi un mes. A su salida, entró en contacto con los otros fundadores de la Rosa Blanca, los hermanos Sophie y Hans Scholl, protestantes, Otl Aircher, católico, Kurt Huber, también católico y el más intelectual del grupo dada su condición de catedrático, Alex Schmorell y Christoph Probst, casado y con tres hijos y que horas antes de su ejecución se convirtió al catolicismo recibiendo el Bautismo y la Comunión de manos del capellán Heinrich Speer.

 

La mayoría de los integrantes de la Rosa Blanca eran estudiantes. Su final, como el de millones de personas aniquiladas por el régimen naci, fue trágico. El 19 de abril de 1943 son condenados a muerte y ejecutados Willi Graf, Kurt Huber y Alexander Schmorell. Dos meses antes, habían sido igualmente condenados a muerte y guillotinados los hermanos Sophie y Hans Scholl y Christoph Probst. Los dos hermanos, aunque eran de religión protestante, en sus últimas horas pidieron la asistencia de un sacerdote católico, que les fue denegada por su condición de protestantes.

 

De la ejecución de Sophie Scholl nos ha quedado el estremecedor relato de su verdugo: "En los muchos años de mi oficio, jamás he visto a nadie que se enfrentara a los últimos instantes de su vida con tanta serenidad como esta muchacha menuda, de ojos profundos, casi una adolescente". Meses antes de su muerte, Sophie Scholl había anotado en su diario: "Dios mío: no sé otra cosa que balbucear cuando me dirijo a tí. No sé hacer más que presentarte mi corazón, al que mil deseos quieren apartar de tí. Como soy tan débil que no puedo permanecer voluntariamente vuelta a tí, destruye lo que de tí me aparte y llévame con violencia hacia tí. Pues sé que sólo en tí soy feliz.¡Qué lejos estoy de tí!" Y Dios que nunca abandona a quien a El se dirige con humildad y buena intención, la sostuvo en la palma de la mano.

 

Fernando Iñigo

Aragón Liberal, 31 de diciembre de 2006

La presentación de la biografía de Tomás Caballero reúne a más de 300 personas

La presentación de la biografía de Tomás Caballero reúne a más de 300 personas La vida del edil asesinado por ETA es obra de los historiadores Arbeloa y Fuente

 

La razón principal del libro sobre Tomás Caballero que ayer se presentó en Pamplona la expone abiertamente su hijo Javier en el prólogo: «Entre tantos miles de personas con las que siempre estaremos en deuda por sus muestras de solidaridad y apoyo, fueron muchas las que se acercaron, con la mejor de las intenciones, para indicarnos que una vida tan densa como la que se nos acababa de arrebatar no podía perderse por el paso del tiempo en la memoria de quienes la habíamos compartido, sino que debía permanecer para siempre mediante la publicación de una biografía». Las 900 páginas del libro garantizan ese objetivo y ofrecen un documentado recorrido por la transición navarra.

 

El 6 de mayo de 1998, cuando ETA lo asesinó junto a la puerta de su casa, Tomás Caballero era concejal de UPN en el Ayuntamiento de Pamplona. Pero antes había sido muchas otras cosas. Víctor Manuel Arbeloa y Jesús María Fuente, los autores de su biografía, explicaron en el acto celebrado ayer en un salón del hotel NH Iruña Park que Tomás Caballero es un hombre «típico» de la transición: «Es difícil encontrar a alguien que reúna tantos aspectos de aquella época en su propia vida. En Tomás encontramos al sindicalista, al concejal o al político, pero también al padre de familia, al hombre religioso o al socio de Oberena».

La afirmación de los dos historiadores tenía un espontáneo correlato entre las más de 300 personas que les estaban escuchando. Allí se encontraban la viuda de Tomás, Pilar Martínez Oroz -que les acompañó en la mesa-, y sus cinco hijos: Ana, Javier, María, Tomás y José Carlos. Estaban también el presidente Miguel Sanz y varios consejeros del actual Gobierno, pero estaban además concejales de las tres últimas décadas, sindicalistas de largo recorrido, compañeros de Tomás en Oberena, compinches de su niñez tudelana, antiguos miembros del Consejo de Trabajadores, matrimonios amigos o colegas de Fuerzas Eléctricas. Y estaban, por supuesto, muchas de las personas que han padecido de forma más directa el terrorismo de ETA. Todos aplaudieron las intervenciones de los autores. Éstos ofrecieron varias «pinceladas» de la vida de Tomás Caballero leyendo algunos pasajes significativos del libro.

 

El título completo es Vida y asesinato de Tomás Caballero. 50 años de lucha democrática en Navarra. Ha sido editado por Nobel con ayuda de la Fundación Víctimas del Terrorismo.

 

JAVIER MARRODÁN

 

Diario de Navarra, 22 de diciembre de 2006

 

UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA. José Antonio en perspectiva

UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA. José Antonio en perspectiva

Es curiosa la revitalización de la memoria de José Antonio en estos años últimos, tras haber permanecido tanto tiempo relegado a totem semiolvidado de unas cuantas sectas falangistas. Sobre él han aparecido últimamente libros o estudios de Stanley Payne, Enrique de Aguinaga, Adriana Pena, José Díaz y Enrique Uribe, Juan A. Beighau, Adriano Gómez Molina, José A. Baonza, Mónica y Pablo Carbajosa, Paul Preston, Francisco Fuentes, Albert Matchthild o Juan Velarde Fuertes, por citar unos pocos.

 

La razón, como bien observa el historiador francés Arnaud Imatz, se debe más a la personalidad del político y a su destino trágico, que a su doctrina: “Para todos aquellos que se niegan a ver o admitir la grandeza de su alma, y preguntan todavía y siempre “pero ¿qué nos ha legado verdaderamente José Antonio?”, no dejaremos de repetirles estas palabras de Unamuno: “Nos ha legado a sí mismo, ¡y un hombre vivo y eterno vale por todas las teorías y filosofías!”. No estoy muy conforme con la frase de Unamuno, pero sin duda José Antonio poseyó en grado sobresaliente esa cualidad que suele llamarse hombría, y que le valió el aprecio, aun a veces sin ganas, de enemigos políticos como Prieto, Zugazagoitia, Madariaga o Gordón Ordás.

 

José Antonio fue un político muy poco corriente, de escasa vocación, con una carga de duda intelectual y cierto sentido del humor que le hacían poco apto para declarar las “verdades” rotundas y dogmáticas propias de los jefes de partido. Tomó la política como un deber impuesto por las circunstancias; y no lo decía por mera retórica, como es la costumbre. A menudo quiso ver en otros, incluso en Azaña o Prieto, los líderes capaces de cumplir lo que él deseaba, librándole de la tarea. Su patriotismo no era estrecho ni ciego: “Le hablé de mi entusiasmo por Quevedo y él me declaró su decidida preferencia por Ronsard. En general le gustaba más la poesía francesa que la española, y sobre todo Villon. Esto me causó alguna sorpresa…”, recuerda Dionisio Ridruejo. Tenía dotes de pensador, de artista y de hombre acción, raro conjunto también, y quiso aplicarlas a la política, aunque apenas dispuso de tiempo para desarrollarlas: tres años, desde que fundó la Falange hasta su fusilamiento.

 

Y aunque sus enemigos le tachaban de señorito, por su procedencia, venía a ser la antítesis del tal. De extensa cultura y ánimo esforzado, preocupado por su país y ansioso de entender las claves de su época, nada más lejos de los parásitos frívolos y torpes que acertó a pintar George Borrow: “Los seres más necios y vanos de la especie humana, sin otros gustos que los goces sensuales, la ostentación en el vestir y las conversaciones obscenas. Su insolencia solo tiene igual en su bajeza y su prodigalidad en su avaricia. Las clases bajas son por lo general más corteses y, con seguridad, no más ignorantes”. Ese señoritismo, si así queremos llamarle, se ha extendido hoy por toda la sociedad, y quizá el actual interés por José Antonio refleje una reacción de disgusto o repugnancia por semejante ambiente.

 

Pero precisemos que el libro de Imatz nada tiene que ver con un panegírico personalista, sino que se trata de una excelente biografía analítica del político, de su evolución, de sus ideas y raíces intelectuales. Además, como señala Velarde Fuertes en su prólogo, “contiene una documentación amplísima de la evolución de las diversas, y a veces contrapuestas, organizaciones falangistas desde el 20 de noviembre de 1936 al 15 de junio de 1977, cuando su fracaso electoral pasó a ser patente”. Una investigación, pues, de gran amplitud.

 

El autor observa la necesidad de entender a su biografiado en las extremas circunstancias de su época. Los años 30 fueron un tiempo de crisis por excelencia, económica y aun más espiritual. En toda Europa la democracia liberal y el capitalismo parecían abocados al derrumbe o a una transformación tal que los haría irreconocibles. Para salvar lo esencial, es decir, la cultura cristiana de Occidente, frente al acoso de la nueva barbarie, fundamentalmente el materialismo marxista, se precisaban, a juicio de muchos, soluciones y actitudes heroicas, pero también una comprensión de la lógica, tanto del marxismo como del liberalismo, y un intento de adaptación mediante una síntesis aceptable entre revolución y tradición. De esa sensación urgente nació la doctrina nacionalsindicalista, a cuyo examen dedica Imatz buena parte del libro.

 

La crítica de José Antonio al liberalismo no es original, pues se encuadra en una larga tradición europea que él conoció bien. Tampoco es acertada. El liberalismo, como ha probado la experiencia, no es suicida ni lleva a la descomposición social ni al absoluto relativismo moral, ni convierte la verdad en una conveniencia demagógica ni en el dictamen de una mayoría electoral. Claro que con el nombre de liberalismo han circulado doctrinas y prácticas bastante diversas y aun opuestas, como las de la revolución useña y las de la revolución francesa, las de Rousseau, origen de concepciones totalitarias, y las de Adam Smith o Tocqueville. Aunque sus relaciones con la religión han solido ser conflictivas, traumáticas en algunas variantes de liberalismo, su concepción básica de la dignidad y la libertad de la persona, y la prevención frente las tendencias tiránicas del poder, tienen un evidente origen cristiano, y no es casual que hayan surgido, precisamente, en las sociedades cristianas.

 

Menos acertada todavía la asunción falangista de buena parte de la crítica de Marx. José Antonio acepta que el sistema capitalista se basaría en la explotación del proletariado, produciría la acumulación de riqueza en un polo y de pobreza en el otro, destruiría la pequeña y media propiedad, generaría necesariamente crisis de sobreproducción, etc.: “Las previsiones de Marx se vienen cumpliendo más o menos deprisa, pero implacablemente”, concluía, con cierto apresuramiento, en aquellos años de la Gran Depresión. No obstante, rechazaba el marxismo por otras razones: “Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista (…) es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la historia (…) Nosotros somos también anticomunistas, pero no porque nos arredre la transformación de un orden económico en que hay tantos desheredados, sino porque el comunismo es la negación del sentido occidental, cristiano y español de la existencia” (citas en el libro de Imatz).

 

La solución de síntesis pretendida, el nacionalsindicalismo, debía conjugar los elementos positivos del liberalismo (como la igualdad ante la ley, los derechos básicos del individuo) con los del socialismo (la economía controlada por el gobierno en pro de un reparto “equitativo” de la riqueza, etc.), salvando la primacía de lo espiritual. Pero siendo superficial o falsa en gran medida su base crítica, la concreción práctica de ese empeño –producción organizada por los sindicatos, nacionalización de la banca, “democracia orgánica” y demás– nunca funcionó ni podía funcionar. Y el franquismo la aplicó solo muy parcialmente (para desesperación de los falangistas “puros”) y en esa medida no contribuyó precisamente a la prosperidad del país.

 

De todas formas la doctrina joseantoniana y su crítica al liberalismo y al marxismo no son tan triviales que puedan despacharse en unas cuantas líneas, y aquí solo pretendo exponer un par de indicios de lo que Imatz trata en un largo capítulo de más de 130 páginas, incluyendo el amplio trasfondo intelectual de la especulación joseantoniana, aun si algunas observaciones del biógrafo son, lógicamente, discutibles.

 

Otra cuestión de interés, entre las muchas planteadas y planteables en el libro: ¿fue la Falange un fascismo? La palabra ha sido tan bastardeada por la propaganda que ha llegado a significar poca cosa. Unifica, por ejemplo, al fascismo propiamente dicho de Mussolini, poco sanguinario entre otras cosas, y al nacionalsocialismo de Hitler, incomparablemente más absolutista (en su clásico estudio, Hanna Arendt no consideraba totalitario al régimen italiano). La Falange fue, desde luego, lo más parecido al fascismo que hubo en España. Le diferenciaba del fascismo italiano su básica identificación con la tradición católica, en contraste con las tendencias paganoides y evocaciones de la Roma imperial en aquél. Ese mismo elemento cristiano lo separaba aún más del nacionalsocialismo, y no digamos de su racismo, incompatible con la realidad demográfica e histórica de España, así como con la idea imperial ecuménica de la Falange; le diferenciaba también el menor énfasis de José Antonio en la prepotencia de la comunidad y del estado sobre el individuo.

 

En este renovado interés por un factor importante de nuestra historia reciente, el libro de Imatz es un estudio destacado, que abre incitantes vías de investigación en el terreno de la historia y del pensamiento político.

 

Arnaud Imatz. José Antonio, entre el odio y el amor. Su historia como fue. 624 páginas, 23 euros. Madrid, Áltera, 2006.

 

 

 

Por Pío Moa

 

Libertad Digital, suplemento Fin de Semana, 16 de diciembre de 2006

Jesucristo sigue seduciendo

Jesucristo sigue seduciendo


Entrevista con Armand Puig, autor de un perfil biográfico de gran éxito

BARCELONA, domingo, 17 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Un biblista descubre en un libro de 600 páginas el perfil biográfico de Jesucristo y intenta explicar quién fue realmente Jesús de Nazaret y qué se puede decir históricamente de su vida, muerte y resurrección.

Zenit ha hablado con el autor, que es el decano-presidente de la facultad de Teología de Cataluña, Armand Puig i Tàrrech, doctor en Ciencias Bíblicas.

El libro, originalmente escrito en catalán («Jesús, un perfil biogràfic») y editado en España con el título «Jesús. Una biografía» por Destino en 2005, se publica este mes en Argentina (Editorial Edhasa) y en Rumanía (Editorial Meronia). Pronto aparecerá la versión en italiano.

--Hacer un libro sobre Jesús para el gran público de más de 600 páginas, y que se venda, se traduzca y tenga éxito... ¿qué quiere decir?

--Puig: Significa que parece haberse acertado en el registro de lenguaje que se ha utilizado y que han recibido una respuesta las expectativas de los potenciales lectores, personas de extracción heterogénea que deseaban conocer a Jesús desde una perspectiva histórica.

Mi cometido ha sido el de ofrecer un perfil de Jesús que no se limitara, sin embargo, a la pura investigación histórica sino que mostrara el alcance último de las palabras y los hechos del fundador del cristianismo.

Por otro lado, era preciso entrar a fondo en las grandes preguntas que plantea cualquier investigación sobre Jesús: «¿Quién fue Jesús?, ¿quién quiso ser?, ¿cómo le vieron los que le rodearon?».

Es decir, era necesario entrar en la relación de filiación exclusiva (¡no excluyente!) que mantuvo Jesús con Dios, el Padre.

En este sentido, el libro muestra que es posible acercarse al gran público con total seriedad exegética y en plena comunión con la fe de la Iglesia, más allá de los subproductos que a menudo se difunden en los mercados mundiales del libro.

A la postre, mi obra representa una reescritura de los cuatro evangelios para el mundo de hoy, escrita en el marco exegético de lo que se ha venido a llamar la «Tercera búsqueda» («Third Queso») del Jesús histórico.

--El libro está pensado para un público también no creyente: ¿qué es lo que impacta más de la figura de Jesús?

--Puig: La figura de Jesús no ha perdido un ápice de su tremenda fuerza y de su atracción cautivadora después de dos mil años.

Mi libro quería ser una voz que hablara a cualquier persona de buena voluntad que, por encima de prejuicios y reticencias, se decidiera a mirar de cerca a aquel que para los cristianos es el centro de la fe.

Mi sorpresa ha sido que muchas personas no creyentes o con una fe adormecida, se entusiasmaban releyendo el itinerario de la vida de Jesús.

Esta reacción es comprensible, ya que Jesús ha cambiado la historia de la humanidad pero cambia también la historia de muchos corazones.

Me parece que, por lo menos en Occidente, hay un número importante de personas que están fascinadas por la figura de Jesús, aunque esto no se traduzca directamente en una adhesión pública a la Iglesia, la continuadora de su mensaje.

Sorprenden en Jesús su sentido de la realidad, su cercanía a los seres humanos, su simpatía con los pobres y los que sufren, su opción de no rehuir la muerte y de darle aquel sentido salvador que dimana del mismo Dios.

--La teología parece dedicarse a elucubraciones sobre la fe, como si fuera algo accesorio, para unos pocos. ¿Por qué se percibe la teología alejada de la fe?

--Puig: Los teólogos no podemos quedarnos encerrados en torres de marfil, ajenos a los gozos y esperanzas, problemas y fracasos de la humanidad de la cual formamos parte.

Tampoco no podemos situarnos a distancia de la comunidad eclesial, como si esto nos diera más libertad de palabra o más capacidad «crítica».

De hecho, quien se sitúa al margen acaba siendo marginal. A mi entender, se trata exactamente de lo contrario.

La teología se convierte en estéril y accesoria cuando no pulsa desde dentro de la Iglesia los riesgos y los retos de la fe.

Así pues, la teología se convertiría en una pura elucubración, casi ideológica, si cortara los vínculos con lo que constituye el eje de la confesión de fe (Jesús muerto y resucitado), si no se alimentara de forma principal de la Palabra de Dios, si no procurara comprender y extender la Tradición de la Iglesia, si no actuara al servicio de la fe del Pueblo de Dios, de la cual el Magisterio es garantía firme.

Entre teología y fe debe existir una relación armónica y vital, según el axioma que subraya la inteligibilidad de la fe («fides quaerens intellectum») y pone en evidencia el necesario movimiento de la razón hacia la fe («intellectus quaerens fidem»). Este es el núcleo del discurso del papa Benedicto XVI en Ratisbona.

--Usted es decano, recientemente nombrado, de la Facultad de Teología de Cataluña (Barcelona). ¿Cuáles son los objetivos que se plantea en su nuevo cargo?

--Puig: La Facultad que presido está al servicio de las diez diócesis catalanas, articuladas en dos provincias eclesiásticas (la de Barcelona y la de Tarragona). Su Gran Canciller es el Arzobispo de Barcelona. A nuestra Facultad se le ha confiado la formación intelectual de los futuros sacerdotes y buena parte de los futuros religiosos catalanes. Esta es una tarea esencial, aunque no única.

La Facultad debe ser un centro de reflexión sapiencial sobre los contenidos de la fe de la comunidad eclesial. Esta reflexión debe traducirse en una actividad docente sólida y en una investigación fecunda, cuya consecuencia natural sea la divulgación teológica.

Por esta razón, debemos construir un espacio donde la pasión por el saber implique a profesores y a alumnos, donde las ideas sean objeto de diálogo y de contraste, donde se generen proyectos entre los diversos campos de las disciplinas teológicas e incluso filosóficas (impartidas, éstas, por la Facultad de Filosofía de Cataluña, sita en el mismo edificio del Seminario Conciliar de Barcelona).

Por otra parte, la Facultad está llamada a estar presente en el mundo universitario y de la cultura, con propuestas concretas y actividades compartidas.

Así lo requiere el proceso de Bolonia, en el cual estamos integrados, como Facultad de Teología católica.

Por último, me gustaría subrayar la necesidad que experimenta la teología de una apertura de horizontes, que incluya el diálogo con las otras confesiones cristianas y con las grandes religiones del mundo.
ZS06121708

La guerra civil occidental*

La guerra civil occidental*
Mientras leía el manuscrito de Martín Alonso, pensaba en la escena final de Fahrenheit 451, la película de Truffaut basada en la novela de Ray Bradbury. Un grupo de contestatarios enemistados con el totalitarismo que se ha apoderado de la civilización occidental se refugia en un bosque, donde se dedica a memorizar obras literarias para impedir que la quema sistemática de libros llevada a cabo por las autoridades acabe con la literatura. En esta sociedad secreta, las personas han dejado de llamarse por su nombre y adoptado el nombre de la obra literaria que les toca preservar bajo la forma intangible –es decir, incombustible– del libro memorizado.


El autor del libro que usted tiene en sus manos es, aunque él mismo no lo sepa, un miembro de esa sociedad secreta. Él no se rebela contra un totalitarismo consumado sino contra otro al que considera en ciernes, y lo que salva de la hoguera decretada por los totalitarios no son libros, sino la relación entre el lenguaje y la realidad, entre las palabras y lo que ellas nombran. Las "autoridades", en su caso, son los intelectuales, publicistas y medios de comunicación que, prolongando la vieja estafa del estructuralismo y el deconstructivismo, han vaciado de contenido las palabras que definen a la democracia liberal y anulado o reducido a mera entelequia las ideas y valores que constituyen el fundamento de la civilización occidental.
Doce de septiembre es un libro indignado e indignante en el sentido literal del término, es decir, contagioso de indignación. Nace de un acto de repugnancia moral contra los atentados cometidos el 11 de septiembre de 2001 y contra la campaña de símbolos fraudulentos con que tantos intelectuales y publicistas contemporáneos han pretendido relativizar la conspiración de los fanatismos islámicos contra la democracia liberal. El blanco de las iras del autor no es el sano escepticismo frente a las verdades del Estado occidental o la necesaria crítica al poder de turno en las democracias liberales. La civilización occidental debe buena parte de su grandeza, precisamente, al ejercicio continuo de la crítica y a esa búsqueda permanente del conocimiento que pasa por el ensayo y el error. Se refiere al sabotaje que soporta la cultura occidental desde su propio seno y que amenaza con dejarla inerme frente al asedio exterior de quienes ven en su prosperidad una manifestación satánica.

Si se tratase de una simple rectificación de la narrativa ideológica que culpa a la democracia liberal del odio del que fue víctima Estados Unidos el 11 de septiembre, estaríamos ante un proyecto limitado. La tragedia que segó la vida de más de tres mil personas aquel día –y que produjo en el autor un trauma cuyo resultado es esta, su primera criatura literaria– sirve como punto de partida para una reflexión más amplia. La reflexión abarca no tanto el día después –aunque también– como el día anterior: la larga marcha de quienes viven empeñándose desde hace mucho tiempo en diluir en la imaginación contemporánea la línea divisoria entre lo que está bien y lo que está mal, ardid moral que tuvo en el 11 de septiembre y en las mentiras posteriores apenas un capítulo importante. El día después es algo así como la exacerbación de esa perversión que ya existía el día anterior.

Según la tesis central, la verdadera guerra no la libran las sociedades libres contra el fundamentalismo islámico sino que se libra entre dos bandos que, en principio, son depositarios del mismo cuerpo valórico y herederos de una misma tradición occidental, pero que tienen frente al futuro de esa civilización una actitud radicalmente distinta. En un bando, intelectual y hasta moralmente acorralados, están aquellos para quienes está en juego la supervivencia de la libertad; en el otro, quienes carecen de interés en defenderla y están dispuestos, usando armas racionales, a acelerar su destrucción. No es la lucha del Islam contra el Cristianismo y ni siquiera la del fundamentalismo islámico contra el Occidente, sino del Occidente contra el Occidente mismo. Se trata de una escisión muy anterior al del 11 de septiembre de 2001, aunque esa fecha sea, por su magnitud y significación, el parteaguas simbólico.

La primera impresión es que se trata de un libro derrotista: Alonso da a entender que los enemigos de la libertad han ganado la partida en el campo de la opinión pública, usando los medios de comunicación para vaciar de contenido palabras como "libertad" y "democracia". Pero nadie que cree haber perdido una guerra escribe un libro disparando tiros de respuesta. Y este libro dispara información y argumentos contra el armazón intelectual del antiamericanismo, el antisemitismo y el antiliberalismo. La convulsión derrotista disimula, en el fondo, una fe secreta en la victoria: victoria que sólo llegará a condición de que los consumidores incautos de la estupidez que propagan sin tregua los enemigos de la libertad se sacudan el estado de confusión.

En Cómo terminan las democracias, Jean François Revel anunció una derrota de la libertad frente al comunismo en plena Guerra Fría para despertar a Occidente de su letargo moral ante un enemigo que no se distraía un segundo de su objetivo. El autor de Doce de septiembre se hace eco inconsciente de ese ejercicio: litigar la conciencia de los ciudadanos libres con advertencias funestas para activar en ellos el nervio moral adormecido. Despertar ese nervio moral es indispensable para impedir que los americanos y europeos empeñados en derribar la más alta expresión de la civilización humana –las siempre perfectibles democracias liberales encabezadas por Estados Unidos– logren su propósito.

Soy un liberal, lo que significa que entre mis convicciones y las de un conservador habrá siempre un tronco común pero también un espacio de sana divergencia. No comparto del todo algunas opiniones expresadas en el libro. Aunque entiendo que no es ésa la intención del autor, algún pasaje del libro daría la impresión de amalgamar a los críticos de la política de Israel frente a los palestinos bajo la etiqueta de antisemitismo. Muchos de ellos son antisemitas, pero hay personas respetables que reprueban de buena fe, y precisamente en nombre de la civilización occidental, ciertos abusos cometidos por el Estado hebreo. Hacerlo no implica desear la desaparición de esa nación o condonar la barbarie de los fundamentalistas islámicos, las dictaduras árabes que los financian y abrigan, o el resentimiento que bajo el disfraz espiritual fabrica generaciones de críos dispuestos a morir matando. Tampoco acompaño al autor en su valoración del aborto como una de las caras de la traición que muchos occidentales cometen contra su propia civilización, pues considero que se trata un problema de conciencia opinable y extremadamente delicado. El defensor del derecho a la interrupción temprana de un embarazo puede ser legítimamente cuestionado por quien se opone al aborto en cualquier etapa o circunstancia, pero creo que esta importante discusión merece ser situada en un contexto distinto del de la pugna entre defensores y detractores de la civilización occidental.

Pero estos matices importantes no desmerecen, en mi opinión, la tesis del libro ni invalidan la verdad que brota por los poros de estas páginas: que la democracia liberal se ha convertido hoy en su propia y más temible enemiga porque ha perdido de vista la realidad para suplantarla con un lenguaje narcisista y tramposo que relativiza el bien y el mal, y confiere equivalencia a valores y culturas que reflejan estadios muy diversos de la evolución humana.

Soy peruano de nacimiento, español de adopción y estadounidense de convicción. Como lo expresa este texto, Estados Unidos es el único país construido a partir de una idea en lugar de una dinastía, nación, raza o parcela geográfica. Que un español –es decir, el ciudadano de uno de los países más antiamericanos del mundo– dedique un libro a explicar a sus compatriotas cómo y porqué la sociedad norteamericana es la admirable líder del Occidente libre es un acto de imprudencia y coraje intelectual. Precisamente porque en las grandes pruebas que le ha tocado vivir a ese Occidente libre hubo mentes lúcidas dispuestas a deconstruir el aparato intelectual de los oscurantistas, soy optimista. No, la guerra no está perdida: los partidarios de la libertad la volvemos a ganar, como se la ganamos al nazismo y al comunismo, esos dos totalitarismos que, como expuso Friedrich von Hayek tan claramente en Camino de Servidumbre, son el mismo. Pero para ello hacen falta más libros imprudentes.

Álvaro Vargas Llosa

* Prólogo al libro Doce de septiembre, de Martín Alonso, editado en Madrid por Gota a Gota.

Libertad Digital, suplemento Fin de Semana, 9 de diciembre de 2006